XVIII Semana del Tiempo Ordinario. (Año Impar)
Viernes
Lecturas bíblicas
a.- Nm. 4, 32-40: Amó a tus padres y después eligió a su descendencia.
b.- Mt. 16, 24-28: Condiciones para seguir a Jesús.
Este evangelio, señala las condiciones para seguir a Jesús: negarse a sí mismo,
tomar su cruz y seguirle a ÉL. Perder la vida por Jesús, es entregarla en servicio al
prójimo, no hacerlo es sinónimo de egoísmo, sólo pensar en sí mismo, y no mirar
más allá de las propias necesidades. Entregar la vida, o perderla por Cristo,
significa aceptar las persecuciones e incluso el martirio; el discípulo es parte de la
familia de Jesús, no se pertenece a sí mismo sino a Dios, autor de la vida. Le
pertenecemos a Dios desde nuestra condición bautismal, toda nuestra vida debe
estar en sus manos, desde la cual adquiere su dimensión eterna. Aferrarse a la vida
en forma egoísta, es entrar en una dimensión de muerte. Llevar la cruz, significa,
aceptar con humildad el día a día y sus preocupaciones, asumir el día con el Señor
Jesús que lo preside, porque esa jornada es un servicio a Dios. Santificar el día, con
la oración y la entrega de la vida es santificarse, se propone hacer todo para mayor
gloria de Dios Padre y santificar con el propio testimonio según el propio estado y
condición. De qué le sirve al hombre conseguir muchos bienes materiales, si al final
vendrá sobre esa persona la ruina, la destrucción, no tiene sentido luchar por ellas,
si peligra la vida, la salvación eterna. “¿Pues de que le servirá al hombre ganar el
mundo entero si arruina su vida?” (v. 26; cfr. Mt. 12,16-21). De cara a Jesucristo
como Juez no contará lo que tiene, sino lo que es, e hizo con su vida, si amó a Dios
y sirvió al prójimo que se le confió. Las obras siguen al hombre, los bienes quedan
aquí, entregar la vida, sólo se justifica desde la vida y las obras buenas recibirán su
premio. Unos resucitarán para condenación, en cambio, otros resucitarán para la
vida verdadera porque sus obras lo acreditan. Respecto a la venida de Jesús, como
Hijo del Hombre en su Reino, palabras finales del texto, se ha dado varias
interpretaciones, desde la visión de entenderlo como el Juicio final. Otros entienden
que la Resurrección o la instalación de la Iglesia, son otras formas de presencia de
Jesucristo, como Hijo del Hombre y su Reino entre los hombres. Lo único
importante es que Jesús Resucitado y su Reino vienen continuamente a la
comunidad eclesial, para darle los bienes necesarios y así alcanzar la vida eterna
por medio de la celebración litúrgica.
Sólo el amor que tengamos a Jesucristo, será la medida con que llevemos la cruz
que nos tiene reservada a cada uno de sus discípulos. Escuchemos a Teresa de
Jesús. “Pues veis aquí, hijas, a quien más amaba lo que dio, por donde se entiende
cuál es su voluntad. Así que éstos son sus dones en este mundo. Da conforme al
amor que nos tiene: a los que ama más, da de estos dones más; a los que menos,
menos, y conforme al ánimo que ve en cada uno y el amor que tiene a Su
Majestad. A quien le amare mucho, verá que puede padecer mucho por El; al que
amare poco, poco. Tengo yo para mí, que la medida del poder llevar gran cruz o
pequeña, es la del amor. Así que, hermanas, si le tenéis, procurad no sean palabras
de cumplimiento las que decís a tan gran Señor, sino esforzaos a pasar lo que Su
Majestad quisiere. Porque si de otra manera dais la voluntad, es mostrar la joya e
irla a dar y rogar que la tomen, y cuando extienden la mano para tomarla, tornarla
Vos a guardar muy bien.” (CV 32,7).