Domingo XXI del tiempo Ordinario del ciclo C.
"«Nadie enciende una lámpara y la pone en sitio oculto, ni bajo el celemín, sino
sobre el candelero, para que los que entren vean el resplandor. La lámpara de tu
cuerpo es tu ojo. Cuando tu ojo está sano, también todo tu cuerpo está luminoso;
pero cuando está malo, también tu cuerpo está a oscuras. Mira, pues, que la luz
que hay en ti no sea oscuridad. Si, pues, tu cuerpo está enteramente luminoso, no
teniendo parte alguna oscura, estará tan enteramente luminoso, como cuando la
lámpara te ilumina con su fulgor»" (LC. 11, 33-36).
Ejercicio de lectio divina de LC. 13, 22-30 .
1. Oración inicial.
Iniciemos este encuentro de oración y meditación, en el Nombre del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo.
R. Amén.
Jesús recorría ciudades y pueblos, predicando el Evangelio, con el fin de
encontrar, a quienes quisieran alcanzar la salvación. Orar es convertir la
consecución de la salvación en nuestra meta vital. Esforcémonos y oremos para
lograr que nuestros pensamientos, palabras y obras, se dirijan a la citada meta.
Recordemos que el Evangelio no debe ser predicado solo por medio de bellos
discursos, pues muchos creyentes han dejado de asistir a sus lugares de culto,
porque no han encontrado en los mismos, ejemplos de fe, que los estimulen, a ser
seguidores de Jesús. Dado que vivimos en un entorno en que en ciertas ocasiones
las palabras carecen de credulidad, debemos demostrar que somos seguidores de
Jesús, por medio de nuestros gestos y obras.
Jesús no dejaba de predicar, a pesar de que se dirigía a Jerusalén, la ciudad en
que fue martirizado. Ello nos recuerda que no debemos permitir que nuestra visión
negativa de las dificultades que tenemos, sea más fuerte que la voluntad de
superar las mismas, en la medida que nos sea posible.
Aunque podemos ceder a la tentación de sentirnos salvados porque afirmamos
que nuestra denominación religiosa es la verdadera, y por ello formamos parte del
pueblo de Dios, y cumplimos lo que pensamos que es su voluntad, puede
sucedernos que nos estemos cerrando la puerta del cielo, y les estemos impidiendo
el acceso al mismo a quienes pensamos que son malos creyentes, o, a quienes,
aunque carecen de fe, son mejores personas que nosotros.
En vez de especular sobre el pequeño número de los que pensamos que se
salvarán, y la inmensa multitud de la que pensamos que será condenada, entremos
por la puerta estrecha del servicio a Dios, en nuestros prójimos los hombres.
Entremos en el espacioso salón de banquetes del cielo, por la puerta estrecha del
servicio gratuito y recíproco. Accedamos al cielo por la puerta estrecha de la
permanente adquisición del conocimiento de Dios, el cumplimiento de su voluntad,
y la dedicación a la oración.
Muchos judíos y cristianos que llegaron a creer que serían salvados por formar
parte del pueblo de Dios y observar varias prácticas religiosas, serán excluidos del
Reino de Dios. La salvación es un don celestial gratuito, y es imposible sobornar a
Dios.
Aunque Dios nos da muchas oportunidades para que deseemos entrar en su
Reino, llegará el día en que cerrará la entrada del mismo, para no volverla a abrir.
Muchos que no podrán entrar, se quejarán golpeando la puerta recordándole al
Señor que lo sirvieron constantemente leyendo su Palabra, orando, tributándole
culto, y predicando el Evangelio, pero el Señor fingirá no conocerlos, por cuanto se
negaron a hacer el bien, y vivieron encerrados en una monotonía religiosa, que les
impidió tener fe, y los separó de Dios y sus prójimos los hombres, por cuanto
observaron los preceptos relativos a su religión, que más les interesaban, quizás
porque les hacían olvidar sus problemas, y por ello utilizaron su religión como vía
de escape, en vez de buscar la manera, de resolver sus dificultades.
De nada nos sirve haber comido y bebido con el Señor, Es decir, habernos
consagrado a llevar a cabo ciertas prácticas piadosas-, si no hemos compartido lo
que hemos aprendido al llevar a cabo las mismas, con nuestros prójimos los
hombres. Esta manera de actuar es negativa, por cuanto nos hace afrontar el
riesgo de acuartelarnos en nuestros lugares de culto, y de considerar malditos por
Dios, a quienes no se unen a nosotros.
La salvación es de Dios, y es un don gratuito que se nos concede, no por nuestros
méritos, sino porque somos el objeto del amor, de Nuestro Padre celestial. Es por
ello que necesitamos aumentar el número de nuestros hermanos en la fe,
afrontando la inseguridad del mundo, y obviando la seguridad del acuartelamiento,
que nos cierra la puerta del cielo, aunque nos evita afrontar el riesgo de ser
rechazados en este mundo, por ser seguidores de Jesús.
Aunque la mayoría de los cristianos nos habituamos a asistir a ciertas
celebraciones de culto, a leer la Biblia, y a hacer algunas obras de caridad, el Señor
siempre nos pide más de lo que le damos, y puede hacerlo, porque Él se nos
entrega, sin escatimar nada. Tal como es difícil romper nuestra rutina religiosa
aunque ello repercuta en la mejora de nuestra espiritualidad, cuidémonos de creer
que no podemos ser mejores personas, para que no seamos excluidos del Reino
divino, no porque Dios nos desprecia, sino porque no nos disponemos a entrar en el
mismo.
Cuando el Señor concluya la instauración de su Reino entre nosotros, nos
sorprenderemos al contemplar, a la multitud de los que se salvarán. Jesús afirma
que muchos ateos, agnósticos, y gente considerada impura por los puritanos, se
salvarán, mientras que quienes se creen salvados automáticamente, serán
excluidos del Reino de Dios.
No veamos en el Evangelio de hoy una amenaza de perder la salvación, sino la
indicación que necesitamos para recorrer el camino, en que alcanzaremos la
plenitud de la felicidad, después de encontrarnos -o reencontrarnos-, con Dios, y
nuestros prójimos los hombres.
Oremos:
Consagración al Espíritu Santo
Recibid ¡oh Espíritu Santo!, la consagración perfecta y absoluta de todo mi ser, que
os hago en este día para que os dignéis ser en adelante, en cada uno
de los instantes de mi vida, en cada una de mis acciones, mi Director, mi Luz, mi
Guía, mi Fuerza, y todo el amor de mi Corazón.
Yo me abandono sin reservas a vuestras divinas operaciones, y quiero ser siempre
dócil a vuestras santas inspiraciones.
¡Oh Santo Espíritu! Dignaos formarme con María y en María, según el modelo de
vuestro amado Jesús.
Gloria al Padre Creador. Gloria al Hijo Redentor. Gloria al Espíritu Santo
Santificador. Amén.
(Desconozco el autor).
2. Leemos atentamente LC. 13, 22-30, intentando abarcar el mensaje que San
Lucas nos transmite en el citado pasaje de su Evangelio.
"Vendrán de oriente y occidente y se sentarán a la mesa en el reino de Dios
U Lectura del santo evangelio según san Lucas 13, 22-30
En aquel tiempo, Jesús, de camino hacia Jerusalén, recorría ciudades y aldeas
enseñando.
Uno le preguntó:
—«Señor, ¿serán pocos los que se salven?»
Jesús les dijo:
—«Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán
entrar y no podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os
quedaréis fuera y llamaréis a la puerta, diciendo:
"Señor, ábrenos";
y él os replicará:
"No sé quiénes sois."
Entonces comenzaréis a decir.
"Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas."
Pero él os replicará:
"No sé quiénes sois. Alejaos de mí, malvados."
Entonces será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, Isaac y
Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros os veáis echados fuera.
Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el
reino de Dios.
Mirad: hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos»"
2-1. Permanecemos en silencio unos minutos, para comprobar si hemos
asimilado el pasaje bíblico que estamos considerando.
2-2. Repetimos la lectura del texto dos o tres veces, hasta que podamos
asimilarlo, en conformidad con nuestras posibilidades de retener, si no todo el
texto, las frases más relevantes del mismo.
3. Meditación de LC. 13, 22-30.
3-1. Jesús se mostró incansable en la realización de su actividad evangelizadora,
a pesar de que sabía que iba a ser asesinado.
"Atravesaba ciudades y pueblos enseñando, mientras caminaba hacia Jerusalén"
(LC. 13, 22).
San Lucas comenzó a escribir la segunda parte de su Evangelio, en los siguientes
términos:
"Sucedió que como se iban cumpliendo los días de su asunción, él se afirmó en su
voluntad de ir a Jerusalén" (LC. 9, 51).
San Lucas no hizo referencia en el versículo de su Evangelio que estamos
considerando brevemente a la Pasión y muerte de Jesús, pues se refirió a la
asunción del Señor, -es decir, su elevación al cielo, y su glorificación, por parte de
Nuestro Santo Padre-. Jesús predicaba incansablemente el Evangelio y servía a los
carentes de dádivas espirituales y materiales, pensando que, tal como Él sería
glorificado después de padecer hasta morir, algún día, muchos que lo aman y otros
que lo desconocen, vivirán en un mundo, en que no existirá el sufrimiento.
¿Nos debilitan la fe las dificultades que tenemos?
¿Actuamos como hijos de Dios aunque ello no siempre nos sea fácil, porque
tenemos los ojos fijos en el cielo?
El autor de la Carta a los Hebreos, nos instruye, en los siguientes términos:
"Por tanto, también nosotros, teniendo en torno nuestro tan gran nube de
testigos, sacudamos todo lastre y el pecado que nos asedia, y corramos con
fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los ojos en Jesús, el que inicia y
consuma la fe, el cual, en lugar del gozo que se le proponía, soportó la cruz sin
miedo a la ignominia y está sentado a la diestra del trono de Dios. Fijaos en aquel
que soportó tal contradicción de parte de los pecadores, para que no desfallezcáis
faltos de ánimo. No habéis resistido todavía hasta llegar a la sangre en vuestra
lucha contra el pecado" (HB. 12, 1-4).
3-2. ¿Son pocos los que se salvan?
"Uno le dijo: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?"" (LC. 13, 23).
Entre los judíos existía la creencia de que solo los hermanos de raza de Jesús y
los prosélitos del Judaísmo alcanzarían la salvación, los primeros por ser miembros
del pueblo de Dios, y los segundos por haberse adherido al mismo. No todos los
judíos observaban esta conducta que ha sido heredada, desgraciadamente, por
diversas denominaciones cristianas.
Jesús no responde en los Evangelios las preguntas que nos planteamos, cuya
misión, más que en resolver nuestras dudas de fe, consiste en satisfacer la
curiosidad que nos suscita, las respuestas a las mismas. Tal como veremos en este
trabajo, frente a la creencia mantenida por muchos judíos y cristianos de diferentes
épocas, referente a que serán pocos los que consigan salvarse, nos percataremos
de que, Jesús, nos dice que, serán muchos los que se salven, pues ello no depende
de la pertenencia a ninguna institución religiosa, ni, por consiguiente, de las
prácticas religiosas, que se llevan a cabo. Dado que lo que os digo resulta
controversial para muchos cristianos de siempre, os remito al siguiente texto del
Catecismo de la Iglesia Católica:
"Los que sin culpa suya no conocen el Evangelio de Cristo y su Iglesia, pero
buscan a Dios con sincero corazón e intentan en su vida, con la ayuda de la gracia,
hacer la voluntad de Dios, conocida a través de lo que les dice su conciencia,
pueden conseguir la salvación eterna (LG 16; cf DS 3866-3872) (CIC. 847).
¿De qué nos sirve ser cristianos, si nuestra salvación depende del hecho de que
Dios nos ama, y no de nuestra pertenencia a ninguna denominación religiosa?
La pregunta anterior, debe ser respondida, con esta otra pregunta:
¿Somos cristianos por amor a Dios y a nuestros prójimos los hombres, o somos
seguidores de Jesús, por el interés de conseguir que nos vaya bien en esta vida, y
de alcanzar la salvación?
El sentido de pertenencia al pueblo de Dios no es pecaminoso, pues es un signo
de identidad característico de judíos, musulmanes y cristianos. Saber que somos lo
que en el Antiguo Testamento se define como "la propiedad de Yahveh", nos ayuda
a tener más fe en Dios, pero, si nos valemos de ello para despreciar a quienes no
son nuestros hermanos en la fe, no comprendemos el Evangelio predicado por
Jesús, quien quiere unir a la humanidad de todos los tiempos, sin hacer distinciones
marginales.
Las prácticas religiosas por sí mismas no son pecaminosas, de hecho, son signos
demostrativos de la fe que profesamos, pero si las utilizamos para intentar comprar
la salvación, entristecemos a Dios, porque sabe que no le tributamos culto por
amor, sino, por egoísmo.
Tal como le sucede a mucha gente, los cristianos podemos ser extremistas, así
pues, muchos hemos pasado de tener el infierno presente en cada instante de
nuestra vida, a considerar que difícilmente alguien será condenado, porque Dios es
más bueno que los hombres. La existencia del infierno no depende de la maldad ni
de la justicia divina, sino del hecho de que no pueden ser obligados a vivir en la
presencia de Dios, quienes rechazan a Nuestro Padre común. Esta es la razón por la
que leemos en el Catecismo de la Iglesia Católica:
"Dios no predestina a nadie a ir al infierno (cf DS 397; 1567); para que eso
suceda es necesaria una aversión voluntaria a Dios (un pecado mortal), y persistir
en él hasta el final. En la liturgia eucarística y en las plegarias diarias de los fieles,
la Iglesia implora la misericordia de Dios, que “quiere que nadie perezca, sino que
todos lleguen a la conversi￳n” (2 P 3, 9):
Acepta, Señor, en tu bondad, esta ofrenda de tus siervos y de toda tu familia
santa, ordena en tu paz nuestros días, líbranos de la condenación eterna y
cuéntanos entre tus elegidos (MR Canon Romano 88) (CIC. 1037).
Quienes sean condenados, deben sentir un profundo rechazo a Dios, y persistir
en el hecho de pecar, sin arrepentirse del mal que hacen. Antes de sentir un miedo
atroz pensando en la posibilidad de ser condenados, debemos pensar si estamos
cometiendo pecados graves de los que no nos arrepentimos. El Evangelio predicado
por Jesús es un mensaje capaz de romper muchas cadenas con que solemos
atarnos. Si serán condenados quienes pequen voluntariamente con pleno
conocimiento de su maldad, existen situaciones en que pecamos, porque pensamos
que ello nos beneficia, y, al actuar incumpliendo la voluntad de Dios, con perfecto
conocimiento de lo que ello significa, es atentar contra nuestra salvación.
No seamos extremistas. Oremos y celebremos los Sacramentos sin olvidar hacer
el bien, y sirvamos a los carentes de dones espirituales y materiales, sin olvidarnos
de estudiar la Palabra de Dios, de orar, y de celebrar los Sacramentos. Nuestra
religión se basa en la formación, la acción y la oración. Quedarnos con una de las
tres opciones, y obviar las otras dos, equivale a no vivir nuestra fe plenamente. Por
lo demás, los activistas que no oran creen poco -o nada en Dios-, y quienes oran
sin hacer el bien, se separan de Nuestro Padre común, en la medida que desprecian
las carencias de sus prójimos los hombres, porque no intentan solventarlas.
Es bueno el hecho de que no pensemos mucho en el infierno, porque, de alguna
manera, Dios habita en la gente de buena voluntad, aunque sea desconocido. En
este terreno, a diferencia de aquellos de nuestros hermanos de diversas
denominaciones conocidas con el nombre de protestantes creen que al estar
bautizados nadie ni nada que hagan les impedirá ser salvados, los católicos nos
complicamos la vida, porque, día a día, nos jugamos la vida eterna. Al creer que
Dios habita en la gente de buena voluntad, podemos bajar la guardia en la lucha
contra el mal a la que estamos habituados, y acostumbrarnos a que el mundo es
como es, de manera que podemos pecar por costumbrismo y conformismo. El
hecho de no temer la condenación nos hace sentirnos libres y nos ayuda cuando
somos seguidores de Jesús, pero nos facilita también el hecho de separarnos de
Dios, apenas nos sentimos atraídos por los placeres mundanos.
No me gusta predicar el Evangelio infundiéndoles miedo a mis lectores, pero
tampoco deseo que nos acostumbremos a que la injusticia se instale en el mundo, y
no nos sintamos con ganas de combatirla, aunque, en ciertas circunstancias, nos
toque ser vencidos.
Quienes se creen salvados porque Dios es bueno, pueden observar la creencia de
los judíos y cristianos que piensan que solo ellos forman parte del pueblo de Dios,
aunque se diferencian de los tales, en que no se glorían de pertenecer a ninguna
religión, ni observan ninguna práctica religiosa. Se creen salvados porque Dios es
bueno, y actúan como los niños, adolescentes y jóvenes que son servidos por sus
padres, sin valorar los sacrificios que los mismos hacen, para concederles sus
deseos. Si la práctica religiosa para alcanzar la salvación conduce a la hipocresía, el
hecho de creernos salvados sin cumplir la voluntad de Dios, emana de una
religiosidad light, basada en el modo de actuar de muchos materialistas, que son
muy conscientes de sus derechos, y eluden el cumplimiento de sus deberes.
3-3. La puerta estrecha que accede al Reino de Dios.
"El les dijo: «Luchad por entrar por la puerta estrecha, porque, os digo, muchos
pretenderán entrar y no podrán" (LC. 13, 24).
De alguna manera, el hecho de intentar acceder al Reino de Dios, es una lucha.
Necesitamos superarnos a nosotros mismos para ser mejores personas, y tenemos
necesidad de no hacer lo que se opone a la voluntad de Dios, aunque ello
caracterice el comportamiento de aquellos con quienes nos relacionamos.
La puerta que accede al salón de banquetes del Reino de Dios, es estrecha, a
pesar de que, el citado salón, es muy ancho. La puerta de acceso al Reino de Dios
es tan estrecha, que, para cruzarla, necesitamos hacer grandes esfuerzos. Tales
esfuerzos se reducen a superar nuestros defectos, y a actuar como buenos hijos de
Dios.
Establecer una relación con Dios no es fácil, porque Nuestro Santo Padre conoce
el interior de nuestra mente, y quiere purificarnos y santificarnos. El hecho de
pensar que la puerta de acceso al Reino de Dios no siempre estará abierta, no debe
entenderse como una amenaza con que se nos presiona para que seamos mejores
de lo que somos, sino como una infusión de ánimo para que sigamos
superándonos, especialmente, cuando nos abrumen las dificultades que tenemos.
¿Quiénes pretenderán acceder al Reino de Dios, y no podrán? Tales personajes
serán quienes se hayan sentido salvados por pertenecer al pueblo de Dios, y hayan
rechazado a quienes no hayan sido sus hermanos en la fe, quienes se hayan
adherido a los preceptos religiosos que más les hayan gustado y no hayan
solventado las carencias de sus prójimos los hombres en conformidad con sus
posibilidades, y quienes se hayan sentido con derecho a ser salvos, porque Dios es
bueno, y no hayan tenido el detalle de cumplir su voluntad, para agradecerle la
bondad que, generosamente, derramó sobre ellos.
3-4. Los creyentes que se engañaron a sí mismos.
"«Cuando el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, os pondréis los que
estéis fuera a llamar a la puerta, diciendo: “¡Se￱or, ábrenos!” Y os responderá: “No
sé de d￳nde sois.” Entonces empezaréis a decir: “Hemos comido y bebido contigo,
y has enseñado en nuestras plazas”; y os volverá a decir: “No sé de d￳nde sois.
¡Retiraos de mí, todos los agentes de injusticia!” «Allí será el llanto y el rechinar de
dientes, cuando veáis a Abraham, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el Reino
de Dios, mientras a vosotros os echan fuera" (LC. 13, 25-28).
He conocido a algunos cristianos que viven obsesionados pensando que no serán
salvados. Piensan que ello sucederá porque el demonio actúa en ellos induciéndolos
a pecar, y no pueden liberarse del maligno. Si queremos salvarnos, después de
reconocer que no podremos hacerlo por nuestros medios, debemos pensar que Dios
podrá hacer, lo que no nos es posible. Querer salvarnos, y pensar que Dios no nos
libra del diablo, es un pecado, porque acusamos a Dios de abandonarnos, olvidando
que hemos sido creados por Él, y somos objeto de su amor providencial.
Pensemos en un caso totalmente opuesto al que os he comentado. Imaginemos
que pensamos que merecemos ser salvos, que Jesús concluye la instauración de su
Reino entre nosotros, y somos excluidos del mismo, porque se nos acusa de no
haber hecho lo que Dios más esperaba de nosotros, lo cual es, servir a nuestros
prójimos los hombres, como si de Él se tratara.
Es chocante el hecho de que muchos que han comido y bebido con el Señor, -es
decir, han celebrado el culto divino-, serán excluidos del Reino de Dios.
Es chocante el hecho de que muchos que se han gozado al creer en el Evangelio,
serán excluidos del Reino de Dios.
Muchos de quienes esperamos que sean salvados, serán condenados. Oremos
para que Dios, -quien puede examinar nuestros corazones-, aunque vea en
nosotros una imagen de cristianos comprometidos con el cumplimiento de su
voluntad, no vea en nuestro interior un nido de corrupción.
Escuchar la Palabra de Dios y admirarnos de los prodigios que hace, no es lo
único que necesitamos para ser salvados. Dios espera de nosotros que le demos la
espalda al pecado y que confiemos en Él plenamente.
3-5. La gran multitud de los que serán salvados.
"Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se pondrán a la mesa en
el Reino de Dios. «Y hay últimos que serán primeros, y hay primeros que serán
últimos»" (LC. 13, 29-30).
Muchos desconocedores de Yahveh, aunque nunca formaron parte del pueblo de
Dios, ni se caracterizaron por cumplir prescripciones religiosas, serán salvados,
porque captaron la voluntad de Dios en los mensajes de sus conciencias, y la
cumplieron, en conformidad con sus posibilidades.
Jesús rompe nuestros esquemas humanos, a fin de que podamos aceptar el
Evangelio. Los últimos que serán primeros, son los judíos que no pudieron observar
su religión porque no podían entrar en las sinagogas ni en el Templo de Jerusalén,
por su pobreza, y sus enfermedades. A estos se añaden los paganos que fueron
odiados por muchos judíos, por no ser sus prosélitos.
En este grupo están aquellos a quienes muchos cristianos, por causa de nuestro
afán de grandeza, les hemos cerrado la puerta del cielo, pensando que no son
miembros del pueblo de Dios. Lamentablemente, la posibilidad de servir a Dios en
sus hijos con humildad, se ha convertido en afán de grandeza, y en deseo de
excluir del Reino de Dios, a quienes no son de los nuestros.
Esforcémonos y oremos para no ser los primeros que se contarán entre los
últimos. ¡Aceptemos el desafío de ser buenos seguidores de Jesús, e hijos de
Nuestro Padre celestial!
3-6. Si hacemos este ejercicio de lectio divina en grupos, nos dividimos en
pequeños subgrupos para sacar conclusiones tanto del texto bíblico que hemos
meditado como de la reflexión que hemos hecho del mismo, y, finalmente, los
portavoces de los subgrupos, hacen una puesta en común, de las conclusiones a
que han llegado todos los grupos, tras la cual se hace silencio durante unos
minutos, para que los participantes mediten sobre lo leído y hablado en los grupos,
individualmente.
3-7. Si hacemos este ejercicio individualmente, consideramos el texto evangélico
y la meditación del mismo expuesta en este trabajo en silencio, con el fin de
asimilarlos.
4. Apliquemos a nuestra vida la Palabra de Dios expuesta en LC. 13, 22-30.
Responde las siguientes preguntas, ayudándote del Evangelio que hemos
meditado, y de la meditación que aparece en el apartado 3 de este trabajo.
3-1.
Interpreta el texto de LC. 9, 51. ¿Por qué hizo referencia San Lucas a la asunción
del Señor, y no a su Pasión y muerte?
¿Qué pensaba Jesús cuando predicaba el Evangelio y hacía el bien, con respecto a
Sí mismo, y a la multitud de sus discípulos y oyentes?
¿Nos debilitan la fe las dificultades que tenemos?
¿Actuamos como hijos de Dios aunque ello no siempre nos sea fácil, porque
tenemos los ojos fijos en el cielo?
¿Qué significa vivir con los pies firmes en el suelo y los ojos fijos en Jesús?
3-2.
¿Por qué creían muchos judíos que solo ellos y sus prosélitos eran dignos de ser
salvados?
¿Piensas que en tu denominación cristiana se ha heredado la citada conducta de
muchos hermanos de raza de Jesús?
¿Por qué no responde Jesús en los Evangelios las preguntas que nos planteamos
para satisfacer nuestra curiosidad?
¿Por qué creen muchos que serán pocos los que se salvarán?
¿Por qué afirmó Jesús que serán muchos los que se salvarán?
Si el hecho de que nos salvemos no depende de que seamos cristianos, ¿para qué
asistimos a nuestras iglesias o congregaciones?
Si el hecho de que nos salvemos no depende de ninguna práctica religiosa, ¿por
qué llevamos a cabo las prácticas que hemos heredado de nuestros antepasados en
la fe?
¿Cómo pueden hacer la voluntad de Dios quienes desconocen a Nuestro Padre
común, según el texto del numeral 1037 del CIC?
¿Somos cristianos por amor a Dios y a nuestros prójimos los hombres, o somos
seguidores de Jesús, por el interés de conseguir que nos vaya bien en esta vida, y
de alcanzar la salvación?
¿En qué sentido es un signo de identidad el hecho de saber que pertenecemos al
pueblo de Dios?
¿En qué sentido es un contravalor el hecho de saber que somos miembros del
pueblo de Dios?
¿En qué sentido son útiles las prácticas religiosas?
¿En qué caso entristece a Dios la puntualidad con que llevamos a cabo las
prácticas religiosas?
¿Qué diferencia existe entre tributarle culto a Dios por amor y rendirle culto por
egoísmo?
No seamos extremistas. No vivamos obsesionados pensando constantemente en
el infierno, ni creamos que no existe.
¿En qué sentido es necesaria la existencia del infierno?
¿Por qué no deben ser obligados a vivir en la presencia de dios quienes opten por
rechazarlo?
Meditemos las siguientes palabras de la Carta de San Pablo a los Efesios:
"Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido
con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo; por cuanto nos
ha elegido en él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en
su presencia, en el amor; eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos
por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la
gloria de su gracia con la que nos agració en el Amado" (EF. 1, 3-6).
¿Por qué nos ha elegido Dios para ser santos e inmaculados en su presencia, y no
predestina a nadie al infierno, según el numeral 1037 del CIC?
¿Qué tiene que suceder en nuestra vida para que seamos condenados?
¿Es más grande nuestro deseo de evitar pecar por amor a Dios y a nuestros
prójimos, que el deseo de hacer el mal, aunque lo último nos puede beneficiar en
este mundo?
¿Por qué debe fundamentarse nuestra vida cristiana en la formación, la acción y
la oración, y no ha de faltarle ninguna de estas tres opciones, para que pueda ser
plena?
¿En qué sentido es bueno el hecho de no pensar constantemente en el infierno?
¿Por qué el hecho de no tenerle miedo a nuestra posible condenación puede
impulsarnos a obviar el cumplimiento de la voluntad de Dios?
Lee ROM. 8, 1, para comprender la actitud de quienes piensan que nadie ni nada
que hagan los excluirá del Reino de Dios, y compara el citado texto con HB. 3, 14,
para comprender la postura católica. Nadie puede separarnos de Dios, excepto
nosotros mismos.
¿Cómo nos jugamos los católicos la vida eterna todos los días?
Aunque creamos que nos salvaremos porque Dios es bueno, ¿podremos decir que
lo amamos sin mentir, si no cumplimos su voluntad?
3-3.
¿Por qué es una lucha el hecho de intentar acceder al Reino de dios?
¿Cuáles son los enemigos que necesitamos vencer para poder ser purificados y
santificados?
¿Por qué necesitamos superarnos a nosotros mismos?
¿Por qué necesitamos marcar la diferencia en nuestro entorno social aunque
nadie imite nuestras palabras, gestos y obras?
¿Por qué es estrecha la puerta que accede al salón de banquetes del Reino de
dios?
¿A qué se reducen los esfuerzos que tenemos que hacer para cruzar la puerta
estrecha que accede al Reino de Dios?
¿Por qué no es fácil establecer una relación con Dios?
¿Qué nos conviene pensar al recordar que la puerta que accede al Reino de Dios
no siempre estará abierta? ¿Por qué?
¿Quiénes pretenderán acceder al Reino de Dios, y no podrán? ¿Por qué?
3-4.
¿Cuándo se convierte en desconfianza con respecto a Dios el miedo de no
alcanzar la salvación?
¿Por qué serán excluidos del Reino de Dios quienes se crean con derecho a ser
salvados por su cumplimiento de ciertos preceptos religiosos, o, simplemente,
porque Dios es bueno?
¿Qué espera Dios de nosotros?
3-5.
¿Por qué serán salvados muchos desconocedores de Dios?
¿Para qué rompe Jesús nuestros esquemas humanos?
¿Quiénes eran los últimos que serán primeros cuando Jesús predicó el Evangelio
en Israel?
¿Quiénes son los últimos que serán primeros en nuestros días?
¿Quiénes eran los primeros que serán últimos del tiempo en que Jesús predicó el
Evangelio en Israel?
¿Quiénes son los primeros que serán últimos de nuestros días?
¿En qué hemos convertido la posibilidad de servir a Dios en sus hijos con
humildad?
¿Podremos corregir nuestra conducta para adaptarnos al cumplimiento de la
voluntad de Dios? Si tu respuesta a esta pregunta es afirmatyva, te pregunto:
¿Cómo?, y, si es negativa, te pregunto: ¿Por qué?
5. Lectura relacionada.
Leemos y meditamos MT. 7, 1-6.
MT. 7, 1-2. Evitemos juzgar a quienes no profesan nuestra fe, porque seremos
juzgados con la severidad con que los sometamos a nuestros juicios imparciales.
Dado que Dios es el único que puede juzgarnos, dediquémonos a predicar el
Evangelio, y a hacer el bien.
MT. 7, 3-5. ¿Cómo juzgaremos a nuestros prójimos, si quizás nuestros pecados
son peores que los de ellos?
¿Cómo juzgaremos a los no cristianos que cometen los mismos pecados que
nosotros, si no conocen la voluntad divina, y nosotros, conociéndola, la ignoramos?
MT. 7, 6. Prediquemos sin descanso, sabiendo respetar la santidad de Dios.
Evitemos predicar donde no se respeta la santidad de Dios, para que no suceda
que, al exaltarnos, terminemos ridiculizando a Dios, por causa de nuestros accesos
de ira.
6. Contemplación.
Cpontemplemos a Jesús predicando el Evangelio, curando a los enfermos y
alimentando a los hambrientos, en su camino a Jerusalén.
¿Llevamos a cabo el cumplimiento de la misión de Jesús, o solo pensamos en
cumplir nuestros deseos?
¿Hemos descubierto la alegría que produce el hecho de predicar el Evangelio para
poder contribuir a la creación de un mundo mejor que el actual, en el que sean
exterminadas las razones por las que existe la exclusión social? ¿Por qué?
Jesús no dejaba de cumplir su misión, a pesar de que sabía que iba a ser juzgado
y ejecutado en Jerusalén.
Esforcémonos y oremos para que las dificultades que tenemos no nos impidan
cumplir nuestra misión cristiana.
El Señor quiere salvar a toda la humanidad. Que el hecho de ser miembros del
pueblo de Dios, no nos impulse a despreciar a quienes no comparten nuestras
creencias, sino a fomentar nuestras relaciones con los tales, a fin de que podamos
participar en la conversión del mundo, en el Reino de Dios. Aunque nuestras
creencias no sean aceptadas por diversas causas, muchos no creyentes desean
formar parte de un mundo carente de injusticias.
No nos aprovechemos del pensamiento de que Dios nos salvará porque es bueno,
para dejar de cumplir su voluntad, porque, Nuestro Padre común, ha concebido un
proyecto, en el que todos podemos participar, si lo deseamos.
Entremos por la puerta estrecha que accede al espacioso salón de banquetes del
Reino de Dios, conociendo su Palabra, cumpliendo su voluntad, y dedicándonos a
orar. Superémonos a nosotros mismos, para poder formar parte, del Reino de Dios.
Dios quiere que lo amemos y nos amemos unos a otros. Esa es la disposición que
necesitamos para poder formar parte del Reino de Nuestro Padre celestial.
Esforcémonos y oremos, para que nuestras prácticas religiosas sean
demostraciones de fe viva, y no se conviertan en un medio de sobornar a Dios, a
fin de que podamos conseguir ser salvados.
La multitud de los que se salvarán será incontable. No pensemos que seremos los
únicos que tendremos el privilegio de ser salvados, porque ello puede conducirnos,
a ser excluidos del Reino de Dios, por no habernos esforzado, en dar a conocer, a
Nuestro Padre común, ni la necesidad que tenemos, de cumplir su voluntad.
7. Hagamos un compromiso que nos impulse a vivir las enseñanzas que hemos
extraído de la Palabra de Dios, expuesta en LC. 13, 22-30.
Comprometámonos a relacionarnos con nuestros hermanos cristianos de
diferentes denominaciones, a fin de que nos conozcamos y podamos comprender
que, aunque recorramos diferentes caminos, tenemos el objetivo común de
salvarnos.
Escribamos nuestro compromiso para recordarlo constantemente, y, según lo
cumplamos, aumentará nuestro amor a Dios, y a sus hijos los hombres.
8. Oración personal.
Después de hacer unos minutos de silencio, expresamos verbalmente lo que
pensamos, con respecto al texto bíblico que hemos considerado, y a la reflexión del
mismo que hemos hecho.
Ejemplo de oración personal:
Señor Jesús: Dame la sabiduría necesaria para cumplir tu voluntad, y
relacionarme con los cristianos de diferentes denominaciones, a quienes debo
aceptar como hermanos, y no considerar como enemigos.
9. Oración final.
Leamos y meditemos el Salmo 8, pensando que Dios quiere hacer su Reino de
nuestra tierra, y quiere que forme parte de su familia, toda la humanidad.
Nota: He utilizado en esta meditación el leccionario de la Misa y la Biblia de
Jerusalén.
José Portillo Pérez espera peticiones, sugerencias y críticas constructivas, en
joseportilloperez@gmail.com