XIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
Lecturas bíblicas
a.- Sb. 18, 5-9: Castigaste a los enemigos y nos honraste llamándonos a ti.
La primera lectura, hace memoria de la noche en que todos los primogénitos de los
egipcios murieron, noche de liberación para los israelitas, porque el faraón otorgó
la libertad al pueblo elegido (cfr. Ex.13, 17ss). Esta noche fue prevista por los
padres, es decir, los patriarcas, a los cuales Yahvé les había prometido librarles de
la esclavitud egipcia (cfr. Gn. 15, 13-14; 46, 3-4), o a Moisés, que también conoció
esta noticia de la muerte de los primogénitos, y la libertad para su pueblo (cfr. Ex.
11,4-8). Se quiere resaltar esta noche, porque Dios llama a su pueblo, a que con la
celebración de la Pascua y el Éxodo, se constituya Israel en forma definitiva, como
pueblo escogido (cfr. Ex.12, 1-14). Recordemos, que antes incluso de la muerte de
los primogénitos de Egipto, los israelitas celebraban la cena pascual, al interior de
sus casas, en secreto, inmolaron el cordero del sacrificio (cfr. Ex. 12, 27; Nm. 9, 7;
Dt. 16,5). Los israelitas reciben el calificativo de “hijos piadosos de un pueblo justo”
(v.9), es decir, hijos de los santos y justos patriarcas. Esa primera cena pascual se
constituye en fuente de comunión, entre todos los miembros del pueblo de Israel
que conmemorarán, este hecho salvífico. Los Salmos (cfr. Sal.113-118), se
encargarán de recordar este acontecimiento para las generaciones futuras .
b.- Hb. 11,1-2.8-19: Esperaba la ciudad cuyo arquitecto y constructor iba a
ser Dios.
El autor de la carta a los Hebreos, hace desfilar a hombres insignes del AT., para
sus lectores cristianos, como modelos de fe en Dios, descorazonados por las
persecuciones que sufren de parte de la autoridad romana. Lo primero, es definir la
fe como garantía, seguridad o certeza del cumplimiento de nuestra esperanza. La
esperanza, está muy unida a la fe, asegura la realidad de lo que todavía no vemos,
y esperamos alcanzar. Esta definición de la fe, nos presenta dos modos de entender
la vida: desde la fe, o desde la realidad humana sin más. Esta última, concibe la
vida sin metas por alcanzar más allá de la realidad material, basada en la
suficiencia humana, o en lo que la vida ofrece, pero sin una visión trascendente. En
cambio, la vida desde la fe, es concebir la vida como una peregrinación hacia la
vida eterna, la patria verdadera, donde Dios premiará la fidelidad del cristiano a la
gracia de la salvación. El AT., está lleno de hombres y mujeres que hicieron
grandes sacrificios por permanecer fieles a Yahvé, y fueron premiados por su fe. A
la hora de su muerte, muchos saludaron de lejos el cumplimiento de las promesas
de Yahvé, con lo cual, se constituyeron en huéspedes, y peregrinos en esta tierra
en busca de la patria celeste que Dios había preparado para ellos. Nueva lectura
teológica para la fe de esos hombres que hace el autor de la carta a los Hebreos, la
patria de los patriarcas es Dios, pertenecían a ÉL por la fe y las promesas que
habían recibido. Cuando Yahvé se revela a Moisés en el Sinaí, se presenta como el
Dios de Abraham, Isaac y Jacob, es decir, viven en Dios, en la patria celestial (cfr.
Ex. 3, 15-16).
c.- Lc. 12,32-48: Estad preparados para cuando vuelva el Señor.
En este evangelio, encontramos una primera parte, sobre el tema de las riquezas
(vv.32-34) y una segunda que se refiere a la parusía, la venida del Señor Jesús
(vv.35-48). En la primera parte, sigue el tema de las riquezas del hombre que vive
para ellas, y es pobre ante Dios (cfr. Lc. 12, 13-21); en cambio, el rico para Dios,
era el hombre abierto a la acción de su Espíritu, que construye su reino en este
mundo, compartiendo sus bienes con su prójimo. El trasfondo de todo este tema
era: “Buscad primero el reino de Dios y todo lo demás sé os daré por añadidura” (v.
31; cfr. Lc.12, 22-31). Este pasaje evangélico de hoy, comienza con una de las
grandes revelaciones: “No temas, pequeño rebaño; porque a vuestro Padre le ha
parecido bien daros a vosotros el reino” (v. 32). Pequeño rebaño, se refiere quizás,
al número de creyentes que esperan en Cristo, pero que al estar en la Iglesia,
esperan y aman, por ello son ya partícipes del reino de Dios. Son grandes, porque
tienen a Dios como Padre, ahí radica su grandeza, su tesoro que enriquece su
existir. Son los que no tienen nada, porque son pobres, pero se admiran de los
bienes con que Cristo los enriquece, por ello son pequeños, por ello se les ha
confiado el reino de Dios. Porque ya viven el misterio del reino, se les pide que
atesoren para este reino, convirtiendo sus riquezas y bienes en limosnas, invertir
tiempo y vida en los que están tristes, los pobres y los hambrientos. El corazón del
hombre, reposa donde está su tesoro, si son las riquezas su tesoro, ahí estará su
centro, en esta vida; en cambio, si el tesoro está en la vida eterna, ese corazón
está ya en el cielo (v.34). La segunda parte del evangelio, nos habla de la vigilancia
del cristiano. Si el discípulo vive en tensión de eternidad, inquieto por alcanzar ese
tesoro, estará siempre preparado para cuando llegue el Señor, y abrirle la puerta.
La parábola que usa Jesús refleja dos modos de espera: el mayordomo fiel y el mal
administrador; el que espera sirviendo a su prójimo, y el que se aprovecha del
prójimo para su beneficio, es decir, con esa actitud revela que no cree en el regreso
de su Señor. La figura del mayordomo, bien puede representar a los dirigentes de
la Iglesia, cuyo servicio debe extenderse a toda la comunidad, símbolo de su
vigilancia personal, y comunitaria. Pero si eso se exige a los dirigentes, también a
todos los miembros de la Iglesia, se les encarga un servicio en el tiempo de la
espera. El amor de Dios, es el tesoro del reino, por lo tanto, si partícipes del mismo,
también cada discípulo, es fuente de amor para los miembros de la comunidad y de
todos los hombres.
Teresa de Jesús nos enseña que debemos saber que vamos a ser juzgados en al
amor por Quien nos ha amado y hemos amado siempre. “Será gran cosa a la hora
de la muerte ver que vamos a ser juzgadas de quien habemos amado sobre todas
las cosas” (CV 40,8).