XVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C.
Padre Dr. Juan Pablo Esquivel
+ El Ev. de hoy cuestiona una idea muy difundida: el pensar que la
abundancia de bienes y riquezas asegura la vida del hombre .
La parábola de hoy es clara, y resulta evidente que este hombre rico,
aparentemente tan prudente en sus previsiones, no ha tenido la suficiente sensatez
como para darse cuenta que, aún teniendo bienes para muchos años, estos no le
sirven para alargar su vida ni siquiera un minuto . Dios le reclama la vida en el
momento en que más riquezas tenía, y así no solo no podrá gozar y descansar
como había pensado, sino que además tendrá que rendir cuenta de sus muchos
bienes ( “al que mucho se le di￳...” )
+ La parábola incluye entonces un llamado de atención sobre ciertos puntos: nos
recuerda que no somos “due￱os” de nuestra vida, sino más bien
administradores (y en cualquier momento el Señor de nuestra vida nos puede
llamar, y antes de admitirnos a su fiesta eterna, nos pedirá cuentas de nuestra
administración.
No tiene entonces sentido gastar tontamente la vida, desperdiciar nuestro
precioso tiempo en este mundo acumulando cosas, olvidando que estamos aquí
“como de paso”. Ningún bien material nos llevaremos al más allá... Y muchas
veces, cuanto deja una persona es mal disfrutado por herederos holgazanes, que
no realizan sus vidas por el trabajo; o es motivo de peleas familiares (los herederos
se “arrancan los ojos...”) y así el dinero, en lugar de ser una fuente de bendiciones
puede volverse una maldición; o bien, es dilapidado, en una noche de juego, Vg. en
una ruleta, lo que otro amasó con tanto esfuerzo sin disfrutar. Cuando un rico
muere: cuánto deja? Todo? No, no “deja” nada : todo le es “quitado”...
Sin embargo, la enseñanza del Señor en este Ev. va mucho más allá. No está
dirigida exclusivamente a los ricos, a la clase alta, a los que tienen mucho dinero:
su enseñanza vale tanto para los que tienen grandes fortunas, como para aquellos
que tienen poco o casi nada . Jesús apunta no sólo a las grandes cantidades , sino a
la calidad de nuestro obrar: al uso que damos a lo poco o mucho que tenemos,
para que nuestros bienes “rindan” ante Dios, es decir, si queremos ser ricos”
ante Él ¿Cómo serlo? Lo dice Jesús en el mismo Ev. de Lucas (próx. Domingo):
allí Él habla de acumular tesoros en el cielo, en vez de amontonarlos en la tierra,
compartiendo con los que tienen menos que nosotros, o no tienen nada. ..
Jesús desaprueba hoy dos maneras de actuar:
v La actitud de quienes tienen su dinero (poco o mucho) en su corazón ,
y no en su bolsillo abierto y generoso para compartir las necesidades ajenas. Hay
personas que amontonan bienes como si fuesen a vivir miles de años aquí abajo,
pensando que tendrán todo el tiempo que quieran para disfrutarlo...
v Pero también queda desaprobada la actitud de quienes, “pesimistas de
alma” no saben agradecer los bienes que Dios cotidianamente les regala: la vida,
el mundo (que podemos ver incluso en la T.V.), nuestro “peque￱o mundo”, nuestra
familia (con sus + y -), nuestra salud (poca o mucha), nuestros amigos, y sobre
todo, Su Presencia amorosa en nuestras vidas, que nada ni nadie nos puede quitar,
y que , bien mirada, debe ser nuestra mayor riqueza, nuestro mayor consuelo, la
causa más grande de nuestra alegría...( Su Mamá; sus ángeles, los santos, los
sacramentos; etc.). Si miramos todo esto con indiferencia o desagrado,
somos hijos desagradecidos, “no ricos a los ojos de Dios”.
+ Y ¿cuál es la actitud correcta? La de quien sabe cuál es el destino
verdadero de todos los bienes que nos da el Señor: hacer que “duren para
siempre”, que no perderlos en el momento de la muerte y sean motivo de felicidad;
depositarlos en el cielo: allí no nos llevaremos nada de lo que tenemos , sino sólo lo
que somos . Y el ser de una persona, su “riqueza frente a Dios”, se define
fundamentalmente por su capacidad de amar , ejercitada cada día... “Mi amor es
mi peso” (San Agustín).
De modo que, en vez de estar pidiendo nuevas maravillas cada día, hay que
pedirle al Señor una renovada capacidad de maravillarse ante su amor, que se
renueva cada día...
Muchas personas que se dedican a amontonar y acaparar bienes en este mundo,
aunque vivan en casas fastuosas y se den una vida espléndida, son muy pobres
delante de Dios, porque no aman , y por ende no tienen un tesoro que dure para
siempre: no se llevarán nada al dejar este mundo y serán juzgados
gravísimamente, por no haber puesto sus talentos (sus bienes) al servicio del
bien común.
En cambio, la actitud del cristiano (que debe estar a la altura de Cristo) es
alegrarse por los bienes que se recibe, y preocuparse para que todos sus
hermanos puedan también disfrutar de estos bienes. En todos los casos, se trata
de actuar como buenos administradores que reciben todo de Dios, usan y
disfrutan lo que necesitan, y procuran que en la familia de Dios a nadie le falte lo
necesario, recordando que “la avaricia es una forma de idolatría” (II
lectura).
+ La de hoy es una parábola para todos, pues todos hemos recibido muchos dones
de Dios (“nadie es tan pobre que no tenga algo para dar, ni tan rico que no necesite
recibir algo...”): vida; fuerzas físicas; capacidad intelectual; tiempo... son riquezas
que no solemos tener en cuenta, pero son verdaderas riquezas.
Todos somos administradores... pongamos nuestro coraz￳n “a plazo fijo” en el
cielo, y seremos ricos a los ojos de Dios, y felices en este mundo.
Amén