VIGÉSIMO DOMINGO ORDINARIO C
(Jeremías 38:4-6.8-10; Hebreos 12:1-4; Lucas 12:49-53)
¿Qué significa ser humano? A lo mejor es algo diferente según la gente que
responde. Para los filósofos el hombre es el animal que piensa. Para los teólogos
es la creatura hecha en la imagen de Dios. Para los biólogos es el mamífero con
cuarenta y seis cromosomas gobernando una mirada de actividades. En vista del
evangelio hoy podemos añadir que ser humano significa la capacidad de reflexionar
sobre la muerte.
Todos seres vivos más tarde o más temprano mueren. Pero sólo el hombre –
parece – puede anticipar su fallecimiento y organizar su vida con ella en cuenta.
Recientemente una mujer consignada a un hospicio habló con su párroco sobre su
funeral. Ella hizo los planes: escogió las lecturas de la misa y las canciones. A lo
mejor dio sus preferencias para la comida del refrigerio después. Ninguna otra
especie de ser vivo puede hacer esto.
En el evangelio encontramos a Jesús contemplando su propia muerte. Como
testimonio de su bajamiento para compartir el estado del hombre, se angustia
sobre el hecho. Ve por lo que pasa alrededor de él, particularmente el martirio de
Juan Bautista y la oposición de los fariseos, que se le quitará la vida pronto. Ya se
dirige a Jerusalén porque allá los profetas como Jeremías sufrieron a mano de los
líderes religiosos que cegaron los ojos a la voluntad de Dios. El bautismo que
menciona aquí no es de agua sino de fuego. No es la muerte simbólica sino la
realidad. Es la entrega de su vida en la cruz sangrienta para recuperarla en la
resurrección después.
Hemos oído del sacrificio de Jesús un millón de veces de modo que tal vez nos
aburra. Sin embargo, cuando él que no ha venido para traer la paz sino la división,
nos despertamos. “¿No es Jesús ‘el príncipe de la paz’?” nos preguntamos. Sí, es
pero no en el sentido de que muchos piensan. Jesús rechaza la paz por la cual sus
discípulos se conformarían a los modos del mundo. Como se dice, Jesús causa
ondas. Está llamándonos a una nueva justicia que sobrepasa aquella de nuestros
antepasados. Él no soportará la mentira, mucho menos el fraude. Él no permitirá el
aprovechamiento de la esposa como objeto de dominio, mucho menos la
infidelidad.
Nos quedamos con una elección: ¿vamos a seguir a Jesús por dejar todos nuestros
vicios? O ¿vamos a buscar lo que nos dé la gana? A muchos la primera opción
parece como el sofocamiento de los sentidos – el quitar de la razón de vivir. Para
Jesús ella trae una vida digna, profundamente satisfactoria y complaciente a Dios.
Entonces enfrentamos una paradoja: él o ella que tome su cruz en pos de Jesús va
a encontrar la vida llena al centro. Entretanto él o ella que ande en busca de una
vida llena de comodidad va a experimentarla como dulce en la superficie pero
podrida abajo.
“Dos caminos bifurcan en un bosque amarillo – dice un poeta describiendo la
elección que todos los hombres tienen que hacer. Uno de los caminos le conducirá
a la vida llena de canciones y refrigerios. No es ni mucho más ni mucho menos
justa que la de sus antepasados. El otro parece más duro porque va contra las
ondas de fraudes y dominio. Concluye el escritor: “yo tomé el menos transitado, y
eso hizo toda la diferencia’. No lamenta su elección. Más bien, se agradece por
ella.
Padre Carmelo Mele, O.P.