VIGÉSIMO PRIMERO DOMINGO ORDINARIO C
(Isaías 66:18-21; Hebreos 12:5-7.11-13; Lucas 13:22-30)
En su libro sobre Jesús el papa Benedicto responde a la cuestión de la
evangelización de los pueblos no cristianos. El Concilio Vaticano II declaró que
personas de otras religiones o de no religión que no conocen a Cristo pueden ser
salvados si siguen sus conciencias. “Entonces - preguntan algunos - ¿por qué no
mostramos nuestro aprecio para la fe de los musulmanes, hindús, y budistas por no
tratar de convertirlos a la nuestra?”
El papa emérito no negaría que otras religiones tengan características admirables.
Es edificante, por ejemplo, ver a un musulmán disculparse de una conversación
cuando es la hora de la oración. Pero no es que todo lo que enseñan ayude la
salvación. Responde el papa Benedicto a aquellos que no ven la necesidad de
evangelizar con varios interrogantes: “¿Se salvará alguien y será reconocido por
Dios como un hombre recto, porque ha respetado en conciencia el deber de la
venganza sangrienta?... ¿Por qué ha convertido sus opiniones y deseos en norma
de su conciencia y se ha erigido a sí mismo en el criterio a seguir?” No, estos
comportamientos no conducen a ninguno a la perfección esperada por la vida con
Dios. El mundo necesita la verdad de Cristo: que los hombres y mujeres son
salvados por el amor abnegado de Jesús lo cual todos estamos llamados a imitar.
En el evangelio hoy el mismo Jesús instruye a la gente que tal amor requiere la
disciplina. No podemos ser generosos sin regularmente dar de nuestros
dispensarios a los necesitados. Igualmente no podemos ser compasivos sin tratar
con comprensión a los que carecen el calor humano. Es cierto que no faltan éstas y
otras virtudes en los partidarios de otras religiones. Sin embargo, son
preeminentemente características de Cristo y regularmente encontradas en los
santos cristianos. Por asegurar que todos las aprecien y las practiquen, tenemos
que hacer dos cosas. Primero, viviremos todos los valores cristianos que podemos.
Y segundo, los enseñaremos a nuestros parientes, compañeros y prójimos hasta los
rincones más lejanos del mundo.
Padre Carmelo Mele, O.P.