Comentario al evangelio del Sábado 24 de Agosto del 2013
Y acabamos la semana vestidos de rojo, celebrando con el color de los apóstoles y de los mártires; un
color que nunca ha abandonado la vida de la Iglesia y que sabemos especialmente presente en muchas
regiones del mundo: el color de la valentía con la que cientos de nuestros hermanos sostienen la fe en
todos los continentes. Unos lo hacen acosados por la persecución de gobiernos totalitarios, casi a
escondidas; otros tratando de que los dioses del bienestar, la corrupción y el abuso del prójimo no les
ganen la batalla, demostrando que se puede ser servidor público, empresario, trabajador de banca e
incluso político, siendo justo y honrado; otros acogiendo con ánimo y humor las cruces de cada día…
¡Qué sabiduría la de la Iglesia al proponernos diversos colores litúrgicos! ¡Y todos son nuestros!
Nuestro es el verde de la vida cotidiana, que para un cristiano nunca puede ser tiempo ‘ordinario’ (en
el sentido de vulgar). Nuestro el morado, que nos recuerda la contingencia y nuestras componendas
con el pecado. Nuestro el rojo, del testimonio y el esfuerzo por la fe. ¡Y nuestro, por Gracia, el blanco
de quienes ya comparten la gloria del Resucitado y los planes del Padre!
Afirmamos con gozo y razón que nuestra fe se levanta sobre el testimonio de los apóstoles como
Bartolomé. Y es verdad, y sobre el de un número difícil de contar de mujeres, que con valentía
siguieron a Jesús y acogieron su Palabra, entre las que destaca sobre todo María que -como ha
recordado hace poco el Papa Francisco- es mucho más relevante en la Iglesia que papas, presbíteros y
obispos.
Poco sabemos de Bartolomé. Llevamos siglos identificándolo con Natanael, aunque sin certezas
absolutas. Pero nos consta lo fundamental: su condición de discípulo (como nosotros), y de discípulo
pecador, perdonado y coherente al final de su camino (ojalá también como nosotros). Pero esa falta de
datos no le hace menos apóstol, ni menos relevante que Pedro, Santiago o Juan. Nuestra unidad -tan
importante, querida por Dios y objeto de la oración de Jesús- se expresa en diversidad, en variedad de
dones, sensibilidades, biografías. Se trata de otra lección que hemos de seguir aprendiendo.
Bartolomé, enséñanos a nacer de nuevo, a dejar que el Espíritu vaya haciendo su labor en nosotros.
Fortalece nuestra fe; alienta nuestra coherencia en el amor. Ayúdanos a vivir intensamente unidos al
tiempo que acogemos cada día con más gratitud los dones de cada uno.
Pedro Belderrain, cmf