Domingo XV del tiempo Ordinario del ciclo C.
"Amarás a Yahveh tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y toda tu
fuerza" (DT. 6, 5).
"No te vengarás ni guardarás rencor contra los hijos de tu pueblo. Amarás a tu
prójimo como a ti mismo. Yo, Yahveh" (LV. 19, 18).
Ejercicio de lectio divina de LC. 10, 25-37.
1. Oración inicial.
Iniciemos nuestro encuentro de oración y meditación, en el Nombre del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo.
R. Amén.
En el lenguaje de la Biblia, conocer a una persona, significa mantener una plena
identificación con ella, estar con ella. A modo de ejemplo, cuando San Pablo dice:
"Quiero conocer a Cristo" (CF. FLP. 3, 10), afirma que quiere identificarse con el
Señor. El Evangelio que vamos a considerar en esta ocasión, nos hace reflexionar
sobre si nos conocemos a nosotros mismos, si conocemos a nuestros familiares,
amigos, compañeros de trabajo, y hermanos en la fe, y si conocemos a Dios.
Como bien sabemos, Dios no ha escatimado sacrificio alguno para hacernos
felices viviendo en su presencia. Dios conoce su amor, lo que siente, y el poder que
tiene. Al entregársenos, Dios se hace feliz a Sí mismo, porque hace lo que más le
satisface.
¿Nos conocemos?
¿Conocemos la fuerza de nuestro amor?
¿Está basado nuestro amor en el interés, o en la vivencia del amor con que Dios
nos ama?
¿Conocemos nuestros sentimientos?
¿Sabemos qué logros puede hacernos alcanzar la capacidad que tenemos de
superarnos?
¿Conocemos los sentimientos y pensamientos de nuestros prójimos?
¿Significa el conocimiento de nuestros prójimos que tenemos que queremos vivir
identificados con ellos?
¿Conocemos a dios?
¿Conocemos el designio de Dios sobre nosotros?
Si seguís leyendo este trabajo, encontraréis la respuesta a una de las preguntas
más importantes que debemos respondernos los cristianos, si vivimos en
conformidad con la fe que profesamos. Tal pregunta, es la siguiente:
¿Cómo podremos alcanzar al mismo tiempo la felicidad en esta vida y cuando el
Reino de Dios sea plenamente instaurado entre nosotros? Esta cuestión se nos
resuelve la mayoría de veces que meditamos los textos evangélicos
correspondientes a las celebraciones eucarísticas, así pues, ¿nos extraña el hecho
de no saber responderla, si ello nos sucede?
Jesús es el Buen Samaritano con quien los cristianos debemos identificarnos,
para alcanzar la plenitud de la felicidad, imitando su conducta.
Quizás nos parecemos al pobre herido y robado por los salteadores. Hemos
probado varias alternativas para alcanzar la felicidad, pero ninguna de las tales nos
ha sido útil. Hemos intentado formar parte de varias denominaciones religiosas,
hemos intentado refugiarnos en el entorno familiar y laboral..., pero no hemos
logrado sentirnos plenamente realizados.
Quizás somos semejantes a los salteadores. Quizás creemos que somos libres de
hacer con nuestros prójimos los hombres lo que nos plazca, porque nada nos
interesa más que conseguir lo que deseamos, independientemente del daño que
tengamos que hacerles a nuestras desafortunadas víctimas.
Quizás actuamos como el sacerdote y el levita que aparecen en la parábola que
vamos a considerar. Quizás, aunque nos consideramos creyentes ejemplares, por
causa de la fe que afirmamos tener, o del cargo que ocupamos en nuestra iglesia o
congregación, cuando tenemos la posibilidad de servir a quienes necesitan nuestras
dádivas espirituales y materiales, damos un rodeo, para evitar hacer el bien.
El caso extremo de entrega generosa del buen samaritano, es el que hemos sido
llamados a imitar. Lo primero que hizo el citado personaje cuando vio al herido, fue
acercarse y compadecerse de él. Los dos religiosos que tendrían que haber dado
ejemplo de buena conducta según nuestra mentalidad cristiana, dieron un rodeo
cuando tuvieron la oportunidad de hacer el bien, pero el buen samaritano, se
compadeció de la víctima de los salteadores.
A continuación, el buen samaritano, curó y vendó las heridas del maltratado por
los salteadores. ¿Somos capaces de vendar los corazones rotos?
El buen samaritano, montó al herido sobre su propia cabalgadura, lo llevó a una
posada, y cuidó de él. Seguro que el buen samaritano tenía cosas importantes que
hacer mientras cuidaba al herido, pero, consideró que, la más importante de sus
responsabilidades, era llevar al herido a la posada, a fin de cuidarlo, con la ayuda
del posadero.
Imitemos la conducta del buen samaritano, llevando a la Iglesia a quienes
encontremos en nuestro camino, a fin de que se les facilite el crecimiento espiritual,
para que vivan el conocimiento de Jesús, si el Señor los ve aptos para llamarlos a
servirlo, en sus prójimos los hombres.
El buen samaritano no solo invirtió tiempo cuidando al enfermo, pues le dio
dinero al posadero para que lo cuidara, y le dijo que, si necesitaba gastar más
dinero en el herido, se lo pagaría a su regreso.
No actuemos como el posadero, que hacía el bien, pero a cambio de recibir un
beneficio. Tal como hizo el posadero, debemos cobrar nuestros honorarios cuando
trabajemos porque los necesitamos, pero, a pesar de ello, aprovechemos las
oportunidades de hacer el bien, que tengamos.
Oremos:
Consagración al Espíritu Santo
Recibid ¡oh Espíritu Santo!, la consagración perfecta y absoluta de todo mi ser, que
os hago en este día para que os dignéis ser en adelante, en cada uno
de los instantes de mi vida, en cada una de mis acciones, mi Director, mi Luz, mi
Guía, mi Fuerza, y todo el amor de mi Corazón.
Yo me abandono sin reservas a vuestras divinas operaciones, y quiero ser siempre
dócil a vuestras santas inspiraciones.
¡Oh Santo Espíritu! Dignaos formarme con María y en María, según el modelo de
vuestro amado Jesús.
Gloria al Padre Creador. Gloria al Hijo Redentor. Gloria al Espíritu Santo
Santificador. Amén.
(Desconozco el autor).
2. Leemos atentamente LC. 10, 25-37, intentando abarcar el mensaje que San
Lucas nos transmite en el citado pasaje de su Evangelio.
"¿Quién es mi prójimo?
Lectura del santo evangelio según san Lucas 10, 25-37
En aquel tiempo, se presentó un maestro de la Ley y le preguntó a Jesús para
ponerlo a prueba:
—«Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?»
Él le dijo:
—«¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?»
Él contestó:
—«Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas
tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo.»
Él le dijo:
—«Bien dicho. Haz esto y tendrás la vida.»
Pero el maestro de la Ley, queriendo justificarse, preguntó a Jesús: —«¿Y quién es
mi prójimo?»
Jesús dijo:
—«Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que
lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por
casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó
de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y
pasó de largo.
Pero un samaritano que iba de viaje, llegó a donde estaba él y, al verlo, le dio
lástima, se le acercó, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo
en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacó
dos denarios y, dándoselos al posadero, le dijo:
"Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré a la vuelta." ¿Cuál de estos
tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los
bandidos?»
Él contestó:
— «El que practicó la misericordia con él.»
Díjole Jesús:
—«Anda, haz tú lo mismo.»"
2-1. Permanecemos en silencio unos minutos, para comprobar si hemos
asimilado el pasaje bíblico que estamos considerando.
2-2. Repetimos la lectura del texto dos o tres veces, hasta que podamos
asimilarlo, en conformidad con nuestras posibilidades de retener, si no todo el
texto, las frases más relevantes del mismo.
3. Meditación de LC. 10, 25-37.
3-1. ¿Podemos probar a Dios?
"Se levantó un legista, y dijo para ponerlo a prueba" (CF. LC. 10, 25A).
En el Catecismo de la Iglesia Católica, leemos:
"La acción de tentar a Dios consiste en poner a prueba de palabra o de obra, su
bondad y su omnipotencia... El reto que contiene este tentar a Dios lesiona el
respeto y la confianza que debemos a nuestro Criador y Señor. Incluye siempre una
duda respecto a su amor, su providencia y su poder" (CIC. 2119).
Podemos pedirle a dios que nos demuestre que está con nosotros, pero no
podemos someterlo a prueba para ver si se ve forzado a ayudarnos, tal como quiso
Satanás que hiciera Jesús, cuando lo tentó (MT. 4, 1-12).
Veamos un ejemplo de cómo no es pecaminoso el hecho de que le pidamos a dios
que nos demuestre que está con nosotros.
"Gedeón dijo a Dios: «Si verdaderamente vas a salvar por mi mano a Israel,
como has dicho, yo voy a tender un vellón sobre la era; si hay rocío solamente
sobre el vellón y todo el suelo queda seco, sabré que tú salvarás a Israel por mi
mano, como has prometido.» Así sucedió. Gedeón se levantó de madrugada,
estrujó el vellón y exprimió su rocío, una copa llena de agua" (JC. 6, 36-38).
3-2. ¿Qué debemos hacer para alcanzar la vida eterna?
"«Maestro, ¿que he de hacer para tener en herencia vida eterna?»" (LC. 10,
25B).
San Lucas nos informa que el legista quiso poner a prueba a Jesús, dado que, la
pregunta que le hizo, la consideramos en nuestro tiempo tan fácil de responder,
que es una de las primeras enseñanzas que reciben los niños católicos pequeños,
apenas empiezan a prepararse, para comulgar la primera vez. A pesar de lo fácil
que era tanto para el legista como para Jesús responder esta pregunta, tal como
veremos más adelante, el legista tenía cierta dificultad, para aplicar la respuesta a
dicha pregunta, a su vida.
Si bien nuestra vida actual y la vida eterna que aguardamos son diferentes, por
cuanto esta vida se nos acabará y la otra no, y cuando el Reino de Dios sea
plenamente instaurado entre nosotros, tendremos una calidad de vida muy superior
a la que experimentaremos durante los años que se nos prolongue la vida actual,
Jesús nos dice que las dos vidas se complementan. Mientras que para Jesús es
imposible el hecho de ganar la vida eterna sin cumplir la voluntad de Dios mientras
vivimos en este mundo, -a no ser que se dé el caso de que no conozcamos a
Nuestro Santo Padre-, muchos de sus creyentes, por no tener la costumbre de
imitar la conducta del buen samaritano, podemos caer en la tentación de vivir
pensando en cómo alcanzaremos la vida eterna, sin prestarnos a ayudar a quienes
sufren, y necesitan nuestros dones espirituales, y materiales. Si vivimos
cumpliendo la voluntad de Dios, no tenemos que esperar que Jesús concluya la
plena instauración de su Reino entre nosotros para formar parte del mismo, porque
ya somos integrantes del Reinado divino. Esta es la razón por la que Jesús dijo en
cierta ocasión:
"«El Reino de Dios viene sin dejarse sentir. Y no dirán: "Vedlo aquí o allá", porque
el Reino de Dios ya está entre vosotros»" (CF. LC. 17, 20-21).
3-3. ¿Comprendemos la biblia cuando la leemos, y aplicamos la Palabra de Dios a
nuestra vida?
"El le dijo: «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo lees?»" (LC. 10, 26).
Es importante no pasar por alto las dos preguntas que Jesús le hizo al legista, e
intentar aplicarlas, a nuestra vida cristiana.
¿Qué está escrito en la biblia, y en los libros eclesiásticos en que se explican
nuestras creencias?
¿Cómo interpretamos dichos textos, para recitarlos sin pensar en lo que se nos
dice en los mismos, o para aplicar a nuestra vida, exclusivamente, los mensajes de
los tales que nos interesan?
3-4. Los dos Mandamientos de imprescindible cumplimiento para los cristianos,
son: amar a Dios sobre todas las cosas, y, a nuestros prójimos, como a nosotros
mismos.
"Respondió: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con
todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.»" (LC. 10,
27).
La respuesta del legista, está entresacada de DT. 6, 5, y de LV. 19, 18, los dos
versículos bíblicos, que encabezan el presente trabajo.
¿Amamos a Dios tal como se nos indica que lo hagamos en LC. 10, 27?
Para saber si amamos a Dios sobre todas las personas y cosas, necesitamos amar
a nuestros prójimos como a nosotros mismos, así pues, San Juan nos instruye, en
los siguientes términos:
"Si alguno dice: «Amo a Dios»,
y aborrece a su hermano,
es un mentiroso;
pues quien no ama a su hermano, a quien ve,
no puede amar a Dios a quien no ve" (1 JN. 4, 20).
3-5. Ama a Dios y a tus prójimos, para ser feliz durante los años que vivas, y
para alcanzar la vida eterna.
"Díjole entonces: «Bien has respondido. Haz eso y vivirás»" (LC. 10, 28).
Los judíos aprendieron que, si se amoldaban al cumplimiento de la Ley de Dios,
no serían alcanzados por la adversidad. Jesús se aprovechó de esa creencia de sus
hermanos de raza para aplicarla a la consecución de la vida eterna por parte de sus
creyentes, quienes debían vivir cumpliendo la voluntad divina, como si por ello
pudieran alcanzar la salvación de sus almas.
Si amamos a dios más que a nadie y a las posesiones que tengamos, seremos
felices en este mundo, y alcanzaremos la vida eterna, que empezamos a
experimentar, cuando sentimos que el Señor actúa en nuestra vida.
3-6. ¿Quiénes son nuestros prójimos?
"Pero él, queriendo justificarse, dijo a Jesús: «Y ¿quién es mi prójimo?»" (LC. 10,
29).
Amar a Dios es algo relativamente fácil, si ello se reduce a observar ciertas
prácticas religiosas, y a pedirle ayuda, cuando necesitamos que nos favorezca.
Amar a Dios es todavía más fácil, cuando supone leer la Biblia cuando queremos
relajarnos, y no nos obliga a asumir ningún compromiso. Otra cosa muy distinta, es
demostrar el amor a Dios, por medio del servicio desinteresado, a sus hijos los
hombres, carentes de dones espirituales, y, materiales.
Los hebreos, con el paso de los siglos, profundizaron mucho a la hora de
explicitar lo que es amar a Dios, pero no lo hicieron tanto, a la hora de definir, el
amor al prójimo. Para los hermanos de raza de Jesús, prójimos eran sus familiares,
hermanos de raza, y los prosélitos extranjeros, que se adherían a su religión. Los
demás eran simples paganos, que, al no merecer el amor de Yahveh, no merecían
ser considerados por ellos. Quizás por causa de las invasiones que sufrieron los
hebreos a lo largo de su historia, en el tiempo que Jesús vivió en Israel, llamaban
"perros" a los extranjeros.
Desgraciadamente, en ciertas denominaciones cristianas, se ha heredado el
concepto del prójimo que tenían los judíos. Tales cristianos consideran prójimos a
sus correligionarios, y desprecian a quienes no se les unen.
3-7. La santidad se alcanza recorriendo el camino del desprendimiento y la
negación personal.
"Jesús respondió: «Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de
salteadores, que, después de despojarle y golpearle, se fueron dejándole medio
muerto" (LC. 10, 30).
Jesús inició su parábola del buen samaritano, contando un suceso relativo a un
desconocido, que podía ser cualquiera de sus oyentes, o de sus lectores de
cualquier tiempo, por cuanto todos hemos sido servidos y redimidos, por el Buen
Samaritano.
El hecho de que el desconocido bajara de Jerusalén a Jericó, tiene un significado
crucial, para comprender la parábola que estamos considerando. En Jerusalén
estaba el Templo, y allí habitaba la élite religiosa. Salir de la ciudad santa para no
tributarle culto a Dios, era un error muy grave, que podía pagarse con la vida. El
camino de Jerusalén a Jericó era largo, y, cualquiera que lo atravesara sin estar
acompañado y convenientemente armado, podía ser víctima de salteadores.
Jesús, -Nuestro Buen Samaritano-, dejó el cielo para sufrir por nosotros, tal como
el desconocido dejó Jerusalén, para dirigirse a Jericó. Pensemos cómo Nuestro Buen
Samaritano, para demostrarnos su amor, quiso servirnos desinteresadamente, y,
para que pudiéramos creer que nos ama en este mundo carente de fe, murió
crucificado.
Quizás nos sentimos bien leyendo la biblia, y llevando a cabo ciertas prácticas
piadosas, en la Jerusalén de nuestras comunidades religiosas, o de nuestro interior.
Cuando quienes viven en nuestro entorno pierden la fe en Dios, se hace necesario
que emprendamos rápido el camino de Jericó, a pesar de los riesgos que ello
comporta, para buscar a los heridos de muerte que encontremos, que se aferren a
Nuestro Dios, para ganar la vida eterna.
No imitemos la conducta de los salteadores, porque Dios nos ha confiado la
misión de vivificar a nuestros prójimos los hombres, y por ello no debemos atentar
contra ellos. No despojemos a la humanidad de los dones espirituales y materiales
que necesita para realizarse plenamente.
Los salteadores despojaron, golpearon y dejaron medio muerto al desconocido.
Podrían haberse contentado despojándolo, pero prefirieron asesinarlo. En este
mundo hay muchos salteadores que son capaces de hacer cualquier cosa por
escalar una mejor posición.
No confundamos la negación personal de Jesús, -el Buen Samaritano-, con la
actitud que observan quienes se desprecian, hasta llegar a extinguir su estima
personal. Negarnos es servir a nuestros prójimos los hombres cuando sus
necesidades sean más importantes que las nuestras. La ascesis puede ayudarnos a
superarnos espiritualmente, pero, si la utilizamos para despreciarnos en este
mundo en que se resalta tanto el ego, tendremos mal humor al maltratarnos
mucho, se lo contagiaremos a nuestros prójimos, y quizás por ello los tales se
negarán a creer en Dios, admirados de la inutilidad que ven en una religiosidad
basada en la aplicación de torturas y presiones psicológicas.
3-8. El sacerdote y el levita.
"Casualmente, bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verle, dio un rodeo. De
igual modo, un levita que pasaba por aquel sitio le vio y dio un rodeo" (LC. 10, 31-
32).
Dado que los judíos no podían contraer una impureza legal tocando a los
muertos, el sacerdote y el levita, evitaron al moribundo.
¿Evitamos solventar los problemas de quienes sufren en conformidad con
nuestras posibilidades, porque nos sentimos más cómodos refugiándonos en
nuestras prácticas religiosas?
¿Evitamos ayudar a quienes sufren considerándolos problemáticos?
3-9. Jesús, El Buen Samaritano.
"Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él, y al verle tuvo
compasión; y, acercándose, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino; y
montándole sobre su propia cabalgadura, le llevó a una posada y cuidó de él. Al día
siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y dijo: “Cuida de él y, si
gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva" (LC. 10, 33-35).
Jesús, -Nuestro Buen Samaritano-, se acerca a nosotros, tiene compasión de
nuestros padecimientos y pecados, venda nuestras heridas después de curarlas, y
nos hace miembros de la Iglesia, para que encontremos la felicidad actuando como
buenos samaritanos, con los heridos de muerte, que encontremos en nuestro
camino.
¿Con qué venda cura el Señor nuestras heridas? La Palabra de Dios remedia
nuestro dolor, y por ello debemos utilizarla para hacer más llevaderas las
dificultades de nuestros prójimos los hombres.
El buen samaritano puso al herido sobre su cabalgadura. Ello nos recuerda que el
Buen Samaritano cargó con nuestros sufrimientos y pecados, para llevar a cabo
nuestra redención.
Cuando aceptamos ser hijos de la Iglesia, Jesús cuida de nuestro crecimiento
espiritual personalmente, por medio de sus predicadores religiosos y laicos, y de
quienes sirven a quienes sufren, desinteresadamente.
El día en que el buen samaritano dejó al posadero cuidando al herido, puede
equipararse al Domingo de Resurrección, en que Jesús resucitó y ascendió al cielo,
y, los dos denarios que dejó en la posada, pueden equipararse a los dos
Testamentos en que se divide la Biblia, por cuanto ambos contienen la Palabra de
Dios, cuya comprensión es fundamental para nosotros, a fin de que se nos facilite,
el crecimiento espiritual.
3-10. No nos preguntemos. ¿Quién es nuestro prójimo?, sino: ¿De quiénes somos
prójimos?
"¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los
salteadores?» El dijo: «El que practicó la misericordia con él.» Díjole Jesús: «Vete y
haz tú lo mismo»" (LC. 10, 36-37).
Por causa de las malas relaciones existentes entre judíos y samaritanos, el legista
no podía decir la palabra "samaritano", porque la consideraba como un vocablo
indigno de ser pronunciado. A pesar de ello, dado que Jesús no estaba de acuerdo
con la actitud de los judíos que eran extremadamente ritualistas, y no hacían el
bien, hizo que el personaje cuya conducta era ejemplar de su parábola fuera un
samaritano, -un excomulgado por los judíos-, para enseñarles a sus oyentes que
consideraba que la religiosidad meramente ritualista, sin complementarse con el
servicio a los hijos de Dios carentes de dones espirituales y materiales, no conduce
a sus practicantes, a tener fe plena en Dios, porque, según San Juan,
"Si alguno dice: «Amo a Dios»,
y aborrece a su hermano,
es un mentiroso;
pues quien no ama a su hermano, a quien ve,
no puede amar a Dios a quien no ve" (1 JN. 4, 20).
3-11. Si hacemos este ejercicio de lectio divina en grupos, nos dividimos en
pequeños subgrupos para sacar conclusiones tanto del texto bíblico que hemos
meditado como de la reflexión que hemos hecho del mismo, y, finalmente, los
portavoces de los subgrupos, hacen una puesta en común, de las conclusiones a
que han llegado todos los grupos, tras la cual se hace silencio durante unos
minutos, para que los participantes mediten sobre lo leído y hablado en los grupos,
individualmente.
3-12. Si hacemos este ejercicio individualmente, consideramos el texto
evangélico y la meditación del mismo expuesta en este trabajo en silencio, con el
fin de asimilarlos.
4. Apliquemos la Palabra de Dios expuesta en LC. 10, 25-37 a nuestra vida.
Responde las siguientes preguntas, ayudándote del Evangelio que hemos
meditado, y de la meditación que aparece en el apartado 3 de este trabajo.
3-1.
¿En qué consiste el hecho de tentar a Dios, según el numeral 2119 del CIC?
¿Por qué no necesitan tentar a Dios quienes creen firmemente en Él?
¿Qué diferencia existe entre pedirle a Dios que nos demuestre que está con
nosotros, y probar su amor a nosotros, intentando forzarlo a que haga lo que
queremos?
3-2.
¿Por qué quiso probar el legista a Jesús?
¿Nos es difícil responder la pregunta que el legista le hizo a Jesús con obras y
palabras?
¿En qué sentido nuestra vida actual y la vida eterna son diferentes e iguales?
¿Por qué para Jesús es imposible el hecho de ganar la vida eterna sin cumplir la
voluntad de Dios en este mundo?
¿Podrán alcanzar la vida eterna quienes incumplen la voluntad de dios por no
conocer a Nuestro Padre común?
¿Por qué muchos creyentes podemos caer en la tentación de vivir pensando en
cómo alcanzaremos la vida eterna, sin prestarnos ayudar a quienes sufren, y
necesitan nuestros dones espirituales y materiales?
¿Cómo podemos ser integrantes del Reino divino sin esperar que Jesús concluya
la plena instauración del mismo entre nosotros?
3-3.
¿Comprendemos la biblia cuando la leemos, y aplicamos la Palabra de Dios a
nuestra vida?
¿Qué está escrito en la biblia, y en los libros eclesiásticos en que se explican
nuestras creencias?
¿Cómo interpretamos dichos textos, para recitarlos sin pensar en lo que se nos
dice en los mismos, o para aplicar a nuestra vida, exclusivamente, los mensajes de
los tales que nos interesan?
3-4.
¿Cuáles son los dos Mandamientos de cuyo cumplimiento depende el hecho de
que podamos ser cristianos?
¿Amamos a Dios tal como se nos indica que lo hagamos en LC. 10, 27?
¿Qué necesitamos hacer para saber si realmente amamos a Dios sobre todas las
cosas? ¿Por qué?
3-5.
¿Qué nos sucederá si amamos a Dios sobre todas las cosas y a nuestros prójimos
como a nosotros mismos?
¿Qué creían los judíos que les sucedería si cumplían puntualmente la Ley de Dios?
¿Qué modificación hizo Jesús con respecto a la citada creencia?
¿Cuándo empezamos a experimentar la vida eterna?
3-6.
¿En qué casos es fácil amar a Dios?
¿En qué casos es difícil demostrar el amor a Dios?
¿Quiénes eran los prójimos de los judíos?
¿Quiénes son nuestros prójimos?
3-7.
¿Qué haremos si queremos alcanzar la santidad?
¿Por qué el herido de la parábola del buen samaritano carecía de nombre?
¿Qué significado tenía la bajada de Jerusalén a Jericó del desconocido?
¿Qué semejanza existe entre Jesús y el desconocido?
¿Por qué quiere Jesús que dejemos la Jerusalén de nuestras comunidades
acuarteladas o de nuestro interior para que salvemos a los moribundos que
encontremos en el camino de Jericó?
¿Por qué no conviene que imitemos la conducta de los salteadores?
¿Qué le sucederá a la humanidad si la despojamos de sus dones espirituales y
materiales?
¿Qué diferencia existe entre la negación personal y la eliminación de la estima
personal?
3-8.
¿Por qué evitaron el sacerdote y el levita pasar junto al moribundo?
¿Evitamos solventar los problemas de quienes sufren en conformidad con
nuestras posibilidades, porque nos sentimos más cómodos refugiándonos en
nuestras prácticas religiosas?
¿Evitamos ayudar a quienes sufren considerándolos problemáticos?
3-9.
¿Qué espera de nosotros Nuestro Buen Samaritano después de redimirnos e
incorporarnos a la Iglesia?
¿Con qué cura y venda el Señor nuestras heridas?
¿Qué significa el hecho de que el buen samaritano puso al herido sobre su
cabalgadura?
¿Por medio de quiénes cuida el Señor personalmente de nuestro crecimiento
espiritual?
3-10.
¿Por qué el legista no podía pronunciar la palabra "samaritano"?
¿Sentimos rechazo por quienes no comparten nuestra manera de pensar?
¿Por qué hizo Jesús que el personaje principal de su parábola fuera un
samaritano?
5. Lectura relacionada.
Leemos 1 COR. 13, 1-12, pensando cómo es el amor, con que debemos servir a
Dios, en sus hijos los hombres.
6. Contemplación.
¿Cómo heredaremos la vida eterna? Para responder la pregunta que nos hemos
planteado, debemos responder este otro interrogante: ¿Actuaremos desde el
momento en que terminemos de leer el presente trabajo como prójimos de la
humanidad, en la medida que ello nos sea posible?
Aunque decimos que amamos a Dios sobre todas las cosas, y a nuestros prójimos
como a nosotros mismos, si examinamos nuestra conciencia, descubrimos que ello
no es cierto. Amamos más el poder, las riquezas y el prestigio, que a Dios y a sus
hijos. Ojalá nuestro corazón creyera lo que dicen nuestros labios cuando rezamos y
recitamos la Biblia.
Contemplemos la Encarnación, la Natividad, el Ministerio, la Pasión, la muerte, la
Resurrección, y la glorificación de Jesús, Nuestro Buen Samaritano.
Contemplemos a Jesús bajando de la Jerusalén celestial a nuestro camino de
Jericó, para perdonar nuestros pecados, y curar y vendar nuestras heridas.
Contemplemonos en nuestras comunidades religiosas cerradas al mundo, o
meditando la Palabra de Dios en nuestro interior, reteniendo lo que más nos gusta
de la misma, y rechazando lo que más nos compromete a amar a Dios en sus hijos,
negándonos a recorrer el camino de Jerusalén a Jericó de la humanidad, para
ayudar a los heridos de muerte, a vislumbrar la salvación que añoramos.
Contemplémonos en las ocasiones que queremos conseguir lo que nos
proponemos, sin que nos importe herir a nuestros prójimos los hombres. Aún
deseamos más los bienes materiales que los dones espirituales.
No evitemos a quienes sufren considerándolos problemáticos, y ayudémosles a
superarse, en la medida que nos sea posible.
Siguiendo el ejemplo de Jesús, -Nuestro Buen Samaritano-, acerquémonos a
quienes sufren por cualquier causa, y seamos compasivos con ellos.
Curemos las heridas de quienes padecen, y vendémoselas.
Carguemos con los sufrimientos y pecados de nuestros prójimos, para aprender
que son el objeto del amor de Dios, y por ello nos conviene evitar juzgarlos
incorrectamente.
Llevemos a quienes sufren a la Iglesia, curémosles, y ayudémosles a crecer
espiritualmente.
Meditemos la Palabra de Dios con nuestros hermanos en la fe, mientras
esperamos que acontezca la Parusía -o segunda venida- del Señor.
No despreciemos a quienes el Señor llama a la conversión, aunque no compartan
nuestra manera de pensar. Cuidémonos de no pensar que nuestra conversión es
completa, para que no suceda que, quienes tenemos por pecadores incorregibles,
sean mejores cristianos que nosotros.
7. Hagamos un compromiso que nos impulse a vivir las enseñanzas que hemos
extraído de la Palabra de Dios, expuesta en LC. 10, 25-37.
Comprometámonos a intentar extinguir los sentimientos de rencor que tenemos
durante un día. Si la experiencia que tenemos es positiva, podemos prolongarla, o
repetirla cada cierto tiempo.
Escribamos nuestro compromiso para recordarlo constantemente, y, según lo
cumplamos, aumentará nuestro amor a Dios, y a sus hijos los hombres.
8. Oración personal.
Después de hacer unos minutos de silencio, expresamos verbalmente lo que
pensamos, con respecto al texto bíblico que hemos considerado, y a la reflexión del
mismo que hemos hecho.
Ejemplo de oración personal:
Señor Jesús: Gracias por acercarte a mí, tenerme compasión, curar y vendar mis
heridas, sufrir por mí hasta morir, resucitar para llevarme contigo al cielo, y
hacerme formar parte de la Iglesia, el pueblo del que has hecho tu familia.
9. Oración final.
Leemos y meditamos el Salmo 16, pensando cómo Dios nos ha manifestado su
amor misericordioso.
Nota: He utilizado en esta meditación el leccionario de la Misa y la Biblia de
Jerusalén.
joseportilloperez@gmail.com