“Estén preparados”
Lc 12, 32-48
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
LA BIENAVENTURANZA QUE PROCEDE DE LA FE, QUE ES UN DON
ESPECIAL QUE NOS HACE DIOS
Serpentea en esta liturgia de la Palabra, de una manera más o menos
explícita, el tema de las bienaventuranzas: Dichosos los criados a quienes
el amo encuentre vigilantes cuando llegue (…..); Dichoso ese criado si, al
llegar su amo, lo encuentra haciendo lo que debe!. Sabemos bien que,
según el mensaje bíblico, la bienaventuranza no consiste en un vago
consuelo dado a quien se encuentra en una situación de sufrimiento.
Hasta las bienaventuranzas que inauguran el “magno sermón del monte”
(Mt 5,1-13) son más bien inyecciones de ánimo e invitación a la lucha,
a ejemplo de Aquel que es el pobre por excelencia, el misericordioso por
antonomasia, el más perseguido de todos. Es, ante todo, la
bienaventuranza que brota de la historia humana, cuando ésta es
considerada como visitada por Dios, es decir, enriquecida por la
presencia de Aquel que, después de haber creado al hombre, no le
abandona a su destino, sino que le orienta por el camino de la salvación;
de Aquel que, después de haber elegido a su pueblo, no lo deja a
merced de los enemigos, sino que lo lleva sano y salvo a la meta feliz
de la tierra prometida.
Es, también, la bienaventuranza que procede de la fe, que es un don
especial que nos hace Dios a nosotros, peregrinos sobre la tierra.
Desde esta perspectiva, fue bienaventurado Abrahán porque creyó y
fue también bienaventurada Sara por haber aceptado la promesa del
Señor. Ambos fueron bienaventurados por haber sido atraídos totalmente
a la órbita de Dios, porque se encaminaron dócilmente por el camino que
Dios les había indicado, porque estaban radicalmente convencidos de
que Dios también puede resucitar a los muertos.
Es, por último, la bienaventuranza del siervo que se da cuenta de la
maravilla que supone poder conocer la voluntad de su Señor y se
dispone con gozosa libertad a traducirla en obras buenas y en un estilo
de vida digno de él. Esa bienaventuranza encuentra la siguiente
motivación evangélica: A quien se le dio mucho se le podrá exigir
mucho. Como es obvio, este dicho de Jesús, con el que se cierra la
página evangélica que hemos leído hoy, pretende explicitar el dinamismo
de la relación que discurre entre Dios y el hombre, cuando esta
relación está marcada y es vivida siguiendo la lógica de la alianza, que
considera a Dios como primer acto y a! hombre como invitado a un
dialogo de amor. No hay nada más exigente que el amor cuando éste
se encarna en una relación de alianza.
ORACION
Eres tú, Señor, la luz que ilumina mi camino. Con excesiva frecuencia
me encuentro solo y perdido por los caminos de este mundo. Con
excesiva frecuencia me siento presa o víctima de oscuros asaltos que
obscurecen los ojos de mi mente y de mi corazón. Inúndame, Señor, con
la luz de tu Palabra.
Eres tú, Señor, el fundamento de la promesa en la que está firmemente
asentada mi fe. Con excesiva frecuencia me siento débil e inestable
frente a las promesas alternativas que me llegan de todas partes y cada
dos por tres. Con excesiva frecuencia me siento atraído y casi
seducido por promesas totalmente contrarias a la tuya. Lléname, Señor,
con la fuerza de tu promesa.
Eres tú, Señor, el dador de todo bien. excesiva frecuencia el mundo me
hace probar bienes que me apartan de tu mesa y me distraen de tus
propuestas. Con excesiva frecuencia me veo expuesto a las
seducciones de alimentos terrenos que satisfacen mi paladar pero
no alimentan mi vida. Hazme gustar, Señor, los bienes que son
tuyos, pero sobre todo a ti, que eres mi único bien.
Eres tú, Señor, mi bienaventuranza, con excesiva frecuencia oigo que, en
el mundo, son proclamados bienaventurados los ricos, los poderosos,
los vividores. Con excesiva frecuencia veo oprimidos y perseguidos a
aquellos que te siguen por el camino del Evangelio. Hazme participar,
Señor, de esa alegría que solo puede derivar de la práctica de las
bienaventuranzas evangélicas.