DUODÉCIMO DOMINGO ORDINARIO C
(Zacarías 12:10-11.13.1; Gálatas 3:26-29; Lucas 9:18-24)
Hay un cuento del papa Juan Pablo II a la vez edificante e irreverente. Un día,
cuando estaba bastante atrasado, el séquito papal venía por un sendero. El
encargado del programa vio la puerta de una capilla abierta con el Santísimo
expuesto. El hombre rápidamente dirijo a su ayudante que fuera adelante para
cerrar la puerta. Explicó que si el papa viera el Santísimo, querría orar dejando el
grupo aún más atrasado. Bueno, en el evangelio hoy encontramos a Jesús
emergiendo de un tiempo con Dios Padre en la oración.
Jesús va a hacer algo significativo. ¿Cómo se sabe? Pues siempre en el evangelio
según san Lucas la oración inicia una nueva etapa de su ministerio. El Espíritu
Santo desciende sobre él cuando está en oración después de su bautismo. También
escoge a sus apóstoles después de orar. Ahora va a revelar la trayectoria de su
vida que ha discernido en la oración. Hoy en día los jóvenes están más
acostumbrados a consultar a Google cuando tienen duda de cualquier cosa.
Piensan que el Internet contiene todo lo que vale, al menos en cuanto a la religión.
Según los servicios de información en el Internet, Jesús fue un maestro en Galilea
hace dos mil años. Enseñó que ha venido el reino de Dios que llama una respuesta
del amor tanto al prójimo como a Dios mismo. Estas fuentes de información dejan
indeterminada la relación entre Jesús y Dios. Por lo general quieren dejar a Jesús
como un profeta del mismo rango de Mahoma o Mahatma Gandhi. En el evangelio,
según los discípulos de Jesús, la gente considera a él con un concepto semejante.
Dicen que Jesús es Elías o Juan el Bautista – eso es, el precursor del Mesías que
merece el respeto pero no el compromiso total.
Al ser preguntados, los discípulos reconocen a Jesús en otra manera. Pedro
responde de parte del grupo afirmando a Jesús como el Mesías de Dios. Eso es,
Dios ha escogido a Jesús para restaurar Su reino de justicia y amor. Así, como un
jefe de médicos actuando un trasplante de corazón, Jesús quiere la cooperación de
parte de todo su seguimiento para llevar a cabo este plan de Dios Padre. Nosotros,
que acudimos la Iglesia todo domingo, hemos integrado a su compañía. Tanto
como los apóstoles, nosotros tenemos un papel en el nuevo reino.
Los jóvenes van a preguntarnos: “¿Cómo sabemos que es la verdad?” Buena
pregunta. Nosotros podemos añadir: Si ha venido Jesús para derrotar el mal, ¿por
qué 93,000 personas han muerto en la guerra civil en Siria? ¿Por qué la violencia
sigue en México? ¿Por qué un gran porcentaje de niños mundial no tienen la
proteína para crecer en adultos sanos? Jesús nos da la respuesta en el pasaje. Él
cumplirá el plan por sufrir con los vulnerables en todos partes pero aún más
despiadadamente: rechazado por su propio pueblo, entregado a los extranjeros
para ser crucificado y dejado hasta la muerte a pesar de que no ha hecho nada
malo. Pero también resucitará de la muerte como prueba que el mal ha sido
vencido.
Se ve la victoria en las vidas de nosotros, sus discípulos. Llevamos nuestras cruces
detrás de él, pero no nos lastiman. Más bien nos hacen más vivos. Pues nuestras
cruces son actos de apoyo mutual que hacemos por uno y otro: una sonrisa, una
pregunta mostrando la preocupación, una mano de ayuda si es necesaria. Son
también muestras de solidaridad con los pueblos luchando por mantenerse – un
donativo a las misiones, una oración por el bien de los refugiados, una participación
en la manifestación contra el aborto. Estas acciones no nos hacen caer; al
contrario, nos levantan la esperanza.
¿Quién es Jesús? ¿Un profeta? si. ¿El Mesías? Sí. ¿El Hijo de Dios? Sí, también.
Podemos añadir otros títulos y papeles para él. Pero lo importante no es nombrarlo
sino seguirlo llevando nuestras cruces de apoyo y solidaridad. Lo importante es
seguirlo.
Padre Carmelo Mele, O.P.