¡DIOS! ¡TESORO A LA VISTA!
Padre Javier Leoz
1.- En cierta ocasión murió un hombre profundamente creyente. Durante toda su
existencia intentó llevar una vida sencilla y sin estridencias. Cerró los ojos al mundo
con la misma serenidad con la que los mantuvo abiertos ante los muchos
acontecimientos que se le presentaron en su caminar.
Desde siempre le preocupó querer y disfrutar aquello que hacía. Y, por ello mismo,
antes de presentarse ante Dios les dijo a los suyos: “temo que Dios pueda decirme
que no estuve suficientemente pendiente de Él”.
Cuando se presentó ante Dios, el hombre creyente, dijo: “perd￳name si mis fuerzas
las dediqué más a lo material que hacia lo espiritual”. Dios le contest￳: “¿C￳mo
puedes decir eso amigo mío?”. “Cada ma￱ana cuando despertabas me ofrecías tu
trabajo. Después de realizarlo me dabas las gracias por la fuerza que yo te
inspiraba. Cuando, a final de mes, te correspondían con el sueldo, supiste dejar una
parte aunque fuera muy pequeña, para las necesidades de los otros. En varias
ocasiones, y por tu posición en la empresa, tuviste oportunidad de haberte
convertido en un pequeño ladronzuelo y, por si fuera poco, nunca pudo contigo el
afán de poseer o de aparentar lo que no podías alcanzar. Entra amigo y disfruta de
este gran paraíso”.
Estamos metidos de lleno en este verano del 2013 y, cuando leo el evangelio de
este domingo de agosto, concluyo que la vida entera es un prolongado tiempo
estival (en unos, dura más, que en otros) donde tenemos dos opciones:
a) O dedicarnos a un simple y caduco bronceado del cuerpo (el sol achicharrante
del materialismo puro y duro)
b) O procurar un bronceado más profundo que afecte también al alma que
llevamos dentro (la brisa que de diversas maneras Dios nos sopla)
2.- ¿ Cómo se broncea el cuerpo?
-Con el gel de “la codicia” nos creemos administradores y dueños de todo.
Luego, cuando discurre el tiempo, vemos que con el dinero no puede añadir ni un
día más a nuestra vida o a la salud del cuerpo.
-Con el bronceador de “la ambición” olvidamos que somos caducos y hasta nos
puede producir ceguera para lo espiritual. Pasan los años y nos damos cuenta que
no llena de felicidad el mundo de las cosas sino el mundo de Dios
-Con la loción del “trabajo como ganancia” tendremos más pero, tal vez,
perderemos muchas sensaciones necesarias para ser de verdad felices.
-Con la crema de “la riqueza” conseguiremos prestigio y relevancia social pero,
cuando nos visite la ruina, ¿nos acompañarán los que nos aplaudieron siendo ricos?
3.- ¿ Cómo se broncea el alma?
-Con el gel de “la conformidad ”. Amando y disfrutando de los bienes materiales
que uno tiene y, siendo consciente, que el origen de todo está en una fuerza
superior: DIOS
-Con el bronceador de “la libertad ” nos protegeremos del virus de la ambici￳n
de ser dioses y de sentirnos prepotentes frente a los demás. Nos daremos cuenta
que uno anda mejor por la vida cuando sabe valorar sus propias limitaciones
-Con la loción del “trabajo como perfección ” sabremos que nunca podrá más la
ocupación que el cultivo de la amistad, la oración, la fe, la espiritualidad personal,
etc.
-Con la crema de “la sobriedad” no estaremos expuestos al sol del egoísmo o de
la insolidaridad. Siendo sobrios es como se consigue un camino para dar con la
auténtica riqueza de los hijos de Dios.
Todos, desde el momento en que nacemos, tenemos abierta una cuenta corriente
en la gran caja de ahorros que existe en el cielo. Una cuenta donde los ángeles
administrativos van apuntando los esfuerzos y los intentos que los creyentes vamos
haciendo en la tierra para darle brillo y bronceado celestial a nuestra vida cristiana.
Y también todos, desde el instante en que fuimos bautizados, vamos restando a esa
cuenta con la ambición y el afán de poseer, el aparentar, el acaparar o el olvido de
Dios por dejarnos arrastrar por la seducción de la riqueza.
Qué ilustradora es aquella sentencia: “no es rico quien más tiene sino quien menos
necesita”. O también aquella otra: “La avaricia es un constante vivir pobremente
por miedo a la pobreza” (San Bernardo de Clairvaux)
3.- QUÉ ME DAS, SEÑOR, A CAMBIO
De mi confianza cuando la deposito en ti
y me alejo de los que me prometes otros paraísos
¿Qué me das, Señor, a cambio?
De mi seguimiento y de mi fidelidad
de mi silencio o de mi reconciliación
de la ofrenda de mi vida o de mis esfuerzos
¿Qué me das, Señor, a cambio?
De mi fe,
aunque sea débil y hasta interesada
De mi constancia,
aunque a veces me quede por el camino
De mi audacia,
aunque en momentos piense más en mí que en Ti
¿Qué me das, Señor, a cambio?
¿Me darás, tal vez, la Vida Eterna,
frente a esta efímera?
¿Tal vez tus palabras verdaderas
en contra de las falsas que me rodean?
¿Tal vez tu mano cuando otras me abandonan?
¡Necesito que me des tanto, Señor!
Tu presencia, cuando me encuentro huérfano
Tu luz, cuando la oscuridad eclipsa mi esperanza
Tu cielo, cuando sólo veo tierra y más tierra
Tus mandamientos, cuando construyo una vida a la carta
Tu respuesta, cuando ya nadie me escucha ni me responde
¡Dame, Señor, sobre todo tu persona!
Que temo no encontrarte en la dirección por donde busco
o, tal vez, hacerme un “dios” a mi medida
Que temo encontrarte demasiado rápido
sin cambiar mis días en poco o en nada
Que temo confundirte con otros señores
y disfrazarte de comodidad y de riqueza
de orgullo y de existencia del todo fácil
Ven a mi encuentro, Jesús,
y aléjame de todo aquello que me impide ser tu testigo
de todo aquello que me aleja de tu reino
de todo aquello que me confunde y me degrada
de todo aquello que, simplemente, no eres Tú.
Amén