XVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C.
Padre Julio González Carretti O.C.D
Lecturas bíblicas
a.- Gn. 18, 20-32: No se enfade mi Señor, si sigo hablando.
En la primera lectura, encontramos el regateo de Abraham con Yahvé, para salvar a
hombres y mujeres de la ciudad de Sodoma, de la inminente destrucción. Sodoma
estaba en el territorio que Lot había elegido para sí, al separarse de Abraham (cfr.
Gn. 13,10ss), pero la separación sólo es física, porque esto es lo que más une a su
sobrino, por esa tierra. Este pasaje viene inmediatamente después de la
manifestación de Mambré, cuando los personajes de la teofanía dirigen sus pasos
precisamente a Sodoma, mientras Yahvé, le plantea a Abraham el problema de la
ciudad (cfr. Gn. 18, 16. 22). Encontramos un monólogo de Yahvé, y luego un
diálogo con el patriarca, donde se destaca la defensa de justos y pecadores, y la
intercesión que hace Abraham ante Dios. El monólogo revela las intenciones de
Yahvé respecto de Abraham, su función profética e intercesora, y en el diálogo,
vemos esas funciones en ejercicio activo. En el monólogo, Dios se abaja hasta el
patriarca, para revelarle sus propósitos, aquí se abre a la plegaria del hombre. Es
Sodoma donde Dios y Abraham se encuentran, mientras el primero quiere
constatar la acusación que ha llegado a sus oídos, el segundo, se convierte en su
defensor, aprovechando la oportunidad que Dios le ha concedido. Esta ciudad de
Sodoma, representa la perversidad, la ciudad pecadora. Abraham, aparece como el
padre de un gran pueblo, inicio de una bendición para todos los pueblos, intercede
por un pueblo extranjero, no es el suyo, y al exigir justicia a Yahvé para ese
pueblo, se convierte en modelo de oración, para pedirla a Dios siempre que sea
necesario. El regateo sobre el número de justos para salvar a los demás, se
consolida en dos principios: la justicia de Dios y la solidaridad de los justos con los
pecadores. Si hay justos cuando Yahvé destruya la ciudad, su justicia para ellos, se
convierte en injusticia, es decir, los pecadores arrastran en su suerte a los buenos.
De cincuenta llega a diez justos y logra con su intercesión que una bendición de
Yahvé salve a esa humanidad que estaba condenada a una maldición. Se hace
realidad, aquello que en Abraham, son bendecidos todos los pueblos.
b.- Col. 2, 12-14: Os dio vida en Cristo, perdonándonos todos los pecados.
San Pablo, defiende su tarea de formación catequética en medio de los colosenses,
frente a los que quieren introducir innovaciones filosóficas en la comunidad eclesial.
El tono de Pablo, es el de un padre comprensivo, que los exhorta a seguir su
camino de fe, tal como él se los enseñó. Cristo Jesús, es inicio y camino para llegar
a la plenitud. Pablo no se opone a la visión filosófica del mundo y del hombre, sino
que se parta de los “elementos del mundo” y no de Jesucristo. Estos elementos del
mundo, eran seres superiores, semi-divinos que gobernaban la realidad humana y
celestial. La adaptación judía, consideraba a estos seres, como ángeles guardianes
de la Ley. Es un sincretismo, entre las ideas de la religión de los misterios y el
judeocristianismo, la crítica de Pablo apunta a la idolatría, que poseen como
trasfondo: entre Dios y los hombres existirían unos seres divinos, que gobernarían
como mediadores la acción de Dios sobre los hombres. Como judío no admite más
que a Dios, como ser absoluto, y debajo de ÉL, todas son criaturas, y por lo tanto,
manipulables. El hombre no se arrodilla más que ante Dios, Cristo es Dios, por lo
tanto, en ÉL reside toda la plenitud de la divinidad corporalmente (cfr. Col. 2, 9), es
decir, en la realidad humana de Cristo, es donde se realiza el misterio de la
Encarnación y Resurrección. En Cristo, se realiza la unión del mundo divino, al que
pertenece por su ser preexistente y glorificado, y el mundo creado que asumió,
directamente, la humanidad, e indirectamente, el cosmos, mediante su Encarnación
y resurrección. Cristo Jesús, es la plenitud del ser. Se puede afirmar entonces que
no hay mediadores entre Dios y los hombres, más que Jesucristo. Dios en la
persona de su Hijo, después de hacerlo carne de pecado, sometido a la Ley, y un
maldito por ella, suprime la condena contra el hombre, ejecutándola en ÉL; lo
entregó a la muerte, clavando y destruyendo en ella, el documento de nuestra
deuda y condenación. Despojados de su poder, los principados y las potestades de
estos seres superiores, Cristo Jesús, con su resurrección, venció estos principados y
potestades de seres superiores, y los agregó a su cortejo triunfal, y los mostró
como derrotados.
c.- Lc. 11,1-13: El Padre Nuestro. Pedid y se os dará.
El evangelio nos enseña a orar a Dios como hijos que se dirigen a su Padre; se
trata de la apertura del hombre al misterio de Dios que se revela con la
instauración de su Reino. Las dos primeras peticiones, quieren la manifestación de
Dios sobre la historia; la venida de su Reino es una manifestación de la santidad de
su Nombre; se pide el pan cotidiano y el perdón, peticiones importantes porque el
hombre es tentado de ahí la importancia de ser fortalecidos por la Palabra de Dios,
el Pan eucarístico y la oración constante de la comunidad por todos sus miembros.
Es la oración de Jesús y la Iglesia, del cristiano que abierto al Reino de Dios, confía
plenamente la presencia salvadora de Dios. Pedir en la oración: “Venga tu Reino”,
es manifestación de un don de Dios para el hombre que queremos que actualice
siempre, de ahí que esta oración tiene ese carácter familiar, personal al Padre. El
Reino es don de amor y confianza, que el Padre ofrece a sus hijos. Pero además, el
Reino es ofrecimiento de perdón de todos los pecados de parte de Dios para el
hombre pecador, reconciliación de los hombres, hijos de Dios, entre sí. Sin este
perdón mutuo, elevar a Dios esta plegaria se convierte en mentira. Esta oración nos
enseña a descubrir cuanto ama Dios al hombre, de lo cual nace la esperanza en su
bondad. La actitud del amigo que llama en la noche y del hijo que pide a su padre,
son imágenes que el evangelista nos presenta la forma cómo debemos confiar en
Dios. De la pobreza espiritual se eleva nuestra oración al Padre para pedirle por la
vida de cada día y por permanecer en su Reino. “Si, pues, vosotros, siendo malos,
sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el
Espíritu Santo a los que se lo pidan!» (v. 13). Con estas palabras el evangelista nos
quiere decir que podemos pedir lo que queramos al Padre, para recibir siempre el
regalo del don de su Espíritu Santo.
Aprendamos de Teresa de Jesús a pedir en el Padre Nuestro: el Pan nuestro de la
Palabra y de la Eucaristía. “Pues visto el buen Jesús la necesidad, buscó un medio
admirable adonde nos mostró el extremo de amor que nos tiene, y en su nombre y
en el de sus hermanos, pidió esta petición: «El pan nuestro de cada día, dánosle
hoy, Señor». Entendamos, hermanas, por amor de Dios, esto que pide nuestro
buen Maestro, que nos va la vida en no pasar de corrida por ello, y tened en muy
poco lo que habéis dado, pues tanto habéis de recibir.” (CV 33,1).