EVANGELIO DEL DIA
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
Evangelio según San Lucas 10,25-37.
Y entonces, un doctor de la Ley se levantó y le preguntó para ponerlo a prueba:
"Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?".
Jesús le preguntó a su vez: "¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?".
El le respondió: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma,
con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo".
"Has respondido exactamente, le dijo Jesús; obra así y alcanzarás la vida".
Pero el doctor de la Ley, para justificar su intervención, le hizo esta pregunta: "¿Y
quién es mi prójimo?".
Jesús volvió a tomar la palabra y le respondió: "Un hombre bajaba de Jerusalén a
Jericó y cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de todo, lo hirieron y
se fueron, dejándolo medio muerto.
Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de largo.
También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su camino.
Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió.
Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo
puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo.
Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole:
'Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver'.
¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los
ladrones?".
"El que tuvo compasión de él", le respondió el doctor. Y Jesús le dijo: "Ve, y
procede tú de la misma manera".
Comentario del Evangelio por:
San Ambrosio (c. 340-397), obispo de Milán y doctor de la Iglesia
Comentario sobre el evangelio de Lucas, 7,73; SC 52
El buen samaritano
“Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó.” (Lc 10,30) Jericó es un símbolo de
nuestro mundo donde, después de haber sido expulsado del paraíso, de la
Jerusalén celestial, Adán descendió... No es el cambio de lugar sino de conducta lo
que originó su exilio. ¡Qué cambio! Aquel Adán que gozaba de felicidad sin
inquietud, tan pronto como descendió a los pecados del mundo, encontró a los
ladrones... ¿Quiénes son estos ladrones sino los ángeles de la noche y de las
tinieblas que se disfrazan a veces de ángeles de luz (2 Cor 11,14)?... Empiezan por
despojarnos de los vestidos de la gracia espiritual que habíamos recibido y así nos
hieren. Si guardamos intactos los vestidos que hemos recibido, los golpes de los
ladrones no podrán herirnos. Guárdate, pues, de dejarte despojar, como Adán,
privado de la protección del mandamiento de Dios y desnudo del vestido de la fe.
Por ello le alcanzó la herida mortal que hubiera hecho caer a todo el género
humano, si el Samaritano no hubiese descendido a curar sus heridas.
No es un cualquiera este Samaritano. Aquel que fue despreciado por el levita y por
el sacerdote, no fue despreciado por el Samaritano que descendía. “Nadie ha subido
al cielo a no ser el que vino de allí, es decir, el Hijo del hombre.” (Jn 3,13) Viendo
medio muerto a este hombre, que nadie antes de él lo había podido curar, se
acerca, es decir: aceptando sufrir con nosotros, se hizo nuestro prójimo y
apiadándose de nosotros se hizo nuestro vecino.
servicio brindado por el Evangelio del Día, www.evangeliodeldia.org”