Domingo XXIII del tiempo Ordinario del ciclo C.
"En efecto, yo por la ley he muerto a la ley, a fin de vivir para Dios: con Cristo
estoy crucificado: y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo
al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a
sí mismo por mí" (GÁL. 2, 19-20).
Ejercicio de lectio divina de LC. 14, 25-33.
1. Oración inicial.
Iniciemos este encuentro de oración y meditación, en el Nombre del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo.
R. Amén.
Prestémosles atención a las palabras de Nuestro Salvador que vamos a
considerar, porque contienen un mensaje trascendental para nuestra vida de fe.
No vivamos una religiosidad estática. Si no queremos dejar de crecer
espiritualmente, debemos cuestionarnos siempre nuestras creencias, a fin de poder
resolver las dudas de fe que nos surjan, y las de aquellos que nos permitan
transmitirles nuestras creencias. Si la fe se nos estanca en un determinado estado
y no nos la cuestionamos, dejará de crecer, y, dado que es como un fuego que se
alimenta constantemente, al no estudiar y meditar la Palabra de Dios, se nos
debilitará, sin que apenas nos percatemos de ello, hasta que, prácticamente, la
hayamos perdido.
En el Evangelio que consideraremos en este trabajo, veremos que mucha gente
seguía a Jesús, pero el Señor, a riesgo de quedarse con pocos seguidores, le
explicó claramente en qué consiste su seguimiento y la imitación de su conducta,
para que nadie se llevara a engaño. Ser discípulo de Jesús es difícil, y, con respecto
a quienes les sea fácil, podemos decir, sin temor a equivocarnos, que sintonizan
más con cualquier ideología humana, que con la fe predicada por Nuestro Redentor.
Jesús nos transmitirá en esta ocasión un mensaje tan radical, que difícilmente
podremos olvidarlo, pues, quienes queramos ser sus seguidores, no debemos
anteponer a ninguno de nuestros familiares ni a ninguna de nuestras propiedades u
ocupaciones a Dios, pues, tal como se deduce del texto paulino que encabeza el
presente trabajo, hemos sido llamados a vivir, no a nuestra manera, sino tal como
lo hizo Nuestro Redentor. Ello significa que no debemos pensar y actuar a nuestro
modo, sino tal como lo haría el Hijo de Dios y María, si viviera nuestras
circunstancias. Ello no significa que queremos ser despersonalizados por Jesús, sino
que aspiramos a un nivel de santidad muy elevado, y deseamos dejarnos
perfeccionar por el Mesías, pues, con nuestros propios medios, no podríamos
alcanzar, tan loable meta.
Si queremos ser seguidores de Jesús, debemos llevar nuestras cruces personales
y de aquellos a quienes amamos, y caminar, no delante ni junto a Jesús, sino
detrás del Señor, tal como los Apóstoles recorrían Israel caminando en pos del Hijo
de Dios y María, para poder recibir sus enseñanzas.
Es curioso cómo, frente al deseo de poder, riquezas y prestigio característico de
la mayor parte de la humanidad, Jesús no nos pide que caminemos detrás de Él
adquiriendo sabiduría, poder ni riquezas que nos hagan destacar tal como se hace
en el mundo cuando se alcanzan logros importantes. Jesús nos pide que portemos
nuestras cruces con dignidad, porque nos quiere tal cuales somos, con nuestras
virtudes y defectos, con nuestras tristezas y alegrías, y sin dobleces. Para caminar
detrás de Jesús, en vez de guardar apariencias, necesitamos ser nosotros mismos,
pues, solo al reconocernos inferiores a Dios, e imperfectos, nos dejaremos moldear
por Nuestro Padre común, quien nos purificará, y nos santificará, a su debido
tiempo.
Dado que el seguimiento de Jesús es complicado, y nos gusta terminar lo que
empezamos, con tal de no sentirnos fracasados, necesitamos pensar lo que vamos
a hacer, antes de declararnos como cristianos practicantes. Todos los años recibo
cartas de gente que, aunque termina de celebrar la Semana Santa con mucha fe, la
misma se le debilita en cuestión de pocos días. Se trata de gente buena que se
emociona al aprender -o recordar- lo que el Señor hizo por nosotros, pero se
declara creyente sin pensar lo que ello supone, y cuando apenas sus familiares,
amigos, o compañeros de trabajo, descubren que quiere ser cristiana, le recuerdan
las leyendas negras de la Iglesia, y que la cuestión de la existencia del mal no se
puede resolver tal como lo haríamos nosotros, y le hacen que la fe se le debilite, o
la pierda.
Tal como el rey que dispone de 10.000 soldados debe buscar la estrategia
adecuada para enfrentar a sus hombres con un ejército de 20.000 guerreros,
después de pensar en el riesgo que comporta seguir a Jesús, necesitamos descubrir
nuestra vocación, y la manera de desempeñarla. No actuemos como el rey que
quiere pactar condiciones de paz con su adversario antes de ser vencido por el
mismo, pues, aunque en ciertas circunstancias el hecho de seguir a Jesús sea
doloroso, terminaremos ganando la guerra, aunque ello no suceda durante los años
que se prolongue nuestra existencia mortal.
Jesús concluye el Evangelio que vamos a meditar con una de sus frases
lapidarias, indicando que, quienes queramos seguirlo, debemos renunciar a
nuestros bienes, no porque la posesión de los mismos es mala, sino porque, el
cuidado de nuestras riquezas, puede separarnos de Él y de nuestros prójimos, si
caemos en la avaricia.
¿Aceptaremos el desafío de ser buenos seguidores de Jesús, o nos
arrepentiremos de haberlo considerado y rechazado, quizás pensando que nos faltó
valor para hacer lo que tendría que haber caracterizado nuestra vida?
Oremos:
Espíritu Santo, amor que procedes del Padre y del Hijo, y que con ellos recibes
una misma adoración y gloria: Ayúdanos a comprender que necesitamos sentirnos
amados y protegidos por Dios, y a comprender que, servir a quienes necesitan
nuestras dádivas espirituales y materiales, es la única forma que tenemos, de
demostrar que te amamos.
Espíritu Santo, aliento divino que nos das la vida: Quema nuestras impurezas con
tu fuego, y haznos imitadores de tu divina caridad.
Espíritu Santo, amor del Dios ante quien somos pequeños: Enséñanos a ser
humildes, para que podamos vivir en la presencia de Nuestro Santo Padre.
Espíritu Santo, amor del dios para quien no hay nada imposible: Haz de nuestra
tierra un paraíso de luz en que la humanidad pueda encontrar la plenitud de la
felicidad, más allá de las razones por las que los hombres sufren. Amén.
(José Portillo Pérez).
2. Leemos atentamente LC. 14, 25-33, intentando abarcar el mensaje que San
Lucas nos transmite en el citado pasaje de su Evangelio.
"El que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío
U Lectura del santo evangelio según san Lucas 14, 25-33
En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo:
—«Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre,
y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso
así mismo, no puede ser discípulo mío.
Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío.
Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a
calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla?
No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a
burlarse de él los que miran, diciendo:
"Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar."
¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a
deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con
veinte mil?
Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir
condiciones de paz.
Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes no puede
ser discípulo mío»"
2-1. Permanecemos en silencio unos minutos, para comprobar si hemos
asimilado el pasaje bíblico que estamos considerando.
2-2. Repetimos la lectura del texto dos o tres veces, hasta que podamos
asimilarlo, en conformidad con nuestras posibilidades de retener, si no todo el
texto, las frases más relevantes del mismo.
3. Meditación de LC. 14, 25-33.
3-1. Jesús quiere ser el centro de nuestra vida.
"Caminaba con él mucha gente, y volviéndose les dijo:
«Si alguno viene donde mí y no odia a su padre, a su madre, a su mujer, a sus
hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y hasta su propia vida, no puede ser
discípulo mío" (LC. 14, 25-26).
A cualquier líder religioso le gustaría ver su lugar de culto lleno de gente, y, todos
los que predicamos el Evangelio en Internet, quisiéramos que las listas de correo,
blogs y portales en que publicamos nuestros trabajos, recibieran muchas visitas.
Jesús no comparte nuestro pensamiento, dado que, al Señor, más que tener una
enorme cantidad de seguidores, le importa ser seguido por un grupo de gente que,
aunque no sea muy grande, sea leal y sincero. Jesús no actuó como los políticos
que prometen muchas cosas cuando quieren que se les vote, ni como los
predicadores que les hacen creer a sus oyentes -o lectores- que el seguimiento de
Jesús no conlleva dificultades, con tal de que los mismos no dejen de asistir a sus
lugares de culto, ni desistan de leer sus publicaciones.
Dado que el seguimiento de Jesús es difícil, y no todos tenemos la fortaleza
necesaria para resistir las contradicciones de que podemos ser víctimas, el Señor
les explicó a sus oyentes claramente en qué consiste su seguimiento, para que,
ninguno de ellos, se dejara llevar, por falsas ilusiones.
Dado que el único arma con que Jesús contaba para ganar seguidores era su
palabra, como buen predicador oriental, se servía de frases lapidarias, para que sus
oyentes no las olvidaran fácilmente, de hecho, no solo los oyentes del Mesías, sino
que todos mis lectores, cuando terminen de considerar el presente trabajo,
recordarán que Jesús los invita a odiar a sus padres, a sus madres, a sus cónyuges,
a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas, e incluso a sus propias vidas, si
quieren ser, discípulos del Profeta de Nazaret.
La traducción litúrgica del texto evangélico que estamos considerando, en vez de
indicarnos que odiemos a nuestros familiares para poder ser seguidores de Jesús,
tal como lo hace el texto original del tercer Evangelista, nos indica que los
pospongamos, -que no los prefiramos al Señor-, para que, los cristianos de nuestro
tiempo, sin ser conocedores de las costumbres orientales, podamos darles a las
palabras de Jesús, su verdadero sentido, así pues, probemos, con la Biblia en la
mano, que Jesús no desea que odiemos, a nuestros familiares.
A un legista que deseaba saber qué debía hacer para heredar la vida eterna,
Jesús le hizo decir, las siguientes palabras de la Ley de Moisés y de Israel:
"«Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus
fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo"" (CF. LC. 10, 27).
Dado que, mientras que para nosotros nuestros prójimos son nuestros familiares
y amigos queridos, para Jesús todos hemos sido llamados a formar parte de la
familia de Dios, así pues, esta es la causa por la que, el Señor, nos dice:
"«Pero yo os digo a los que me escucháis: Amad a vuestros enemigos, haced bien
a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os difamen"
(LC. 6, 27-28).
¿Qué han de hacer aquellos que deben elegir entre ser discípulos de Jesús y
conservar el afecto de sus familiares y amigos? Aunque este caso es extremo, se ha
dado muchas veces, a lo largo de la historia, por diversas causas. Dado que Jesús
quiere que nos amemos, quienes lo siguen imitando su conducta, no odian a nadie,
y sirven a sus familiares, aunque solo sea con sus oraciones, porque no se
relacionan con los tales. Existen situaciones en la vida en que el hecho de no
cumplir la voluntad paterna, elegir profesar un estado religioso, estudiar una
carrera o formar parte de un partido político, rompen la armonía de muchas
familias. Ello sucede porque hay padres que no quieren dejar que sus hijos
aprendan a vivir partiendo de sus aciertos y errores, y/o que no quieren que se
relacionen con quienes son más pobres que ellos, y porque quizás todos
deberíamos ser más tolerantes.
Si nos es difícil situar a Jesús por encima de quienes amamos para poder ser
buenos seguidores del Mesías, no nos es más fácil odiar nuestra propia vida, para
que podamos vivir la misma existencia del Señor. Odiar nuestra vida, significa que
nos comprometemos a extinguir de la misma, todo lo que nos separa, tanto de
Nuestro Padre común, como de sus hijos los hombres.
3-2. ¿Qué cruz portaremos para poder ser buenos seguidores de Jesús?
"El que no lleve su cruz y venga en pos de mí, no puede ser discípulo mío" (LC.
14, 27).
Normalmente, al hablar de nuestras cruces, nos referimos a los defectos que nos
caracterizan que parecen ser insuperables. Cuando han faltado -o no se han
reconocido- los argumentos científicos que explican la existencia de las
enfermedades, hemos llegado a creer que las tales son cruces que Dios nos manda,
unas veces porque las han merecido nuestros pecados, y, en otras ocasiones, para
enseñarnos algo, que quizás nunca hemos terminado de descubrir. En otros casos,
por creer que necesitábamos cruces que moldearan nuestra conducta a fin de poder
ser salvos, quizás nos hemos castigado, con tal de encontrar los instrumentos de
tortura que creíamos que nos faltaban, para alcanzar nuestro propósito.
Mientras que las cruces han llegado a ser para muchos creyentes simples adornos
que lucen, otros han buscado excusas para sentirse crucificados, tales como el
cuidado de sus familiares enfermos, pero no lo han hecho por humildad, sino
porque han creído que ello les ayudaría a llamar la atención, y a ser
sobrevalorados, por sus familiares y amigos.
Se ha especulado mucho sobre la cruz, y pocos son los que han pensado que
Jesús quiere que seamos portadores de su cruz, no caminando a los lugares en que
debemos ser crucificados, sino cumpliendo nuestra misión cristiana. Portar nuestra
cruz puede llevarnos al auto desprecio o al egoísmo, pero, portar la cruz de Jesús
con la nuestra, nos hace tener un cuerpo espiritual robusto, para que podamos ser
portadores de las cruces de toda la humanidad, -es decir, para que nos
solidaricemos con el padecimiento de quienes sufren por cualquier causa-.
Si queremos ser discípulos de Jesús, debemos llevar la cruz, y caminar detrás de
Nuestro Maestro, acatando sus enseñanzas, e imitando su conducta. Ha llegado la
hora en que debemos considerar cómo la cruz nos glorifica, más de lo que
consideramos que la misma nos hace ser humillados constantemente.
3-3. ¿Estamos seguros de querer ser seguidores de Jesús?
"«Porque ¿quién de vosotros, que quiere edificar una torre, no se sienta primero
a calcular los gastos, y ver si tiene para acabarla? No sea que, habiendo puesto los
cimientos y no pudiendo terminar, todos los que lo vean se pongan a burlarse de él,
diciendo: “Este comenzó a edificar y no pudo terminar”" (LC. 14, 27-30).
No he sido creyente en Dios durante toda mi vida, pero, cuando empecé a
estudiar su Palabra durante los años de mi adolescencia, conforme fui recuperando
la débil fe que perdí, sentí la necesidad de dar a conocer el Evangelio. Quise ser
sacerdote, pero, por causa de mi deficiencia visual, todos los sacerdotes a los que
les planteé mi inquietud, intentaron desanimarme, argumentando que sería difícil
que pudiera adaptarme al ritmo de vida de los seminaristas. Cuando después de
conseguir asistir a una convivencia vocacional comprendí que debía realizar mi
actividad como laico, pensé encontrar a una mujer con quien casarme, y, cuando lo
conseguí, muchos que sabían de mi deseo de ser sacerdote, se rieron, unos porque
pensaron que no fui capaz de hacer lo que me gustaba, y otros porque pensaron
que preferí casarme antes que ser célibe. Cuando hice el retiro vocacional,
comprendí que, si era sacerdote, tendría que esperar que la gente me buscara para
predicarle, pero, si era laico, tanto en mi vida ordinaria, como en Internet, tendría
que ser yo quien buscara a quienes necesitaran conocer la Palabra de Dios, lo cual,
aunque es difícil, después de pasar más de once años anunciando el Evangelio, da
buenos resultados.
Lo que me sucedió explica el significado de las palabras de Jesús, referentes a lo
que le ocurre a quien, por no calcular bien la inversión que debe hacer, empieza a
construir una casa, y la deja sin terminar. Yo escogí el camino que el Señor me
mostró, pero no pocos entendieron que hice otras cosas.
Independientemente de que seamos cristianos, tenemos que planificar lo que
queremos hacer, pues todos nuestros actos tendrán sus consecuencias. La
planificación y el riesgo forman parte de nuestra vida. A modo de ejemplos, quienes
desean casarse, deben planificar el modo de mantener sus relaciones conyugales,
con tal de que las mismas se prolonguen, y, al mismo tiempo, deben arriesgarse a
convivir, porque nadie les garantiza, que vivirán felizmente, sin dificultades.
Igualmente, quienes estudian una carrera, no tienen garantizado el hecho de pasar
toda su vida laboral, trabajando en el campo en que se han formado
convenientemente.
Quienes desean ser empresarios, deben conocer el campo en que desean laborar,
las inversiones que deben hacer para tener sus propias empresas, los impuestos
que deben pagar, y el horario en que han de trabajar. Igualmente, quienes
queremos seguir a Jesús, debemos saber las satisfacciones y el riesgo que ello
comporta. No es lo mismo seguir a Jesús para quienes viven en países en que el
hecho de ser cristiano no supone ningún problema, que habitar en las naciones en
que los seguidores del Señor son perseguidos. Tampoco es lo mismo ser cristianos
para quienes tienen familiares que no se oponen a ello, que para quienes tienen
que elegir entre complacer a sus seres queridos, y profesar la fe predicada por el
Salvador de la humanidad.
3-4. Si nos consideramos seguidores de Jesús, ¿qué haremos para actuar como
tales?
"O ¿qué rey, que sale a enfrentarse contra otro rey, no se sienta antes y delibera
si con 10.000 puede salir al paso del que viene contra él con 20.000? Y si no,
cuando está todavía lejos, envía una embajada para pedir condiciones de paz" (LC.
14, 31-32).
Hay quienes reducen su fe al hecho de creer en Dios y recurrir a Él cuando tienen
problemas. Tales creyentes no necesitan desarrollar ninguna estrategia para vivir
como seguidores de Jesús, porque no son cristianos practicantes. Quienes optan
por seguir a Jesús porque ello se les impone como una necesidad, no se contentan
viviendo de cualquier forma, pues imitan el modelo que nos dejó Jesús cuando vivió
en Israel, en cuanto ello les es posible, ya que el Señor es un modelo de santidad
muy perfecto, como para que lo alcancemos, por nuestros medios.
Anteponer nuestra fe a los familiares y amigos que tenemos, no significa que
odiaremos a los tales, sino que los serviremos mejor que si careciéramos de fe,
pues ello nos compromete a servirlos, no a nuestro modo, sino, a la manera del
Redentor de la humanidad.
Odiar nuestra vida, significa disponernos a vivir plenamente, no según nuestros
criterios, sino como lo haría Jesús, si experimentara las circunstancias que
caracterizan nuestra existencia.
Aunque se nos ha dicho que antepongamos a Jesús a nuestros familiares y a
nuestra vida, aún nos falta un aspecto relacionado con la profesión de nuestra fe,
que consideraremos en el siguiente apartado del presente trabajo.
3-5. Renunciemos a nuestros bienes.
"Pues, de igual manera, cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus
bienes, no puede ser discípulo mío" (LC. 14, 33).
Parece que Jesús nos está dificultando demasiado el hecho de seguirlo. El Señor
nos pide que nadie ni nada influya en nuestra manera de seguirlo negativamente, y
que, tal como debemos evitar dejarnos llevar por nuestros seres queridos que nos
aconsejan que renunciemos a la fe que profesamos, también debemos evitar que el
poder, las riquezas y el prestigio, que tanto necesitamos para triunfar en este
mundo materialista, no atenten contra nuestra fe.
Solo si creemos que los deseos del Señor son más buenos que los nuestros,
podremos renunciar a parte de lo que añoramos. Renunciar a algo malo para
conseguir algo bueno es fácil, pero renunciar a algo bueno -o excelente- para
conseguir algo mejor, es bastante difícil. De esto saben mucho los religiosos que se
han hecho ministros de Cristo actuando contra la voluntad de sus familiares.
Hace mucho tiempo me contó uno de mis lectores que estaba sometiéndose a
una terapia psicológica, porque, como fue maltratado por sus padres durante los
años de su infancia, siempre fue tímido, y carecía de voluntad y coraje, para
superar sus problemas. Dado que adoptó la costumbre de hacer todo aquello que le
producía placeres inmediatos, su psicólogo le dijo que hiciera cosas que le
produjeran resultados de larga duración, a largo plazo. Esta anécdota me recuerda
que si nos embriagamos una noche de fin de semana podemos divertirnos, pero
nuestro placer es de corta duración, el gasto es elevado, y el dolor de cabeza que
puede aquejarnos al día siguiente, puede ser difícil de soportar, pero, si trabajamos
incansablemente durante nuestra vida laboral, podremos jubilarnos, con una
pensión, que nos ayude a vivir, con cierta holgura.
La profesión de nuestra fe no ha de llevarse a cabo esperando recompensas de
ningún tipo en este mundo, con la excepción de la satisfacción que producen la
predicación del Evangelio, y la realización de obras benéficas. Tal como muchos que
trabajan durante varias décadas consiguen jubilarse con pensiones altas, el
seguimiento de Jesús produce resultados muy satisfactorios, a largo plazo, que no
se consiguen en un espacio corto de tiempo. A modo de ejemplo, os cuento que,
cuando empecé a predicar en Internet, pasé varios meses, teniendo un solo lector.
Más de once años después de iniciar mi labor de predicación, no puedo contar los
lectores que tengo. Para que esto sea posible, he necesitado recurrir a dueños de
sitios de Internet cristianos, y servirme de los servicios gratuitos de blogs y listas
de correo, y de la inclusión de mis trabajos, en varios buscadores.
¿Merece la pena seguir a Jesús? Seguir a Jesús no merece la pena, sino, la vida.
Ello constituye una rica experiencia en diversos sentidos. Nuestros abuelos saben
que muchos no aprendieron a valorar lo que sus antecesores hicieron por ellos,
hasta que tuvieron hijos, y comprendieron lo que significa ser padres. Necesitamos
pensar si vamos a ser cristianos, y, en caso afirmativo, necesitamos desarrollar una
vocación, tal como el rey estratega del que Jesús nos habla en el Evangelio, tuvo
que decidirse entre enfrentar a sus 10.000 hombres a un ejército de 20.000
soldados, o entre pactar condiciones de paz, con su oponente.
Si optamos por seguir a Jesús, no pensemos que cambiaremos el curso del
mundo. Si nos mantenemos fieles al Señor y nadie logra hacernos perder la fe,
habremos conseguido hacer un excelente trabajo. Con el paso del tiempo, a fuerza
de actuar como lo haría Jesús si viviera nuestras circunstancias, lograremos
conversiones al Evangelio, pero ello será difícil, y requerirá de fe y empeño, para
que no nos arrepintamos de haber empezado a trabajar, en la viña del Señor.
3-6. Si hacemos este ejercicio de lectio divina en grupos, nos dividimos en
pequeños subgrupos para sacar conclusiones tanto del texto bíblico que hemos
meditado como de la reflexión que hemos hecho del mismo, y, finalmente, los
portavoces de los subgrupos, hacen una puesta en común, de las conclusiones a
que han llegado todos los grupos, tras la cual se hace silencio durante unos
minutos, para que los participantes mediten sobre lo leído y hablado en los grupos,
individualmente.
3-7. Si hacemos este ejercicio individualmente, consideramos el texto evangélico
y la meditación del mismo expuesta en este trabajo en silencio, con el fin de
asimilarlos.
4. Apliquemos la Palabra de Dios expuesta en LC. 14, 25-33 a nuestra vida.
Responde las siguientes preguntas, ayudándote del Evangelio que hemos
meditado, y de la meditación que aparece en el apartado 3 de este trabajo.
3-1.
¿Por qué al Señor, más que tener una enorme cantidad de seguidores, le importa
ser seguido por un grupo de gente que, aunque no sea muy grande, sea leal y
sincero?
¿Cómo actuó Jesús a la hora de explicarles a sus seguidores en qué consistía su
seguimiento? ¿Por qué?
¿Por qué les explicó Jesús a sus oyentes claramente en qué consiste su
seguimiento?
¿Por qué se servía Jesús de frases lapidarias cuando predicaba el Evangelio?
¿Por qué la traducción litúrgica del Evangelio que estamos considerando cambia
el término "odiar" del texto original por el vocablo "posponer"?
¿Por qué sabemos que Jesús no nos manda odiar a los miembros de nuestras
familias?
¿Quiénes son nuestros prójimos según Jesús?
¿Qué sentido tiene amar a nuestros enemigos, beneficiar a quienes nos odien,
bendecir a los que nos maldigan, y orar por los que nos difamen?
¿Qué han de hacer aquellos que deben elegir entre ser discípulos de Jesús y
conservar el afecto de sus familiares y amigos?
¿En qué se debe diferenciar la manera de servir a sus familiares de los creyentes
de la forma de hacer lo propio de quienes carecen de la fe cristiana?
¿Cómo pueden servir a sus familiares los cristianos que no se relacionan con los
tales porque actúan como seguidores de Jesús en contra de la voluntad de ellos?
¿Por qué se rompe la armonía de muchas familias cuando los hijos no hacen lo
que desean sus padres?
¿Qué haremos para vivir la vida de Jesús?
¿En qué sentido quiere el Mesías que odiemos nuestra vida?
3-2.
¿A qué nos referimos cuando hablamos de las cruces que portamos?
¿En qué ocasiones llegamos a creer que las cruces que tenemos nos las manda
Dios?
¿En qué casos recurren muchos cristianos a infringirse castigos físicos y
mentales?
¿Qué piensan los cristianos que supone el hecho de cargar cruces?
¿Por qué son muchos los que fingen que sus cruces son insoportables?
¿Qué cruces quiere Jesús que portemos?
¿Qué diferencia existe entre cargar cruces porque ello parece ser obligatorio, y
cargar con la cruz de Jesús?
¿Cómo portaremos la cruz de Jesús?
¿A qué puede conducirnos el hecho de portar nuestra cruz?
¿Cómo podremos portar todas las cruces de la humanidad, al ser portadores de la
cruz de Jesús, y de la nuestra personal?
¿Qué haremos para ser portadores de la cruz de Jesús?
¿Cómo consideraremos la cruz como instrumento de glorificación, en vez de
considerarla como instrumento de tortura?
3-3.
¿Por qué necesitamos planificar el modo de hacer las cosas más importantes que
tenemos en mente?
¿Cómo es posible que la planificación y el riesgo formen parte de nuestra vida?
¿En qué sentido deben planificar su vida quienes deseen casarse?
¿Por qué tenemos que planificar nuestra manera de ser cristianos tal como tienen
que calcular su forma de proceder quienes quieren ser empresarios?
¿Por qué no es lo mismo seguir a Jesús en países en que ello está permitido, que
en naciones en que ello se considera que es incorrecto?
¿Por qué no es lo mismo ser cristianos para aquellos a quienes no se les oponen
sus familiares, que para quienes tienen que optar entre seguir al Señor, y tener el
afecto de sus seres queridos?
3-4.
¿Por qué los cristianos nominales no necesitan adaptarse a la vivencia de ninguna
vocación cristiana?
¿Por qué los cristianos practicantes tienen la necesidad de amoldar su vida al
seguimiento de Jesús y a la imitación de la conducta que el Señor observó cuando
vivió en Israel?
¿En qué sentido es el Señor Jesús un modelo de santidad muy elevado para que
lo alcancemos por nuestros propios medios?
¿Por qué serviremos a nuestros familiares mejor siendo seguidores de Jesús, que
si hacemos lo propio sin creer en el Hijo de Dios y María?
¿Qué significa el hecho de odiar nuestra vida?
3-5.
¿Qué nos pide Jesús en el fragmento del Evangelio de San Lucas que estamos
considerando?
¿Está Jesús en contra del hecho de que consigamos ser poderosos, ricos y
prestigiosos? ¿Por qué?
¿En qué caso pueden atentar el poder, las riquezas y el prestigio, contra nuestra
profesión de fe?
¿En qué caso renunciaremos a nuestros deseos para cumplir los del Señor?
¿Por qué es bastante difícil renunciar a algo bueno -o excelente- para conseguir
algo mejor?
¿Por qué no seguimos al Señor esperando recibir recompensas en este mundo?
¿Por qué el gozo de predicar el Evangelio y la satisfacción que produce el hecho
de hacer el bien son las únicas recompensas que recibimos en este mundo al servir
al Señor en nuestros prójimos los hombres?
¿Por qué el seguimiento de Jesús produce resultados muy satisfactorios a largo
plazo, que no se pueden conseguir en un corto espacio de tiempo?
¿Merece la pena seguir a Jesús?
¿Por qué quizás no aprendemos a valorar lo que nuestros padres han hecho por
nosotros hasta que tenemos hijos?
¿Por qué necesitamos desarrollar una vocación si nos decidimos a ser cristianos?
¿Por qué nos afanamos en seguir a Jesús, si no lograremos cambiar el mundo?
¿Qué nos sucederá si nos mantenemos fieles al Señor y nadie logra hacernos
perder la fe?
¿Qué nos sucederá si perdemos la fe y el empeño a la hora de seguir a Jesús?
5. Lectura relacionada.
Leamos 2 COR. 12, fijándonos en cómo San Pablo hizo hincapié, en el hecho de
que evangelizó a los corintios, no en provecho personal, sino, para beneficiar a los
tales. Oremos y esforcémonos para conseguir hacer nuestro el glorioso ejemplo del
Apóstol de los gentiles.
6. Contemplación.
Contemplemos a Jesús siendo seguido por una gran multitud, y oremos para que
nuestras comunidades de fe estén llenas de hermanos que busquen la manera de
servirse entre sí, y de beneficiar al mayor número de personas posible.
Cuidémonos de no dejar de cuestionarnos la fe que profesamos, pues así
podremos seguir cultivándola, y no nos arriesguemos jamás, ni a que se nos
debilite, ni a perderla.
Oremos y trabajemos para conseguir que quienes celebramos el culto cristiano
nos conozcamos y convivamos como hermanos, y no adoremos al Señor como
desconocidos.
La gente seguía a Jesús quien caminaba hacia Jerusalén. Ello me sugiere que nos
esforcemos para que nuestra fe individual y comunitaria sea activa, y no estática.
Jesús no nos pide que odiemos a nuestros familiares, sino que ampliemos el
círculo de nuestros parientes, aceptando en el mismo, a todos nuestros hermanos
en la fe.
Para seguir a Jesús, además de posponer a nuestros familiares y posesiones,
necesitamos odiar nuestra vida, y los bienes que tenemos. Nos es necesario
sacrificar nuestro todo, para recibir el todo de Dios.
No vivamos una fe basada en la aplicación de torturas físicas y en la presión
psicológica, acusándonos de ser pecadores incorregibles, y actuando contra Dios, al
afirmar que su obra es mala. Llevemos la cruz del Señor, para poder portar la
nuestra, y las de toda la humanidad. Unámonos al Señor y a todos sus hijos, en el
dolor, y en la dicha.
No pensemos que nuestras cruces son instrumentos de tortura, pues, cuando
concluya el tiempo del sufrimiento, experimentaremos la glorificación divina.
El hecho de seguir a Jesús tiene consecuencias que deben ser asumidas por
nosotros. Es por eso que debemos pensar si vamos a ser seguidores del Señor,
porque puede sucedernos que nos arrepintamos algún día de ello, ya que nuestras
condiciones vitales, están sujetas a ciertos cambios.
¿Qué nos sucederá si emprendemos muchos proyectos y no concluimos ninguno?
Si nos decidimos a servir al Señor en nuestros prójimos los hombres, nos vemos
necesitados de cultivar alguna vocación. Tal como los profesores deben cultivar la
sabiduría de sus alumnos, los cristianos debemos vivir a la manera de Jesús, en
cuanto ello nos sea posible.
Si tenemos poder, riquezas y prestigio, sirvámonos de ello para cumplir la
voluntad de Nuestro Padre común, y no consintamos que la avaricia nos separe de
Dios, ni de nuestros prójimos los hombres.
7. Hagamos un compromiso que nos impulse a vivir las enseñanzas que hemos
extraído de la Palabra de Dios, expuesta en LC. 14, 25-33.
Comprometámonos a llevar a cabo alguna obra que agrade a Dios, y que nos
beneficie a nosotros, y a alguien necesitado de algún don espiritual o material, al
mismo tiempo.
Escribamos nuestro compromiso para recordarlo constantemente, y, según lo
cumplamos, aumentará nuestro amor a Dios, y a sus hijos los hombres.
8. Oración personal.
Después de hacer unos minutos de silencio, expresamos verbalmente lo que
pensamos, con respecto al texto bíblico que hemos considerado, y a la reflexión del
mismo que hemos hecho.
Ejemplo de oración personal:
Señor Jesús:
Porque por miedo a lo que pensarán mis familiares, amigos y compañeros de
trabajo, me avergüenzo de reconocer que soy cristiano, ayúdame a cumplir tu
voluntad.
Porque soy reacio a portar tu cruz y la mía, ya que ello me exige cargar con una
responsabilidad difícil de aceptar, ayúdame a cumplir tu voluntad.
Porque deseo seguirte, y siempre lo evito ya que ello tiene consecuencias difíciles
de asumir, ayúdame a cumplir tu voluntad.
Porque muchas veces me he comprometido a servirte, y mis prójimos me han
hecho perder la fe y el entusiasmo, ayúdame a cumplir tu voluntad.
Porque me dejo afectar más por lo que piensan mis prójimos que por tu Palabra,
ayúdame a cumplir tu voluntad.
Porque me confieso cristiano/a, no hago lo que me pides, y mantengo mi fe en
secreto por miedo al qué dirán, ayúdame a cumplir tu voluntad.
9. Oración final.
Leemos y meditamos el Salmo 47, y alabamos a Dios, por causa del bien, que
nos ha hecho.
Nota: He utilizado en esta meditación el leccionario de la Misa y la Biblia de
Jerusalén.
José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com