Carita de santo, los hechos no tanto
Domingo 15 ordinario 2013 C
Esta ocasión no tengo ganas de escribir. Hay ocasiones en que escribir te
compromete a tal grado que mejor prefieres o cambiar de tema o definitivamente
retirarte hasta otra ocasión. Ésta es una de ellas. La razón es que Cristo nos deja al
descubierto y no nos deja escapatoria si es que verdaderamente queremos seguir
siendo discípulos suyos. La ocasión la brinda Cristo con aquella parábola que pinta
la situación de deshumanización de nuestro mundo personificada en un hombre que
bajaba de Jerusalén a Jericó, quizá después de una ardua semana de trabajo, con
los escasos bienes que había conseguido, y aprovechando la soledad del camino,
fue asaltado, golpeado inmisericordemente y dejado tirado al borde del camino.
Esto se parece a lo que ocurre con tanta frecuencia en nuestras ciudades que no en
la oscuridad sino al mediodía y frente a todos, las fuerzas del mal asaltan,
acribillan, y dejan al borde del camino a prostitutas, drogadictos, enfermos de sida,
encarcelados, personas que nunca han conocido una vida normal porque sus
hogares se deshicieron con un divorcio y una separación, desocupados de todas las
edades, multitudes hambrientas, pueblos enteros a los que se les aparta de sus
riquezas naturales y luego les venden sus productos elaborados a precios que ya no
pueden comprar. Pero volvamos a la narración descrita por Cristo. Por el mismo
camino bajaba un sacerdote, hay que decir que era del Antiguo Testamento, o del
Templo de Jerusalén, pero nada disculpa del hecho de que era un sacerdote, que se
supone estaba dedicado a las cosas de Dios lo cual equivale a decir a las cosas de
los hombres. Pero al ver al herido, apresuró el paso, quizá dio la bendición al
herido, quizá hasta rezó un salmo por él, pero por ningún motivo se le ocurrió que
aquél hombre lo necesitaba con urgencia. Él era representante de una religión que
al no ocuparse el herido, estaba diciendo que su fe era una mentira y su religión un
engaño.
Quizá por esto es por lo que no quería escribir, yo sacerdote dedicado a las cosas
del Señor.
Al poco rato pasó un levita que era una especie de sacristán o empleado menor en
el templo, y ocurrió lo mismo. No quiso contaminarse, se puso a pensar que a
mejor aquél hombre era un malviviente, que a lo mejor había sido acribillado en un
ajuste de cuentas entre narcotraficantes, que a lo mejor lo estaban espiando por
ver si lo ayudaba para hacer lo mismo con él.
Y finamente pasó por ahí un samaritano, que si quisiéramos actualizar el asunto, él
equivaldría a uno de los que nosotros llamamos “protestantes” que tocan a la
puerta de nuestra casa, de los que hablamos tan mal, esos a los que les damos con
la puerta en la nariz. Cuando vio a nuestro hombre tirado, se bajó de su montura,
estrechó a aquél hombre sobre su corazón, y después de dirigirle palabras de
aliento, comenzó a curarlo con los pocos menesteres de que disponía, un poco de
vino y un poco de aceite, en seguida lo montó sobre su propia cabalgadura, hasta
dejarlo en un mesón que equivaldría a uno de nuestros hoteles, y dejó su tarjeta en
prenda que se le atendiera, mientras él volvía para atender al herido y dejarlo
completamente sano.
La idea de Cristo con su historia, es hacernos caer en la cuenta de que el
mandamiento de “amar al prójimo como a uno mismo”, ni ha pasado de moda, ni
ha perdido su vigencia, y no se puede imponer a la fuerza, sino que tiene que ser
como el distintivo y la bandera y el color de todos los que quieren convertirse en
verdaderos prójimos de nuestra humanidad, a imitación precisamente de Cristo que
fue el verdadero buen samaritano para nuestra humanidad, pues se acercó a
nosotros, nos curó nuestras heridas, perdonó nuestros pecados, nos vendó con su
gracia y nos alimentó con su Cuerpo, y pagó todo el rescate por nuestra salvación
en lo alto de la cruz, encomendando a la Iglesia el cuidado de todas esas gentes
que hoy necesitan de la presencia de Cristo y sobre todo de los cristianos que
llevan el nombre de su salvador, no en el pecho, ni en los rezos, ni en las largas
peregrinaciones sino en el cuidado exquisito por los que sufren y se angustian por
las condiciones inhumanas de nuestro mundo.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios
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