Tiempo y Eternidad
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José Manuel Otaolaurruchi, L.C.
La formalidad
Un sacerdote anciano disfrutaba a sus anchas viendo a sus compañeros pegados al
celular hablando con medio mundo. Le pregunté si él usaba celular y me dijo que no,
porque no era evangélico. La respuesta me hizo reír y le pedí que me explicara.
Entonces recitó el evangelio de este domingo. “¿Quién es el administrador prudente y
fiel que sabe repartir los alimentos a la servidumbre a su tiempo? (Lc 12,42). El
venerable me explicó que él no necesita celular porque tiene la vida ordenada, la misma
hora para levantarse, rezar, celebrar misa y atender a sus fieles. ‒Todos los míos saben
dónde y cuándo encontrarme‒, dijo. Le rebatí haciéndole ver que existen emergencias
que no se pueden aplazar. –Pues no conozco eso que usted dice, porque hasta para
morirse me tienen que pedir permiso y aquí nadie se adelanta sin mi autorización.
Dejo a un lado el tema del celular, porque yo también utilizo uno, y abordemos el tema
de la responsabilidad, de la formalidad, del cumplimiento del propio deber según
nuestro estado de vida.
Un buen católico no puede ser una persona mediocre e irresponsable, sobre todo ahora
cuando los valores humanos son tenidos en tan grande estima. La seriedad en el trabajo,
la profesionalidad, la iniciativa, el aprovechamiento del tiempo, son el secreto de una
vida llena y fecunda. Ascendiendo por la escala de los valores humanos debemos aspirar
a los valores espirituales como son la lealtad, la fidelidad, la sinceridad, la nobleza o la
gratitud.
¡Cómo nos exaspera el desorden, la pereza, la apatía o la falta de compromiso en
cualquier persona! Desde el estudiante al servidor público, el profesionista, el hombre
que camina por la calle. Aspectos como la formalidad, la puntualidad, la seriedad, el
valor a la palabra empeñada, se han perdido totalmente. Hay que hacer un examen de
conciencia porque las formas externas ponen de manifiesto lo que llevamos por dentro.
Tal vez la puntualidad habría que considerarla con detenimiento porque es un mal
generalizado el que la gente no llega a las citas y luego te los encuentras corriendo,
queriéndose colar por las avenidas y despotricando contra todo.
Pasando del ámbito personal al social, ¿quién es el administrador prudente y fiel? Es
aquél que tiene conciencia de que debe cooperar al bien común y no rehúye vivir como
una rémora o un parásito esperando que los mantengan. Cada persona debe ser útil y
aportar el propio talento e iniciativa al desarrollo. “Dichoso este siervo, si el amo, a su
llegada, lo encuentra cumpliendo con su deber. Yo les aseguro que lo pondrá al frente
de todo lo que tiene” (Lc.12,43).
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