XIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
Padre Julio González Carretti O.C.D
Lecturas bíblicas
a.- Is. 66, 10-14: Yo haré derivar hacia ella, como un río la paz.
Termina la lectura del libro de la Consolación de Israel (cfr. Is.40-55) y de las
promesas, Jerusalén es presentada como madre solícita, llena de felicidad, que
comparte a todos sus hijos, a cuantos le lloraron en su desconsuelo y la siguen
amando en su triunfo mesiánico (v.13). “Por Jerusalén seréis consolados” viene a
significar que la Ciudad Santa, es la mediación privilegiada por la que la salvación
alcanza a todas la humanidad. Jerusalén, ofrece su consuelo a todos, como madre
generosa, que brinda sus pechos a los hijos de sus entrañas (v.14). El profeta
insiste en que el actuar de Dios se caracteriza por el consuelo que brinda a su
pueblo (cfr. Is. 49,19). Luego de vivir el temor constante de la guerra, ahora por
primera vez sentirá la verdadera consolación, la paz, la seguridad. Sus hijos
dispersos volverán a ella y como un solo niño, se sentirán tan felices, como cuando
son acariciados sobre las rodillas de su madre y estrechados contra su corazón.
Será Yahvé, en definitiva quien los consolará, porque aquí Jerusalén es identificada
con Dios, porque con su presencia y gloria, poder y paz, la inundará, la convertirá
en una atracción para todos los pueblos, reyes y gentes, será atraídos por ella. El
texto devela una identidad esponsal, paternal y ahora maternal de Yahvé,
revelando así el tono personal de la relación que Dios establece con su pueblo (cfr.
Is. 54,2; 63,13; 66,13). Mayor será la consolación que recibirán todos aquellos que
sufrieron con ella, los que soportaron toda clase de humillaciones, reverdecerán
como la hierba viendo ahora la humillación de sus enemigos (v.14). El corazón
designa el hondón del ser humano si habla que se alegra, establece la
regeneración del ser humano desde lo más profundo del ser, transformación que
abraza a toda la persona, simbolizada por los huesos. Es la salvación de los siervos
(v.14; Ez. 37,1-14), que se contrapone al ocaso de los adversarios de Yahvé, los
idólatras (cfr. Is. 66, 14-17; Jn.16,22). Dios se abaja a nosotros, se encarna en los
hechos históricos, para ser comprendido por todos. No corresponde al hombre
juzgar a Dios y sus actuaciones, sino aceptar su voluntad, se hace camino y
acompaña nuestro paso.
b.- Gál. 6,14-18: Yo llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús.
El apóstol Pablo, nos ayuda a reflexionar sobre el tema de la cruz y la vida nueva
que de ella germina. En la Cruz termina un modo de existencia: vivir en la carne, y
germina otra, la vida en el Espíritu. Por su condición bautismal, el cristiano, acepta
una nueva economía, nacida de la Cruz. La desesperanza humana, el mundo, la
carne, esa situación histórica ha quedado anulada en la cruz. Ha quedado atrás la
disyuntiva, circuncisión o incircuncisión, pagano o judío, ahora se trata de una
criatura nueva. Lo específico del apóstol, es reproducir el padecer redentor de
Cristo, este sufrir de Pablo, es reflejar en la propia carne, las marcas de Jesús, es
decir, todo lo vivido en la predicación del evangelio (cfr. 2 Cor. 4, 10; 6, 4-5; 11,
23-28; Flp. 3,7). Pero más profundamente esas marcas hablan de pertenencia a
Jesucristo, como un esclavo marcado por el sello de su amo. Pablo lleva el sello de
Cristo Jesús (cfr. Col. 1,24). El evangelizador, pregonará la Palabra de Dios, deberá
soportar en el rostro la reacción a veces violenta, de una sociedad egoísta.
c.- Lc. 10, 1-12. 17-20: Misión de los setenta y dos discípulos.
El evangelio nos presenta a los setenta y dos discípulos que Jesús convoca para la
misión dirigida a Israel (vv.1-16), y el regreso de esta experiencia (vv.17-20). El
número 70 hace referencia a los pueblos que componían la humanidad (cfr. Gn.10).
Los Doce siguen siendo el fundamento de la Iglesia, pero la misión de Jesús sigue
estando abierta; la mies es mucha y los obreros siguen siendo pocos (cfr. Lc. 9, 1-
16). Los setenta y dos, número que refleja plenitud, es signo de todos los
misioneros que vendrán a través del tiempo a trabajar a su viña, la Iglesia (cfr. Lc.
10, 1-12). Son enviados de dos en dos, son testigos de la acción del Señor Jesús,
su testimonio tiene validez jurídica (cfr. Dt. 19,15; Mt. 18,16). “La mies es mucha”
(v.2), dice Jesús y los hombres son comparados a la mies que ha de recogerse en
el reino de Dios. Delante de sus ojos tiene Palestina, pero su misión, se extiende al
mundo entero. Hay pocos obreros e incluso en los más generosos y llenos de
fervor, hace falta la entrega total. Dios es el “Due￱o de la mies” (v.2). Dispone de
todo lo que se refiere a la mies, como la acogida del reino de Dios, obra de su
gracia; ÉL proporciona las vocaciones para el Reino, por ello, Jesús invita a orar
para que Dios suscite el espíritu de los discípulos, que con una entrega total e
indivisa ayuden a ingresar en el reino de Dios (cfr. 1Cor. 3,7-10; 15,10). “Id. Mirad
que os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa…” (v.3-4). El
evangelista nos presenta el hecho de ser enviados por Jesús, lo que implica que el
poder de Dios los acompañará y armará. Son enviados como ovejas en medio de
lobos, lo que viene a significar, que van indefensos, pero el pastor de Israel los
salva y custodia (cfr. Mt.5,3); los envía como pobres, sin alforja, sin bolsa, ni
sandalias, la pobreza es condición para ingresar en el Reino de Dios, distintivo de
los que lo anuncian, puestos los ojos en la misión y no distraerse por nada (cfr.
Lc.6,20; Hch.8,30). Todos estos consejos nos hablan de una entrega total en la
misi￳n de anunciar el evangelio del Reino. “Y en cualquier casa en que entréis,
decid primero: Paz a vosotros” (v.5-7). Los misioneros van de casa en casa, el
saludo de la paz es saludo y don, no es sólo saludo y deseo de bienestar, sino don
de la salvación de los últimos tiempos (cfr. Hch.10, 36). Se debe dar una conexión,
comunión con quien Dios ha preparado para la salvación, que merece la salvación.
La paz se posa sobre quien la recibe en su espíritu, como los setenta ancianos (cfr.
Nm.11, 26; 2Re. 2,15); ella retorna a ellos, sino encuentra a nadie digno de este
don. A este don de la paz, los evangelizados responden con la hospitalidad, casa
que deben considerar como su propia casa. La misión y el mensaje es lo principal,
por ello, se debe evitar estar preocupados del bienestar material, como cambiar de
casa buscándolo, hacer lo contrario desvalora el anuncio de la palabra de Dios,
desacredita a su huésped y a él mismo (cfr.1 Tim 5,18; 1 Cor. 9,11). La misión
también consiste en sanar a los enfermos, preparación con las obras de la llegada
del Reino de Dios. Recordemos que la acción de estos apóstoles, es preparación de
la venida de Jesús a ellos, es decir, del reino de Dios (cfr. Lc.11, 20; 17,21). Si no
son recibidos en una ciudad, deben expresar ese rechazo sacudiendo hasta el polvo
que llevan en sus sandalias de ese lugar, se rompen los lazos con el pueblo de Dios,
desconocen la hora de la salvación, con lo que se atraen juicio de condenación
sobre ellos. Siempre cabe la posibilidad del arrepentimiento, pero es la última
oportunidad de salvaci￳n. “Regresaron los setenta y dos y dijeron a Jesús: “Se￱or
hasta los demonios se nos someten en tu nombre” (vv.17-20).En un segundo
momento (vv.17-20), tenemos el regreso de los discípulos donde se destaca: la
sanación sobre las enfermedades, los hombres acogen la palabra de Dios, pero lo
más llamativo, es la sumisión de los demonios. Han experimentado el Reino de Dios
con alegría; al pronunciar el nombre de Jesús, han recibido señorío sobre los
demonios, han quebrantado el poder de Satanás, victoria definitiva, que obtendrá
con su misterio pascual (cfr. Is. 14, 12.15; Jn. 12, 31). Confirma Jesús el haber
compartido su poder sobre las enfermedades, espíritu malos, con lo que anuncia
que ya no están bajo el poder de Satanás, sino bajo la soberanía de Dios (cfr.
Sal.91, 13; Rm. 8, 37-39). Si el triunfo sobre el mal es motivo de gozo, mucho más
profundo es el gozo es la inauguración del Reino de Dios. La suprema razón de
alegrarse de los discípulos, debe ser, su elección y convocados a la vida eterna. Sus
nombres están inscritos en los cielos, es decir, en el libro de la vida (cfr. Sal. 69,
29; Ex. 32,52; Is.4,3;56,5; Dn.12,1; Ap.3,5; 13,89, alcanzar la vida de comunión
con Dios definitiva.
La Santa Madre Teresa, mujer preocupada de su fe, busca formase en la verdad en
clave bíblica y eclesial. “Tengo por muy cierto que el demonio no enga￱ará, ni lo
permitirá Dios, a alma que de ninguna cosa se fía de sí y está fortalecida en la fe,
que entienda ella de sí que por un punto de ella morirá mil muertes. Y con este
amor a la fe, que infunde luego Dios, que es una fe viva, fuerte, siempre procura ir
conforme a lo que tiene la Iglesia, preguntando a unos y a otros, como quien tiene
ya hecho asiento fuerte en estas verdades, que no la moverían cuantas
revelaciones puedan imaginar aunque viese abiertos los cielos un punto de lo que
tiene la Iglesia.” (V 25,12)