XX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
Lecturas bíblicas
a.- Jr. 38,4-6.8-10: Jeremías en la cisterna.
Este pasaje de Jeremías, nos sitúa en el momento más álgido de su vida y de
Jerusalén; ciudad sitiada, el profeta condenado a muerte. Yahvé, amaba a su
pueblo y su templo, su lugar santo y a su profeta. Profeta de desgracias, enemigo
del pueblo, en eso se había convertido el profeta Jeremías, aconseja la rendición
ante los caldeos, anuncia la caída de Jerusalén. Los jefes del pueblo prefieren
soliviantar el orgullo nacionalista y la resistencia militar. Se trataba de olvidar los
designios de Yahvé, su alianza, a cambio de alianzas humanas con las naciones.
Jeremías, lo denuncia así pero no es oído, es más, debe morir, para que no perezca
el pueblo entero. El rey Sedecías decide meterle en una cisterna fangosa, donde
Jeremías se hunde desde tres aspectos: física, sicológica y simbólicamente. El foso
pasó a ser símbolo del sheol y de la muerte. Será un eunuco Ebedmélek, etíope
quien interceda por Jeremías, por considerarlo un hombre justo. Sedecías, hace lo
que le pide, porque internamente, también cree que el profeta es un hombre justo,
lo consultaba secretamente, puesto que lo estimaba. Jeremías, fue sacado de la
muerte para seguir con su misión salvífica, en medio del pueblo que no lo
comprende. Jeremías es prototipo de Jesucristo, la interioridad de la palabra hecha
hombre; el profeta de la interioridad de la Nueva Alianza.
b.- Hb. 12, 1-4: Corramos la carrera sin retirarnos.
Es bueno encontrar testigos del camino de la fe, que con su ejemplo, alientan a los
que comienzan dicho camino. El autor de la carta a los Hebreos, los menciona a
varios hombres de fe: Abel, Henoc, Noé, Abraham, Isaac, Moisés, Gedeón, Barac,
Sansón, Jefté, David, Samuel y los profetas; todos estos se mantuvieron firmes, en
la fe, a pesar de las dificultades. Los cristianos, ante las dificultades y
persecuciones, que les acechan deben mantenerse firmes, y comprender la propia
existencia desde la fe. La imagen de la carrera, es válida para dar a entender que
todos estos testigos de la fe, nos contemplan y alientan a correr con ardor, la
carrera hasta ser bien calificados en el combate, y así alcanzar la santidad. Para
estar ágiles, deben estar libres del peso del pecado, de todo lo que no es Dios en su
vida, o lo que se opone a su voluntad. El cristiano que corre debe tener los ojos
fijos en la meta que es Cristo, pero además su inspirador y consumador de nuestra
fe. Los mencionados por el autor sagrado no alcanzaron el cumplimiento pleno de
las promesas, las contemplaron de lejos en vuelo de fe y esperanza, sólo en Jesús
se cumplieron, dando paso a su exaltación hasta el trono de Dios Padre, ÉL abrió el
camino y perfeccionó la fe. Su testimonio es mayor, como las pruebas que padeció,
sufrió la cruz, precisamente de parte de aquellos, por quienes ofrecía el sacrificio de
su vida. Su premio, fue la exaltación a la gloria, luego de la sublime humillación por
la que pasó. El atleta cristiano, debe pensar en Jesús, en su cruz y victoria sobre la
muerte, así no se cansará en la carrera. El autor une a la imagen de la carrera, la
de la lucha hasta el martirio, como Jesús, aunque ellos hasta ese momento han
sufrido lo soportable.
c.- Lc. 12, 49-53: No he venido a traer paz, sino discordia.
Si Jesús trae la salvación, es porque esta incluye un tiempo de paz; el Mesías es
portador de paz. ¿Qué sucede entonces? Hay falta de paz, en el ambiente, hasta en
las familias. El tiempo inaugurado por Jesús es tiempo de decisión. Jesús tiene que
cumplir una misión que Dios le ha encomendado. Esta consiste en echar fuego
sobre la tierra, traer el Espíritu Santo con su fuerza que purifica y une en amor con
Dios. Arde en deseos que se verifique este envío del Espíritu. Pero antes ÉL debe
ser bautizado con un bautismo de sufrimientos y está angustiado hasta que llegue
ese día. Es la pasión que va a su sufrir, es Getsemaní que envía sus primeras
sombras. La salvación final va precedida por la pasión, la subida al cielo se efectúa
por la cruz; ese es su camino a Jerusalén, donde le espera la gloria que se seguirá
a la muerte. Este evangelio, es sorprendente, por decir lo menos, ya que el Príncipe
de la paz (cfr. Is. 9,6), declara que no ha venido a traer paz, sino la discordia. Su
nacimiento trae la paz a los hombres de la tierra (cfr. Zac. 9,10; Lc.2,14;
Ef.2,14ss). Los días del Mesías serán días de paz, tiempo de salvación, es más, Él
trae la paz. La paz es salvación, sin embargo, hay falta de paz. Miqueas lo había
anunciado: “Porque el hijo ultraja al padre, la hija se alza contra su madre, la nuera
contra su suegra, y enemigos de cada cual son los de su casa. Mas yo miro hacia
Yahveh, espero en el Dios de mi salvación: mi Dios me escuchará” (Miq.7,6).
Jesucristo, tiene la misión de anunciar el evangelio, lo que produce en algunos
hombres, es inquietud porque tienen que optar por ÉL o rechazarlo. Ahora se
produce la discordia. Hoy como ayer, los hombres se dividen ante la persona y
obra de Jesús, porque deben decidir (cfr. Lc. 2, 34). Para los que lo aceptan en su
vida, les trae paz, amor y unidad, lo que provoca la diferencia con los que no creen
en Dios, ni lo aman ni esperan en ÉL. Ahí está la diferencia: quien cree en
Jesucristo piensa, vive y actúa como ÉL, según su enseñanza. El que lo rechaza, en
forma manifiesta y pública, o, por medio de la indiferencia, obra y actúa como
piensa la sociedad de hoy. Todo esto revela que la división en este sentido nos
recuerda que estamos en la última etapa de la historia, en la cual a todos se exige
una decisión final. La indiferencia, a todo lo cristiano hoy, es sencillamente
negación de todo vestigio de trascendencia en la sociedad y vida del hombre. Es un
querer vivir como si Dios no existiera. La misión de la Iglesia, y de cada cristiano,
es asumir lo que se es: bautizados, hijos de Dios, miembros de una comunidad de
fe y herederos de la vida eterna.
La Santa Madre pide que nunca falte al cristiano el alimento de vida eterna. “Pedid
vosotras, hijas, con este Señor al Padre que os deje hoy a vuestro Esposo, que no
os veáis en este mundo sin Él; que baste para templar tan gran contento que quede
tan disfrazado en estos accidentes de pan y vino, que es harto tormento para quien
no tiene otra cosa que amar ni otro consuelo; mas suplicadle que no os falte y que
os dé aparejo para recibirle dignamente.” (CV 34, 3).