XIX Semana del Tiempo Ordinario (Año Impar)
Martes
Lecturas bíblicas
a.- Dt.31,1-8: Josué ingresará a Israel en la tierra prometida.
b.- Mt. 18, 1-5.10.12-14: ¿Quién es el mayor? La oveja perdida.
Este evangelio nos presenta dos momentos: la discusión de los apóstoles sobre
quién es el mayor en el reino de los Cielos (vv.1-5) y la parábola de la oveja
perdida (vv.12-14). La discusión de los apóstoles, sobre el lugar que cada uno le
corresponde en el reino de Dios, del cual Jesús los hacía partícipes con su
predicación y que los convertirá en dirigentes del futuro nuevo pueblo de Dios. Más
en concreto la pregunta es: ¿Quién es el mayor ante Dios? Jesús, sin embargo,
toma como ejemplo a un niño, en medio de hombres altos y seguros de sí mismos,
lo que provoca un contraste entre los elegidos, que conocen su rango y esta
pequeña criatura, quizás distraído que nada dice de sí mismo. El signo, el niño, no
está puesto para confundir, sino para ser un anuncio real acerca del reino, un signo
profético: convertirse y hacerse como un niño (vv.3-4). Les manda ser como niños,
humildes, que no tienen pretensiones, vivir confiados totalmente de Padre. En este
sentido, viven su impotencia, es decir, su dependencia absoluta para existir; son
humildes, en el sentido que reconocen lo que son, no son ni más ni menos: son
hijos de Dios. Se trata no de volver a la infancia, tampoco presentarnos ante Dios
como hombres prudentes, confiados solo en sí mismos, seguros, superiores a los
demás o consolidados en la autonomía, en definitiva, maduros; la verdadera actitud
es presentarse como necesitado de ayuda y salvación. La conversión será la
primera exigencia, la segunda, hacernos pequeños delante de Dios Padre,
condiciones indispensables para ingresar en el reino de Dios. En consecuencia, sólo
recibirá el premio escatológico, quien se haga pequeño como un niño y se halla
humillado; a la decisión espiritual, debe seguir la reforma del corazón y del pensar.
En el orden del reino de Dios, la ley es esta: quien es grande es pequeño y el
pequeño es grande (cfr. Mt. 23,12). En este sentido, el mejor ejemplo lo
encontramos en Jesús que es humilde de corazón, es decir, en lo íntimo de sus
sentimientos (cfr. Mt.11, 29). Sólo será mayor que otro, delante de Dios y de los
hermanos, el que se hace pequeño (cfr. Mt. 20,26s; 23,11s). Una atención especial
requieren estos niños, a los cuales también se abre el reino de Dios, como a los
pobres, enfermos y desvalidos, portadores de la fe, y por ello son ya grandes para
las realidades del reino. Además sus ángeles no sólo contemplan el “Rostro de Dios”
(v.10), sino que sirven, ante el trono de Dios (cfr. Tob.12,15). Sus ángeles los
representan ante Dios, su fe participa de la visión beatífica, con su mirada de gloria
y de amor, el Padre contempla al niño, representado por su ángel. Con tales
privilegios para los niños, ¿quién osará despreciarlos?
En esta parábola de la oveja perdida, se puede distinguir entre estar extraviado,
descarriado, a estar perdido. Alguien se puede extraviar, otra cosa, es perderse
para siempre; en el primero caso se puede ir a por él y reconducirlo. En la
narración, se habla de oveja extraviada, y cuando se hace la aplicación, se habla
de perdida (v.14). Quien se extravía o descarría, se puede perder por completo, el
texto, también se aplica al quehacer de los pastores, de cara a su comunidad
eclesial. La oveja que se extravía, el pastor la busca, la encuentra lo que habla de
su dedicación y responsabilidad. Entonces la alegría del pastor es inmensa, se
acrecienta la intimidad con ella, quizás mayor que con el resto del rebaño porque le
ha salvado la vida. Todas las ovejas para él son importantes, pero en especial,
ésta que ha salvado de la muerte segura. Esta escena cotidiana de la vida, es
ocasión para advertir Jesús el amor solícito de Dios Padre por cada uno de sus
hijos. Cuando uno se aparta de la comunidad, esta desviación no es indiferente
para Dios, quiere la salvación de cada uno, con voluntad fuerte y sana. Nadie es
insignificante o pequeño, que no pueda recibir, el don de su amor de Padre, para
acoger a todos en su Reino (cfr. Mt.18,12-14; Lc. 15,4-7). Su voluntad es que
nadie se pierda. En la figura del pastor, encontramos la fuerza, el poder y cariño,
además, de la ternura de Dios que sale en busca de la oveja perdida. Es la alegría
de salvar lo perdido. De esta forma, Jesús justifica su actuación: acoge a los
perdidos, los pecadores e indeseables porque el Padre así lo quiere (v. 14). El Dios
de los ejércitos, es también, el Dios de la misericordia, la ternura y la
comprensión. Él es Padre y Madre a la vez, por lo mismo, ama y perdonar, ama la
vida que ÉL mismo creó (cfr. Sab. 11, 26). Toda una exhortación a los apóstoles,
para que tengan esta solicitud, sobre todo, con los pequeños, que no sean
descuidados. El pastor, no los puede perder de vista, aunque estén en las
sombras, porque Dios, los tiene siempre muy presente, se compromete con ellos, y
lo mismo, quiere de sus pastores en su Iglesia (cfr. Mt.10,41ss). Toda la
comunidad eclesial, está llamada a esta solicitud por los pequeños, los alejados del
resto del rebaño, animada por el Espíritu del único Pastor de nuestras almas,
Jesucristo el Señor, y de sus legítimos pastores para su pueblo.
Desde niña Teresa de Jesús aprendió a que el destino del cristiano es vida eterna,
vida con Dios para siempre. “Espantábanos mucho el decir que pena y gloria era
para siempre en lo que leíamos. Acaecíanos estar muchos ratos tratando de esto y
gustábamos de decir muchas veces: ¡Para siempre, siempre, siempre! En
pronunciar esto, mucho rato, era el Señor servido me quedase en esta niñez,
imprimido el camino de la verdad.” (V 1,4).