XIX Semana del Tiempo Ordinario (Año Impar)
Miércoles
Lecturas bíblicas
a.- Dt. 34, 1-12: Muerte de Moisés.
b.- Mt. 18,15-20: La corrección fraterna. Si te hace caso, has salvado a tu
hermano.
Este evangelio nos invita a vivir la corrección fraterna. Comenzamos por un
principio básico: Dios no quiere que nadie se pierda, ninguno de los pequeños.
Antes de separar a alguien de la comunidad, se debe seguir el proceso de la
corrección fraterna. La Sinagoga consideraba que todo aquel que no veía en ella, es
decir, el judaísmo, como el único medio de salvación, era considerado pagano o
publicanos. El método que propone Mateo, tiene mucho de este esquema de la
Sinagoga. La Iglesia, basada en el poder de atar y desatar, dado por el propio
Jesús, aplica la excomunión como último recurso, luego de haber agotado todos los
medios posibles de reconciliación (v. 18). Jesús quiere, sin embargo, por voluntad
del Padre, rescatar al pecador extraviado, por eso propone el diálogo sincero, como
medio de reconciliación del hombre con la comunidad. Pero será la autoridad
competente, la que finalmente, deberá admitir o excluir a ese hermano, según su
reacción frente al diálogo o su rechazo. Además del diálogo, Jesús entrega otro
medio para conseguir esa anhelada reconciliación: la oración en común. El
verdadero poder de la comunidad eclesial, reside en la oración (cfr. Rm. 15, 30; 1
Tes. 5, 25; Col. 4,3). El propio Jesús dejó establecido: “Pedid y se os dará; buscad
y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque quien todo el que pide recibe; el que
busca, halla; y al que llamase le abrirá” (Mt. 7, 7-8ss). Las últimas palabras de
Jesús en este pasaje, aseguran su presencia en medio de los que oran, dos o más,
lo que nos enseña que ÉL está siempre en su Iglesia, lo que significa que al centro
de la comunidad no está la Ley sino la persona del Señor. La reunión se hace en su
Nombre y desde sus criterios y actitudes son las que la guían e iluminan, por lo
mismo, todo lo que vive y sufre, predica y goza en su servicio a los hombres es
vivido y sentido por Cristo.
Teresa de Jesús pone a la caridad como la virtud principal a la hora de vivir en
comunidad. “Pues procuremos siempre mirar las virtudes y cosas buenas que
viéremos en los otros, y tapar sus defectos con nuestros grandes pecados. Es una
manera de obrar, que aunque luego no se haga con perfección se viene a ganar
una gran virtud, que es tener a todos por mejores que nosotros, y comiénzase a
ganar por aquí con el favor de Dios, que es menester en todo; y cuando falta,
excusadas son las diligencias, y suplicarle nos dé esta virtud, que con que las
hagamos [Dios] no falta a nadie.” (CV 13,10).