Domingo 20º del Tiempo Ordinario Ciclo C
Lecturas bíblicas :
Jer. 38, 3-6.8-10
Heb. 12, 1-4
Lc. 12, 49-53
La mirada fija en Jesús
La carta a los hebreos , que comenzamos a leer en la liturgia dominical la semana pasada, hoy nos
propone fijar la mirada en Jesús, a quien llama “el iniciador y consumador de nuestra fe”. Me
parece que esta idea puede ser subrayada en el actual año de la fe. La mirada de la fe tiene como
centro la figura de Jesús. Fijar la mirada en Jesús, en Cristo, es lo que debe hacer la fe del cristiano,
que por eso mismo se llama así, cristiano, el que cree en Cristo, y, por supuesto, vive de acuerdo a
esa fe en Cristo. Jesús es el iniciador pero también el que lleva a su plenitud, el consumador de
nuestra fe.
La exhortación a fijar la mirada en Jesús es puesta por el autor de la carta a los hebreos en el
contexto de una exhortación a despojarnos de todo lo que nos estorba, como quien alivia el
sobrepeso para poder caminar o correr mejor, despojarnos en concreto del pecado, del asedio del
pecado (frente al pecado somos como una ciudad sitiada), y correr, como en un estadio deportivo,
competir “resueltamente”, librar el combate que se nos presenta. El autor usa la metáfora del
estadio con una multitud de espectadores que resultan nuestros testigos.
Estos testigos pueden ser interpretados como aquellos cristianos que nos han precedido en la fe y
nos dan testimonio, nos encorajan para que no nos dejemos abatir y sigamos adelante. Pero
también hemos de pensar que estos testigos que observan nuestro combate de la fe son aquellos
ante quien nosotros debemos ser misioneros, de tal suerte que la fe de ellos resultará en cierta
medida del ejemplo de nuestra carrera, combate de la fe.
Pero lo que sobre todo es subrayado en este texto es que el que corre en el estadio no mira tanto
a los espectadores de las tribunas sino que debe fijar su mirada en Jesús., en el Jesús pascual, el
que libró a su modo el combate pasando por la cruz, derramando su sangre, para llegar a la gloria,
para estar sentado como ganador a la derecha del trono de Dios.
Y agrega el autor de la carta a los hebreos que para los cristianos que corremos en el estadio
nuestro propio camino de atletas de la fe luchando contra el pecado, el pensar en los sufrimientos
y hostilidad que superó Jesús, evitará que caigamos en el desaliento. Seguimos a Jesús que va
delante nuestro, que ya pasó por estas dificultades y las superó.
Fijar, pues, la mirada de la fe, y de la contemplación del creyente, del discípulo, en el Cristo
Pascual, y correr, hacer el camino de la fe, superando, como en una carrera de obstáculos, el
asedio del pecado. Si se habla de combate de la fe, acá el enemigo combatido es el pecado. Y en
esta lucha de los atletas de Cristo
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Como figura del Cristo Pascual en el Antiguo Testamento, hoy nos es presentada en la primera
lectura litúrgica, la del profeta Jeremías. Jeremías vivió en los tiempos previos al destierro de Israel
a Babilonia, en el siglo VI antes de Cristo. También a Jeremías, preanuncio de lo que iba a vivir
Cristo, le tocó sufrir y superar obstáculos para cumplir la misión que Dios le había encomendado.
Habló como profeta y porque el futuro negativo que predijo (que Israel, por entonces bajo sitio,
iba a caer ante Babilonia) no cayó bien al rey Sedecías y al pueblo, fue condenado a morir dentro
de un aljibe seco, de un pozo oscuro donde quedó enterrado en el barro. Pero Dios acudió en su
auxilio, y fue sacado del pozo con la ayuda de un servidor del rey. El drama trágico de los profetas
fue siempre el que debían hablar en nombre de Dios pero las consecuencias de sus denuncias y
predicaciones muchas veces eran persecución, castigo, muerte… Sin embargo, el profeta no debía
desanimarse ni podía callar. Jeremías encarna al Siervo sufriente de Isaías cuya realización plena se
dará en el Cristo de la Pasión, el que derramaría su sangre en la cruz.
Jeremías está entre los testigos antiguos que desde la tribuna del estadio alientan a los cristianos
en su combate de la fe contra los obstáculos del camino, principalmente el pecado.
El trozo del evangelio según san Lucas que nos toca proclamar hoy, breve (12, 49-53), es
sorprendente, extraño y aparentemente contradictorio con la in dubitable enseñanza del Señor a
favor de la paz.
“Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ᄀy cómo desearía que ya estuviera ardiendo!”. El
mismo Jesús nos explica de qué fuego se trata cuando enseguida afirma que debe recibir un
bautismo y se refiere a su Pasión, Muerte y Resurrección. El fuego al que se refiere es el del amor
que lo impulsa al cumplimiento de la voluntad de Su padre. Por eso afirma Jesús que siente
angustia hasta que ese bautismo suyo de la Pascua se cumpla. También el profeta Jeremías
experimentó que la palabra de Dios que debía comunicar quemaba su corazón como fuego
ardiente y por lo mismo no cedió a la tentación de abandonar su misión profética. Este fuego a la
vez es el que al quemar purifica de lo que no es de Dios, del pecado.
Lo que más desconcierta es que Jesús dice que vino a traer a la tierra no la paz sino la división (el
texto paralelo de Mt. 10, 34 habla de la espada), incluso en el seno de las familias. Estas palabras
fuertes de Jesús no pueden estar en contradicción con su predicación constante a favor del amor,
el cuarto mandamiento, la paz.
La opción por Jesús, ese fijar la mirada en Jesús, tendrá su costo de renuncias, de pérdidas, de
precio que se debe pagar, y, aunque el cristiano no lo busque, y no debe buscarlo porque lo que
debe buscar es la paz, al optar por Jesús encontrará oposición, quizás persecución, división. Es lo
que le ocurrió, por su parte, también al profeta Jeremías.
Es el mismo mensaje de la carta a los Hebreos que nos habla de obstáculos que el atleta de Cristo
debe saltar y sortear para ganar el buen combate siguiendo a Jesús, iniciador y consumador de la
fe. El cristiano, como Jesús, será signo de contradicción en este mundo (Lc. 2, 34-35).
Pbro. Hernán Quijano Guesalaga
Sábado 17 y domingo 18 de agosto de 2013
iglesia parroquial Sagrado Corazón de Jesús
y Capilla San Sebastián, Paraná, Argentina
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