Domingo 16 del Tiempo Ordinario C
“Señor, enséñanos a elegir siempre lo mejor”
La liturgia de hoy pone a nuestra consideración la presencia de Dios entre los hombres y la
hospitalidad a él ofrecida por parte de éstos. Tanto en la primera lectura como en el Evangelio.
En la primera lectura (Gén.18, 1-10) tenemos la singular aparición de Yahvé a Abrahán por
medio de tres misteriosos personajes, portadores visibles de la invisible majestad de Dios. La
premura excepcional con que Abrahán los recibe y el generoso banquete que les prepara
revelan en el Patriarca la intuición de un suceso extraordinario y por eso dice: “Señor mío si he
encontrado tu favor, no pases de largo junto a tu siervo”. Hay un ansia de hospedar al Señor,
de acogerlo en su tienda y tenerlo junto a sí. El Patriarca se muestra aquí como el “amigo de
Dios” (Is. 45,8) que lo trata con sumo respeto y al mismo tiempo con confianza humilde y vivo
deseo de servirle.
Terminada la comida, la promesa de un hijo a pesar de la avanzada edad de Abrahán y de
Sara, descubre la naturaleza sobrenatural de los tres personajes. Uno de los cuales habla
como si hablara Dios mismo. Una antigua tradición cristiana ha visto a estas tres figuras como
la imagen de la Santísima Trinidad. Como fuera, lo cierto es que Dios se le apareció a Abrahán
junto a la encina de Mambré, le habló y le trató familiarmente y hasta se sentó a su mesa.
En el Evangelio Lucas muestra a Dios sentado a la mesa del hombre, pero bajo una
circunstancia completamente nueva, la de su Hijo hecho carne, venido a habitar en medio de
los hombres. La escena tiene lugar en Betania en la casa de Marta y María, donde Jesús es
recibido con una premura muy similar a la de Abrahán con sus visitantes. Como él Marta se
apresura a preparar un banquete, pero su solicitud no es compartida por su hermana, que a
similitud de Abrahán aprovecha para conversar con el Maestro sentándose a sus pies y
escuchándolo.
Aunque sea loable la actitud de Marta de afanarse en la preparación del banquete, hay un
modo de acoger al Maestro -como Él mismo lo declara- y es el elegido por María. En efecto
cuando Dios visita al hombre, lo hace para traerle sus dones, su palabra y esto es lo más
importante, escuchar al Señor en sus palabras. Es por esto que Jesús le dice a Marta, “Marta,
Marta andas inquieta y preocupada por muchas cosas, siendo una sola necesaria” (41-24). Tan
necesaria es, que sin ella no hay salvación, porque la palabra de Dios es palabra de vida
eterna y es necesario absolutamente escucharla. Lo que salva al hombre no es la multiplicidad
de las obras, sino la palabra de Dios escuchada con amor y vivida con fidelidad.
“María ha elegido lo mejor” y esto no es patrimonio exclusivo de los que eligen la vida
contemplativa, sino que todo cristiano debe hacerla suya –en cierta medida- no dándose a la
acción sin antes haber profundizado la palabra de Dios en la oración. Sólo así será capaz de
vivir el evangelio, aunque el hacerlo le resulte arduo y le exija sacrificios. San Pablo decía con
alegría “completo en mi carne los dolores de Cristo, sufriendo por su cuerpo que es la Iglesia”
(Col 1,24), porque había meditado a fondo el evangelio de la cruz o, habiendo penetrado el
misterio de Cristo, había encontrado fuerzas para revivirlo en sí mismo.
Todo cristiano debe comenzar por la oración su acción en la vida, para que esta sea
provechosa y sea obra del Espíritu, estas dos fases son inseparables si se quiere hacer el bien
común, el bien a los hombres.
Que María madre de la oración nos acompañe en el trajinar de la vida.-
+ Marcelo Raúl Martorell
Obispo de Puerto Iguazú