XVII Semana del Tiempo Ordinario (Año Impar)
Lunes
Padre Julio González Carretti O.C.D
Lecturas bíblicas
a.- Ex.32,15-24.30-34: El becerro de oro.
b.- Mt. 13, 31-35: El grano de mostaza y la levadura.
Si bien no alcanza la altura de árbol, pero si es vistoso, se convierte en arbusto, el
fruto de la semilla de mostaza. Puede que detrás de esta imagen, encontremos la
idea de un árbol ideal, es decir de amplias ramas donde los pájaros habitarán,
símbolo que usa el profeta como signo de fertilidad, vida y estabilidad (cfr. Ez. 17,
22). Será el mismo Dios, quien plantará este árbol (cfr. Ez. 31,1ss; Dan. 4, 6ss).
Vemos que Jesús trae a la memoria la imagen del árbol, para darle un sentido
nuevo, lo mismo sucederá, al final de los tiempos, con la obra de Dios que ahora
empieza como una semilla: el reino de Dios. La idea de la parábola, es dar a
conocer los humildes inicios del Reino de Dios, pero además, la grandeza de su
consumación. La oración del discípulo confía en que Dios de algo humilde, puede
convertir en algo fuerte y grande, si puede sacar hijos de Abraham de las piedras,
también puede formarse un pueblo numeroso (cfr. Mt. 3, 9). El pensar de Dios, es
bien distinto, a cómo piensan los hombres. Todavía encontramos otra idea, la del
crecimiento, es decir, la semilla que se convierte en árbol frondoso, tiene su
dinámica propia de progreso, encaminado a su meta final, porque es Dios, quien
conduce la historia hacia su consumación gloriosa. La levadura, en medio de la
masa, es otra de las imágenes, para expresar la misma idea: en esa cantidad de
harina, un poco de levadura, fermenta toda la masa y la mujer puede cocer el pan.
Se produce un milagro en el tiempo, la masa queda toda ella fermentada, se ha
producido un cambio sorprendente, entre el comienzo y el fin; así son los
comienzos del Reino de Dios. Los humildes inicios, nos hablan de la vitalidad, poder
y grandeza que puede alcanzar en el tiempo. La levadura es el comienzo de su
crecimiento, todo lo demás está contenido en ella. El comprender de Dios, es
distinto al pensar del hombre: más allá de pensar en lo pequeño y grande, también
se puede agregar lo débil y lo eficaz. Es en lo pequeño y débil, donde radica toda la
vitalidad y la fuerza del mensaje del reino (cfr. Gál. 4, 13; 1 Cor.1, 25. 27; 2, 3; 2
Cor. 12, 8). El discípulo de Cristo tiene nuevo espíritu y nuevo corazón, porque se
dejó transformar, cual levadura para su entorno. La fuerza vital que lleva la
comunica a las personas y también a todo lo que se le confía. Su misión es
fermentar las realidades que vive desde la humildad de su existencia cotidiana para
asentar todo en la vida de Dios. Esta es la vida de Dios en nosotros.
Teresa de Ávila, a los que comienzan vida de oración, los invita a no dejar la
oración, camino seguro para ingresar en el Reino de Dios. “Y verdaderamente un
alma en sus principios, cuando Dios la hace esta merced, ya casi le parece no hay
más que desear, y se da por bien pagada de todo cuanto ha servido. Y sóbrale la
razón: que una lágrima de éstas que, como digo, casi nos la procuramos, aunque
sin Dios no se hace cosa, no me parece a mí que con todos los trabajos del mundo
se puede comprar, porque se gana mucho con ellas. ¿Y qué más ganancia que
tener algún testimonio que contentamos a Dios? Y así, quien aquí llegare, alábele
mucho, conózcase por muy deudor; porque ya parece le quiere para su casa, y
escogido para su reino, si no torna atrás.” (V 10,3-4).