XX Semana del Tiempo Ordinario (Año Impar)
Viernes
Lecturas bíblicas
a.- Rut. 1,1-8.14-16.22: Noemí con Rut, la moabita, volvió a Belén.
b.- Mt. 22, 34-40: El mandamiento principal.
El evangelio, nos presenta cómo Mateo, inserta la discusión sobre el mandamiento
principal de la Ley en el contexto de una polémica en Jerusalén con los jefes del
pueblo. Reunidos los fariseos, uno de ellos le pregunta para ponerle a prueba,
acerca ¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley? (vv. 34-40; cfr. Dt.6,5;
Lev.19,18-34). La respuesta la conocían todos, pero la interpretación que ellos
habían hecho de la Ley había sido tan abultada, con un sin fin de preceptos
positivos y negativos, interpretaciones, que a la hora de la verdad, ya no se sabía
qué era lo fundamental, de lo que no eran más que interpretaciones, de las
escuelas rabínicas. La idea de ellos era, que la respuesta dejara descontenta a una
parte del auditorio. Se sabía que lo central era el amor a Dios, repetido varias
veces al día, en la oración del Shemá Israel (cfr. Dt.6,4-9), pero a otros
mandamientos se le atribuía la misma importancia. Lo novedoso, es que Jesús,
une ambos preceptos, en lo que se refiere a Dios y al prójimo. Jesús, centra toda
la Ley y los profetas en la observancia de estos dos únicos preceptos. Define el
amor a Dios y al prójimo, como lo esencial de la ley y los profetas, tema algo
olvidado por escribas y fariseos, perdidos en su casuística. Su palabra ilumina la
relación con Dios y el prójimo, el sentido de cómo vivir estas relaciones vitales
para la fe. Su respuesta está en la línea de la Escritura, donde hay una jerarquía
entre los mandamientos, y absolutamente el amor a Dios es lo primero, pero, el
segundo es semejante al primero (v. 39). Ahí se encuentra el cimiento, las
columnas, que sostienen toda la Escritura. No debe darse un desequilibrio entre la
vida y la fe en la praxis de estos mandamientos, de lo contrario, no amamos a Dios
ni al prójimo, porque precisamente éste es camino de encuentro con Dios y el
hermano. Dios nos lleva a amar y servir al hermano necesitado. Quizás sea en este
tiempo de tanta calamidad y dolor, cuando más y mejor se ha comprendido por
parte de la Iglesia, y los fieles la urgente necesidad de ayudar al necesitado de
toda condición, raza, lengua y religión, sólo porque es un hijo de Dios, necesitado.
La unidad del precepto de amar a Dios y al prójimo, es indisoluble para Cristo
Jesús; ahí se resume la Ley. Declara que es el amor mucho más que un vago
sentimiento, es una realidad que implica toda la persona humana: espíritu.
Voluntad, intelecto y sensibilidad. Estas facultades deben estar completamente
orientadas al amor de Dios, dadas para vivir en plena comunión con Dios. Si ÉL
nos manda amarle, es porque nos creó por amor, ese es nuestro fin, el amor,
dándonos la posibilidad de alcanzar metas que van más allá de nuestras
capacidades humanas. Dios lo derrama ese amor por la acción de su Espíritu en el
corazón cristiano (cfr. Rom. 5, 5). Nuestra realización como hijos de Dios, es
distinguir entre nuestros muchos imperativos, el primero y principal: amar a Dios
con todo nuestros ser. Se comprueba esta orientación en la relación con las
personas y situaciones que abordamos diariamente. Cuando implica todo nuestro
ser, entonces tiene sentido lo que dice Jesús respecto a que el amor al prójimo es
semejante al primero porque se comprueba en la vida diaria. Hagamos de nuestra
caridad, un fruto precioso de nuestra fe y esperanza teologal en Dios y en el
hombre, que de pie alaba y ama a su Señor. No olvidemos que Dios es amor, y el
hombre fue creado para amar, por lo tanto ambos se definen por el amor: el Padre
y el Hijo, el creyente y el discípulo, el orante y el testigo. Sólo el amor es eterno, y
comunica su esencia a quien lo acoge, convirtiéndolo al cristiano en amor que
ilumina, cual lámpara, en la Iglesia de Dios y en la sociedad.
Teresa de Jesús procura en sus nuevas fundaciones que se cumpla este precepto
del amor a Dios y al prójimo. “¿Qué pensáis, hijas, que es su voluntad? Que
seamos del todo perfectas, que para ser unos con él y con el Padre, como Su
Majestad le pidió (Jn. 17,22), mirad ¡qué nos falta para llegar a esto!...! Acá solas
estas dos nos pide el Señor: amor a Su Majestad y del prójimo es en lo que hemos
de trabajar; guardándolas con perfección, hacemos su voluntad, y así estaremos
unidos con él. Mas ¡qué lejos estamos de hacer como debemos a tan gran Dios
estas dos cosas, como tengo dicho! Plega a Su Majestad nos dé gracia para que
merezcamos llegar a este estado, que en nuestra mano está, si queremos.” (5 M
3,7).