XIX Semana del Tiempo Ordinario (Año Impar)
Lunes
Lecturas bíblicas
a.- Dt.10, 12-22: Circuncidad vuestro corazón.
b.- Mt. 17,22-27: Lo matarán, pero resucitará. Los hijos están exentos de
impuestos.
Este evangelio tiene dos momentos: por segunda vez nos anuncia la pasión de
Cristo (vv. 22-23), y el tema del tributo al Templo (vv.24-27). Este anuncio nos
habla de su próximo destino. La diferencia con el primer anuncio se encuentra en
que ahí, Jesús hablaba en primera persona, ahora es el Hijo del Hombre, que todo
lo sabe, incluso quienes le darán muerte: será entregado en manos de los hombres.
Los que pertenecen completamente a Dios, llegan a ser presa de los hombres (cfr.
Mt.17, 12). Precisamente esos, son los hombres que se declaran enemigos de Dios,
los que deben ser reconciliados entre sí y con Dios. Ese es el fin de la pasión:
reconciliar a los hombres con Dios y entre ellos para acceder a ÉL. Las manos de los
hombres lo atarán, lo golpearán, le oprimirán la cabeza con una corona de espinas,
lo llevarán al monte Calvario, y lo clavarán en una cruz. Es en la pasión donde
Jesús será de ellos, Víctima de la arbitrariedad, y violencia humana. El Padre
entrega a su Mesías, lo da a la impotencia, no lo libra de la muerte, pero lo
resucitará al tercer día. Al primer anuncio Pedro había reaccionado con una protesta
apasionada (cfr.Mt.16, 22); luego de este segundo anuncio, sólo sabemos que
quedaron consternados (v.23). Es otra forma de reaccionar, tristeza y resignación
todavía el mensaje no se ha comprendido (cfr. Mt. 5,4).
El segundo momento, se refiere al tema de la dracma, es decir, el impuesto que
anualmente había que pagar al Templo, y que todo judío pagaba, incluso los que
vivían en la diáspora. Tributo al que se consideraban obligados ricos y pobres, pero
que no obligaba desde la Ley; sólo pagaban aquellos que expresamente estaban
estipulados por ella (cfr. Ex. 30, 11-16), y el que se refería al templo, no era
considerado por la Ley. Esta contribución era para conservar el Templo y el
ofrecimiento de los sacrificios. Este impuesto personal, fue introducido por
Nehemías, y se pagaba antes de la Pascua. Así como los romanos imponían un
impuesto en sus dominios, que era cobrado por el gobernador, cuyo destino era
Roma, éste tributo era algo propio de los judíos para con Dios; los romanos estaban
exentos en Judea de pagar tributo al monarca de turno, de la misma forma
considera Jesús, han de actuar los hijos de Dios, respecto al Templo, es decir, los
hijos no pagan tributo a la Casa de Dios. Jesús actúa como un verdadero israelita,
con todos los derechos y obligaciones; aunque en su actitud encontramos respeto
profundo por el Templo, también habla de su carácter provisional, lo mismo en
cuanto se refiere a los sacrificios (cfr. Mt.12, 6; 5,23s). Hay una segunda lectura
más profunda: Los hijos están exentos, sobre todo el Hijo por excelencia; Dios es el
Señor del Templo y desde ahora también su Hijo. El discípulo si cree en Jesús,
participa de su filiación divina, participan de esta libertad, porque forman parte de
la familia de Jesús (cfr. Mt.12, 46-50). Jesús no paga tributo alguno al Templo,
porque es el Hijo del Padre; en su Casa hay uno que es más grande que el Templo
(cfr. Mt.12,6). Palabras que testimonian quién es Jesús (cfr. Mt.12, 42s; 16,16).
Por ser hijos de Dios, son libres, pero además, se sienten responsables de la Casa
de Dios, y es por esto que Jesús, termina pagando el tributo. Por su condición de
Hijo, no estaba obligado a muchas cosas, pero para evitar el escándalo, Jesús se
somete. El milagro del pez, quiere dejar en claro, que es Dios quien le proporciona
lo necesario para pagar el tributo, lo que exalta su condición de Hijo Amado del
Padre, se echa de ver la exención del Hijo, se honra a Dios, y no se da escandalo a
los hombres. Con su anuncio de muerte y resurrección Jesús deja en claro, que ya
no será el templo el centro de la nueva religión, sino que será ÉL el nuevo templo
de la alianza (cfr. Jn. 2, 19). La comunidad eclesial, es el templo espiritual del
Señor, de ahí que el culto tributado al Padre no se limitará a un espacio físico sino
que nacerá de la vida entera del cristiano. Desde esta perspectiva, es el amor el
único tributo que el Padre nos pide, ofrenda de la propia existencia hecha en el
culto, de lo contrario, el aporte en dinero sería una contribución vacía de contenido
vital.
Santa Teresa nos invita a vivir el camino de la santidad evangélica o si queremos
como lo denomina ella camino de perfección. Esta perfección consiste en hacer la
voluntad de Dios en nuestra vida. “Las almas perfectas pueden hacer gran
provecho… en la Iglesia de Dios” (4M 3,10).