XVIII Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo C
Padre Julio González Carretti O.C.D
Lecturas bíblicas
a.- Ecl. 1,2; 2, 21-23: ¿Qué saca el hombre de todo su trabajo?
La primera lectura, nos enseña que todo lo que hace el hombre es vaciedad o
vanidad, ¿para qué se afana entonces? El término hebreo, más que vanidad, viene
a significar, decepción o desilusión, lo que correspondería al estado psicológico y
espiritual del autor del Qohelet. Hoy lo podríamos designar con el término, sin
sentido, lo absurdo. En la visión del autor, Dios gobierna el mundo, pero el hombre,
no logra descifrar los designios divinos, por lo cual, no logra tampoco encontrar
sentido de la realidad que lo rodea. El autor se presenta como teísta, admite el
gobierno del mundo de parte de Dios, pero el hombre lo presenta como
incapacitado para descubrir los misterios del designio divino sobre la realidad.
Qoelet, no sólo niega la posibilidad de encontrar el sentido a la realidad del mundo,
sino que cuestiona los valores tradicionales: la sabiduría, la ciencia, la justicia, la
piedad… no conduce a nada, y todo es un absurdo. La vida del hombre es un
absurdo, puesto que todo el afán puesto en ella es con el fin de triunfar y alcanzar
una meta, no se conseguirá (cfr. Ecl.1,2-3). Mira el mundo y su ritmo no cambia,
las generaciones se suceden unas a otras, los astros salen y se ponen, los vientos
giran y se van, los ríos van al mar y éste no se llena; todo esto le causa
desesperación y comprueba el sinsentido o absurdo de la existencia (cfr. Ecle.1,4-
11). En cuanto a inventar cosas nuevas y la curiosidad por ellas, comprueba que
también son eso es absurdo: Nada hay nuevo bajo el sol (cfr. Ecl.1, 9). El autor,
para probar esta tesis argumenta que un hombre ha trabajado con sabiduría,
ciencia y habilidad, reuniendo una riqueza respetable. Todo esto es vanidad,
absurdidad, porque cuando muera, dejará todo a unos parientes, herederos que no
trabajaron como él. La pregunta, que se hace es: “Pues ¿qué le queda a aquel
hombre de toda su fatiga y esfuerzo con que se fatigó bajo el sol? Pues todos sus
días son dolor, y su oficio, penar; y ni aun de noche su corazón descansa. También
esto es vanidad.” (vv. 22-23). En conclusión, se puede afirmar, con el autor
sagrado, que el esfuerzo del hombre, los afanes, no corresponden a los resultados
obtenidos, puesto que no se satisfacen las grandes aspiraciones del corazón del
hombre, no se llega a la meta final. Por lo mismo, trabajo y riquezas son vaciedad y
absurdo, pues no satisfacen las aspiraciones verdaderas del hombre. Su
satisfacción plena está más allá de las cosas materiales; deberemos esperar la
plenitud en la revelación que Cristo Jesús propondrá en su evangelio con su vida,
mensaje y obras.
b.- Col. 3, 1-5. 9-11: Buscad los bienes de arriba donde está Cristo.
El apóstol Pablo, nos exhorta a buscar los bienes de arriba, como bautizado que
vive unido a Cristo Jesús, por ello se habla de una muerte y resurrección, vive la
coherencia fruto de esa unión. Como el fin del misterio pascual es glorioso, exaltado
a la diestra del Padre, de ahí la búsqueda de los bienes de arriba, para tener una
existencia de resucitados. Se trata de fundamentar en Cristo, una conducta, es la
vida que procede de ÉL: “Cristo vida nuestra” (v.4). La motivación, para dicha estilo
de vida, más que un mandato, es algo mucho más ontológico, toca el ser mismo de
ser creyente. Se vive, se obra de un determinado modo, porque en sí misma, ella
conlleva ese modo de actuar. Se trata de vivir una realidad humana cristificada,
según la voluntad de Dios, manifestada en Cristo. La realidad, es que la existencia
humana sigue sometida a los límites de las pasiones, pero llamada a someterse a la
vida de bautizados, que se ha de manifestar en el futuro escatológico. El apóstol
contrapone la vida, y conductas anteriores, mortificando las pasiones que asedian
al hombre, y que han de morir progresivamente, para que este hombre renazca en
Cristo Jesús hasta alcanzar un conocimiento mayor, es decir, recobrar la rectitud
interior y el conocimiento moral que había perdido en el Paraíso (v. 5; cfr.
Gn.1,26;; 2,17; Rm. 5,12; 6,6; 8,29; Ef. 4,22; 2,15). Este vivir en Cristo,
revestirse de ÉL, se consigue por medio de la unión, de ahí, que el hombre nuevo
es el Cristo mismo viviendo en su discípulo (cfr. Col. 3, 3-4). Este nuevo estilo de
vida, hunde sus raíces en la Creación, es decir, el plan original de Dios y el aporte
del misterio pascual de Cristo, modelo de la Creación y destino final de la misma. El
amor y el agradecimiento, lleva a superar, desde la moral cristiana, toda
discriminación, ya no hay judíos y griegos, hombres y mujeres, esclavos y libres,
puesto que todo son uno, en Jesucristo, el Señor. Por lo tanto, toda esclavitud hoy
es inadmisible desde el Evangelio, lo mismo clases sociales sostenidas por sistemas
económicos.
c.- Lc. 12, 13-21: No acumular riqueza.
El evangelio nos presenta la actitud de Jesús frente a las riquezas: la verdadera
riqueza del creyente, es el Reino de Dios, y sus valores. No por seguir a Cristo, el
hombre deja de preocuparse por los bienes de la tierra, de ahí la importancia de
adoptar una actitud frente a ellos. Un hombre se presenta ante Jesús, y le pide ser
una especie de abogado, de sus derechos, sobre una herencia con su hermano
mayor. Los derechos de herencia estaba regulado por la Ley de Moisés, la sentencia
al respecto tocaba a los doctores de la Ley (cfr. Dt. 21,16-17). El hombre acude a
Jesús, como doctor de la Ley, para ejerza presión, con su autoridad, sobre su
hermanos mayor que no comparte la herencia. Jesús rechaza ser árbitro y juez, en
los asuntos de los hombres. En ese sentido obra como Moisés (cfr. Ex. 2,14). Jesús
tiene clara conciencia de su misión cimentada en la voluntad de Dios y en la palabra
profética, como lo proclamó en la sinagoga de Nazaret: anunciar a los pobres el
Evangelio, exhortar a la conversión a los pecadores, ir en busca de los que estaban
perdidos, dar la vida en rescate de muchos, en definitiva, traer la vida divina de
comunión con Dios a la humanidad (cfr. Lc.4, 16-22; 5,32; 19,10; Mc.10, 45;
Jn.10,10). Le enseña un principio fundamental: guardarse de toda clase de codicia,
porque aunque uno tenga bienes, la vida no depende de ellos (v. 15). La vida no se
compra, se tiene o no se tiene, tampoco se vende, ni mucho menos, se asegura con
el dinero. La vida, es un don maravilloso de Dios, por lo tanto, quien tiene como
base de su existir, los bienes materiales, en el fondo, es una persona vacía, pobre
en humanidad y ante Dios carente de sentido, sus existir. En las palabras de Jesús
encontramos dos imperativos, tener cuidado y evitar la codicia. Nadie debe hacer
que su vida dependa de las riquezas, sino de Dios Padre, puesto que el dinero hará
que los hermanos compitan entre ellos por la herencia y se alejen de su Creador; la
codicia es considerada como una idolatría (cfr. Ef.5, 5). El rico de la parábola,
define su vida como disfrutar al máximo: comer, beber y pasarlo bien, vivir es
disponer de una vida larga; para muchos años es asegurar la vida: ahora descansa.
¿Cómo alcanzar este ideal de vida? Almacenará en sus nuevos graneros la cosecha.
Pensamiento conocido para el hombre del AT., (cfr. Ecl.8, 15). Su proyecto flaquea
desde el momento que se considera dueño y señor de su vida, dialoga consigo
mismo, hasta que Dios interviene; es insensato desde el comienzo, por no dialogar
con los hombres y con Dios, no le interesan, en el fondo niega a ambos (cfr.
Sal.14,1). No se critica su laboriosidad, diseñar su futuro, recoger su abundante
cosecha, conservar lo producido. Lo que se pone en tela de juicio que todo es sólo
para él, lo que vemos en sus expresiones, mis graneros, mi trigo y mis bienes
(v.18); en sus pensamientos no hay nadie más que él. Es la muerte, quien le
enseña al rico, que la vida no se asegura con los bienes y las posesiones: esa
misma noche, le reclamarán el alma. Se creía dueño de su futuro, hasta que
cuando se le exige la vida, percibe su pobreza y vaciedad ante Dios (v. 20). Bien
poco, le valió su mirada de futuro. Todo lo acumulado ¿de quién será?, es decir, no
lo aprovecha, tiene que dejarla en manos de otros que no han trabajado esa
herencia. Sólo quien acumula tesoros que Dios reconoce como tales, sacará
provechos en esta vida y en la eternidad (cfr. Sal. 39,7). Quien busca asegurar la
vida, la pierde, la conserva sólo quien la entrega a Dios y a su voluntad. Mientras la
riqueza de la tierra, mata al hombre sobre sí mismo, otra riqueza lo abre al misterio
de Dios y de sí mismo, abierto al Evangelio de la gracia y del amor divino
manifestado en Cristo Jesús y su Reino del que lo hace partícipe. Por otra parte, el
evangelista quiere resaltar, como todo don de Dios en la vida del creyente, es don
también para el prójimo; toda verdadera riqueza, es para ponerla al servicio de los
demás, así se tenga mucho o poco. Ese hombre ha comprendido que su verdadera
riqueza es la fe, y todo cuanto tiene, adquiere un nuevo valor, respecto de los
valores y bienes del Reino. Repartir es la palabra que atraviesa toda la parábola, sin
embargo, así como el hermano no quiso repartir la herencia, como tampoco el rico,
Jesús quiere que lo hagamos nosotros, como fruto de nuestra adhesión a su
persona y evangelio.
Teresa de Jesús, ve en la Humanidad de Jesucristo, el mayor don que nos pudo
hacer el Padre, porque es Dios entre nosotros, es decir, es carne nuestra. Por lo
mismo, la Eucaristía nunca la habríamos podido tener ni conocer, si el Verbo, la
segunda Persona de la Trinidad, no se hubiera hecho hombre. “Su Majestad nos le
dio como he dicho este mantenimiento y maná de la humanidad; que le hallamos
como queremos, y que si no es por nuestra culpa, no moriremos de hambre; que
de todas cuantas maneras quisiere comer el alma, hallará en el Santísimo
Sacramento sabor y consolación. No hay necesidad ni trabajo ni persecución que no
sea fácil de pasar si comenzamos a gustar de los suyos.” (CV 34,2).