Domingo XIX del tiempo Ordinario del ciclo C.
"En lo que se refiere al tiempo y al momento, hermanos, no tenéis necesidad que
os escriba. Vosotros mismos sabéis perfectamente que el Día del Señor ha de venir
como un ladrón en la noche. Cuando digan: «Paz y seguridad», entonces mismo, de
repente, vendrá sobre ellos la ruina, como los dolores de parto a la que está
encinta; y no escaparán. Pero vosotros, hermanos, no vivís en la oscuridad, para
que ese Día os sorprenda como ladrón, pues todos vosotros sois hijos de la luz e
hijos del día. Nosotros no somos de la noche ni de las tinieblas. Así pues, no
durmamos como los demás, sino velemos y seamos sobrios" (1 TES. 5, 1-6).
Permanezcamos en vela, porque el Señor, cuando menos lo esperemos, concluirá
la realización de su obra redentora.
Ejercicio de lectio divina de LC. 12, 32-48.
1. Oración inicial.
Iniciemos este encuentro de oración y meditación, en el Nombre del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo.
R. Amén.
Orar es meditar la Palabra de Dios expuesta en la Biblia, de manera que podamos
aplicar la misma a nuestra vida de creyentes comprometidos, con el cumplimiento
de la voluntad divina.
Orar es tener en cuenta la Palabra de Dios cuando tengamos que tomar
decisiones difíciles, pues, si la misma influye positivamente en nuestra toma de
decisiones, nos ayudará a demostrarnos a nosotros mismos que, verdaderamente,
tenemos fe.
Orar es no permitir que nuestras dificultades ordinarias nos atemoricen cuando
tengamos que sufrir o tomar decisiones difíciles, porque Nuestro Padre común
quiere que formemos parte de su familia, y nada debe haber tan importante para
nosotros, como ser miembros activos, del Reino de Dios.
Orar es comprometernos a obtener las bolsas de bienes espirituales que jamás
se corrompen ni se deterioran. Ello no significa que renunciaremos al dinero y a los
bienes terrenos que necesitamos, sino que no dejaremos que, estos últimos, se
conviertan en el centro de nuestra vida.
Orar es conseguir bienes que nadie nos podrá quitar, por medio del servicio a
nuestro Padre celestial, en nuestros prójimos los hombres, carentes de dones
espirituales y materiales.
Orar es tener nuestro corazón donde está el tesoro que más valoramos.
Orar es adquirir el conocimiento de la fe en la que inspiramos nuestra vida de
cristianos comprometidos con el cumplimiento de la voluntad divina.
Orar es poner en práctica lo que aprendemos en nuestros años de formación
religiosa, sirviendo a Dios en sus hijos los hombres, carentes de dádivas
espirituales y materiales.
Orar es hablar con el Dios Uno y Trino, tal como lo hacemos con quienes más
confiamos, contándole nuestros anhelos, deseos, y pecados.
Orar es estar siempre dispuestos como si Jesús estuviera por concluir la
instauración de su Reino entre nosotros dentro de pocos días, porque no queremos
ser excluidos del Reino divino, no por Dios, sino por nuestra falta de disposición, a
formar parte del mismo.
Orar es tener la dicha de ser servidos por el Señor, no solo cuando Jesús
concluya la plena instauración de su Reino entre nosotros, pues se nos entrega en
la Eucaristía, nos da a conocer su Palabra por medio de la Biblia, los documentos de
la Iglesia y sus predicadores, y nos da la oportunidad de desear ser santificados, en
cada ocasión que nos presenta las carencias de nuestros prójimos los hombres,
para que tratemos de extinguirlas, en conformidad con nuestras posibilidades.
Orar es permanecer dispuestos a recibir al Señor cuando acontezca su Parusía -o
segunda venida-, pues nos sorprenderá cuando menos lo esperemos, como el
ladrón que roba una casa aprovechándose de que su dueño duerme durante la
noche, sorprende al propietario de la misma.
Orar es pensar que todos los cristianos tenemos responsabilidades que nos son
comunes, que no deben ser relegadas exclusivamente a los líderes religiosos. A
modo de ejemplos, todos podemos predicar el Evangelio, hacer el bien, y orar por
la extinción de las carencias de la humanidad.
Si le somos fieles al Señor en este mundo, cuando concluya la plena instauración
de su Reino entre nosotros, nos agradecerá lo que hicimos por nuestros prójimos
los hombres, y para ayudarle a llevar a cabo su obra.
De la misma manera que los fieles siervos del Señor serán recompensados según
el bien que hayan hecho, quienes conociendo la voluntad divina no la cumplan
voluntariamente, o quienes teniendo la oportunidad de conocerla la ignoren, serán
sancionados, en conformidad con su conducta. Cuanto más notables sean el
conocimiento de la voluntad divina y la ignorancia voluntaria de la misma, se
recibirá una mayor sanción.
Oremos:
" Espíritu Santo, amor que procedes del Padre y del Hijo, y que con ellos recibes
una misma adoración y gloria: Ayúdanos a comprender que necesitamos sentirnos
amados y protegidos por Dios, y a comprender que, servir a quienes necesitan
nuestras dádivas espirituales y materiales, es la única forma que tenemos, de
demostrar que te amamos.
Espíritu Santo, aliento divino que nos das la vida: Quema nuestras impurezas con
tu fuego, y haznos imitadores de tu divina caridad.
Espíritu Santo, amor del Dios ante quien somos pequeños: Enséñanos a ser
humildes, para que podamos vivir en la presencia de Nuestro Santo Padre.
Espíritu Santo, amor del dios para quien no hay nada imposible: Haz de nuestra
tierra un paraíso de luz en que la humanidad pueda encontrar la plenitud de la
felicidad, más allá de las razones por las que los hombres sufren. Amén".
(José Portillo Pérez).
2. Leemos atentamente LC. 12, 32-48, intentando abarcar el mensaje que San
Lucas nos transmite en el citado pasaje de su Evangelio.
"Estad preparados
U Lectura del santo evangelio según san Lucas 12, 32-48
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
—«No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el
reino.
Vended vuestros bienes y dad limosna; haceos talegas que no se echen a perder, y
un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla.
Porque donde está vuestro tesoro allí estará también vuestro corazón.
Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los que
aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame.
Dichosos los criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; os aseguro
que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo.
Y, si llega entrada la noche o de madrugada y los encuentra así, dichosos ellos.
Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, no le
dejaría abrir un boquete.
Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el
Hijo del hombre.»
Pedro le preguntó:
—«Señor, ¿has dicho esa parábola por nosotros o por todos?»
El Señor le respondió:
—«¿Quién es el administrador fiel y solícito a quien el amo ha puesto al frente de su
servidumbre para que les reparta la ración a sus horas?
Dichoso el criado a quien su amo, al llegar, lo encuentre portándose así. Os aseguro
que lo pondrá al frente de todos sus bienes.
Pero si el empleado piensa: "Mi amo tarda en llegar", y empieza a pegarles a los
mozos y a las muchachas, a comer y beber y emborracharse, llegará el amo de ese
criado el día y a la hora que menos lo espera y lo despedirá, condenándolo a la
pena de los que no son fieles.
El criado que sabe lo que su amo quiere y no está dispuesto a ponerlo por obra
recibirá muchos azotes; el que no lo sabe, pero hace algo digno de castigo, recibirá
pocos.
Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le confió más se le
exigirá»!"
2-1. Permanecemos en silencio unos minutos, para comprobar si hemos
asimilado el pasaje bíblico que estamos considerando.
2-2. Repetimos la lectura del texto dos o tres veces, hasta que podamos
asimilarlo, en conformidad con nuestras posibilidades de retener, si no todo el
texto, las frases más relevantes del mismo.
3. Meditación de LC. 12, 32-48.
3-1. Desechemos el miedo.
"«No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros a
vosotros el Reino" (LC. 12, 32).
¿Conocemos a alguien que no haya sentido miedo durante su vida? Por causa de
la crisis económica actual, quienes carecen de trabajo temen pasar años sin poder
laborar, y, muchos que trabajan, piensan que quizás perderán sus trabajos. El
miedo es una perturbación anímica que no todos sabemos controlar, y por ello nos
afecta, independientemente de que, las causas que nos producen dicho miedo, sean
reales, o sean producidas por nuestra mente, y por ello carezcan de importancia.
¿Por qué no debemos tener miedo los miembros del pequeño rebaño de los
cristianos que habitamos en el mundo? La respuesta a esta pregunta es fácil de
responder, y difícil de aplicar a nuestra vida. Aunque tengamos que vivir
enfermedades, y afrontar problemas familiares, económicos, y de otra índole,
independientemente de lo que nos suceda, a Dios le ha parecido bien, darnos su
Reino. Ello significa que, cuando el Señor concluya la plena instauración de su Reino
en el mundo, nuestra historia acabará bien, aunque, durante los años que se
prolongue nuestra vida actual, no superemos unos problemas, cuando nos surjan
otros, pues, como todos sabemos, los problemas no surgen, sin hacer aparecer
otras dificultades.
¿Cómo lograremos que no nos paralicen la vida los problemas que tenemos?
"Así pues, vosotros no andéis buscando qué comer ni qué beber, y no estéis
inquietos. Que por todas esas cosas se afanan los gentiles del mundo; y ya sabe
vuestro Padre que tenéis la necesidad de eso. Buscad más bien su Reino, y esas
cosas se os darán por añadidura" (LC. 12, 29-31).
3-2. Adquiramos la verdadera riqueza.
"«Vended vuestros bienes y dad limosna. Haceos bolsas que no se deterioran, un
tesoro inagotable en los cielos, donde no llega el ladrón, ni la polilla" (LC. 12, 33).
¿Cómo nos exige Jesús que nos desprendamos de nuestros bienes en beneficio de
los pobres, si tenemos que sustentar a nuestros familiares? Cuando los Apóstoles
del Señor instituyeron la Iglesia de Jerusalén, muchos ricos se desprendieron de
sus bienes en beneficio de los desheredados, porque creían que estaba por
concluirse la instauración del Reino divino en el mundo, y deseaban formar parte
del mismo. A lo largo de la historia de la Iglesia, no han faltado quienes han
renunciado a sus bienes, y se han consagrado a la oración, y/o al servicio de los
pobres.
Naturalmente, quienes hemos optado por tener familia, no podemos
desprendernos de nuestras posesiones, porque no sirve de nada satisfacer las
necesidades de los pobres, a costa de obligar a nuestros familiares, a afrontar
carencias. Somos libres de afrontar carencias si creemos que por ello hacemos el
bien, pero no debemos hacer que nuestros familiares afronten necesidades, porque
de poco nos sirve ser bondadosos con los pobres, y desconsiderados con quienes
viven bajo nuestro techo.
Aunque no podemos desprendernos de la totalidad de nuestras posesiones para
beneficiar a los pobres, quizás tenemos la posibilidad de crear puestos de trabajo, o
quizás necesitamos que alguien nos preste un servicio, y podemos pedir en las
oficinas de Cáritas que nos envíen a alguien que tenga necesidad de dinero, no para
aprovechar la misma y pagar su trabajo con la menor cantidad de dinero posible,
sino para remunerarlo tal como se esté pagando la prestación del servicio que nos
presten, en una empresa destinada a ello.
Si la consecución de dinero y bienes materiales se convierte en el centro de
nuestra vida, nos distanciaremos de Dios y de nuestros prójimos los hombres.
Aunque debemos pensar cuánto dinero vamos a gastar en obtener los bienes que
necesitamos, si nos consideramos cristianos, también debemos acordarnos de la
realización de la obra del Señor.
Trabajar para ganar dinero es loable, pero los cristianos necesitamos sentirnos
libres para ayudar a quienes nos necesiten en la medida que nos sea posible, con
tal que no le concedamos más importancia a las riquezas, que a Dios, y a las
necesidades de sus hijos los hombres.
Jesús nos pide que demos limosna con el producto de nuestros bienes. En este
terreno cada cual debe actuar según le indique su conciencia, en conformidad con
sus posibilidades, dando el dinero que le gustaría recibir, si se encontrara en el caso
de la gente cuyas carencias intente extinguir, o suavizar.
Los judíos solían llevar las monedas en bolsas. Jesús nos pide que nos hagamos
bolsas que no puedan romperse, tal como sucede con las bolsas de plástico y de
tela. Nuestras bolsas de dinero y bienes materiales pueden deteriorarse, y, si no se
nos rompen, podemos vernos obligados a cambiar bruscamente nuestros planes
vitales, y por ello puede sucedernos que no podamos aprovechar tales riquezas, por
ejemplo, por sufrir un grave accidente, que nos obligue a estar postrados en cama,
o encerrados en casa, haciéndonos renunciar, a muchas de nuestras actividades.
Nuestras bolsas de obras caritativas no se pueden corromper. Aunque
enfermemos o nos arruinemos, Dios nunca ignorará el bien que hayamos hecho.
Adquiramos un tesoro en el cielo, que no nos pueda ser arrebatado por ningún
ladrón, ni deteriorado por la polilla.
3-3. Donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.
"Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón" (LC. 12,
34).
Donde esté nuestro tesoro, estará nuestro corazón. Cuando tenemos necesidad
de trabajar y se nos presenta la oportunidad de hacerlo, trabajamos más horas de
las que se nos exigen en el contrato que se nos hace firmar. Nuestra necesidad nos
obliga a poner el corazón en el cumplimiento de nuestro deber, porque ello es
nuestro tesoro, y, donde está nuestro tesoro, tenemos el corazón.
Los enamorados siempre desean estar juntos, disfrutando de sus encuentros, y
planeando lo que harán en el futuro, porque, el amor que sienten, es su tesoro, y,
donde tienen su tesoro, también tienen sus corazones.
Tener familia nos motiva a trabajar y a resolver los problemas que tenemos.
Nuestra familia es nuestro tesoro, y, donde está nuestro tesoro, también está
nuestro corazón.
En el caso de los cristianos, conocer a Dios mediante el estudio de su Palabra,
poner en práctica todo lo que aprendemos haciendo el bien, y orar, constituye
nuestro tesoro, y, donde está nuestro tesoro, está nuestro corazón.
Si emprendemos un negocio, concentraremos nuestro dinero y nuestros mejores
esfuerzos, en hacerlo rentable. Si amamos a nuestros prójimos, dedicaremos parte
del dinero que tenemos, a resolver sus problemas.
¿Cómo y dónde invertimos nuestro tiempo, dinero y energías?
¿Podemos modificar la inversión de nuestros recursos para reflejar claramente los
valores del Reino de Dios?
3-4. ¿Estamos dispuestos a recibir al Señor?
"«Estén ceñidos vuestros lomos y las lámparas encendidas" (LC. 12, 35).
Los judíos utilizaban túnicas anchas y se las ceñían con un cinturón. Tener
ceñidos los lomos, significa que debemos estar dispuestos a actuar como hijos de
Dios, en cualquier momento de nuestra vida. Quizás nos sucede que actuamos
como cristianos cuando celebramos la Eucaristía, y cuando realizamos algún trabajo
pastoral. Jesús nos pide que vivamos dispuestos a cumplir la voluntad divina,
porque no sabemos en qué momento acontecerá su Parusía, y debemos estar
dispuestos, a vivir en la presencia, de Nuestro Padre común.
Quizás nuestra fe se reduce al cumplimiento de normas legales, y actuamos como
los fariseos, que discriminaban a quienes no se amoldaban, al cumplimiento de la
Ley de Moisés, ni al acatamiento de la tradición de los ancianos. Ciertamente, los
cristianos tenemos una Ley que cumplir, pero no por ello debemos rechazar, a
quienes no piensan como nosotros.
Quizás nuestra fe se reduce al cumplimiento de normas relativas al culto, pero no
vivimos como hijos de Dios, fuera de nuestros lugares de culto.
Jesús nos pide que tengamos ceñidos los lomos, y las lámparas de la fe
encendidas. Los judíos utilizaban aceite para encender sus lámparas, y el aceite es
un símbolo del Espíritu Santo. Para saber por qué el aceite simboliza al Espíritu
Santo, pensemos en lo que sucedería, si se nos derramara un poco de aceite. Tal
como las vírgenes prudentes de MT. 25, 1-13 esperaron la llegada del novio
durante la noche con sus lámparas encendidas, y el siervo fiel y prudente debía
esperar el retorno de su señor de la boda, permanezcamos alerta, mientras
acontece la Parusía de Jesús.
No creamos que solo podremos recibir a Jesús al final de los tiempos, pues lo
recibimos en la Eucaristía, en la atenta lectura de su Palabra, y en las personas de
quienes necesitan nuestros dones espirituales y materiales.
Creer que el Reino de Dios no ha sido plenamente instaurado entre nosotros es
una idea que nos motiva a cumplir la voluntad de Dios, pero, vivir en el Reino
divino, aquí y ahora, nos motiva aún más a cumplir los deseos de Nuestro Padre
celestial, porque, el hecho de sentir que ya formamos parte de su familia, nos
estimula más a trabajar, por la conclusión de la instauración de su Reinado de amor
y paz, entre nosotros.
3-5. Permanezcamos en vela.
"Y sed como hombres que esperan a que su señor vuelva de la boda, para que,
en cuanto llegue y llame, al instante le abran" (LC. 12, 36).
Dado que cuando Jesús vivía en Israel muchos de sus hermanos de raza
trabajaban al servicio de ricos terratenientes, el Señor sabía perfectamente que sus
oyentes comprenderían que, de la misma manera que los siervos y esclavos
permanecían atentos al cumplimiento de la voluntad de sus señores, los cristianos
debían -y debemos- vivir atentos, al cumplimiento de la voluntad divina, así pues,
tal como los siervos y esclavos debían esperar que sus señores retornaran de las
celebraciones de las bodas a que asistían durante la noche, los cristianos debemos
esperar el día en que acontezca la Parusía del Señor, pero nuestra espera no debe
ser pasiva, sino activa, pues debemos disponernos a vivir en la presencia, de
Nuestro Padre celestial.
3-6. El Señor recompensará a sus siervos en conformidad con el bien que
hicieron.
"Dichosos los siervos, que el señor al venir encuentre despiertos: yo os aseguro
que se ceñirá, los hará ponerse a la mesa y, yendo de uno a otro, les servirá. Que
venga en la segunda vigilia o en la tercera, si los encuentra así, ¡dichosos de ellos!"
(LC. 12, 37-38).
No nos quedemos dormidos pensando que el Señor tardará en venir a nuestro
encuentro. No descuidemos nuestra formación, la práctica de lo que aprendamos
durante nuestros años de estudio constante, ni evitemos el hecho de orar.
¿En qué sentido servirá Jesús a sus siervos? Algunos intérpretes bíblicos creen
que el Señor los servirá tal como dice San Lucas en el Evangelio de hoy, y otros
piensan que tal servicio consistirá en que, Nuestro Salvador, les concederá su
dignidad real, profética y sacerdotal. Personalmente, al pensar que Jesús murió por
sus hermanos los hombres, no me extraña, ni que sirva a sus creyentes actuando
como siervo de los tales, ni que les conceda su dignidad divina.
No sabemos cuándo acontecerá la Parusía del Señor, pero no queremos que,
cuando acontezca, desconozcamos a Dios, y carezcamos de una buena bolsa de
dones espirituales, y obras caritativas.
3-7. Cuando acontezca la Parusía del Señor, la humanidad será sorprendida.
"Entendedlo bien: si el dueño de casa supiese a qué hora iba a venir el ladrón, no
dejaría que le horadasen su casa. También vosotros estad preparados, porque en el
momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre»" (LC. 12, 39-40).
Quizás desde los años de nuestra infancia fuimos concienciados con respecto a la
necesidad que teníamos de estudiar, y, posteriormente, se nos hizo mucho
hincapié, en la necesidad que teníamos, de trabajar incansablemente. En lo que
quizás no se nos ha insistido, es en lo necesario que es para nosotros, el hecho de
cumplir la voluntad de Dios. Aunque les dejamos este trabajo a los líderes
religiosos, quienes quieran que sus hijos sean buenos cristianos, deben darles
ejemplo en sus hogares. Asistir a varias decenas de charlas catequéticas y a la Misa
dominical, no es todo lo que necesitamos, para adaptarnos al cumplimiento de la
voluntad divina.
"Cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?" (LC. 18,
8b).
¿Qué podría decir Jesús de la religiosidad de los miembros de las diferentes
denominaciones cristianas existentes si aconteciera su segunda venida en este
tiempo?
No pensemos que la segunda venida de Jesús fue un truco utilizado por el Señor
para presionarnos psicológicamente a fin de que nos dispusiéramos a recibirlo, con
tal de no ser condenados en el infierno. Esta es la causa por la que San Pedro
escribió las siguientes palabras:
"No se retrasa el Señor en el cumplimiento de la promesa, como algunos lo
suponen, sino que usa de paciencia con vosotros, no queriendo que algunos
perezcan (sean condenados), sino que todos lleguen a la conversión" (2 PE. 3, 9).
San Pedro nos da pistas sobre cómo debe ser nuestra conducta, para que seamos
dignos de vivir, en la presencia de Nuestro Santo Padre.
"Pues su divino poder nos ha concedido cuanto se refiere a la vida y a la piedad,
mediante el conocimiento perfecto del que nos ha llamado por su propia gloria y
virtud, por medio de las cuales nos han sido concedidas las preciosas y sublimes
promesas, para que por ellas os hicierais partícipes de la naturaleza divina,
huyendo de la corrupción que hay en el mundo por la concupiscencia. Por esta
misma razón, poned el mayor empeño en añadir a vuestra fe la virtud, a la virtud el
conocimiento, al conocimiento la templanza, a la templanza la tenacidad, a la
tenacidad la piedad, a la piedad el amor fraterno, al amor fraterno la caridad. Pues
si tenéis estas cosas y las tenéis en abundancia, no os dejarán inactivos ni estériles
para el conocimiento perfecto de nuestro Señor Jesucristo. Quien no las tenga es
ciego y corto de vista; ha echado al olvido la purificación de sus pecados pasados.
Por tanto, hermanos, poned el mayor empeño en afianzar vuestra vocación y
vuestra elección. Obrando así nunca caeréis. Pues así se os dará amplia entrada en
el Reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo" (2 PE. 1, 3-11).
Os recomiendo que leáis la primera Carta de San Pedro, pues la misma está llena
de recomendaciones, para quienes desean formar parte del Reino de Dios.
Igualmente, las dos Cartas de San Pablo a los cristianos de Tesalónica, también nos
enseñan a aguardar la plena instauración del Reinado divino en nuestra tierra, sin
descuidar el cumplimiento de nuestros deberes cristianos.
3-8. Los cristianos tenemos responsabilidades que nos son comunes,
independientemente de la posición que tengamos en nuestras iglesias o
congregaciones.
"Dijo Pedro: «Señor, ¿dices esta parábola para nosotros o para todos?»
Respondió el Señor: «¿Quién es, pues, el administrador fiel y prudente a quien el
señor pondrá al frente de su servidumbre para darles a su tiempo su ración
conveniente?" (LC. 12, 41-42).
Dado que la mayoría de los cristianos le confiamos el desempeño de la obra de
Jesús a los líderes religiosos, podríamos hacer la siguiente adaptación, de la
pregunta que Pedro, le hizo a Jesús:
¿Deben permanecer en vela esperando la Parusía del Señor sus ministros, o el
común de los creyentes?
Jesús respondió la pregunta de Pedro, con otra pregunta, que podemos
actualizar, en los siguientes términos:
¿Quiénes son los siervos fieles y prudentes que quieren cumplir la voluntad de su
Dios?
La respuesta de Jesús nos indica que, independientemente del cargo que
ocupemos en nuestras denominaciones cristianas, podemos ser colaboradores del
Mesías.
Los laicos no podemos dedicarle tanto tiempo a la predicación del Evangelio y a la
oración como los religiosos, pero ello no nos excluye de anunciar la Palabra de Dios,
ni de orar.
No podemos dedicar toda nuestra vida a hacer el bien como lo hacen las
religiosas consagradas al cuidado de los desheredados de la tierra, pero podemos
hacer obras caritativas.
Jesús desea que sus seguidores alimenten a quienes tienen carencias espirituales
y materiales. El mundo necesita el conocimiento de dios para que le sirva de
alimento espiritual, de igual manera que hay pobres imposibilitados para
sustentarse por sus propios medios, que necesitan de nuestra generosidad, hasta
que encuentren los medios necesarios, para depender de sí mismos.
3-9. Jesús premiará la conducta de los siervos fieles de Dios.
"Dichoso aquel siervo a quien su señor, al llegar, encuentre haciéndolo así. De
verdad os digo que le pondrá al frente de toda su hacienda" (LC. 12, 43-44).
Los siervos y esclavos que trabajaban para sus señores, que tenían la dignidad de
alcanzar mayores responsabilidades, por llevar a cabo actividades inferiores a las
mismas, se sentían muy felices, por ser distinguidos por sus señores. Esto también
sucede en la actualidad. Si por realizar sus actividades honradamente muchos
trabajadores son ascendidos en las empresas en que desempeñan sus labores, se
sienten orgullosos de ello. Igualmente, si los cristianos llevamos a cabo nuestras
responsabilidades lo mejor posible, el Señor nos recompensará, cuando concluya la
instauración de su Reino, entre nosotros.
Si creemos que vivimos en el Reino de Dios, ¿Por qué debemos esperar a ser
recompensados al final de los tiempos, y no somos premiados en la actualidad,
apenas hacemos el bien? Cuando llevamos a cabo algún proyecto bien, por la fe
que tenemos, podemos pensar que Dios nos ha ayudado, a conseguir lo que
queríamos. Dios no suele recompensarnos inmediatamente después de que
terminemos de hacer una obra de caridad, para que no pensemos que somos
merecedores de dicho galardón. Dado que Dios nos concede sus dones
gratuitamente, debemos servir a nuestros prójimos sin esperar nada a cambio de
ello, sabiendo que, aunque Dios nos recompensará debidamente, no debemos
actuar buscando ser premiados, sino, buscando favorecer a quienes tengamos la
oportunidad de servir.
3-10. Cada cual será recompensado en conformidad con su conocimiento de Dios,
la aplicación del mismo a su vida, y su dedicación a la oración.
"Pero si aquel siervo se dice en su coraz￳n: “Mi se￱or tarda en venir”, y se pone a
golpear a los criados y a las criadas, a comer y a beber y a emborracharse, vendrá
el señor de aquel siervo el día que no espera y en el momento que no sabe, le
separará y le señalará su suerte entre los infieles" (LC. 12, 45-46).
Jesús no nos pide únicamente que actuemos como cristianos en las celebraciones
de culto ni en los días festivos, sino todos los días de nuestra vida. Dado que entre
la primera generación de cristianos se extendió la idea de que Jesús estaba por
concluir la instauración de su Reino mesiánico, cuando San Lucas escribió su
Evangelio, muchos creyentes habían dejado de esperar que aconteciera la Parusía
del Señor. Ello significaba que no les merecía la pena vivir como seguidores de
Jesús, porque estaban expuestos a las persecuciones imperiales, y, más que
recompensados por Dios, se veían torturados y asesinados por los emperadores
romanos, y odiados por los judíos.
Aunque Jesús no concluyó la instauración de su Reino a partir de la fundación de
la Iglesia plenamente, San Lucas no dejó de esperar este hecho, y por ello, dado
que sus oyentes y lectores conocían las penalidades características de la
servidumbre, les expuso la parábola que estamos considerando, para decirles que,
de la misma manera que los siervos infieles eran apaleados por sus señores hasta
ser heridos o asesinados, los cristianos que no actuaran como fieles servidores del
Señor, serían excluidos del Reino de Dios, una vez aconteciera la plena instauración
del mismo, aunque ello tardara miles de años en suceder.
3-11. La justa distribución de las responsabilidades de los creyentes y de los
castigos de los pecadores.
"«Aquel siervo que, conociendo la voluntad de su señor, no ha preparado nada ni
ha obrado conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes; el que no la conoce y
hace cosas dignas de azotes, recibirá pocos; a quien se le dio mucho, se le
reclamará mucho; y a quien se confió mucho, se le pedirá más" (LC. 12, 47-48).
Si conocemos la voluntad de Dios, y no nos disponemos a vivir en su Reino,
merecemos ser excluidos del mismo. El conocimiento de dios nos aporta muchas
satisfacciones, y una gran responsabilidad, en la que normalmente no pensamos,
porque pensamos que solo les corresponde a los ministros religiosos.
Quienes tengan la oportunidad de conocer a Dios y cumplir su voluntad, y se
nieguen a ello, no serán tan penalizados como quienes conocen a Nuestro Padre
común. Tales creyentes serán sancionados porque despreciaron al Dios Uno y Trino,
pero, al desconocer al mismo, no serán sancionados al mismo nivel de quienes,
conociendo la voluntad divina, se negaron a cumplirla.
Cuanto mayor sea nuestro conocimiento de Dios, mayor será nuestra
responsabilidad cristiana. Acordémonos de esto, no por miedo al castigo, sino
porque, cuanto mejor llevemos a cabo nuestra responsabilidad cristiana, más nos
gozaremos, por ser hijos de Dios.
3-12. Si hacemos este ejercicio de lectio divina en grupos, nos dividimos en
pequeños subgrupos para sacar conclusiones tanto del texto bíblico que hemos
meditado como de la reflexión que hemos hecho del mismo, y, finalmente, los
portavoces de los subgrupos, hacen una puesta en común, de las conclusiones a
que han llegado todos los grupos, tras la cual se hace silencio durante unos
minutos, para que los participantes mediten sobre lo leído y hablado en los grupos,
individualmente.
3-13. Si hacemos este ejercicio individualmente, consideramos el texto
evangélico y la meditación del mismo expuesta en este trabajo en silencio, con el
fin de asimilarlos.
4. Apliquemos la Palabra de Dios expuesta en LC. 12, 32-48 a nuestra vida.
Responde las siguientes preguntas, ayudándote del Evangelio que hemos
meditado, y de la meditación que aparece en el apartado 3 de este trabajo.
3-1.
¿Qué es el miedo?
¿Nos es posible pasar todos los días de nuestra vida sin sentir miedo?
¿Por qué nos afecta el miedo, independientemente de que las causas que nos lo
pueden producir sean reales o producidas por nuestra mente?
¿Por qué no debemos tener miedo los miembros del pequeño rebaño de los
cristianos que habitamos en el mundo?
¿Nos consuela el hecho de pensar que Dios ha decidido darnos su Reino cuando
se nos acumulan las dificultades? ¿Por qué?
¿Cómo lograremos que no nos paralicen la vida los problemas que tenemos?
¿Por qué cosas se afanan los no creyentes por las que no debemos preocuparnos,
porque Dios nos las dará por añadidura? ¿Estamos seguros de ello? ¿Por qué?
¿Creemos que dios es consciente de nuestras carencias?
Si Dios conoce nuestras carencias, ¿por qué no las solventa de inmediato?
¿Por qué no solventa Dios nuestras carencias por Sí mismo, y les encomienda
dicha labor a sus creyentes, aun sabiendo que muchos de ellos no son
misericordiosos?
3-2.
¿Cuál es la verdadera riqueza según Jesús? ¿Por qué?
¿Cómo nos exige Jesús que nos desprendamos de nuestros bienes en beneficio de
los pobres, si tenemos que sustentar a nuestros familiares?
¿Por qué razones muchos ricos se desprendieron de sus bienes materiales cuando
los Apóstoles de Jesús fundaron la Iglesia de Jerusalén?
¿Por qué no nos sirve de nada a quienes tenemos familia hacer que nuestros
seres queridos afronten necesidades para que podamos sustentar a los pobres?
De la misma forma que quienes se mortifican pueden autocastigarse sin que sus
seres queridos lo noten para que no sufran en vano, podemos ayudar a los más
necesitados, sin hacer sufrir a quienes viven en nuestros hogares.
¿En qué sentido podemos llevar a cabo el deseo del Señor de desprendernos de
nuestros bienes, sin renunciar a la totalidad de los mismos, y cumpliendo la
voluntad de Dios a un mismo tiempo?
¿Qué nos ocurre si la consecución de dinero y bienes materiales se convierte en
el centro de nuestra vida?
¿Cómo podremos invertir el dinero de que disponemos en solventar las carencias
de nuestros familiares y nuestras, y en la realización de la obra del Señor,
consistente en socorrer a los necesitados, y en cubrir los gastos relacionados con el
culto?
¿Cómo podemos los cristianos trabajar para gastar dinero y sentirnos libres para
invertir parte de nuestras ganancias en la realización de la obra de dios?
¿Carecemos de ambición sana quienes pensamos que el dinero no es el móvil de
nuestra vida? ¿Por qué?
¿Por qué son más importantes para los cristianos Dios y las carencias de los
hombres que la obtención de riquezas?
¿Cuál es la medida que debemos utilizar a la hora de dar limosna?
¿Debemos darles limosna a los pobres, o a las organizaciones que se ocupan de
cubrir las necesidades básicas de los tales?
¿De qué material deben ser las bolsas que debemos crearnos para que no se nos
rompan?
¿Qué debemos portar dentro de dichas bolsas?
¿Por qué estamos expuestos a dejar de disfrutar o a perder nuestras riquezas
materiales, y nuestras riquezas espirituales nos acompañarán siempre?
¿Por qué no se pueden corromper nuestras bolsas de obras caritativas?
3-3.
¿Cuáles son nuestros tesoros?
¿Por qué están apegados nuestros corazones a los tesoros de que disponemos?
¿Hacemos bien en convertir el trabajo y la consecución de dinero y bienes
materiales en nuestro tesoro? ¿Por qué? Piensa detenidamente la respuesta a esta
pregunta, porque, sin dinero ni bienes, difícilmente, podremos vivir.
¿Es el cumplimiento de nuestros deberes cristianos y mundanos nuestro tesoro?
¿Por qué?
¿Cuál es el tesoro de los enamorados?
¿Cuál es el tesoro de quienes tienen familia?
¿Cuál es el tesoro de los cristianos practicantes?
¿Cómo y dónde invertimos nuestro tiempo, dinero y energías?
¿Podemos modificar la inversión de nuestros recursos para reflejar claramente los
valores del Reino de Dios?
3-4.
¿Qué significa el hecho de que tengamos ceñidos los lomos?
¿Por qué quiere Jesús que vivamos como cristianos cada instante de nuestra
vida?
¿Qué riesgo corren quienes creen que la religión solo consiste en cumplir normas
legales y en llevar a cabo ritos cultuales?
¿Cómo debe ser nuestro cumplimiento de las normas religiosas para que no nos
impida relacionarnos con Dios ni con nuestros prójimos los hombres?
¿Qué significa el hecho de que tengamos las lámparas de nuestra fe encendidas?
¿Por qué el aceite es un símbolo del Espíritu Santo?
¿Podremos recibir a Jesús únicamente al final de los tiempos, o también podemos
recibirlo actualmente?
¿Cómo podemos recibir a Jesús actualmente?
¿En qué sentido es motivador para no perder la fe el hecho de creer que el Reino
de Dios es una realidad espiritual que no está relacionada con el mundo actual?
¿En qué sentido nos motiva a cumplir la voluntad divina el hecho de creer que el
Reino de Dios se hace presente en nuestra vida y en el mundo aquí y ahora, y que
cuanto más mejoremos nosotros y el mundo, más contribuiremos a la plena
instauración del mismo en nuestra tierra?
3-5.
¿Qué significa para los cristianos el hecho de permanecer en vela?
¿Por qué equiparó Jesús la conducta de los siervos y esclavos de los ricos
terratenientes con la conducta de sus seguidores?
¿Por qué debe ser nuestra espera de que acontezca la Parusía del Señor activa?
3-6.
¿Qué significa el hecho de dormirnos mientras esperamos que Jesús concluya la
plena instauración de su Reino en la tierra?
¿Cómo quiere el Señor que nos mantengamos despiertos?
¿En qué sentido servirá Jesús a sus siervos?
¿Qué queremos tener cuando acontezca la Parusía del Señor?
3-7.
¿Por qué muchos cristianos nos empeñamos más en llevar a cabo el cumplimiento
de nuestros deberes mundanos que en actuar como seguidores de Jesús?
¿Por qué es conveniente que los padres cristianos enseñen a sus hijos a seguir a
Jesús por medio de su ejemplo de fe viva?
¿Por qué necesitamos fortalecer nuestra fe haciendo algo más que asistir a varias
decenas de charlas catequéticas y a la Misa dominical?
¿Qué podría decir Jesús de la religiosidad de los miembros de las diferentes
denominaciones cristianas existentes si aconteciera su segunda venida en este
tiempo?
¿Es la Parusía de Jesús un truco utilizado tanto por el Señor como por los líderes
religiosos para presionarnos psicológicamente a fin de que nos dispongamos a
recibir al Mesías?
¿En qué sentido nos beneficiamos del hecho de que el Señor tarde en cumplir la
promesa de concluir la plena instauración de su Reino en el mundo, según 2 PE, 3,
9?
¿Aprovechamos el citado retraso para intentar evangelizar al mayor número de
almas posible, a fin de que las tales no sean excluidas del Reino divino?
¿Qué recomendaciones recuerdas haber encontrado en las Cartas de San Pedro y
en las Cartas a los Tesalonicenses las cuales nos son útiles para disponernos a
recibir al Señor cuando acontezca su Parusía?
3-8.
¿En qué sentido tenemos todos los cristianos responsabilidades que nos son
comunes, independientemente de que seamos líderes religiosos o laicos?
¿Deben permanecer en vela esperando la Parusía del Señor sus ministros, o el
común de los creyentes? ¿Por qué?
¿Quiénes son los siervos fieles y prudentes que quieren cumplir la voluntad de su
Dios?
¿En qué sentido debemos alimentar a quienes tengan carencias espirituales y
materiales?
3-9.
¿Cómo explicó Jesús el hecho de que recompensará a sus siervos cuando
concluya la instauración de su Reino mesiánico entre nosotros?
Si creemos que vivimos en el Reino de Dios, ¿por qué debemos esperar a ser
recompensados al final de los tiempos, y no somos premiados en la actualidad,
apenas hacemos el bien?
¿Cómo nos recompensa Dios en la actualidad?
¿Por qué no acostumbra Dios a recompensarnos en cada ocasión que estudiamos
su Palabra, la aplicamos a nuestra vida haciendo el bien, y oramos?
¿Por qué debemos servir a nuestros prójimos sin esperar nada a cambio de ello?
¿De qué nos servirá hacer el bien sin buscar recompensas humanas?
3-10.
¿Por qué muchos cristianos dejaron de esperar que aconteciera la Parusía del
Señor cuando San Lucas escribió su Evangelio?
¿Por qué muchos que dicen ser cristianos no esperan que acontezca el citado
hecho?
¿Qué significaba para los cristianos del tiempo en que San Lucas escribió su
Evangelio no esperar que aconteciera la Parusía del Señor?
¿Qué significa la citada falta de fe en nuestro tiempo para muchos cristianos que
no esperan que el Señor venga a concluir la realización de su obra?
¿Por qué no perdió San Lucas la fe en que algún día acontecería la Parusía del
Señor, si muchos fieles fueron martirizados por Nerón, y el Señor no concluyó la
realización de su obra en el siglo I?
¿Cómo podemos esperar el regreso del Señor en medio de las penalidades
características de nuestra vida?
¿Qué ejemplo utilizó San Lucas para explicarles a sus oyentes y lectores que
serían juzgados según la conducta que observaran?
3-11.
¿Por qué merecemos ser excluidos del Reino de Dios, si conocemos su voluntad,
y no nos disponemos a vivir en el mismo?
¿En qué sentido nos supone el conocimiento de Dios muchas satisfacciones y una
gran responsabilidad?
¿Por qué no pensamos habitualmente muchos católicos en la responsabilidad que
supone para nosotros el hecho de conocer la voluntad divina?
¿Por qué serán penalizados quienes se nieguen a conocer a Dios y a cumplir su
voluntad teniendo oportunidades de relacionarse con Nuestro Padre común?
¿Por qué no serán sancionados de la misma manera quienes pequen conociendo a
Dios, que quienes cometan los mismos pecados que los anteriores, sin apenas
conocer a Nuestro Padre común?
¿Por qué debemos recordar siempre que, cuanto mayor sea nuestro conocimiento
de Dios, mayor será nuestra responsabilidad cristiana?
5. Lectura relacionada.
En el capítulo 25 del Evangelio de San Mateo que os recomiendo que leáis,
encontraréis más pistas, para disponeros a recibir al Mesías, cuando acontezca su
segunda venida.
6. Contemplación.
Mientras que Jesús nos invita a tener confianza en la resolución de nuestros
problemas, y en que podremos convivir con las dificultades que no podamos
resolver en un corto espacio de tiempo, a veces nos es difícil superar el miedo.
Dado que nuestra fe es pequeña, no nos consuela saber que Dios nos ha dado su
Reino, cuando las dificultades que tenemos, nos inducen a preocuparnos, por creer
que son insoportables, o muy duras de sobrellevar.
¡Qué difícil es para nosotros vender nuestros bienes! El desprendimiento cristiano
es una asignatura que tenemos pendiente, que nos aleja de Dios y de nuestros
prójimos los hombres, porque no nos esforzamos en aprobarla, cuando estudiamos
el arte de saber vivir.
¿Cómo daremos limosna en este tiempo de crisis económica, en que lo mejor que
podemos hacer, es acumular dinero, por si nos afecta la pobreza, poder superarla?
Si quienes alcanzaron un nivel de santidad heroico se desprendieron de todas sus
posesiones porque su fe era muy superior al miedo de ser afectados por la pobreza,
no necesitamos repartir todos nuestros bienes, sino una pequeña parte de los
mismos, para hacer un gran bien, y alcanzar la santidad.
¡Qué difícil nos es tener bolsas que no se pueden romper llenas de bienes
imperecederos! Vivimos demasiado inmersos en nuestras ocupaciones y
preocupaciones, como para esforzarnos en aprender a conjugar la espiritualidad
con la consecución de dinero y bienes materiales. El trabajo constante no nos
impide ser santos, pero, la ambición desmedida, nos separa de Dios, y de nuestros
prójimos los hombres.
Donde está nuestro tesoro, allí está nuestro corazón. Aquello que más deseamos,
se convierte en el sentido de nuestra vida.
¿Están nuestros tesoros relacionados con el cumplimiento de la voluntad de Dios?
Tengamos ceñidos los lomos y encendidas las lámparas de la fe, porque el Señor
vendrá a nuestro encuentro cuando menos lo esperamos, y deseamos ser dignos de
vivir en su presencia.
Si en la actualidad servimos a nuestros prójimos los hombres en quienes mora el
Señor, cuando Jesús concluya la instauración de su Reino entre nosotros, nos
servirá personalmente. Dispongámonos a recibir al Señor, no solo al final de los
tiempos, sino comulgando, estudiando su Palabra, y beneficiando a nuestros
prójimos los hombres.
Tal como el propietario de una casa estaría pendiente a la llegada de un ladrón si
conociera tal dato para impedir que lo robe, debemos aguardar la venida del
Mesías.
Independientemente del cargo que ocupemos en nuestras denominaciones
religiosas, todos los cristianos tenemos responsabilidades comunes. ¿Quiénes son
los siervos que desean servir a su Señor en las personas de sus prójimos?
Nuestra responsabilidad cristiana es insignificante, en comparación con el premio
que recibiremos, si la cumplimos puntualmente, pero no trabajemos para ser
premiados, sino para hacer el bien. Tengamos una moral adulta, y no trabajemos
para ser premiados ni para evitar un castigo, sino para agradecerle a Dios el bien
que nos ha hecho, y para demostrarles a nuestros prójimos los hombres, que
podemos cumplir nuestros deberes cotidianos, y cumplir la voluntad de Dios, a un
mismo tiempo.
Sirvamos al Señor en nuestros prójimos los hombres, como si de ello dependiera
nuestra salvación.
Si conocemos a Dios y no ignoramos su voluntad, actuemos en consecuencia,
como si pudiéramos apresurar la plena instauración de su Reino en la tierra.
Si no conocemos la voluntad divina, adquiramos su conocimiento, para aprender
a ser felices.
Conocer a Dios es un gran gozo y una enorme responsabilidad, que, cuanto mejor
la acatamos, más aumenta nuestra dicha cristiana.
7. Hagamos un compromiso que nos impulse a vivir las enseñanzas que hemos
extraído de la Palabra de Dios, expuesta en LC. 12, 32-48.
Comprometámonos a adquirir la costumbre de pensar que todo lo que hagamos
mejorará nuestras relaciones con Dios y sus hijos los hombres, o nos alejará de
ellos.
Escribamos nuestro compromiso para recordarlo constantemente, y, según lo
cumplamos, aumentará nuestro amor a Dios, y a sus hijos los hombres.
8. Oración personal.
Después de hacer unos minutos de silencio, expresamos verbalmente lo que
pensamos, con respecto al texto bíblico que hemos considerado, y a la reflexión del
mismo que hemos hecho.
Ejemplo de oración personal:
Señor Jesús: El sueño me impide permanecer en vela, aguardando tu segunda
venida. El sueño de la falta de fe, y de los afanes mundanos, me impide
permanecer alerta, esperando tu venida. Ayúdame a abrir los ojos de la fe que me
has dado, para que pueda adaptar mi vida, al cumplimiento de tu voluntad divina.
9. Oración final.
Lee y medita SAL. 17, 1-8, pensando en las pistas que se te ofrecen en el citado
texto, para disponerte a recibir al Señor, cuando acontezca su Parusía.
Nota: He utilizado en esta meditación el leccionario de la Misa y la Biblia de
Jerusalén.
José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com