XVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
Con Cristo armemos el lío de Dios Padre
Nadie podría imaginar que un Papa dijera lo que ha dicho Francisco ante una
multitud de jóvenes con motivo de la Jornada Mundial de la juventud: “Quiero lío”.
Pero es verdad que lo ha dicho. Lo ha anunciado el papa Francisco, al decir al
mundo de los jóvenes que él no lleva ni oro ni plata sino lo más valioso del mundo,
a Jesucristo, el Señor, que es capaz de llenar la vida de toda persona mucho más
que el poder, la plata o el placer, aspiraciones habituales de la mayoría común de
los mortales. Cuando el Papa está transmitiendo estos mensajes sabe que se está
enfrentando al mundo de opulencia económica y de corrupción política, generado
por un sistema ya caduco que mantiene a la mayor parte de la humanidad en la
marginación social, y que se hace más patente en las favelas que ha visitado el
papa durante estos días y en los millones de pobres de la tierra que éstas
representan.
Por eso el papa quiere lío. El lío de la fe es el que genera una mentalidad
contracorriente en este mundo, que es portadora de la primacía de los valores
humanos y cristianos y que tiene en el Evangelio su máximo exponente. El papa
quiere el lío de la alegría en el rostro y en el espíritu por la vida de Cristo en
nosotros. El lío de la coherencia entre la vida y la fe que pone al descubierto las
mentiras, engaños y corrupciones del corazón humano. El lío de una mentalidad
centrada en Dios y que es propulsada por su Espíritu para enfrentarse a los males
dañinos que provocan marginación y pobreza en el planeta. El lío de luchar con
coraje juvenil y con entusiasmo contra la mediocridad, la comodidad, el lujo y el
espíritu acomodaticio al sistema social reinante en el mundo, que ha provocado un
panorama terrible de crisis económica y, sobre todo, de valores humanos. El lío que
quiere el papa es el dinamismo del Espíritu Santo en el corazón de los creyentes,
que debe impulsar a sacar a la Iglesia de sus sacristías y de sus nidos de felicidad
religiosa para plantarse en la calle, con la cabeza erguida y con el corazón humilde,
para proclamar que el Evangelio es una palabra potente para transformar el
mundo. El papa quiere una verdadera y profunda revolución donde Dios, Padre de
Jesucristo, sea el centro de la existencia humana y todas nuestras actividades estén
empapadas de su amor inmenso, que transforma la mente, revoluciona el corazón,
moviliza el espíritu y se expresa en obras, acciones y proyectos conducentes a
transformar toda la familia humana, a la que íntimamente está unida toda la
Iglesia.
Las lecturas de este domingo en la Iglesia proclaman el triunfo de la misericordia
divina sobre toda la miseria humana. Al regateo de la misericordia protagonizado
en el libro del Génesis (Gn 18,20-32) por Abrahán ante Dios por las culpas de la
humanidad irredenta le faltaba un último paso. Abrahán se quedó en cinco,
apelando a la justicia y a la misericordia de Dios, pero por si no hubiera ni siquiera
cinco justos en las ciudades del mundo, que es donde se quedó Abrahán, Jesús
mismo aparece como el hombre realmente justo en la cruz, tal como reconoce el
centurión pagano al pie de la cruz en el evangelio de Lucas, y así aquel regateo de
la historia culmina en Jesús, por quien Dios ha perdonado los pecados de todos. En
Jesús, el único justo, todos los injustos tienen acceso a la salvación. Y por eso Jesús
intercede por todos en la cruz orando: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que
hacen” (Lc 23,34). Con este perdón de Cristo, pedido y concedido en la cruz,
empezó el auténtico lío del mundo, al que nos llama ahora el papa.
La tradición paulina expresa con categorías propias la fuerza enorme de la fe, que
nos hace partícipes de la vida con Cristo , pues con él fuimos sepultados, con él
fuimos resucitados y con él fuimos vivificados, habiendo sido perdonados de todos
nuestros pecados (Col 2,12-14). El autor de la carta lo dice con términos
sumamente potentes, pues mediante el prefijo con- antepuesto a los verbos
sepultar, resucitar y vivificar vincula la identidad nueva de los creyentes al
acontecimiento histórico de la muerte y resurrección de Cristo, momento en el que
comenzó realmente una nueva creación que tiene la misma vida de Cristo
resucitado. Este es el lío más importante que la obra de Cristo llevó a cabo, pues
por medio de la fe en él, ya somos capaces de vencer, con la fuerza de su Espíritu,
toda fuerza mortífera, destructora o aniquiladora del ser humano.
La clave para vivir este dinamismo de fe es la vida de oración en la que insiste el
evangelio de Lucas, especialmente hoy, cuando enseña a los discípulos cómo tienen
que orar. El texto abarca tres partes: la enseñanza de la oración dominical, la
parábola del amigo inoportuno y la invitación a pedir al Padre, sobre todo, el don
del Espíritu Santo (Lc 11,1-13). La parte central, la de la parábola, es exclusiva de
Lucas, mientras que la oración dirigida al Padre y la insistencia en la petición, están
también en Mateo, y procede de la fuente de los dichos del Señor (la fuente Q).
En Lucas la oración de Jesús, de la cual hace partícipes a los discípulos, es más
breve que en Mateo y se concentra aún más en el Padre, sin las notas eclesiales,
propias de Mateo. En Lucas podríamos decir que no se trata específicamente del
Padrenuestro, sino de la oración al Padre Dios, cuyo Reino y nombre se invocan,
para hacer hincapié en la petición del pan para cada día, del perdón de los pecados
y de la liberación de la tentación. Así la petición del pan constituye en Lucas el tema
central de la oración dominical y el hilo conductor de las tres partes del relato
lucano.
El pan es un elemento esencial para la vida humana y se refiere a todo lo que es
necesario para el sustento de la misma. A diferencia de las otras peticiones de la
misma oración, la petición del pan antepone la palabra pan al verbo
correspondiente, resaltando así el énfasis puesto en el mismo. El pan es reconocido
como un don que viene de Dios y por eso se pide, pero no sólo para el individuo,
sino para la comunidad humana. Con el pan se introduce la palabra “nuestro”, de
modo que queda de manifiesto la conciencia y corresponsabilidad de los discípulos
en el compartir los bienes, reconociendo el don de Dios en ellos y el compromiso
solidario con toda la humanidad. Rezar hoy la oración del Señor es comprometer la
vida en un pan compartido, especialmente entre los que no tienen lo necesario para
vivir. También esta oración arma el lío que el papa quiere, al llamar a Dios Padre, e
implorar su Reino, en el que no falte el pan y que éste sea siempre compartido
como pan “nuestro”. La confianza en el Padre es tan grande que el pan necesario se
pide cada día, sin necesidad de acumular para el mañana, ni de empacharse en el
hoy, pues el Padre es quien cuida de nosotros.
La parábola del amigo inoportuno que pide pan de noche muestra el valor de
oración y de la petición, a tiempo y a destiempo, pues todo lo que es necesario se
le dará al que confía en Dios. Por eso “pidan y se les dará”. Sin embargo, el final
de la enseñanza revela que lo que verdaderamente hay que pedir al Padre, lo que
realmente es esencial para la vida es el Pan del Espíritu Santo, ese pan que en la
comunidad cristiana se vive en cada Eucaristía como Pan transformado y que
transforma. Pidamos al Padre que el Espíritu inunde los corazones de los jóvenes
del mundo al celebrar con el Papa Francisco la Jornada Mundial de la Juventud en
Rio de Janeiro y que del Pan Eucarístico venga el don del Espíritu Santo que nos
impulse a todos los creyentes a testigos convincentes del amor de Cristo.
No podemos hoy concluir nuestra oración sin hacernos eco del dolor y del duelo que
ha provocado en España el terrible accidente de tren que, cerca de Santiago de
Compostela, ha ocasionado tantas víctimas entre muertos y heridos graves.
Pidamos por todos ellos y por sus familias para que el Espíritu Santo dador de Vida
y Consolador no les falte en este momento.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura.