DECIMOCUARTO DOMINGO ORDINARIO C
(Isaías 66:10-14; Gálatas 6:14-18; Lucas 10:1-12.17-20)
El cambio de clima nos afecta particularmente en el mes de julio. Al menos es así
en el hemisferio norteño. Días de cuarenta grados centígrados – una vez raros –
ya son tan comunes como cucarachas en el garaje. Pero seguimos adelante
llevando las botellas de agua a dónde vayamos. Algunos tienen una inquietud
semejante sobre la Nueva Evangelización. Se escucha de ella hoy día dondequiera
la Iglesia se congregue. Sin embargo, nos cuesta hablar de la fe en compañía de
otras personas.
Recientemente el papa Francisco dijo a un grupo de obispos: “Querría animar a la
entera comunidad cristiana a ser evangelizadora, que no tenga miedo a ‘salir’ de sí
misma para proclamar (el amor de Dios)….” Tiene que animarnos porque a
menudo consideramos la fe como asunto privado. No es como nuestro equipo de
fútbol cuyo cachara llevamos para estimular la plática. En el evangelio hoy no
parece que Jesús tenga problemas de mover a sus discípulos a hablar de Dios. Al
menos, hay setenta y dos listos para cumplir esta tarea.
Sin embargo, no van a salir sin orar primero. Rezan que Dios les cambie de la
preocupación de no tener bastante pan y queso en la mochila para el almuerzo a la
confianza que siempre tendrán suficiente porque están cumpliendo su misión.
Cuando escuchamos de oraciones para los trabajadores de la cosecha, pensamos
en las religiosas y los sacerdotes apoyando a la gente. Es cierto que nos faltan
muchas vocaciones a la vida consagrada y el ministerio ordenado. Pero deberíamos
escuchar el llamado de Jesús como motivación de preguntar a Dios qué quiera que
los laicos hagan para anunciar Su reino. ¿Quiere que pongan un dicho de la Biblia
como la “firma” en sus emails? O, tal vez quiere que hagan una fiestita en sus
onomásticos para compartir la fe con sus compañeros.
Según el papa Francisco, más importante que los técnicos de anunciar el mensaje
cristiano es nuestra voluntad de ser conducidos por el Espíritu Santo. Pues, la
Nueva Evangelización significa compartir el amor de Dios que es el Espíritu.
Estamos conducidos por el Espíritu Santo cuando sustituimos el deseo de
impresionar a otras personas por la moda de nuestro vestido o el brillo de nuestro
carro con el empeño de acudir a los sufridos con palabras de apoyo y obras de
solidaridad. Una familia acaba de vender su casa de alto en las afueras de la
ciudad para comprar una casita más cerca de la parroquia humilde donde da el
culto. Otras familias donan treinta y cinco dólares mensualmente a la Fundación
Cristiana para los Niños y los Ancianos para apoyar a niños muy pobre asistir a la
escuela en un país subdesarrollado. En el evangelio Jesús recalca el
abandonamiento al Espíritu Santo por enviar a sus misioneros sin dinero, morral, y
sandalias. Ni deberían buscar la casa donde les dan pollo frito. Son de aceptar la
hospitalidad que se les ofrece con agradecimiento.
Según Jesús, los misioneros tendrán el mismo mensaje para todos: “Ya se acerca a
ustedes el reino de Dios”. Quiere que eviten ambas las recriminaciones hacia
aquellos que los rechacen y el favoritismo hacia aquellos que los aceptan. El
anuncio de la cercanía del reino a todos servirá como consuelo a aquellos que lo
busquen y advertimiento a los que no les importe. De esta manera su recompensa
será la gloria que Dios Padre guarda para sus promotores. También en nuestra
misión debemos considerar nuestra meta más como la fidelidad a Jesús que el
número de conversiones. De esta manera también nosotros tendremos un destino
eterno.
¿Qué es nueva de la Nueva Evangelización? No es el mensaje; pues esto siempre
será el amor o, si se prefiere, el reino de Dios. Pero es la identidad de los
mensajeros que ya incluye tanto a los laicos como a las religiosas y los sacerdotes.
También es su manera que abarca palabras de aliento y obras de servicio para los
dos grupos. No nos importa tan caloroso el verano; vamos a anunciar el amor por
palabras y obras.
Padre Carmelo Mele, O.P.