Domingo XVII del tiempo Ordinario del ciclo C.
"Ante todo recomiendo que se hagan plegarias, oraciones, súplicas y acciones de
gracias por todos los hombres; por los reyes y por todos los constituidos en
autoridad, para que podamos vivir una vida tranquila y apacible con toda piedad y
dignidad. Esto es bueno y agradable a Dios, nuestro Salvador, que quiere que todos
los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad" (1 TIM. 2, 1-
4).
Ejercicio de lectio divina de LC. 11, 1-13.
1. Oración inicial.
Iniciemos este encuentro de oración y meditación, en el Nombre del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo.
R. Amén.
En el texto evangélico que vamos a considerar, se nos da a conocer la oración
más importante de los cristianos, y se nos invita a orar insistentemente, aunque
Dios tarde en concedernos lo que le pedimos, o nos lo niegue, porque, mientras le
pedimos cuanto necesitamos en esta vida, tiene cuidado de no concedernos aquello
que sabe que, por su visión, nos hará perder la fe.
La oración es un arte, y todo arte, para ser convenientemente apreciado, necesita
ser aprendido. Si no disfrutamos de nuestro tiempo de oración, ello sucede porque
apenas tenemos fe en Dios, y porque no hemos aprendido a orar. Quizás la mayoría
de los cristianos, cuando oramos, le presentamos a Dios una lista de peticiones,
semejante a la lista que hacemos para comprar alimentos y productos de limpieza.
Ello no solo sucede porque no hemos aprendido a orar, sino porque juzgamos a
nuestros prójimos, no por lo que son, sino por su poder, riqueza y prestigio. De la
misma manera que nos relacionamos con quienes nos conviene, pensamos que, si
Dios no nos concede lo que le pedimos, no nos merece la pena cultivar el trato con
Él.
Tal como los enamorados se demuestran su amor constantemente, debemos
demostrarles nuestro amor, tanto a Dios, como a nuestros prójimos los hombres.
Las relaciones basadas en el amor verdadero, no están relacionadas con la
conveniencia.
En cierta ocasión, cuando Jesús terminó de orar, uno de sus discípulos lo sintió
tan lleno de gozo, que deseó sentir su alegría, y por eso le pidió, que enseñara a
orar a sus creyentes, tal como los maestros de espiritualidad, lo hacían con sus
discípulos.
¿Qué piensan los no creyentes cuando entran en los templos católicos y ven a los
creyentes en actitud de oración?
¿Captan los no creyentes, a través de nuestros gestos y palabras, la grandeza de
nuestra espiritualidad, y desean vivirla?
Si alguien nos preguntara qué es orar, y por qué rezamos, ¿qué le
responderíamos? Quizás hemos aprendido que orar consiste en recitar ciertas
plegarias y versículos bíblicos mentalmente, o en alta voz, pero nadie nos ha
enseñado, que, las buenas obras que llevamos a cabo, también son oraciones.
¿Cómo rezamos el Padrenuestro?
¿Meditamos el significado de la oración que Jesús nos enseñó, o la rezamos
mecánicamente?
Por norma general, los padres judíos eran autoritarios, y consideraban a sus
mujeres e hijos, como si fueran sus esclavos. Cuando Jesús llamó a Dios Padre,
pensó en Él como en su Abba, el Papaíto a quien amaba y en quien depositaba su
confianza, hasta llegar a asimilar el cumplimiento de su voluntad, aunque ello le
llegó a costar la vida.
Jesús quiere que Dios sea santificado, es decir, conocido, aceptado, amado, y
respetado, por toda la humanidad. Ello requiere de nosotros que vivamos
cumpliendo su voluntad constantemente. Cada palabra que pronunciemos, cada
gesto que hagamos, y cada obra que llevemos a cabo, deben hacer que quienes
nos conocen, sepan que actuamos, como hijos de Dios. No olvidemos que la
Palabra de Dios, además de predicarse pronunciando bellos y elocuentes discursos,
se da a conocer, a través de la realización, de obras benéficas.
A medida que Dios es santificado por quienes lo amamos, deseamos que el
mundo se convierta en su Reino de paz y amor, pero no queremos que ello suceda
sin que nos demos cuenta, pues nos sentimos dichosos, de que Dios nos haya
confiado en parte, la instauración de su Reino, en nuestra tierra. Dios hará lo que
nos sea imposible realizar, pero cuenta con nosotros, para que lo ayudemos a llevar
a cabo, su obra salvadora. Por ello es necesario que estudiemos su Palabra, la
apliquemos a nuestra vida, y la oremos constantemente.
Al rezar el Padrenuestro, le pedimos a Dios que no nos falte el pan diario con que
alimentamos nuestros cuerpos, el pan eucarístico con que nos alimentamos
espiritualmente, el pan de su Palabra con que se alimenta nuestra sabiduría, y el
pan de la hermandad del que nos alimentamos, cuando aprendemos que, al
sacrificarnos unos por otros con tal de satisfacer nuestras carencias, colaboramos
en la instauración del Reino celestial, entre nosotros.
Dado que el odio no está relacionado con Dios, si queremos que Nuestro Santo
Padre nos perdone nuestros pecados, nos es necesario perdonar, a quienes nos han
ofendido. Dios es muy perfecto como para dejarse ofender y como para dejar que
su orgullo sea herido cuando no le obedecemos, porque nos ama, pero nosotros
somos muy susceptibles de sentirnos heridos cuando no nos tratan bien.
Aunque las tentaciones prueban la fortaleza de nuestra fe, y no siempre las
podemos evitar, Jesús quiere que le pidamos a Nuestro Padre celestial, que no
sucumbamos a las mismas.
No comprendamos mal la parábola del amigo inoportuno. Dios no nos va a
conceder lo que no conviene a nuestra salvación, por más que se lo pidamos
insistentemente. Dios no es como los padres que crían a sus hijos concediéndoles
todos sus caprichos, pensando que les van a conceder, lo que no han podido tener.
Dios tampoco nos va a conceder lo que podemos conseguir por nuestros medios,
porque a Nuestro Santo Padre le gusta vernos activos, y no incapaces de resolver
nuestros problemas, como les sucede a muchos que, por haber tenido a quienes les
resuelvan todos sus problemas, se derrumban ante la visión de la dificultad más
insignificante.
La insistencia en la oración es muy importante. Los buenos orantes piden, buscan
y llaman a todas las puertas que encuentran, para conseguir lo que necesitan. Si
Dios no nos concede lo que le pedimos, estemos atentos a nuestras circunstancias
vitales, y a las oportunidades que tengamos de conseguirlo, o de modificar nuestra
petición aunque ello nos suponga hacer un sacrificio, para lograr un bien mayor.
Si hay padres que cometen errores al criar y educar a sus hijos, e incluso
también los hay que tratan mal a sus descendientes, y, a pesar de sus errores y
pecados, no los dejan sin comer, y cubren sus necesidades básicas, ¿cómo ignorará
Dios nuestras peticiones? Dios no nos concede siempre lo que le pedimos, pero nos
da lo que es mejor, tanto para nuestros prójimos, como para nosotros.
Oremos:
RESPIRA EN MÍ
Respira en mí
Oh Espíritu Santo
Para que mis pensamientos
Puedan ser todos santos.
Actúa en mí
Oh Espíritu Santo
Para que mi trabajo, también
Pueda ser santo.
Atrae mi corazón
Oh Espíritu Santo
Para que sólo ame
Lo que es santo.
Fortaléceme
Oh Espíritu Santo
Para que defienda
Todo lo que es Santo.
Guárdame pues
Oh Espíritu Santo
Para que yo siempre
Pueda ser santo.
(San Agustín).
2. Leemos atentamente LC. 11, 1-13, intentando abarcar el mensaje que San
Lucas nos transmite en el citado pasaje de su Evangelio.
"Pedid y se os dará
U Lectura del santo evangelio según san Lucas 11, 1-13
Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus
discípulos le dijo:
—«Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos.»
Él les dijo:
—«Cuando oréis decid: "Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos
cada día nuestro pan del mañana, perdónanos nuestros pecados, porque también
nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo, y no nos dejes caer en la
tentación."»
Y les dijo:
—«Si alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche para
decirle:
"Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no
tengo nada que ofrecerle."
Y, desde dentro, el otro le responde:
"No me molestes; la puerta está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no
puedo levantarme para dártelos."
Si el otro insiste llamando, yo os digo que, si no se levanta y se los da por ser
amigo suyo, al menos por la importunidad se levantará y le dará cuanto necesite.
Pues así os digo a vosotros:
Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide
recibe, quien busca halla, y al que llama se le abre.
¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra?
¿O si le pide un pez, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un
escorpión?
Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos,
¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?»"
2-1. Permanecemos en silencio unos minutos, para comprobar si hemos
asimilado el pasaje bíblico que estamos considerando.
2-2. Repetimos la lectura del texto dos o tres veces, hasta que podamos
asimilarlo, en conformidad con nuestras posibilidades de retener, si no todo el
texto, las frases más relevantes del mismo.
3. Meditación de LC. 11, 1-13.
3-1. Señor, enséñanos a orar.
"Y sucedió que, estando él orando en cierto lugar, cuando terminó, le dijo uno de
sus discípulos: «Señor, enséñanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos»" (LC.
11, 1).
El hecho de que Jesús estaba orando "en cierto lugar", es significativo. Cualquier
lugar en que pueda estar un cristiano, es apropiado para orar. Quienes no sabemos
orar tenemos muchos problemas para hablar con Dios, e incluso afirmamos que no
tenemos tiempo para ello, pero, las almas de oración, además de convertir sus
gestos y actos en oraciones, mientras están haciendo cualquier cosa, son capaces
de estar orando al mismo tiempo.
¿Qué luz descubriría en el Señor aquel discípulo suyo que, cuando Jesús terminó
de orar, le pidió que lo enseñara a hablar con Dios, para vivir su mismo gozo
intenso?
¿Sienten los no creyentes ganas de orar cuando nos ven a los cristianos hablar
con Nuestro Padre común?
El discípulo de Jesús que quería aprender a orar como Nuestro Maestro, quería
que los seguidores del Mesías tuvieran oraciones propias, como les sucedía a todos
los maestros de espiritualidad, que enseñaban a orar a sus discípulos. La oración de
Jesús es breve, pero nos es necesario rezarla diariamente, pues su texto abarca
toda nuestra vida, así pues, nos satisface trabajar por la santificación de Dios y el
advenimiento de su Reino, y diariamente necesitamos el pan que nos alimenta
física y espiritualmente, el perdón de nuestros pecados, y el auxilio para que el mal
no nos impida cumplir la voluntad divina.
3-2. Padre.
"El les dijo: «Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu
Reino" (LC. 11, 2).
Mientras que cuando rezamos lo más probable es que iniciemos nuestra
conversación con Dios pidiéndole lo que necesitamos que nos conceda
directamente, Jesús empezaba sus oraciones, alabando a Nuestro Padre común.
Cuando nuestros familiares cumplen años o celebran el día de sus sagrados
titulares, nos gozamos con ellos, porque son muy importantes para nosotros. Los
regalos y las muestras de amor que reciben nuestros seres queridos en esas
ocasiones, son indicativos de nuestros recuerdos del bien que nos han hecho, y de
lo que significan para nosotros. Cuando oremos, iniciemos nuestra conversación con
Dios, alabándolo, porque nos ha acompañado cuando hemos sentido gozo y
tristeza, nos ha socorrido cuando hemos estado enfermos y la pobreza nos ha
afectado, y, mediante la atenta lectura de la biblia cuando la hemos abierto al azar,
nos ha consolado, cuando no hemos encontrado a nadie que comprenda las causas
que nos han entristecido, por la forma que hemos tenido de juzgarlas.
3-3. Santificado sea tu nombre.
No actuemos como muchos judíos en el pasado, y aún lo hacen miembros de
diversas denominaciones cristianas actualmente. No deseemos acaparar el derecho
exclusivo de ser hijos de Dios. Nuestro Abba, el Papaíto a quien amamos y en quien
depositamos nuestra confianza, quiere hermanar a toda la humanidad, y nos ha
confiado la misión de que, mediante nuestras palabras, gestos y obras, lo demos a
conocer, aceptar, amar, y respetar. Cuanto más santa desee ser la humanidad, más
santificado se sentirá Dios.
3-4. Venga tu reino.
Dado que la palabra "santo" significa separado -o apartado-, de ello deducimos
que la humanidad que desea ser santificada, debe habitar en la civilización, llamada
Reino de Dios. El Reino de Dios no es un territorio determinado, sino la familia de
Dios. El Reino de Dios es el Dios Uno y Trino, quien nos ha creado para amar y ser
amados, para servir y ser servidos, y para alcanzar la plenitud de la felicidad,
viviendo en su presencia.
3-5. Danos cada día nuestro pan cotidiano.
"Danos cada día nuestro pan cotidiano" (LC. 11, 3).
Después de alabar a Dios, y de pedirle por sus necesidades reconociendo que las
mismas también son nuestras, le pedimos a Nuestro Padre celestial por nuestras
necesidades espirituales, y materiales. Cada día debemos pedir los alimentos que
necesitamos, debemos recibir el pan eucarístico que nos alimenta espiritualmente,
y debemos pedir y trabajar, por la plena instauración del Reino de Dios, entre
nosotros.
3-6. el perdón de los pecados, y la superación de las tentaciones.
"Y perdónanos nuestros pecados porque también nosotros perdonamos a todo el
que nos debe, y no nos dejes caer en tentación" (LC. 11, 4).
Dado que Dios no está relacionado con el odio, no podemos pretender que nos
perdone los pecados que cometemos, si no perdonamos a quienes nos ofenden. Ya
que no siempre nos es fácil perdonar a quienes nos han ofendido, necesitamos "una
catequesis del pecado y del perdón, porque sin reconocerse pecador, el hombre no
puede conocer la verdad sobre sí mismo, condición del obrar justo, y sin la oferta
del perdón no podría soportar esta verdad" (CIC. 1697).
"La conciencia hace posible que se asuma la responsabilidad de los actos
realizados. Si el hombre comete el mal, el justo juicio de la conciencia puede ser en
él el testigo de la verdad universal del bien, al mismo tiempo que de la malicia de
su elección concreta. El veredicto del dictamen de conciencia constituye una
garantía de esperanza y de misericordia. Al hacer patente la falta cometida
recuerda el perdón que se ha de pedir, el bien que se ha de practicar todavía y la
virtud que se ha de cultivar sin cesar con la gracia de Dios" (CIC. 1781).
Se nos ha dicho infinidad de veces que perdonar es olvidar. Se nos ha enseñado
que debemos olvidar el mal que nos han hecho quienes nos han ofendido, así como
Dios olvida nuestros pecados. Nada hay más incierto que esta enseñanza, pues, al
no poder olvidar el mal que les han hecho, muchos de nuestros hermanos en la fe,
han llegado a sentir, que son pecadores incorregibles. Dios tampoco olvida nuestros
pecados, pero no los recuerda con rencor. No podemos olvidar las heridas que nos
han hecho, pero podemos aprender a no recordarlas con un rencor que, más que
herir a quienes nos han hecho sufrir, profundiza las heridas que los tales nos
hicieron. Los primeros beneficiarios de nuestra capacidad de perdonar, somos
nosotros mismos, pues, el hecho de no recordar con odio el daño que nos han
hecho, nos hace sentir una paz muy valiosa.
Muchos entienden que, la petición del Padre nuestro: "No nos dejes caer en
tentación", significa: Evítanos ser tentados. A pesar de ello, las tentaciones nos son
necesarias, porque ponen a prueba nuestra fe y nuestra perseverancia. Ello no
significa que debemos buscar ocasiones para ser probados constantemente, porque
la vida nos presenta situaciones de las que no podemos escapar, y por ello tenemos
que vivirlas, tal como lo haría Jesús, en la medida que ello nos sea posible. Dado
que no tenemos más remedio que ser tentados, pidámosle a Dios que podamos
superar la seducción de incumplir su voluntad. Cuanto más nos relacionemos con
Nuestro Padre celestial, más fácil nos será evitar sucumbir a las tentaciones.
3-7. Oremos insistentemente.
"Les dijo también: «Si uno de vosotros tiene un amigo y, acudiendo a él a
medianoche, le dice: “Amigo, préstame tres panes, porque ha llegado de viaje a mi
casa un amigo mío y no tengo qué ofrecerle”, y aquél, desde dentro, le responde:
“No me molestes; la puerta ya está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados;
no puedo levantarme a dártelos”, os aseguro, que si no se levanta a dárselos por
ser su amigo, al menos se levantará por su importunidad, y le dará cuanto
necesite»" (LC. 11, 5-8).
Jesús contó el supuesto caso de uno de sus hermanos de raza que recibió a uno
de sus amigos durante la noche, pues el mismo pudo aprovecharse del descenso de
temperatura nocturno, para viajar. Dado que los israelitas cocían el pan durante la
mañana, el protagonista principal de esta parábola, no tenía comida para ofrecerle
a su amigo cansado, y tenía que alimentarlo, porque, para los judíos, la
hospitalidad, era un deber ineludible. Esto explica la insistencia con que importunó
a su vecino, para que le prestara tres panes.
Los israelitas humildes vivían en casas que solo tenían una habitación, en la que
todos dormían en esteras. Si el dueño de la casa se levantaba, abría la puerta, y le
daba lo que tuviera para comer a su vecino, haría ruido, se le despertarían los
niños, tardarían en dormirse, y, por ello, se perturbaría el sueño de toda la familia.
Dado que el molesto vecino seguía insistiendo para conseguir los alimentos que
necesitaba, el dueño de la casa no se los dio porque era su amigo, sino para que
dejara de importunarlo.
Jesús no le concedió mérito alguno al que atendió a su amigo, pues no le dio lo
que necesitaba por considerarlo como tal, sino para que dejara de molestarlo.
Jesús se sirvió de la parábola que hemos considerado, para enseñarnos que
debemos orar con insistencia. Naturalmente, ello no debe hacernos entender que,
cuanto más importunemos a Dios, más dádivas se nos van a conceder. En la
siguiente meditación, se nos enseña lo que podemos pedirle a Nuestro Padre
celestial.
"LE PEDÍ A DIOS
Le pedí a Dios estar en primera fila;
Él me colocó en el último lugar para que conociera la paciencia y la humildad.
Le pedí ser el centro del mundo;
Él me enseñó que la vanidad me aparta del centro de cualquier cosa.
Le pedí fama y gloria;
Pero Él me concedió sencillez y comprensión para que mi ego no fuera a herir a los
demás.
Le pedí a Dios un auto que viajara veloz;
Él me concedió un paso firme por el sendero correcto para que no atropellara mis
sentimientos.
Le pedí tener una mansión,
Pero Él me dio una pequeña casa llena de ternura y amor.
Le pedí poseer dinero para tener muchos amigos;
Pero Él me concedió algo mejor: me ofreció Su amistad, no a cambio de mi dinero,
sino de mi sinceridad.
Le Pedí a Dios poseer mucha belleza;
Y sin embargo Él me dio sensibilidad y belleza espiritual, para que no me sintiera
más que los demás.
Le pedí a Dios ser siempre feliz;
Pero Él me hizo conocer la tristeza para que comprendiera que la vida no sólo está
compuesta de cosas bellas y para que tuviera compasión por el sufrimiento de los
demás.
Le pedí un carácter fuerte;
Pero Él me concedió un corazón blando y un carácter pasivo para que pudiera amar
y ayudar a los demás.
Le pedí tener el mundo a mis pies;
Pero Él me hizo comprender que es mejor tener amigos en el corazón.
Por todo esto Dios mío: nunca me concedas todo lo que te pido; concédeme lo que
hasta hoy he tenido la dicha de poseer".
(Desconozco el autor).
3-8. Pedid, buscad y llamad.
"Yo os digo: «Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá.
Porque todo el que pide, recibe; el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá"
(LC. 11, 9-10).
"¿Qué debemos pedirle a Dios? Si anteponemos el Reino de Dios y su justicia a
nuestros afanes cotidianos, nos serán muy útiles las siguientes palabras proféticas:
"Los que os acordáis de Jehová, no reposéis, ni le deis tregua, hasta que
restablezca a Jerusalén, y la ponga por alabanza en la tierra" (IS. 62, 6-7).
Que no os preocupe el hecho de pedirle a Dios miles de veces las mismas cosas,
pues ello significa que tenéis interés en conseguir lo que deseáis. No es lo mismo
orar por la unidad de los cristianos entre los días dieciocho y veinticinco de enero
(la semana de oración por la unidad de los cristianos) que hacerlo todos los días del
año. Por otra parte, si creemos que ayudando a nuestros prójimos seremos
ayudados, también nos serán útiles las siguientes palabras del Salmista:
"Si me olvidare de ti, oh Jerusalén, pierda mi diestra su destreza. Mi lengua se
pegue a mi paladar, si de ti no me acordare; si no enalteciere a Jerusalén como
preferente asunto de mi alegría" (SAL. 137, 5-6)...
"buscad, y hallaréis".
¿Qué encontraremos al permanecer en la presencia de Dios? San Pablo responde
esta pregunta con unas palabras que no han de entristecernos, sino que han de
llenarnos de gozo por haber sido elegidos como hijos fuertes de Dios capaces de
demostrar que nuestro Padre no nos ha abandonado a pesar de nuestro dolor con
nuestra predicación y nuestro ejemplo de fe viva, pues, aunque no somos
apóstoles, dichas palabras están relacionadas con nosotros de alguna manera:
"Porque según pienso, Dios nos ha exhibido a nosotros los apóstoles como
postreros, como a sentenciados a muerte; pues hemos llegado a ser espectáculo al
mundo, a los ángeles y a los hombres" (1 COR. 4, 9).
Pablo, sabiendo de sus tribulaciones, les escribió a los Filipenses:
"Todo lo puedo en Cristo que me fortalece" (FLP. 4, 13).
¿Pensamos que Pablo no sufrió porque tenía fe y Dios lo protegió milagrosamente
para facilitar su labor apostólica? Mirad lo que le sucedió a Pablo en Listra:
"Entonces vinieron unos judíos de Antioquía y de Iconio, que persuadieron a la
multitud, y habiendo apedreado a Pablo, le arrastraron fuera de la ciudad,
pensando que estaba muerto" (HCH. 14, 19).
"Llamad, y se os abrirá".
¿Dónde tenemos que llamar para que se nos abra? Necesitamos vías para
escapar de nuestros problemas, no evitándolos, sino solucionándolos. Si se nos
cierran puertas y ventanas, abriremos respiraderos en las prisiones en las que se
nos ha encerrado, porque vamos a seguir viviendo, no sabemos cómo, pero, por
nuestra fe, sabemos que Dios no nos ha desamparado.
No quiero alargar esta meditación para no haceros perder mucho tiempo, así
pues, os pido que cobréis ánimo.
"El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó (a la muerte) por
todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?" (ROM. 8, 32).
(José Portillo Pérez. Meditación del Domingo XXXIII del tiempo Ordinario del ciclo
A, del año 2008).
3-9. Dios no ignora nuestras peticiones.
"¿Qué padre hay entre vosotros que, si su hijo le pide un pez, en lugar de un pez le
da una culebra; o, si pide un huevo, le da un escorpión? Si, pues, vosotros, siendo
malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo
dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!»" (LC. 11, 11-13).
Hay piedras que tienen forma de peces y serpientes, y, cuando los escorpiones
palestinos se arroyan sobre sí mismos, adoptan la forma y el tamaño de los huevos.
Hasta los padres que llevan a cabo maldades con sus hijos, se ocupan de
alimentarlos. ¿Cómo ignorará Dios nuestras peticiones, si nadie nos ama como Él?
La traducción litúrgica del Evangelio que estamos considerando, afirma que Dios
nos concederá el Espíritu Santo, dando a entender que, el Paráclito, es el mayor
don que dios puede concedernos. La copia original del Evangelio de San Lucas, nos
indica que Dios nos concederá Espíritu Santo, indicando que no nos negará ninguna
dádiva que le pidamos, a menos que la misma nos induzca al pecado, y nos haga
perder la salvación, o no debamos recibirla, hasta que influya positivamente en
nuestro crecimiento espiritual. Independientemente de la traducción que utilicemos,
las dos contienen enseñanzas importantes, para el crecimiento de nuestros
espíritus.
3-10. Si hacemos este ejercicio de lectio divina en grupos, nos dividimos en
pequeños subgrupos para sacar conclusiones tanto del texto bíblico que hemos
meditado como de la reflexión que hemos hecho del mismo, y, finalmente, los
portavoces de los subgrupos, hacen una puesta en común, de las conclusiones a
que han llegado todos los grupos, tras la cual se hace silencio durante unos
minutos, para que los participantes mediten sobre lo leído y hablado en los grupos,
individualmente.
3-11. Si hacemos este ejercicio individualmente, consideramos el texto
evangélico y la meditación del mismo expuesta en este trabajo en silencio, con el
fin de asimilarlos.
4. Apliquemos la Palabra de Dios expuesta en LC. 11, 1-13 a nuestra vida.
Responde las siguientes preguntas, ayudándote del Evangelio que hemos
meditado, y de la meditación que aparece en el apartado 3 de este trabajo.
3-1.
¿Qué enseñanza se desprende del hecho de que San Lucas no indicara en el
Evangelio que hemos considerado el nombre del lugar en que el Señor oró?
¿Por qué tenemos problemas y carecemos de tiempo para orar quienes no
conocemos con cierta perfección el arte de la oración?
¿Cómo es posible que los grandes orantes pasen muchas horas orando sin
sentirse cansados, aunque estén realizando varias actividades al mismo tiempo?
¿Cómo podemos convertir nuestros gestos y obras en oraciones?
¿Qué luz descubriría en el Señor aquel discípulo suyo que, cuando Jesús terminó
de orar, le pidió que lo enseñara a hablar con Dios, para vivir su mismo gozo
intenso?
¿Sienten los no creyentes ganas de orar cuando nos ven a los cristianos hablar
con Nuestro Padre común?
¿Por qué quería el discípulo que le pidió a Jesús que enseñara a sus oyentes a
orar que la comunidad de seguidores del Mesías tuviera oraciones que la
caracterizaran, y la diferenciaran de las comunidades de otros maestros de
espiritualidad?
¿Por qué se nos recomienda rezar el Padrenuestro diariamente?
3-2.
¿Cómo es probable que la mayoría de los cristianos iniciemos nuestras oraciones?
¿Cómo nos recomienda Jesús que empecemos a orar? ¿Por qué?
¿Qué imagen tenemos de Dios?
¿Qué clase de Padre es Dios para Jesús?
¿Por qué no es conveniente que queramos acaparar a Dios para que no ame a
nadie que no esté relacionado con nuestras comunidades cristianas?
¿Por qué nos pide Dios que le ayudemos a llevar a cabo la misión de salvar a la
humanidad?
¿Por qué se sentirá Dios más santificado cuanto más santa sea la humanidad?
3-3.
¿Qué es el Reino de dios?
¿Para qué hemos sido creados?
3-4.
¿En qué sentido son nuestras las necesidades de que Dios sea santificado, y de
que su Reino sea plenamente instaurado entre nosotros?
¿Por qué nos conviene pedir por las necesidades de Dios antes de orar por
nuestras carencias?
¿Qué pan debemos pedirle a Dios cuando recemos el Padrenuestro?
3-5.
¿Por qué no podemos pretender que dios nos perdone los pecados que
cometemos, si no perdonamos a quienes nos ofenden?
¿Por qué no puede reconocer el hombre la verdad sobre sí mismo, si no se
reconoce pecador, pobre y enfermo?
¿Por qué no podría el hombre soportar la verdad sobre sí mismo, si Dios no le
perdonara sus pecados, y tampoco lo elevara a su dignidad?
¿Por qué si el hombre comete el mal, el justo juicio de la conciencia puede ser en
él el testigo de la verdad universal del bien, al mismo tiempo que de la malicia de
su elección concreta?
¿Qué recuerdan los pecadores cuando hacen patentes sus faltas cometidas?
¿Están relacionados el perdón y el olvido de las ofensas?
¿Olvida Dios nuestros pecados? ¿Por qué?
¿Somos pecadores si no podemos olvidar el mal que nos han hecho? ¿Por qué?
¿Por qué nos conviene recordar el mal que nos han hecho sin sentir rencor
pensando en quienes nos han herido?
¿Por qué somos los primeros beneficiarios de nuestra capacidad de perdonar?
¿Por qué la petición del Padrenuestro: "No nos dejes caer en tentación", no
significa: Evítanos ser tentados?
¿En qué sentido nos son necesarias las tentaciones?
¿Por qué no debemos vivir buscando oportunidades de ser tentados?
Pensemos en ejemplos de tentaciones que podemos evitar, y en otras
seducciones que tenemos que enfrentar irremediablemente, sin tener la posibilidad
de evitarlas.
¿Cómo debemos vencer las tentaciones con que tenemos que sobrevivir durante
largos periodos de tiempo?
¿Por qué nos será más fácil evitar sucumbir a las tentaciones, cuanto más nos
relacionemos con Nuestro Padre celestial?
3-6.
¿Qué incitó al protagonista de la parábola de Jesús que hemos meditado a
importunar a su vecino durante la noche? ¿Por qué?
¿Por qué no quiso levantarse el dueño de la casa para satisfacer la necesidad de
su vecino?
¿Por qué le dio el dueño de la casa a su vecino los alimentos que le pidió?
¿Por qué valoró Jesús la actitud del que pidió lo que necesitaba insistentemente
hasta que lo consiguió? ¿Qué enseñanza se desprende de ello para nosotros?
¿Por qué no debemos entender que el hecho de que Dios nos conceda siempre lo
que le pidamos dependerá de la insistencia con que oremos?
¿Qué debemos pedirle a Dios cuando oremos?
3-7.
¿Por qué no debemos preocuparnos si le pedimos a Dios con insistencia las
mismas cosas?
¿Dónde radica el mérito de quienes oran insistentemente?
¿Qué encontraremos al permanecer en la presencia de dios?
¿Dónde tenemos que llamar para que se nos abra?
¿Cómo debemos escapar de nuestros problemas?
3-8.
¿Cómo ignorará Dios nuestras peticiones, si nadie nos ama como Él?
Indica la diferencia existente entre que Dios nos conceda el Espíritu Santo según
la traducción litúrgica del Evangelio que estamos considerando, y Espíritu Santo,
según la copia original del Evangelio de San Lucas.
5. Lectura relacionada.
Leamos y meditemos MT. 6, 6-16. 7, 7-12.
6. Contemplación.
Jesús convirtió la oración en una necesidad vital. Nuestro Maestro pasó noches
orando, para que nadie interrumpiera su conversación con el Padre celestial. Dado
que para el Señor el hecho de hacer el bien era una manera de orar, e interrumpía
su tiempo de oración para beneficiar a quienes requerían de su ayuda, oraba
durante las noches, para permanecer a solas con el Padre.
Tal como Moisés bajó del monte Sinaí portando las tablas de la Ley con el rostro
resplandeciente, algo debió ver en el rostro del Señor, aquel de sus discípulos, que
le pidió que les enseñara su manera de orar, a quienes lo seguían.
Cuando nuestras oraciones, en vez de ser actos rutinarios, son vivencias de fe,
llaman la atención de quienes nos ven orando, aunque no crean en Dios.
Dios es Nuestro Padre celestial. San Lucas no inició la redacción de la oración de
Jesús con las palabras "Padre nuestro" como lo hizo San Mateo, sino con la palabra
"Padre", probablemente, porque Jesús se dirigió a un auditorio conformado por
judíos, y, el tercer Evangelista, no quería que, sus lectores paganos, creyeran que
Dios solo era padre, de los hermanos de raza del Señor. Dios es el "Padre nuestro"
a quien amamos, y en quien depositamos nuestra plena confianza.
Antepongamos las necesidades de Dios a las nuestras, por amor a Nuestro Padre
común, y porque, tales necesidades, también son nuestras. Si Dios es santificado, y
su Reino se instaura plenamente entre nosotros, se extinguirán las miserias de la
humanidad, y alcanzaremos la plenitud de la felicidad.
Las oraciones mentales y vocales nos ayudan a crecer espiritualmente. Si
nuestros gestos y obras se convierten en oraciones, independientemente de donde
estemos y de lo que hagamos, jamás se interrumpirán nuestras oraciones. Tal
como indiqué en la lectio divina que escribí para el Domingo XVI del tiempo
Ordinario del ciclo C, hemos sido llamados a ser contemplativos activos, y activistas
contemplativos.
Si nuestras oraciones mentales y vocales, y nuestros gestos y obras nos inducen
a orar continuamente, estaremos en condiciones de pedir el pan que alimenta
nuestros cuerpos, el pan eucarístico que hace crecer y fortalecerse nuestros
espíritus, y trabajaremos en la plena instauración del Reino de Dios, entre nosotros.
Jesús no quiere que perdonemos a algunos de los que nos han ofendido, sino "a
todo el que nos debe", porque ello es necesario, para que estemos dispuestos, a
alcanzar el perdón divino. Desgraciadamente, no solo tenemos dificultades para
perdonar a quienes nos han herido, pues también nos es difícil perdonarnos a
nosotros mismos. Dado que la dispensación del perdón produce una inmensa paz,
mientras no nos perdonemos los errores que hemos cometido, ¿cómo
perdonaremos a quienes nos han ofendido?
Podemos evitar tentaciones tales como asistir a lugares en que podemos pecar y
perder la fe, pero tenemos que enfrentar tentaciones tales como evitar discusiones
y peleas con familiares y compañeros de trabajo que constantemente intentan
hacernos la vida imposible.
Pidámosle a dios lo que necesitemos, no lo que podamos conseguir por nuestros
medios, ni caprichos insignificantes. De la misma manera que no abusamos del
amor de quienes amamos, no abusemos del amor de Nuestro Padre celestial.
Pidamos y busquemos lo que necesitamos, y llamemos donde Dios nos indique
que se nos pueden abrir puertas.
Dios siempre escucha nuestras peticiones, y nos concede lo que considera que
necesitamos.
7. Hagamos un compromiso que nos impulse a vivir las enseñanzas que hemos
extraído de la Palabra de Dios, expuesta en LC. 11, 1-13.
Comprometámonos a rezar el Padrenuestro detenidamente, sin prisa, meditando
todas las frases de la oración, que Jesús nos enseñó.
Escribamos nuestro compromiso para recordarlo constantemente, y, según lo
cumplamos, aumentará nuestro amor a Dios, y a sus hijos los hombres.
8. Oración personal.
Después de hacer unos minutos de silencio, expresamos verbalmente lo que
pensamos, con respecto al texto bíblico que hemos considerado, y a la reflexión del
mismo que hemos hecho.
Ejemplo de oración personal:
Señor Jesús: Enséñame el arte de orar. Indícame cómo puedo convertir mis
palabras, gestos y obras en oraciones, para que pueda unirme a ti, para alabar a
Nuestro Santo Padre ininterrumpidamente, y para orar por las necesidades de la
humanidad.
9. Oración final.
Leemos y meditamos el Salmo 4, pensando en la dicha que significa para
nosotros, el hecho de saber, que Dios es el "Padre nuestro", que Jesús nos ha dado
a conocer.
Nota: Dado que este trabajo será leído por cristianos de diferentes
denominaciones, lo he escrito utilizando el leccionario de la Misa, la Biblia de
Jerusalén, y la traducción de la Biblia Reina Valera, del año 1960.
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