Encuentros con la Palabra
Domingo Ordinario XVIII – Ciclo C (Lucas 12, 13-21)
(...) la vida no depende del poseer muchas cosas”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
Mientras viajaba por las montañas, una sabia mujer se encontró un hermoso diamante en
un riachuelo. Al día siguiente se cruzó en el camino con otro viajero y al saber que estaba
hambriento, le ofreció parte de la comida que traía con ella. Al abrir su bolsa para sacar
los alimentos, el hombre vio la piedra preciosa en el fondo del morral, y quedó
maravillado. El viajero le pidió el diamante a la mujer y ésta, sin dudarlo, lo sacó de su
bolsa y se lo dio. El hombre se fue dichoso por su increíble suerte, ya que sabía que el
valor de la piedra era lo suficientemente alto como para vivir sin apuros durante el resto
de su vida. Pero días más tarde, después de haber buscado a la mujer, la encontró, le
devolvió la joya, y le dijo: –He estado pensando... soy consciente del valor de esta piedra
que quiero devolverle, pero espero que a cambio usted me dé algo aun más valioso. Y
después de un silencio, continuó: –Deme esa cualidad que le permitió regalarme este
tesoro con generosidad y desprendimiento.
El evangelio de hoy nos presenta a un hombre que pide algo inesperado: “–Maestro, dile
a mi hermano que me dé mi parte de la herencia. Y Jesús le contestó: –Amigo, ¿quién me
ha puesto sobre ustedes como juez y partidor?” Esta situaci￳n suscita una ense￱anza de
Jesús que no viene nunca de más recordar: “–Cuídense ustedes de toda avaricia; porque
la vida no depende del poseer muchas cosas”. Y es la ocasi￳n para que el Se￱or nos
cuente una parábola muy bella: “Había un hombre muy rico, cuyas tierras dieron una gran
cosecha. El rico se puso a pensar: ‘¿Qué haré? No tengo d￳nde guardar mi cosecha.’ Y
se dijo: ‘Ya sé lo que voy a hacer. Derribaré mis graneros y levantaré otros más grandes,
para guardar en ellos toda mi cosecha y todo lo que tengo. Luego me diré: Amigo, tienes
muchas cosas guardadas para muchos años; descansa, come, bebe, goza de la vida.’
Pero Dios le dijo: ‘Necio, esta misma noche perderás la vida, y lo que tienes guardado,
¿para quién será?’ Así le pasa al hombre que amontona riquezas para sí mismo, pero es
pobre delante de Dios”.
Es impresionante la insistencia de Jesús y los evangelios en este tema de la libertad que
debemos tener frente a los bienes materiales. No se trata de una invitación a no tener,
sino a tener de tal manera que no pongamos allí el valor de nuestras vidas. La vida no
depende de poseer muchas cosas, sino de nuestra capacidad de compartirlas con los
demás con generosidad. No es rico el que tiene mucho, sino el que necesita menos para
vivir contento. Ignacio Ellacuría, uno de los jesuitas asesinados en El Salvador hace
algunos años, decía que la única salvación para nuestro mundo era crear una civilización
de la austeridad compartida. Vivir más sencillamente, soñando menos con lo que nos falta
y agradeciendo más lo que tenemos. Un mundo y un país en el que unos pocos
derrochan y malgastan, mientras que las grandes mayorías no tienen ni lo mínimo para
sobrevivir como seres humanos, no es sostenible a largo plazo.
La parábola que el Señor nos cuenta hoy es una llamada a no vivir pendientes de acumular
riquezas sin fin, pensando que ese es el camino de la vida. Por ese camino sólo se llega a la
muerte. Por eso, pidámosle al Señor que no nos regale diamantes hermosos y caros, sino la
capacidad de dar con generosidad y desprendimiento.
* Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá
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