XX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C .
LA GRAN AVENTURA DE SER CRISTIANO
Padre Pedrojosé Ynaraja
Jeremías fue un profeta hecho y derecho. Nunca se casó. Su función, en aquel momento de
la historia de Israel, es la que llamaríamos hoy en día, la de un free lance. Y quien tiene una
tal personalidad o ejerce una misión así, resulta ser un hueso dislocado del sistema. Su
grito desgarrado, cuando reflexiona sobre sí mismo y el inicio de su vida, es un fragmento
antológico inmejorable, de lo que siente el alma cuando está poseída por Dios. No
corresponde lo que os estoy hablando, al fragmento que leemos el presente domingo, pero
aprovecho la ocasión para recomendároslo, lo encontraréis en el capítulo 20 a partir del
versículo 7.
El incidente en que se ve envuelto en el episodio que proclamamos en la misa de hoy, es
una palpable demostración de lo que os decía al principio, mis queridos jóvenes lectores.
Frente a la autoridad establecida, no hay nada tan incómodo como un profeta. Lo que le
interesa al que tiene poder y ejerce el mando, es apartarlo de su entorno. No se atreve en
este caso el rey a matarlo directamente y lo condena a pudrirse en un aljibe. Alguien se
compadece y quien manda retrocede un poco. Como lo que le inquieta no es que viva, sino
que hable públicamente, acepta que le lleven alimento. Desde el fondo de un depósito
difícilmente le hará daño. Porque la característica fundamental del profeta, es que
actualizando la Ley de Dios y exigiendo aplicarla radicalmente, se mantenga libre y a nadie
se venda. Aprender de Jeremías debería exigirse a cualquiera que busque alcanzar
autoridad, sea cual sea el ámbito. Lo malo es que pensaría que gente así son siempre
incómodos y es mejor suprimirlos, anularlos o, al menos acallarlos. Parece que apoderarse
de autoridad y ser honrado, hoy en día, sea pura utopía
Jeremías cumplida su misión de denuncia, le tocó marchar a Egipto donde murió, sin que se
conozcan detalles de su final, ni siquiera donde fue enterrado.
A Jesús le llamamos maestro, lo fue y lo es. También sacerdote, y ante el Padre, en la
íntima unión trinitaria, cumple esta actitud. Que fue profeta lo sabemos. Tenemos noticias
de sus denuncias y de las consecuencias de ellas. Ni a Judíos del norte o galileos o a los del
sur o capitalinos, les cayó en gracia. La autoridad autoritaria y el holgazán vulgar, que tanto
abundan las dos cosas hoy, quieren paz, a costa de perder la libertad interior. En realidad lo
que les interesa es que haya calma, por injusta que pueda ser para muchos o pocos, y caiga
quien caiga.
De acuerdo con todo esto, Jesús declara a sus discípulos que ha venido a prender fuego.
Que allí donde su espíritu, su modo de ser se viva, no habrá tranquilidad ni calma boba. Sus
amigos, los que con Él colaboren, deberán ser inquietos, incluso en el ámbito familiar.
Inquietos sí, pero no intrigantes. Hay personas que allí donde se presentan han de cargarse
todo por sistema, así se lucen ellos. Más que profetas, en realidad son ambiciosos,
orgullosos e histéricos, que no paran, hasta que han logrado apartar de su entorno y el de
su “presa”, aquella que goza de merecida fama, a los demás, con sus artima￱as.
Analizar ambos conceptos y sus diferencias, profetas e intrigantes, es labor a la que podríais
dedicar alguna de vuestras reuniones, mis queridos jóvenes lectores. Conseguido un poco,
dedicar vuestra atenci￳n a dibujar un “retrato robot” del profeta que nuestra actualidad
exige.