XX Semana del Tiempo Ordinario (Año Impar)
Sábado
Lecturas bíblicas
a.- Rut. 2,1-3.8-11; 4, 13-17: El Señor te ha dado hoy quien responda por
ti. Fue el padre de Jesé , padre de David.
b.- Mt. 23, 1-12: Hipocresía y vacuidad de los escribas y fariseos.
Este capítulo 23 de Mateo, recoge quizás uno de los ataques más duros contra los
fariseos. Los escribas o letrados, eran los profesionales de la Ley, los doctores de la
Ley de Moisés. Influyentes en la sociedad puesto que formaban a los hombres en la
voluntad de Dios, dictaban sentencias de justicia, dar sentido a la ley, y a las
normas de conductas que había que observar. En general, reemplazaron a la
aristocracia judía, y vivían de alguna profesión laica. Los fariseos, eran laicos
piadosos, que encontraban en la Ley, todas las disposiciones para regular el orden
civil y religioso de la sociedad, pero también a nivel individual. La Ley, era
intangible y válida para ellos; eran los puros, separados de los demás.
Interpretaban la Ley en forma literal, hasta los más mínimos detalles. Muchos de
estos hombres piadosos, provenían de los doctores de la Ley que se unían a los
fariseos. Ambos grupos, aparecen en los evangelios como opresores del pueblo: los
escribas que aplicaban el peso de la Ley, hombres poco escrupulosos, no
presumían de ser santos; en cambio, los fariseos, por su puritanismo exclusivista,
habían olvidado el humanismo de la Ley, sin contar con las necesidades del
prójimo. Ambos grupos interpretaban la Ley, como Moisés, pero también
castigaban las trasgresiones. Pero estos maestros e intérpretes, no eran modelos
de virtud a seguir. Había hecho de la ley un yugo insoportable para el pueblo, pero
que ellos mismos no estaban dispuestos a cumplir (cfr. Hch. 15, 10). Todo lo hacían
para ser vistos por la gente, sin un principio de interioridad, que los moviera a
buscar a Dios en su vida. Ostentaban de llevar las filacterias y los flecos del manto,
para mostrar que obedecían los preceptos de la Ley (cfr. Deut. 6,11; Ex.13;
Num.15, 38ss). En el fondo, era el deseo de ser respetados, movidos por la
soberbia y vanagloria de este mundo. Jesús prohíbe a sus discípulos llamar padre a
nadie, entendiéndose esto desde el profeta Jeremías que había anunciado: en los
tiempos mesiánicos, Dios enseñará a todos, por lo tanto, el único Maestro es Dios
(cfr. Jr. 31,34). Esto porque todos los discípulos son hermanos, y tienen solo a Dios
por Padre. Los judíos se gloriaban de tener por padre a los patriarcas,
especialmente a Abraham (cfr. Mt. 3, 9; Jn. 8, 33). La paternidad de Dios y la
filiación que nos dio a conocer Jesús, cambian el orden de las cosas. No llamar
maestro a nadie, es otro título que Jesús entre sus discípulos. El único Maestro de
los cristianos es Cristo Jesús, es más, el único camino hacia el Padre es el Hijo.
¿Qué les queda a los discípulos? El servicio a la comunidad, a los hermanos, cuanto
mayor es el servicio, mayor es la dignidad que se adquiere, lo que aumenta la
exigencia de servicio. En cambio, el orgulloso será humillado, mas quien se humille
ante Dios será por ÉL enaltecido.
Teresa de Jesús nos confiesa que jamás conoció la hipocresía ni vanagloria en su
vida, cuando ya había optado por Cristo, luego de su famosa conversión. “Y así no
es de culpar a la casa donde estaba, porque con mi maña procuraba me tuviesen
en buena opinión, aunque no de advertencia, fingiendo cristiandad; porque en esto
de hipocresía y vanagloria gloria a Dios jamás me acuerdo haberle ofendido que
yo entienda; que, en viniéndome primer movimiento, me daba tanta pena, que el
demonio iba con pérdida y yo quedaba con ganancia; y así en esto muy poco me ha
tentado jamás. Por ventura si Dios permitiera me tentara en esto tan recio como en
otras cosas, también cayera; mas Su Majestad hasta ahora me ha guardado en
esto sea por siempre bendito, antes me pesaba mucho de que me tuviesen en
buena opinión como yo sabía lo secreto de mí.” (V 7,1).