XIII Semana del Tiempo Ordinario. (Año Impar)
Martes
Padre Julio González Carretti O.C.D
Lecturas bíblicas
a.- Gn. 19, 15-29: Llovió azufre y fuego sobre Sodoma y Gomorra.
b.- Mt. 8, 23-27: Increpó a los vientos y al mar, y vino una gran calma.
La intención del evangelista es presentarnos a Jesús a sus discípulos como dueño
de las fuerzas de la naturaleza, a la comunidad eclesial, y no solo que pueda haber
calmado el mar. Ahora Jesús sube a la barca y los discípulos le siguieron, rasgo
fundamental a la hora de delinear el itinerario del apóstol, su íntima unión con el
Maestro, participar de su destino, entrar en el Reino de Dios, por la obediencia y la
confianza. Le siguieron. En medio del mar, en realidad del lago de Genesaret, se
levanta la tormenta, lo que hace ingobernable la embarcación incluso para los más
experimentados pescadores, cuando las olas la invaden. Mientras tanto Jesús
duerme en medio de la tormenta, zarandeada la barca por la fuerza del mar. Jesús
está escondido en Dios, su vida no está en riesgo, en cambio, los discípulos lo
despiertan diciendo: “ᄀSe￱or, sálvanos, que perecemos!” (v.25). Es todo un
llamado de desesperación y angustia, pero además de confianza. Sólo ven a Jesús y
su problema, sólo ÉL les puede librar del peligro, de nada vale su experiencia pues
eran pescadores. Además del significado literal nos hundimos o perecemos, posee
un sentido espiritual, perecemos en este trance mortal, se ha perdido toda
esperanza. Ante el peligro de la vida, parece que la vida interior también perece sin
esperanza. “Díceles: ﾿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe? Entonces se
levantó, increpó a los vientos y al mar, y sobrevino una gran bonanza. Y aquellos
hombres, maravillados, decían: ¿Quién es éste, que hasta los vientos y el mar le
obedecen?” (vv. 25-27). La fe en Jesucristo, es fuente de confianza, lo que a los
discípulos que estaban con ÉL en la barca, les faltó en se momento crucial.
Hombres de poca fe, los define Jesús, pero cuando Mateo escribe, la propia Iglesia
está siendo perseguida, como barca en medio de un mar en borrasca. La actitud de
los discípulos, es por lo menos desconcertante, porque por una parte creen en
Jesús, pero por otra, temen hundirse lo que habla de una fe todavía débil. A una
sola palabra de increpación del Maestro y Señor, el mar y los vientos se calman, se
serenan. El asombro, acompañado del miedo, en esos hombres acostumbrados al
trabajo en el mar, ante algo imprevisto, que sabían que podía suceder, corresponde
la actitud del que todavía no confía plenamente en Dios. Debían haber confiado en
ese poder salvador de Jesús con la fe y la confianza de quien cree, por sobre el
poder de la bravura del mar. Este milagro nos enseña que Dios está obrando en
Jesús con poder y victoria sobre los elementos de la naturaleza, sobre la muerte.
Recordemos que el mar era símbolo de fuerzas contrarias al hombre, según se creía
en esa época. Esta es la convicción del verdadero discípulo y de toda la comunidad
eclesial: Jesús salva de la muerte. Llegarán a confiar que están en las manos del
Padre (cfr. Lc.6, 25-34). La pregunta final: “Y aquellos hombres, maravillados,
decían: ﾿Quién es éste, que hasta los vientos y el mar le obedecen?” (v. 27). Más
que una interrogante que refleje incredulidad, es mejor pensar en toda una
confesión de fe de parte de aquellos hombres, ante las palabras de Jesucristo. Si
las fuerzas de la naturaleza, los demonios y las enfermedades obedecen a la
palabra de Jesús, ¿no debería también obedecerle el hombre? También nosotros
podemos decir esas palabras, mirando la vida que llevamos, que todavía
mantengamos un puñado de fe en Dios en nuestras manos.
Teresa de Jesús, de este evangelio tiene experiencia, pues cuando su vida se
hundía, la oraci￳n la rescato. “ᄀOh, qué buen Dios! ᄀOh, qué buen Se￱or y qué
poderoso! No sólo da el consejo, sino el remedio. Sus palabras son obras. ¡Oh,
válgame Dios, y cómo fortalece la fe y se aumenta el amor! Es así, cierto, que
muchas veces me acordaba de cuando el Señor mandó a los vientos que estuviesen
quietos en la mar, cuando se levantó la tempestad (Mt 8,26), y así decía yo; ¿Quién
es Este que así le obedecen todas mis potencias y da luz en tan gran oscuridad en
un momento y hace blando un corazón que parecía piedra, da agua de lágrimas
suaves adonde parecía había de haber mucho tiempo sequedad?; ¿quién pone estos
deseos?; ¿quién da este camino?; que me acaeció pensar: ¿de qué temo?, ¿qué es
esto? Yo deseo servir a este Señor; no pretendo otra cosa sino contentarle; no
quiero contento ni descanso ni otro bien, sino hacer su voluntad (que de esto bien
cierta estaba, a mi parecer, que lo podía afirmar).” (V 25,18-19).