XVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C.
Padre Julio González Carretti O.C.D
Lecturas bíblicas
a.- Gn. 18,1-10: Señor, no pases de largo junto a tu siervo. La promesa de
un hijo.
La primera lectura, nos habla de la promesa hecha por Yahvé a Abraham, será
padre dentro de un año. La promesa va tomando cuerpo, en la medida que
Abraham primero es padre de Ismael, hijo de Agar la esclava; solución
momentánea, a la descendencia de estos padres ancianos (cfr. Gn. 16). Pero este
nacimiento retarda el verdadero cumplimiento de la promesa patriarcal, hecha por
Yahvé a Abraham: dentro de un año, será nuevamente padre, pero con su mujer
Sara, que al escuchar la promesa sonríe. Este relato es una teofanía: tres hombres
le visitan. Los atiende, les da de comer y conversa con ellos; aunque el relato da la
impresión que el patriarca habla sólo con uno: es el Señor. En este relato donde el
plano humano y divino, se conjugan, quiere resaltar el deseo de Yahvé de hablar
con Abraham; al comienzo todo se centra en la hospitalidad que el patriarca brinda
a sus huéspedes, pero la verdadera intención, es el anuncio del nacimiento de
Isaac. El puente entre una realidad y otra, es la pregunta acerca de Sara. La actitud
de Abraham, revela las virtudes que posee, pero refleja que más que gestos
humanos, es una expresión de fe, casi, esa comida se pude calificar como un
sacramento de comunión con Dios. Por eso, la promesa del nacimiento de Isaac,
tiene el carácter de don, Isaac será un don de Dios, el contrapunto lo pone la
sonrisa de Sara, reflejo de la imposibilidad de ser madre (cfr. Gn.18, 12).
Finalmente, se puede decir, que el pueblo de Abraham, es obra de Yahvé y de los
hombres que lo obedecen.
b.- Col. 1, 24-28: El misterio que Dios ha tenido escondido, lo ha revelado
ahora.
En esta lectura Pablo, quiere hacer destacar su comunión mística con Jesucristo,
hasta el grado de padecer con ÉL, sus mismos sufrimientos. Por el poder de su
resurrección, Jesucristo comparte con aquellos que viven en comunión con EL, su
mismo vivir sobrenatural. El cristiano reproduce, misteriosamente esa vida divina,
donde el padecer de Cristo, ocupa un lugar muy bien determinado, una dimensión
constitutiva del ser cristiano: el padecer redentor. El cristiano sufre y padece para
reconstruir la Iglesia. Pablo, como cristiano había recibido una cuota de
sufrimientos de Cristo, con lo cual construye la Iglesia, con su vida apostólica ha
completado su cuota, sólo le queda completarla, con los sufrimientos que le reporta
ahora la prisión romana. Este es el misterio escondido por siglos, y ahora revelado
en Cristo Jesús, la esperanza de gloria a la cual está llamado el creyente, para ser
presentado como Santos ante la presencia de Dios. El servicio pastoral, es una
lucha dolorosa, a favor de la sociedad, edificar la Iglesia de Jesucristo.
c.- Lc. 10, 38-42: Marta lo recibió en su casa. María, ha escogido la mejor
parte.
El evangelio nos presenta una escena familiar: Jesús en casa de Marta y María.
Tema central del texto es la comparación de eta dos discípulas en la que una se
deja llevar por una actividad exagerada, la otra se limita sólo a escuchar a Jesús.
Ambas podría representar, en una segunda interpretación eclesial, las hermanas
representa la diaconía una y la otra la proclamación de la Palabra. Por medio de
Lucas y Juan, encontramos el testimonio de mujeres ricas que ayudaron a Jesús y
los apóstoles con sus bienes en la tarea evangelizadora (cfr. Lc.8, 1-3). Marta lo
recibe en su casa lo que la hace hija de la paz, la que ha escuchado el evangelio del
reino y que heredará la vida eterna (cfr. Lc. 10, 6.9. 25); su hermana María parece
más joven. En su hogar se va a celebrar un banquete, por ello se afana en preparar
una comida digna del huésped que tiene que atender; Jesús y María mientras tanto
conversan, ÉL habla ella escucha sentada a los pies del Maestro. Su postura es la
de los discípulos judíos a los pies de sus maestros (cfr. Jn.12,3; Hch. 22,3).
Mientras la primera se dedica al servicio, la otra escucha a Jesús, goza de su
compañía en forma casi exclusiva. La primera protesta, está agobiada, está
haciendo demasiadas cosas y está perdiendo la oportunidad de estar con el
huésped (cfr. Eclo. 11,10-11). Se queja doblemente a Jesús, primero porque no se
percata del trabajo que ella está haciendo, y por otra parte, le pide interceda ante
su hermana para que le ayude en su quehacer. Las dos terminarían pronto la labor,
lo que le permitiría también a ella a sentarse a escuchar a Jesús. Jesús la reprende
cariñosamente, suavemente, pero con la intención que reflexione (cfr. Lc.6, 46;
8,24; 13,34; 22,31). “Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y
hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que
no le será quitada.” (vv. 41-42). No la va a regañar por que trabaje, sino por la
forma en que lo está haciendo, inquieta y nerviosa, lo que la puede conducir a nada
(cfr. Lc.12, 25). Jesús quiere que Marta se preocupe de lo esencial para su vida
como es escuchar la palabra de Dios, que constate que tanto trabajo, como
creyente la puede alejar de la fe y de ÉL que la visita. Incluso que piense que los
manjares los puede reducir al mínimo, con tal de no perder su paz y poner sus
preocupaciones en las manos de Dios. Mientras Marta representa el trabajo
agobiante y repetitivo, esclava de hacer muchas cosas, no tiene tiempo para
escuchar acerca del misterio del reino de Dios que llega; su hermana, en cambio,
María escucha la palabra de Jesús, hace una sola cosa, la única necesaria (v.42),
para ponerla por obra. Marta representa la acción que no está plenamente en
comunión con la palabra de Jesús, como no abierta a la palabra de Jesús; María, al
estar abierta a su palabra, está dispuesta a amar al prójimo y servirlo. Conocer a
Dios en Israel significaba escuchar a Yahvé, y poner en práctica su palabra, María
corresponde plenamente al Israel, que escucha a Dios. Ella atiende a Jesús y lo
escucha, porque le revela el misterio escondido, así como el judío escucha la Ley de
Yahvé, revelada en el pasado. El AT, insiste en la importancia de la escucha, lo
mismo encontramos en el Nuevo (cfr. Dt. 8, 1-3; Lc.19,1-10; 1Cor. 7, 32-35).
María representa al verdadero cristiano, que cumple la palabra de Dios. Para que
las acciones de amor al prójimo del creyente, estén cimentadas en la escucha de la
palabra de Dios, es necesario, acoger el misterio del amor de Dios, que se refleja
en Cristo Jesús. En la medida que se mantiene la comunión de amor con Jesucristo,
es decir, la fuerza de su misterio revelado, se puede ser apóstol de ese amor que lo
inunda en su vida interior. Esta experiencia, produce un tipo de cristiano que
profundiza en su fe, porque escucha a Jesús, como María, lo que se convierte en
fundamento de la verdadera contemplación, es decir, obediencia a la palabra y gozo
de convertirla en realidad desde la fe, la esperanza y la caridad teologal. Pensemos
en una María misionera, que comunica la palabra escuchada, de lo contrario
hubiera sido reprendida por Jesús como Marta.
Teresa de Jesús, queriendo resaltar la vida contemplativa, aconseja, que primero
tenemos que ser Marta y luego María. La vida activa y contemplativa han de ir muy
unidas porque ambas pretender servir al Señor Jesús, que viene a visitarnos.
“Marta y María han de andar juntas para hospedar al Se￱or… ¿C￳mo le diera
hospedaje María, sentada siempre a sus pies, si su hermana no le ayudara?” (7 M
4,12).