“Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya
estuviera ardiendo!”
Lc 12, 49-53
“Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant”
Lectio Divina
EN CIERTOS CASOS, DEBERÉ CONTRADECIR A LOS HOMBRES PARA
AGRADAR A DIOS
En una sociedad como la nuestra, en grave trance, donde reinan el alboroto y
la superficialidad, es preciso que nos fortalezca el Espíritu en nuestra propia
interioridad. El riesgo que nos amenaza constantemente es el del
aplanamiento, el de hacer oídos sordos a una llamada estupenda, como la que
nos invita a colmarnos de toda la plenitud de Dios. Sin el asombro y la alegría
que suponen el tomar conciencia de que estamos llamados a tan alta dignidad,
sin el Espíritu, que -pedido en perseverante oración- viene a hacernos tomar
conciencia en nuestro corazón de nuestras enormes riquezas, el ámbito de
nuestra vida espiritual se convierte en un ámbito de esclavos.
Por otro lado, para que refulja en nosotros este tesoro adquirido y anunciado
con la vida, es menester que la dimensión contemplativa de la Palabra
respirada y vivida se haga concretamente posible a lo largo de nuestras
jornadas. ¿Cómo? Con la espada de la que nos habla Jesús en el evangelio:
nuestro libre y querido separarnos de la mentalidad corriente. Si la paz no
equivale a pacifismo, tendré que hacer frente en ocasiones a la contradicción.
En ciertos casos, deberé contradecir a los hombres para agradar a Dios. Allí
donde se murmura de los ausentes, allí donde se hacen proyectos familiares o
comunitarios «inclinados» a la mentalidad mundana dejando de lado la
evangélica, allí donde se «roban» haberes sofocando al «ser» y privándole de
tiempos y espacios para estar en silencio de adoración con Cristo..., en todos
estos casos es preciso tener el coraje de la división.
Sin embargo, con mayor frecuencia tendremos que usar la espada sólo dentro
de nosotros: contra el deseo de sobresalir, de ser el centro de afecto y de
consensos, contra el desencadenamiento de las pasiones, que, si les damos
rienda suelta, obscurecen la mente y el corazón, impidiendo la alegría de la
contemplación, de la verdadera vida, que, en cierta medida, ya es
bienaventuranza aquí abajo y remisión a aquel amor que ya no tendrá límites
en la vida eterna.
ORACION
Me arrodillo ante ti, oh Padre, de quien procede todo don en el cielo y en la
tierra. Y te pido que derrames en mí tu Espíritu, para que me despierte a una
fe viva que, por la gracia del Señor Jesús, inhabitando en lo más hondo de mi
corazón, me permita comprender algo del amor de mi Dios, que supera toda
posibilidad humana de conocer.
Concédeme, oh Padre, cada día el asombro y la veneración de este amor
desmesurado. Concédeme la certeza de que tú, con el poder que ya obra en
mí y en toda la Iglesia, recibes gloria: incluso a través de mi pequeñez, más
allá y por encima de todas mis aspiraciones, si persevero en la lucha contra mi
ego y sus mezquinas exigencias, sostenido por tu Espíritu que es Amor.