XVI Semana del Tiempo Ordinario, Ciclo C. (Año Impar)
Miércoles
Padre Julio González Carretti O.C.D
Lecturas bíblicas
a.- Jr. 1, 1. 4-10: Te nombré profeta de los gentiles.
b.- Mt. 13,1-9: Cayó en tierra buena y dio grano.
Este evangelio nos habla de Jesús que sale de la casa, el ambiente íntimo y
familiar, o también de instrucción especial con sus discípulos, se dirige a la orilla del
mar, la gente acude a oírle en gran número, tanto que tuvo que sentarse en una
barca y desde allí predicar en parábolas acerca del reino de Dios (vv.1-3). ¡Qué
atractivo tendría Jesús! Los hombres quieren escuchar la palabra de Dios, ahí
donde la pueden escuchar, donde su Espíritu da eficacia a la palabra de Jesús. En el
Sermón de la montaña Jesús enseña sentado, como nuevo Moisés, su mensaje
procedió desde arriba, ahora, está frente al pueblo, pero desde otra orilla, separado
por el agua y la barca. La enseñanza comienza con sencillez: El sembrador lanza la
semilla al voleo. Parte de ella cae en el camino, otra entre rocas, otras entre
abrojos, y finalmente cayó en tierra buena. El labrador se arriesga porque lo mueve
la esperanza de una buena cosecha. La cantidad por uno, el 30, 60 y 100, era tema
de las reflexiones de los rabinos que hablaban de la abundancia de la tierra, como
signo de los tiempos mesiánicos. Jesús pone la atención no en la semilla, sino en la
futura cosecha, tampoco en la cantidad en sí como en el suelo en que caiga la
semilla; lo mismo habrá de suceder con el Reino de Dios. La semilla nada puede sin
el suelo, solo llevará fruto cuando tenga suficiente tierra para echar raíces y dar
fruto. Sus comienzos son humildes y sencillos, pero por ser una siembra de la
Palabra de Dios, la cosecha será grande. Como el sembrador, el predicador o
evangelizador también encuentra obstáculos y dificultades que parecen quitar la
esperanza de tener éxito, por la superficialidad, indiferencia o simplemente no
aceptar el Reino de Dios o las inconstancias en la vivencia de la fe (cfr. Mc. 6, 5-6;
3, 6; Jn. 6, 60). Esta parábola en los labios de Jesús, es revelación de la propia
misión profética, con la esperanza cierta de una cosecha espléndida, que con su
palabra siembra generosamente en el corazón de los hombres. “El que tenga oídos,
que oiga” (v. 9), parece ser la clave de esta parábola en el sentido de aprender a
escuchar y de ello dependerá de sí el contenido ha sido comprendido o describiría la
esterilidad de lo escuchado en el auditor. La descripción de la siembra va a lo
esencial de la parábola habla del éxito o fracaso de la siembre. Hay un triple
fracaso del grano que es consumido, la simiente que se seca y otra que es
destruida, por tres veces el labrador fracasa. Finalmente, otra semilla, produce una
cosecha ubérrima, es el éxito sorprendente. Tras el aparente fracaso siempre habrá
éxito, la obra crece, el sembrador no se siente defraudado, porque ahora cuenta
con las fuerzas del reino de Dios, es el tiempo de Jesús. Si bien, lo que se percibe
son oídos sordos y corazones poco generosos, ÉL asegura el éxito porque la palabra
de Dios no resultará estériles; es la llegada del reino y el conocimiento divino que
posee el Hijo, el que habla y no un optimismo vano. Finalmente, la cosecha nos
habla del Juicio de Dios, los frutos cosechados en la vida serán para ser
almacenados en los graneros eternos, porque es el hombre de fe, el que debe dar
frutos válidos ante Dios (cfr. Mt.13, 18-23). Es de esperar que la siembra de
Cristo, nos encuentre con frutos el día de la siega final y nunca sin ellos.
Teresa de Jesús, en su comentario a la oración del cristiano nos invita a saber qué
significa decir que venga su Reino entre nosotros. “Pues dice el buen Jesús que
digamos estas palabras en que pedimos que venga en nosotros un tal reino:
«Santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino». Mas mirad, hijas, qué
sabiduría tan grande de nuestro Maestro. Considero yo aquí, y es bien que
entendamos, qué pedimos en este reino. Mas como vio Su Majestad que no
podíamos santificar ni alabar ni engrandecer ni glorificar este nombre santo del
Padre Eterno conforme a lo poquito que podemos nosotros de manera que se
hiciese como es razón si no nos proveía Su Majestad con darnos acá su reino, y así
lo puso el buen Jesús lo uno cabe lo otro. Porque entendamos, hijas, esto que
pedimos y lo que nos importa importunar por ello y hacer cuanto pudiéremos para
contentar a quien nos lo ha de dar, os quiero decir aquí lo que yo entiendo. Si no os
contentare, pensad vosotras otras consideraciones, que licencia nos dará nuestro
Maestro, como en todo nos sujetemos a lo que tiene la Iglesia y así lo hago yo
aquí.” (C V 30,4).