Tiempo y Eternidad
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José Manuel Otaolaurruchi, L.C.
Asunción de la Virgen al cielo
Salve, Reina de los cielos y Señora de los ángeles.
Salve, raíz; salve, puerta, que dio paso a nuestra luz.
Alégrate, virgen gloriosa, entre todas la más bella.
Salve, oh hermosa doncella, ruega a Cristo por nosotros.
Con este antiquísimo himno mariano, el fervor popular se estaba ya anticipando al dogma
de la Asunción de la Virgen, promulgado en 1950 por el Papa Pío XII. El texto dice así:
“La Virgen María, terminado el curso de su vida en la tierra, fue asunta en cuerpo y alma a
la gloria del cielo y enaltecida por Dios como Reina del universo. La Asunción constituye
una participación singular en la Resurrección de su Hijo y una anticipación de la
resurrección de los demás cristianos”.
Aspirar a las cosas del cielo.
En esta solemnidad de la Asunción nos alegramos todos los hijos por el triunfo de nuestra
madre del cielo porque supo ser fiel a la misión confiada. La felicitamos porque a través de
su entrega al plan de Dios se ha convertido en el modelo más acabado de la nueva creatura
surgida del poder redentor de Cristo. Ella es espejo nítido de todas las virtudes. Ella nos
muestra el camino que debemos recorrer sobre la tierra para alcanzar un día la meta final,
que es la vida eterna en la casa del Padre.
“Me llamarán bienaventurada todas las generaciones, porque ha hecho en mi cosas grandes
el que todo lo puede” (Lc 1,49). Entre las cosas grandes se encuentra su Inmaculada
Concepción, su divina maternidad y su Asunción a los cielos, por eso la invocamos como
arca de la nueva alianza, la puerta del cielo, la llena de gracia, la estrella de la aurora.
La solemnidad de la Asunción nos hace elevar la mirada a las realidades eternas y nos
ayuda a darnos cuenta de que la muerte no tiene la última palabra, sino que estamos
llamados a participar de Dios en el cielo. Por eso debemos vivir las realidades temporales
desde una perspectiva de eternidad. Fatigarnos no por una corona perecedera, sino por una
corona que no se marchita.
Desde el día en que María fue elevada a la casa del Padre, el cielo tiene para nosotros un
nuevo significado, puesto que será el encuentro definitivo con nuestra madre, allá en la
gloria celeste. Precisamente al estar con Dios y en Dios, está muy cerca de cada uno de
nosotros. A lo largo de su vida terrena, sólo podía convivir con algunas personas, pero
desde su Asunción a los cielos, está en Dios, y por ende, vive más cerca de nosotros
realizando su papel de madre de la Iglesia e intercesora de todas las gracias.
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