Misa Vespertina de la Vigilia de la solemnidad de la Asunción de Nuestra
Señora.
"Empieza a hablar mi amado,
y me dice:
«Levántate, amada mía,
hermosa mía, y vente.
Porque, mira, ha pasado ya el invierno,
han cesado las lluvias y se han ido.
Aparecen las flores en la tierra,
el tiempo de las canciones es llegado,
se oye el arrullo de la tórtola
en nuestra tierra.
Echa la higuera sus yemas,
y las viñas en cierne exhalan su fragancia.
¡Levántate, amada mía,
hermosa mía, y vente!
Paloma mía, en las grietas de la roca,
en escarpados escondrijos,
muéstrame tu semblante,
déjame oír tu voz;
porque tu voz es dulce,
y gracioso tu semblante»" (CT. 2, 10-14).
Ejercicio de lectio divina de LC. 11, 27-28.
1. Oración inicial.
Iniciemos este encuentro de oración y meditación, en el Nombre del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo.
R. Amén.
La solemnidad de la Asunción de Nuestra Señora al cielo, si bien no se describe
en la Biblia, es aceptada por ortodoxos y católicos, quienes, al creer que María es la
"llena de gracia" (LC. 1, 28), -y por ello "bendita entre las mujeres" (LC. 1, 42), por
haber tenido el privilegio de haber nacido exenta de sobrevivir a las consecuencias
de la mácula característica del pecado original cometido por nuestros ancestros
Adán y Eva, y por haber llegado a ser Madre de Dios, no la adoran como afirman
muchos opositores a esta creencia, pues la veneran. En virtud de su maternidad
divina, y de la pureza y santidad con que Dios la creó, María Santísima, "La Virgen
Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de culpa original, terminado el
curso de la vida terrena, en alma y cuerpo fue asunta a la gloria celestial y
enaltecida por el Señor como Reina del Universo, para que se asemejara más
plenamente a su Hijo" (Con. Vat. II, "LG. n. 59).
Aunque no podemos comprobar empíricamente el hecho de que María Santísima
ha sido la primera creyente en Jesús resucitada y glorificada, la solemnidad que
estamos celebrando, nos recuerda que "Cristo resucitó de entre los muertos como
primicias de los que durmieron" (1 COR. 15, 20). Si Jesús venció la muerte, es de
esperar que sus seguidores hagan lo propio, al final de los tiempos, cuando nuestra
tierra sea plenamente transformada, en el Reino de Dios.
Aunque "el salario del pecado es la muerte" (ROM. 6, 23a), al creer que María fue
exenta de sobrevivir a la mácula consecuente del pecado original, no la
consideramos merecedora de que su cuerpo se corrompiera en el sepulcro, dado
que, "el don gratuito de Dios, (es) la vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro"
(ROM. 6, 23b).
Si la Resurrección de Jesús nos estimula a esperar la glorificación con que Dios
premiará el amor y la fidelidad de sus hijos, el hecho de saber que María está en la
presencia de Nuestro Santo Padre resucitada, nos hace tener más esperanza en el
hecho de que seremos purificados y santificados, así pues, "si creemos que Jesús
murió y resucitó, de la misma manera Dios llevará consigo a quienes murieron en
Jesús" (1 TES. 4, 14).
Aunque tradicionalmente hemos relacionado el sufrimiento con el pecado, no
pensemos que María, por haber sido concebida sin estar marcada por la mácula
original, vivió sin conocer el dolor, así pues, de la misma manera que, "llegado a la
perfección, (Cristo) se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le
obedecen" (HB. 5, 9), Nuestra Santa Madre, perfeccionó su fe, su paciencia y su
obediencia, en la escuela del padecimiento. El dolor es una fuente purificadora de
defectos, fortalecedora de virtudes, y santificadora de almas.
El texto lucano que consideraremos en el presente trabajo, nos hace pensar tanto
en el lugar que le concedemos a María en la Iglesia, que, al mismo tiempo que es el
Reino de Dios, está constituida por peregrinos que caminan hacia una tierra que
"mana leche y miel" (CF. ÉX. 3, 17), como en los valores que deben primar en
nuestra vida, si deseamos ser integrantes, del Reinado de Nuestro Padre celestial.
Orar es saber que no somos bienaventurados -o felices- porque tenemos poder,
riquezas y prestigio, sino porque oímos la Palabra de Dios y la aplicamos a nuestra
vida. El poder, las riquezas y el prestigio, si se utilizan para contribuir a la plena
instauración del Reino de Dios en el mundo, no han de ser despreciados, pero, para
Dios, no somos importantes por el dinero, los bienes y la posición que nos
caracterizan, sino porque somos sus hijos, y nos ama. No utilicemos el Evangelio
que vamos a considerar para promover la lucha de clases, porque ello no extinguirá
la pobreza del mundo, y hará más lamentable la situación, de quienes tienen más
carencias.
Oremos:
ORACIÓN PARA PEDIR LOS DONES DEL ESPÍRITU SANTO
¡Oh Espíritu Santo!, humildemente te suplico que enriquezcas mi alma con la
abundancia de tus dones.
Haz que yo sepa, con el Don de la Sabiduría, apreciar en tal grado las cosas
divinas, que con gozo y facilidad sepa frecuentemente prescindir de las terrenas.
Que acierte con el Don de Entendimiento, a ver con fe viva la trascendencia y
belleza de la verdad cristiana.
Que, con el Don de Consejo, ponga los medios más conducentes para santificarme,
perseverar y salvarme.
Que el Don de Fortaleza me haga vencer todos los obstáculos en la confesión de la
fe y en el camino de salvación.
Que sepa con el Don de Ciencia, discernir claramente entre el bien y el mal, entre
lo falso y lo verdadero, descubriendo los engaños del demonio, del mundo
y del pecado.
Que, con el Don de Piedad, os ame como a Padre, os sirva con fervorosa devoción y
sea misericordioso con el prójimo.
Finalmente, que con el Don de Temor de Dios, tenga el mayor respeto y veneración
a los mandamientos divinos, cuidando con creciente delicadez de no quebrantarlos
lo más mínimo.
Llenadme sobre todo, de vuestro santo amor. Que ese amor sea el móvil de toda mi
vida espiritual. Que lleno de unción, sepa enseñar y hacer entender, al
menos con mi ejemplo, la sublimidad de vuestra doctrina, la bondad de vuestros
preceptos, la dulzura de vuestra caridad. Amén.
(Desconozco el autor).
2. Leemos atentamente LC. 11, 27-28, intentando captar el mensaje que San
Lucas nos transmite en el citado pasaje de su Evangelio.
"Dichoso el vientre que te llevó
U Lectura del santo evangelio según san Lucas 11, 27-28
En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba a las gentes, una mujer de entre el gentío
levantó la voz, diciendo:
-«Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron.»
Pero él repuso:
-«Mejor, dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen»"
2-1. Permanecemos en silencio unos minutos, para comprobar si hemos
asimilado el pasaje bíblico que estamos considerando.
2-2. Repetimos la lectura del texto dos o tres veces, hasta que podamos
asimilarlo, en conformidad con nuestras posibilidades de retener, si no todo el
texto, las frases más relevantes del mismo.
3. Meditación de LC. 11, 27-28.
3-1. ¿Necesitamos "ser algo", o "ser alguien"?
"Sucedió que, estando él diciendo estas cosas, alzó la voz una mujer de entre la
gente, y dijo: «¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!»" (LC. 11,
27).
Jesús predicó el Evangelio en un país en que la gente valoraba grandemente las
relaciones familiares, pues, el hecho de ser descendiente de Abraham, era
indicativo, de que pertenecía al pueblo de Dios. El valor de los hombres estaba
determinado por la posición social que ocuparon sus antepasados, y, el de las
mujeres, por la posición que caracterizaba a sus hijos.
En la actualidad, dependiendo del campo en que nos movemos, ciframos nuestro
valor, en función de la posición que ocupamos, y de los logros que alcanzamos. El
poder no solo les es necesario a quienes ansían destacar en el mundo
independientemente de que se consideren religiosos, pues también les es necesario
a quienes se consagran a trabajar en la viña del Señor, para poder conservar su
posición, y poder realizar su trabajo. En este campo, también se hacen necesarias
las riquezas para poder llevar a cabo la obra de Dios, y el prestigio, pues, quienes
son desconocidos, difícilmente podrán hacer un trabajo que pueda ser reconocido,
en la viña del Señor.
A menos que nos ocultemos del mundo, y nos conformemos viviendo
humildemente, nos es imposible vivir, sin pretender obtener poder, riquezas y
prestigio. Ello no se opone al cumplimiento de la voluntad de Dios, a no ser que se
dé el caso de que utilicemos el poder para humillar a quienes ocupan una posición
inferior a la nuestra, no distribuyamos las riquezas equitativamente, y utilicemos el
prestigio, para imposibilitar el crecimiento de los demás.
3-2. ¿Quiénes son dichosos para Dios?
"Pero él dijo: «Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan»"
(LC. 11, 28).
Es importante que no seamos extremistas a la hora de sacar conclusiones al
interpretar el texto evangélico que estamos considerando. No caigamos en la
trampa de pensar que quienes desean alcanzar poder, riquezas y prestigio, carecen
de valor a los ojos de Dios, ni situemos la contemplación sobre la acción, porque,
para cumplir la voluntad de Dios, además de meditar su Palabra y de orar,
necesitamos poner en práctica sus enseñanzas, haciendo el bien. La consecución de
una buena posición social no tiene por qué estar relacionada con el pecado, y ofrece
oportunidades de hacer el bien, que no caracterizan, a los carentes de dones
materiales.
Frente a la creencia que mantenían los judíos de que el valor de los hombres
dependía de la posición social que habían tenido sus antepasados, Jesús afirmó que
la importancia de los mismos no dependía en absoluto del lugar que ocupaban en
sus árboles genealógicos, sino de su manera de acoger la Palabra de Dios, y de la
forma que aplicaban la misma a sus vidas.
Dado que el valor de las mujeres dependía de la posición que ocupaban sus hijos,
Jesús afirmó que ello dependía de la manera en que servían a Dios, con tal de
liberarlas del oprobio con que se las podía tachar socialmente, si sus descendientes
eran considerados pecadores.
Valoremos a María, porque es Madre de Dios y nuestra, y porque acogió la
Palabra de Dios, y la aplicó a su vida.
Valoremos a María, porque actuó como se esperaba que lo hiciera una buena hija,
madre y esposa israelita, y se amoldó al cumplimiento de la voluntad divina.
María fue modelo de oración y de acción para nosotros. En la Biblia la
encontramos meditando los hechos relacionados con la Natividad y la infancia de
Jesús (LC. 2, 19 y 51), e inmersa en la acción, cumpliendo sus deberes de esposa y
madre israelita.
Quizás queremos alcanzar la posición que María tiene en el cielo. Si ello es cierto,
aprendamos a orar, y a hacer el bien. Aprendamos a predicar la Palabra de Dios,
pronunciando bellos discursos, y con el buen ejemplo de la aplicación de la misma a
nuestra vida.
3-3. Si hacemos este ejercicio de lectio divina en grupos, nos dividimos en
pequeños subgrupos para sacar conclusiones tanto del texto bíblico que hemos
meditado como de la reflexión que hemos hecho del mismo, y, finalmente, los
portavoces de los subgrupos, hacen una puesta en común, de las conclusiones a
que han llegado todos los grupos, tras la cual se hace silencio durante unos
minutos, para que los participantes mediten sobre lo leído y hablado en los grupos,
individualmente.
3-4. Si hacemos este ejercicio individualmente, consideramos el texto evangélico
y la meditación del mismo expuesta en este trabajo en silencio, con el fin de
asimilarlos.
4. Apliquemos la Palabra de Dios expuesta en LC. 11, 27-28 a nuestra vida.
Responde las siguientes preguntas, ayudándote del Evangelio que hemos
meditado, y de la meditación que aparece en el apartado 3 de este trabajo.
3-1.
¿Por qué valoraban grandemente los israelitas las relaciones familiares?
¿Qué indicaba para los hermanos de raza de Jesús el hecho de ser descendientes
de Abraham?
¿Por qué estaba determinado el valor de los hombres?
¿Qué determinaba el valor de las mujeres?
¿En función de qué hechos ciframos nuestro valor teniendo en cuenta la posición
que ocupamos, y los logros que alcanzamos?
¿Por qué nos es el poder necesario independientemente de que seamos
religiosos, y de que trabajemos en la viña del Señor?
¿En qué sentido son necesarias las riquezas para realizar la obra de Dios?
¿Podemos ser buenos evangelizadores sin que nadie nos conozca?
¿Qué tenemos que hacer para vivir sin que nos incumban la consecución de
poder, riquezas y prestigio?
¿En qué sentido son útiles el poder, las riquezas y el prestigio, para llevar a cabo
la obra de Dios?
¿En qué caso nos separan el poder, las riquezas y el prestigio, de Nuestro Padre
común, y de sus hijos los hombres?
3-2.
¿Por qué es importante que no seamos extremistas a la hora de sacar
conclusiones al interpretar el texto evangélico que estamos considerando?
¿Por qué no debemos pensar que quienes desean conseguir poder, riquezas y
prestigio, carecen de valor ante Dios?
¿Por qué nos conviene situar al mismo nivel la acción y la contemplación?
¿De qué manera contrarrestó Jesús la creencia de sus hermanos de raza de que
el valor de los hombres dependía de la posición social de sus ancestros, y de que el
valor de las mujeres dependía de la posición social que ocupaban sus hijos?
¿Cómo acogemos la Palabra de Dios, y la aplicamos a nuestra vida?
¿Por qué cifró Jesús el valor de las mujeres en la manera en que servían a Dios?
¿Por qué valoramos a María?
¿Por qué sabemos que María se caracterizó por su manera de orar y aplicar la
Palabra de Dios a su vida?
¿En qué sentido cumplió María su misión de hija, esposa y madre israelita, y
cumplió la voluntad divina?
¿Recuerdas algún texto bíblico del que se deduce que María aparece orando?
¿Cómo podemos alcanzar la glorificación junto a Nuestra Santa Madre en el cielo?
¿De qué maneras podemos predicar la Palabra de Dios?
5. Lectura relacionada.
Leemos y meditamos MT. 25, 31-46, y pensamos en lo que se nos dice que
hagamos en el citado pasaje evangélico, para que podamos ser glorificados.
6. Contemplación.
Independientemente de que seamos religiosos, a no ser que se dé el caso de que
nos resignemos a vivir humildemente, necesitamos poder, riquezas y prestigio. El
poder cristiano no debe basarse en la manipulación de los subordinados ni en la
acumulación de riquezas, sino en la capacidad de servir.
Aunque el dinero es imprescindible para que podamos cubrir nuestras
necesidades básicas, el Señor nos anima a que cultivemos las riquezas espirituales,
mediante las cuales aprendemos a relacionarnos, tanto con Dios, como con
nuestros prójimos los hombres.
Escuchemos la Palabra de Dios. Adoptemos la costumbre de leer la Biblia, y
meditarla pausadamente.
Apliquemos la Palabra de Dios a nuestra vida, tal como lo haría Jesús, si viviera
nuestras circunstancias.
7. Hagamos un compromiso que nos impulse a vivir las enseñanzas que hemos
extraído de la Palabra de Dios, expuesta en LC. 11, 27-28.
Comprometámonos a ser grandes en este mundo, sin dejar de ser grandes, ante
Nuestro Padre celestial. Los cristianos debemos crecer a todos los niveles posibles.
Escribamos nuestro compromiso para recordarlo constantemente, y, según lo
cumplamos, aumentará nuestro amor a Dios, y a sus hijos los hombres.
8. Oración personal.
Después de hacer unos minutos de silencio, expresamos verbalmente lo que
pensamos, con respecto al texto bíblico que hemos considerado, y a la reflexión del
mismo que hemos hecho.
Ejemplo de oración personal:
Señor Jesús: Ayúdame a ser grande ante Dios y los hombres al mismo tiempo, a
fin de que pueda servirte en mis prójimos los hombres, tal como actuarías tú, si
vivieras las circunstancias que caracterizan mi vida.
9. Oración final.
Leemos y meditamos 1 SAM. 2, 1-10, pues, el citado texto, nos servirá como
preparación, para meditar el Evangelio, de la Misa del día, de la solemnidad de la
Asunción, de Nuestra Señora.
Nota: He utilizado en esta meditación el leccionario de la Misa y la Biblia de
Jerusalén.
José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com