DOMINGO XII. CICLO C
QUE LOS MUERTOS ENTIERREN A SUS MUERTOS.
EMILIO RODRIGUEZ ASCURRA / contactoconemilio@gmail.com
La liturgia de la Palabra de este domingo contrapone la imagen de Elías y de Jesús, a
modo de continuación del Evangelio de la semana pasada en el que ante la pregunta de
“¿Quién dice la gente que soy?” algunos de los discípulos aseguraron que parte del
pueblo decía que era el profeta Elías. Este es un profeta de Dios que predicó entre los
años 875 y 850 a.C. ante la confusión en la que se hallaba el pueblo que rendía culto a
Dios de la misma forma que a Baal, el dios pagano de las lluvias, su misión fue la de
restablecer la fe en Dios terminando con la idolatría a los falsos dioses y con el
sincretismo. (1 Reyes 17ss.)
En la primera lectura podemos ver el cumplimiento del pedido del Señor a Elías de
hacer a Eliseo su sucesor, “lo ungirás profeta en lugar de ti”, al echarle su manto
encima, con lo que esto simbolizaba, Eliseo pide poder despedirse de su padre y de su
madre antes de partir, a lo que Elías no opone mayor condición: “Sí, puedes ir”. Lucas,
por el contrario, nos muestra a un Jesús que llama a uno por el camino a seguirlo que
pide antes poder enterrar a su padre. La respuesta del Señor no va en la misma
dirección, pues no es un profeta, es mucho más que eso: es Dios mismo, no un
intermediario: “Deja que los muertos entierren a sus muertos”, a simple vista pareciera
que Jesús viola el 4º mandamiento (Honrarás a tu padre y a tu madre), sin embargo lejos
está de ser así, claramente lo dice cuando afirma de sí que no ha venido a abolir la Ley
sino a dale plenitud.
El seguimiento de Cristo implica radicalidad, no medias tintas ni tibiezas, quien se hace
seguidor de Cristo, no solo en el sacerdocio y en la vida consagrada, sino en la vida
laical ordinaria como nos enseña san Josemaría, debe renunciar a todo egoísmo,
prejuicio, ataduras materiales y/o afectivas, para vivir en la libertad de los hijos de Dios
en la que podamos hacernos “servidores los unos de los otros, por medio del amor”,
como nos exhorta san Pablo en la segunda lectura. En nuestro día a día nos encontramos
con un sinfín de sucedáneos tanto materiales, sociales como psíquicos, nuestra vida
parece medirse de acuerdo a los parámetros del éxito y el fracaso, del confort y la
comodidad frente a lo nuevo y desafiante.
El profeta Elías, el mismo Jesús en su paso por la tierra, los grandes santos sabían hacia
donde iban, habían sabido renunciar a las propuestas de la propia comodidad, de la
autocomplacencia y habían encontrado en el cumplimiento de la voluntad de Dios en la
vida cotidiana la felicidad auténtica de sus vidas. “La verdadera felicidad tiene que ver
con el sentido. Con la experiencia de tener un horizonte, un marco de referencia, una
dirección hacia la que caminar y una memoria desde la que venir”, nos dice el jesuita
español José María Rodríguez Olaizola. Así enterrar a los muertos puede entenderse
como la negación a abandonar lo placentero, pero finito, de este mundo y/o nuestra
propia historia que nos encierra en el abandono, la mediocridad y el egoísmo.-