XIV Semana del Tiempo Ordinario (Año Impar)
Sabado
Padre Julio González Carretti O.C.D
Lecturas bíblicas
a.- Gn. 49, 29-33; 50, 15-24: Dios cuidará de vosotros y os sacará de esa
tierra.
b.- Mt. 10, 24-33: El Maestro y el discípulo. Hablar con franqueza.
Mateo nos sigue presentando diversas enseñanzas de Jesús, para la comunidad
eclesial. En un primer apartado, nos presenta el tema de las relaciones del discípulo
con su Maestro (vv.24-25), en un segundo momento se nos pide hablar
francamente sin temor a los hombres (vv. 26-33). Jesús toma la comparación de
discípulo y maestro, esclavo y Señor. No es más el discípulo, que su Maestro, le
basta ser cómo su Maestro, es decir imitarlo (v.24). Los dos, discípulo y esclavo
están en dependencia de otro, reciben enseñanza y encargo de otro, de un superior
que sabe más y es capaz de más. Las relaciones aluden a las relaciones entre Jesús
y los apóstoles, son sus discípulos y siervos: reciben su enseñanza y reciben su
misión. Esta relación permanecerá siempre, ya que constantemente será su
Maestro y Señor, de ahí que el discípulo debe contentarse que le vaya como a su
Maestro, no puede esperar nada más ni nada mejor. Cuanto más quiere ser el
discípulo semejante a su Maestro, tanto mayor deberá ser la comunión con ÉL, y
mejor le servirá. Es la primera confesión de la fe cristiana: Jesús es el Señor. El
discípulo, como el Maestro, debe hacer de su vida, un servicio al prójimo
responsable, pero consciente de las incomprensiones y persecuciones que pueda
sufrir por Jesús, como ÉL. Si a ÉL lo llamaron Belcebú, lo mismo, harán con su
familia, es decir, sus discípulos puesto que le pertenecen. El Señor de la casa es
Jesús, en su Iglesia, lo que se relaciona con la promesa hecha a Pedro: “Sobre esta
piedra edificaré mi Iglesia” (cfr. Mt.16,18). La casa es la Iglesia edificada sobre la
fe de Pedro y la comunidad congregada por Jesús, sin olvidar que la piedra es
siempre el propio Jesús. En esta casa Jesús, es Kyrios, el Señor que gobierna con
autoridad; se le ha calumniado de tener pacto con Satanás, también los discípulos
sufrirán difamaciones e insultos. En la segunda parte, tenemos una gran
exhortación a vivir la fe sin temor a quienes pueden usar la violencia física para
matarnos. Comienza Jesús enseñando que no hay que tener miedo a predicar el
Evangelio (vv. 26-27), exhorta a la prudencia respecto del enemigo, conocerlo, con
serenidad hacer juicio del peligro, para resistir en forma impertérrita en la
tribulación. Lo oculto será dado a conocer, es decir, el Evangelio que hasta ahora ha
permanecido oculto, como semilla en el surco, por no comprender todavía en su
plenitud los discípulos, pero además porque no ha consumado su obra muriendo y
resucitando. Los inicios de la obra de Jesús son humildes, se revelará
gloriosamente, lo que ahora vive oculto y silencioso, Jesús hace su obra como
profeta, como Siervo de Yahvé, para convertirse en potente esperanza de las
naciones (cfr. Mt.12, 17-21). Mientras ÉL habla a los suyos en la intimidad, los
apóstoles a su tiempo deberán hablar a plena luz. Lo dicho ahora al oído, como
susurro deberá ser pregonado desde los tejados. Tampoco deberán tener miedo
frente a los que matan el cuerpo (v.28), pero nada puede hacer respecto a la
esperanza de la vida eterna que el discípulo posee, su espíritu. La muerte no se
relaciona necesariamente con la perdición eterna en el infierno, la muerte del alma,
pero sólo Dios tiene poder sobre ambas vidas: Dios Padre es el Señor, que ha
confiado su juicio a su Hijo, y en definitiva, puede llamar a la bienaventuranza o
condenar al infierno. Precisamente porque Dios es Padre Omnipotente, muestra su
solicitud con todos sus hijos, su proximidad benevolente, sólo así se reconoce su
poder sobre la vida y la muerte, adquiere sentido su paternidad. Pero no lo hace
con aquellos que le aman y le temen, porque el amor supera el temor, es
considerado uno de los dones del Espíritu Santo, una actitud cristiana (cfr. Hch. 9,
31; Rm. 11, 20; 2 Cor. 7,1; Flp. 2, 12; 1 Pe. 1,17; 2, 17). Esta actitud bien
entendida desde el amor filial, cimiento de progreso en la intimidad divina. Como
seres humanos, constituidos por el aliento divino e hijos de Dios, vivimos la filiación
y el temor nos hace libres, porque se funda en la dependencia del Creador y
reconoce la sublimidad de Dios. En cambio, el temor dirigido al hombre preocupa al
alma y la llena de inseguridad angustiosa, con lo que se puede terminar la fe. El
santo temor de Dios lleva a la confianza y el amor, se siente fortalecido. El hombre
vale más que muchos pajarillos, lo que viene a significar que como Padre amoroso,
está pendiente de sus hijos (v.29). Quién esté en el tribunal, a causa de la fe en
Jesús, también allí deberá confesarlo. La fe, se viven en todo momento, también en
la aflicción, así quien se acredita así en el tribunal humano, puede estar confiado en
el tribunal divino, porque Jesucristo estará como abogado y defensor ante Dios
Padre. Cristo no asiste a quien le niega en esta vida delante de los hombres (cfr.
Mt.7, 23). Jesús es al mismo tiempo, Señor e Hijo obediente al Padre, quien le ha
transferido el juicio, con lo que queda claro que la vida eterna depende de la actitud
que se adopte con ÉL y sólo con ÉL.
Teresa de Jesús desde niña quiso ser mártir de Jesucristo a mano de los moros del
sur de España, como lo narra en los primeros capítulos de Vida. Al no conseguirlo,
presenta la vida cristiana en general, y la vida religiosa, en particular como un
prolongado martirio. “Torno a decir que está el todo o gran parte en perder cuidado
de nosotros mismos y nuestro regalo; que quien de verdad comienza a servir al
Señor, lo menos que le puede ofrecer es la vida; pues le ha dado su voluntad, ¿qué
teme? Claro está que si es verdadero religioso o verdadero orador, y pretende
gozar regalos de Dios, que no ha de volver las espaldas a desear morir por él y
pasar martirio. Pues ¿ya no sabéis, hermanas, que la vida del buen religioso y que
quiere ser de los allegados amigos de Dios, es un largo martirio? Largo, porque
para compararle a los que de presto los degollaban, puédese llamar largo; mas
toda es corta la vida y algunas cortísimas. Y ¿qué sabemos si seremos de tan corta,
que desde una hora o momento que nos determinemos a servir del todo a Dios se
acabe? Posible sería, que, en fin, todo lo que tiene fin no hay que hacer caso de
ello; y pensando que cada hora es la postrera, ¿quién no la trabajará? Pues
creedme que pensar esto es lo más seguro.” (CV 12,2)