Palabra de Dios
para alimentar tu día
Fr. Nelson Medina F., O.P
Tiempo Ordinario, Año Impar,
Semana No. 18, Jueves
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Lecturas de la S. Biblia
Temas de las lecturas: Brotó agua abundante * Ojalá escuchéis hoy la voz del
Señor: "No endurezcáis vuestro corazón." * Tú eres Pedro, y te daré las llaves del
reino de los cielos
Textos para este día:
Números 20,1-13:
En aquellos días, la comunidad entera de los israelitas llegó al desierto de Sin el
mes primero, y el pueblo se instaló en Cadés. Allí murió María y allí la enterraron.
Faltó agua al pueblo, y se amotinaron contra Moisés y Aarón. El pueblo riñó con
Moisés, diciendo: "¡Ojala hubiéramos muerto como nuestros hermanos, delante del
Señor! ¿Por qué has traído a la comunidad del Señor a este desierto, para que
muramos en él, nosotros y nuestras bestias? ¿Por qué nos has sacado de Egipto
para traernos a este sitio horrible, que no tiene grano ni higueras ni viñas ni
granados ni agua para beber?"
Moisés y Aarón se apartaron de la comunidad y se dirigieron a la tienda del
encuentro, y, delante de ella, se echaron rostro en tierra. La gloria del Señor se les
apareció, y el Señor dijo a Moisés: "Coge el bastón, reúne la asamblea, tú con tu
hermano Aarón, y, en presencia de ellos, ordenad a la roca que dé agua. Sacarás
agua de la roca para darles de beber a ellos y a sus bestias." Moisés retiró la vara
de la presencia del Señor, como se lo mandaba; ayudado de Aarón, reunió la
asamblea delante de la roca, y les dijo: "Escuchad, rebeldes: ¿Creéis que podemos
sacaros agua de esta roca?" Moisés alzó la mano y golpeó la roca con el bastón dos
veces, y brotó agua tan abundantemente que bebió toda la gente y sus bestias. El
Señor dijo a Moisés y a Aarón: "Por no haberme creído, por no haber reconocido mi
santidad en presencia de los israelitas, no haréis entrar a esta comunidad en la
tierra que les voy a dar." (Ésta es fuente de Meribá, donde los israelitas disputaron
con el Señor, y él les mostró su santidad.)
Salmo 94:
Venid, aclamemos al Señor, / demos vítores a la Roca que nos salva; / entremos a
su presencia dándoles gracias, / aclamándolo con cantos. R.
Entrad, postrémonos por tierra, / bendiciendo al Señor, creador nuestro. / Porque
él es nuestro Dios, / y nosotros su pueblo, / el rebaño que él guía. R.
Ojalá escuchéis hoy su voz: / "No endurezcáis el corazón como en Meribá, / como
el día de Masá en el desierto; / cuando vuestros padres me pusieron a prueba / y
me tentaron, aunque habían visto mis obras." R.
Mateo 16,13-23:
En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus
discípulos: "¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?" Ellos contestaron:
"Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas."
Él les preguntó: "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?" Simón Pedro tomó la
palabra y dijo: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo." Jesús le respondió:
"¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne
y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y
sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te
daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el
cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo." Y les mandó a los
discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías.
Desde entonces empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a
Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y
escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día. Pedro se lo llevó
aparte y se puso a increparlo: "¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte."
Jesús se volvió y dijo a Pedro: "Quítate de mi vista, Satanás, que me haces
tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios."
Homilía
Temas de las lecturas: Brotó agua abundante * Ojalá escuchéis hoy la voz del
Señor: "No endurezcáis vuestro corazón." * Tú eres Pedro, y te daré las llaves del
reino de los cielos
1. Agua de la roca
1.1 La primera lectura nos deja ver una de las escenas más impactantes del
caminar de los israelitas por el desierto. Desfallecidos de sed, todos dudan en su
corazón, hasta Moisés y Aarón.
1.2 Y aquí hay un hecho interesante: mientras que la rebeldía del pueblo es
patente, la de estos líderes es latente, y sólo visible ante los ojos de Dios; pero
unos y otros reciben de algún modo reproche de parte de Aquel que escruta los
corazones.
1.3 Otra cosa para notar: el mismo bastón o vara que había servido para alejar el
agua, dividiendo el mar para que pasaran los israelitas y fueran castigados los
egipcios (Éx 14,16), ahora divide la roca para que el agua llegue al pueblo de Dios
sediento (Núm 20,11). Dios hace los caminos por donde parece imposible: el mar
dividido o la roca convertida en fuente son señales del poder divino (cf. Éx 4,17),
frente al cual las murallas ceden y los obstáculos caen.
2. Cuidar la gloria de Dios
2.1 Uno puede preguntarse aún cuál fue exactamente la falta de Moisés y Aarón,
sobre todo a la vista del castigo que reciben. Las palabras con que les reconviene el
Señor son: "por no haber reconocido mi santidad en presencia de los israelitas".
Otra traducción dice: "porque vosotros no me creísteis a fin de tratarme como
santo ante los ojos de los hijos de Israel".
2.2 El punto parece estar en cuál es la primera reacción de estos hombres cuando
se ven confrontados con la incredulidad del pueblo como un todo. Abrumados por
las acusaciones "se apartaron de la comunidad", nos dice la lectura que hemos
oído. Esto significa que no sintieron fortaleza para dar la cara por Dios y por su
plan; no cuidaron, pues, de la gloria divina.
2.3 Si su fe hubiera sido perfecta, habrían permanecido ante los hijos de Israel y
habrían defendido el Nombre de Aquel que los había liberado. Pero su reacción fue
más de temor que de valor. Tal vez no renegaban como los demás, pero tampoco
tenían como contestar a las quejas y a la incredulidad de sus hermanos.
2.4 La sanción nos parece fuerte: "no serán ustedes quienes introduzcan a esta
comunidad en la tierra que les he prometido", pero en realidad es lógica. Es como si
Dios les dijera: "si la fe de ustedes no es mejor que la de aquellos a quienes
pretenden guiar, ustedes en realidad no son guías para ellos".
2.5 De aquí aprendemos qué clase de fe ha de buscar y cultivar el que está delante
del pueblo, es decir, el misionero, el catequista, el predicador, el pastor. Su fe debe
ir más allá de resistir la tentación que padece él mismo, pues hasta eso parece que
tenían Moisés y Aarón, dado que fueron a orar; su fe debe ser capaz de reparar la
fe fracturada de otros. No basta con que sepan dónde queda la "Tienda de
Reunión"; deben de algún modo VIVIR en ella, llevarla consigo, ser ellos mismos
"Tienda" donde el pueblo perciba la presencia del Dios vivo.
3. La voz del Cielo. La voz del mundo.
3.1 Pedro habla dos veces en el evangelio de hoy. Una vez su voz es enseñada por
el Cielo; otra vez, en cambio, habla según el modo del mundo. Las dos voces, de
estas dos veces que habla Pedro, nos enseñan por lo menos dos cosas.
3.2 Aprendemos hoy, por lo pronto, que nadie es dueño de la inspiración que viene
de lo alto. Haber recibido inspiración celestial es cosa grande y bella, pero no nos
hace "inspirados para siempre". Nadie es "para siempre" mientras va caminando
por esa vida, y por consiguiente todos hemos de vigilar, porque la misma boca que
ayer proclamó la gloria de Dios hoy puede traicionarlo.
3.3 Y aprendemos también que la victoria de Dios no es "obvia". A ver,
examinemos qué dice el Señor a Pedro, habiendo oído su profesión de fe. Le dice:
"sobre esta piedra edificaré mi Iglesia; los poderes del infierno no prevalecerán
sobre ella". ¡Pero Pedro, sólo unos momentos después, da espacio a esos "poderes
del infierno" porque resulta hablando no según el querer de Dios sino en contra de
ese querer!
3.4 Esto no debe decepcionarnos ni confundirnos, sino enseñarnos algo profundo:
la victoria de Dios no es obvia; no es una escalada de triunfos o un desfile de
maravillas. Participa, más bien de la ambigüedad de todo lo humano, así duela
decirlo. Pedro, que trastabilla y cae nos enseña que Dios vence no brincando sobre
las sinuosidades de nuestro caminar sino a través de cada curva, lodazal y pradera.