Domingo XXIV del tiempo Ordinario del ciclo C.
"Porque yo quiero amor, no sacrificio,
conocimiento de Dios, más que holocaustos" (OS. 6, 6).
Ejercicio de lectio divina de LC. 15, 1-32.
1. Oración inicial.
Iniciemos este encuentro de oración y meditación, en el Nombre del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo.
R. Amén.
Acerquémonos al Señor con la humildad de los publicanos y demás pecadores
que aceptaron la predicación del Hijo de Dios y María, y no con la prepotencia de
los letrados y fariseos, quienes, por cumplir prescripciones religiosas, se creían
merecedores de la amistad divina.
Orar es trabajar para que llegue el día en que vivamos en un mundo en que no
exista la exclusión social.
Orar es creer que llegará el día en que la humanidad viva conformando la familia
de los hijos de Dios.
Acerquémonos al Señor imitando la conducta de quienes eran marginados por
los escribas y fariseos, porque no se amoldaban plenamente, al cumplimiento de
sus prescripciones religiosas.
Orar es saber que Jesús es el Buen Pastor al que, si se le pierde una de sus cien
ovejas, deja las noventa y nueve restantes en el desierto, y la busca hasta que la
encuentra. En este caso, el desierto es el estado en que los cristianos aprendemos
a perfeccionarnos, superando las dificultades que nos caracterizan, con la ayuda del
Espíritu Santo.
La actitud de Jesús es comparable a la persistencia con que una mujer israelita,
a quien se le perdió una de las diez monedas que recibió como regalo cuando se
casó, encendió una lámpara, y barrió minuciosamente su casa, hasta que logró
encontrarla, quizás en la hendidura de una piedra.
Tanto el pastor que encontró su oveja perdida, como la mujer que encontró la
moneda que notó que llegó a faltarle, compartieron la alegría que los caracterizó
cuando encontraron lo que querían, con sus allegados. Ello nos recuerda la
importancia que tiene el hecho de compartir nuestros gozos y tristezas, con
nuestros familiares, y los hermanos en la fe que tenemos.
Orar es tener conciencia de que, tal como el padre del hijo pródigo no le impidió
a su descendiente dilapidar su parte de la herencia familiar, Dios nos deja actuar,
sin impedirnos hacer uso de la libertad, que nos ha concedido.
Jesús es el Camino que nos conduce a la presencia de Nuestro Padre celestial, la
Verdad que nos hace libres, y la Vida que añoramos (JN. 14, 6, y 8, 32). Desde
esta perspectiva, comprendemos que, negándonos el hecho de alcanzar la felicidad
que anhelamos y el Mesías nos ofrece, no usamos adecuadamente los dones y
virtudes que hemos recibido del Espíritu Santo, para alcanzar tan ansiada meta.
Así como el hijo pródigo pudo regresar a la casa de su padre cuando derrochó
todos los bienes que heredó, en la vida se nos ofrecen muchas oportunidades para
tener fe en Dios, pero no siempre nos mostramos dispuestos a aprovecharlas.
Independientemente de que nos consideremos religiosos, haremos lo posible para
no acabar mal, como le sucedió al hijo pródigo, quien volvió a encontrarse con su
padre, no porque lo amaba, sino porque, su estado miserable, lo obligó a hacer lo
que jamás hubiera hecho voluntariamente, por causa de su orgullo.
¿Por qué nos relacionamos con Dios? El hijo pródigo quiso reencontrarse con su
padre, porque la miseria lo obligó a ello.
¿Nos relacionamos con Dios porque lo queremos como Padre bueno, o porque
necesitamos que nos beneficie?
¿Queremos que Dios nos trate como a hijos, o como a jornaleros?
¿Qué posición consideramos que ocupamos en la viña del Señor?
En ciertas situaciones, sucede que, muchos que se confiesan, le dan más
importancia a su lista de acusaciones personal, que a la manera en que Dios los
acoge. El padre del hijo pródigo no escuchó la fórmula de arrepentimiento con que
su hijo quiso ser considerado como siervo, y le devolvió el honor que despreció,
cuando se alejó de sus familiares. Más importante que recordar todos nuestros
pensamientos y obras malas cuando nos confesamos, es tener la intención de
amoldarnos al cumplimiento de la voluntad divina, desde el momento en que
deseamos reconciliarnos con Dios y la Iglesia.
Qué desengaño debió llevarse el padre de la parábola erróneamente llamada del
hijo pródigo, cuando descubrió que, aquel hijo que jamás se separó de su lado, no
lo sirvió porque lo amaba, sino con la intención de adueñarse de todas sus
posesiones, y de adaptarlo al cumplimiento de sus deseos, pues, por haber
trabajado como un esclavo, se creía merecedor de ser propietario de la fortuna
familiar.
¿Podrán aceptar quienes cumplen la voluntad de Nuestro Padre común para
recibir favores divinos que Dios no los ama por su escrupuloso cumplimiento de sus
prescripciones religiosas, sino porque son sus hijos?
¿Cómo sabía el hijo mayor del padre que su hermano menor se había gastado el
dinero con prostitutas, si no lo acompañó cuando se fue de casa? Evitemos juzgar a
quienes no piensan ni actúan como nosotros, porque, por causa de nuestros
aciertos y errores, independientemente de que seamos religiosos, aprenderemos a
vivir.
Todo lo que tiene Dios es nuestro, aunque ello no nos autoriza hacer lo que
deseamos, cuando no cumplimos su voluntad, consistente en que la humanidad
viva como una familia.
Oremos:
RESPIRA EN MI
Respira en mi
Oh Espíritu Santo
Para que mis pensamientos
Puedan ser todos santos.
Actúa en mí
Oh Espíritu Santo
Para que mi trabajo, también
Pueda ser santo.
Atrae mi corazón
Oh Espíritu Santo
Para que sólo ame
Lo que es santo.
Fortaléceme
Oh Espíritu Santo
Para que defienda
Todo lo que es Santo.
Guárdame pues
Oh Espíritu Santo
Para que yo siempre
Pueda ser santo.
(San Agustín).
2. Leemos atentamente LC. 15, 1-32, intentando abarcar el mensaje que San
Lucas nos transmite en el citado pasaje de su Evangelio.
"Habrá alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta
Lectura del santo evangelio según san Lucas 15, 1-32
En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a
escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos:
—«Ése acoge a los pecadores y come con ellos.»
Jesús les dijo esta parábola:
—«Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y
nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la
encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne
a los amigos y a los vecinos para decirles:
"¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido."
Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se
convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.
Y si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara y
barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra,
reúne a las amigas y a las vecinas para decirles:
"¡Felicitadme!, he encontrado la moneda que se me había perdido."
Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador
que se convierta.»
También les dijo:
—«Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre:
"Padre, dame la parte que me toca de la fortuna."
El padre les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país
lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.
Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó
él a pasar necesidad.
Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus
campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las
algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer.
Recapacitando entonces, se dijo:
"Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me
muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he
pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como
a uno de tus jornaleros."
Se puso en camino a donde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre
lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo.
Su hijo le dijo:
"Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo."
Pero el padre dijo a sus criados:
"Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y
sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete,
porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos
encontrado."
Y empezaron el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo.
Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno
de los mozos, le preguntó qué pasaba.
Éste le contestó:
"Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha
recobrado con salud."
Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo.
Y él replicó a su padre:
"Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí
nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando
ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas
el ternero cebado."
El padre le dijo:
"Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque
este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos
encontrado""
2-1. Permanecemos en silencio unos minutos, para comprobar si hemos
asimilado el pasaje bíblico que estamos considerando.
2-2. Repetimos la lectura del texto dos o tres veces, hasta que podamos
asimilarlo, en conformidad con nuestras posibilidades de retener, si no todo el
texto, las frases más relevantes del mismo.
3. Meditación de LC. 15, 1-32.
3-1. ¿En qué contexto expuso Jesús las tres parábolas de la misericordia?
"Todos los publicanos y los pecadores se acercaban a él para oírle, y los fariseos
y los escribas murmuraban, diciendo: «Este acoge a los pecadores y come con
ellos»" (LC. 15, 1-2).
Los recaudadores de impuestos (publicanos) y demás pecadores públicos se
acercaban a Jesús, con la intención de escucharlo predicar el Evangelio, y, los
escribas y fariseos, se acercaban al Señor, para obligarlo a que se adaptara al
cumplimiento de sus prescripciones religiosas, a no ser que quisiera sentirse
rechazado, por quienes se consideraban superiores a los citados incumplidores de la
Ley de Israel, por su manera de cumplir los mandatos de la misma, y de la
Tradición de los ancianos.
Este es el contexto en que Jesús expuso las tres parábolas de la misericordia,
que consideraremos en el presente trabajo. Por una parte, el Señor estaba rodeado
de gente mal vista por la actitud que observaba, por su pobreza, y por sus
enfermedades, y, por otra parte, estaba presionado por los fariseos, quienes
querían obligarlo a adaptarse a cumplir sus normas legalistas, a no ser que quisiera
que lo despreciaran. Aunque el Mesías quería ser seguido por los pecadores y los
considerados creyentes intachables, los segundos rechazaban a los primeros, y
presionaban a Jesús, para que hiciera lo mismo, pero, ¿cómo podría el Hijo de Dios
y María despreciar a quienes hacían trabajos mal considerados para poder mal
vivir? ¿Cómo podría Jesús despreciar a quienes incumplían la Ley por causa de su
pobreza, o eran mal vistos, porque estaban enfermos? ¿Cómo podría conseguir el
Señor que ricos y pobres, sanos y enfermos, buenos y malvados, justos y carentes
de fe, lograran vivir como integrantes de la familia de Dios? Jesús no quiso
enfrentarse a los escribas y fariseos, porque sabía que ese no era el medio idóneo
para demostrarles que su manera de pensar no era acepta ante el Dios que desea
que sus hijos sean humildes para que puedan percatarse de su grandeza, y, como
no quiso rechazar públicamente a los considerados pecadores públicos que lo
apreciaban, expuso las parábolas de la oveja y la moneda perdidas, y el hijo
pródigo.
3-2. Parábola de la oveja perdida.
3-2-1. La oveja perdida, y las noventa y nueve ovejas, que quedaron en el
desierto.
"Entonces les dijo esta parábola.
«¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las 99 en
el desierto, y va a buscar la que se perdió hasta que la encuentra?" (LC. 15, 3-4).
El oficio de pastor no podía ser llevado a cabo por apocados, porque, los
esclavos y asalariados, si perdían ovejas, tenían que devolvérselas a sus amos, o
perder la comida o el dinero que recibían por realizar su trabajo, hasta que les
devolvieran a los terratenientes, el importe de las mismas. Si bien en el caso de la
parábola que estamos considerando, la oveja perdida solo representa el uno por
ciento del valor de una propiedad, esta tenía que ser encontrada.
Es comprensible el esfuerzo hecho por el pastor para encontrar la oveja perdida,
pero, ¿cómo se atrevió a dejar las noventa y nueve restantes en el desierto?
Cualquier pastor, antes de disponerse a buscar una oveja perdida, -o a robar otra
para dársela a su señor en el caso de no poder encontrarla, para no ser castigado-,
dejaba el resto del rebaño en un lugar seguro, pero, en la parábola que estamos
considerando, el desierto tiene una simbología, que debe tenerse en cuenta, para
comprender la actitud de nuestro pastor, que pareció haber perdido la cordura,
desde nuestro punto de vista.
La simbología del desierto, nos indica que el mismo no es un lugar, sino el
estado en que los cristianos conocemos a Dios, y nos esforzamos en adaptarnos, al
cumplimiento de su voluntad. Dado que el desierto es un estado de superación
constante para los seguidores de Jesús, comprendemos por qué el citado pastor, no
erró al dejar las noventa y nueve ovejas en el desierto, y se consagró a buscar la
oveja perdida, sin preocuparse por las demás, pues, al saber que superaban
dificultades y se les aumentaba la fe, supuso, -sin equivocarse-, que no tenía que
preocuparse por ellas.
¿Tenemos la experiencia de haber perdido la fe, y de habernos sentido como
ovejas perdidas y desorientadas, en un mundo en que hemos querido encontrar la
felicidad, y no lo hemos conseguido?
Al recordarles a los letrados y fariseos cómo el pastor dejó las noventa y nueve
ovejas en el desierto y buscó incansablemente la que se le perdió, Jesús les dijo a
sus opositores, que para Dios, todos somos importantes, aunque, en vez de ser
considerados como buenos creyentes, no nos adaptemos al cumplimiento de las
prescripciones legales de ninguna denominación religiosa, y andemos como ovejas
perdidas, sin encontrar ninguna creencia, que nos haga alcanzar, la plenitud de la
felicidad.
¿Cómo actuamos al considerar que muchos de nuestros hermanos en la fe dejan
de asistir a los lugares en que le tributamos culto a dios?
¿Nos interesamos por dichos hermanos, o consideramos que no merecen nuestro
afecto, porque han tomado la decisión de alejarse de Dios?
3-2-2. ¿Cómo trata Jesús, -Nuestro Buen Pastor-, las ovejas perdidas, que se
reincorporan a sus comunidades creyentes?
"Y cuando la encuentra, la pone contento sobre sus hombros" (LC. 15, 5).
Al mismo tiempo que los escribas y fariseos cumplían sus normas legales
escrupulosamente, castigaban a quienes no aceptaban dichas prescripciones,
expulsándoles de las sinagogas, y sometiéndoles al abandono total, no solo por
parte de sus hermanos de fe, pues también les hacían ser despreciados, por sus
familiares. Dado que mucha gente rechazada por diversas causas se acercaba a
Jesús, al describir la actitud del pastor que, después de encontrar la oveja perdida,
tan cansada como para no poder moverse de tanto buscar el rebaño al que
pertenecía inútilmente, la cargó sobre sus hombros, y la reincorporó al rebaño, sin
castigarla, el Mesías explicó la forma idónea de tratar a los considerados pecadores.
Jesús era seguido por gente marginada por los fariseos por diversas causas.
Aunque muchos de tales oyentes del Señor habían incumplido la Ley a sabiendas de
que habían actuado contra la voluntad divina, todos merecían una nueva
oportunidad de ser aceptados, y reincorporados, al pueblo de Dios. Cuanto más
graves son los errores que cometemos, puede sucedernos, que más difícil nos sea,
reconstruir lo que rompimos, y recuperar las relaciones que perdimos. Solo si
reconocemos que alguna vez fuimos ovejas perdidas, nos negaremos a rechazar, a
quienes desean formar parte del pueblo de Dios, y no lo hacen, porque se creen
indignos de ello, y nunca faltan fariseos, que hacen lo posible, por mantenerlos al
margen, de las denominaciones cristianas.
Al leer el apartado 3-1 del presente trabajo, recordamos cómo los pecadores
deseaban escuchar la predicación de Jesús, y cómo los escribas y fariseos, querían
someter al Mesías, al cumplimiento de sus normas. La práctica religiosa no es
contraria al cumplimiento de la voluntad de Dios, porque tiene la cualidad de
aumentar nuestra fe en Él, pero si la llevamos a cabo sin amor, hace de nosotros,
seres sumamente despiadados. Los escribas y fariseos hubieran querido que el
pastor hubiera golpeado a la oveja perdida hasta cansarse, y que después la
hubiera abandonado, hasta que hubiera muerto por causa de los golpes recibidos,
el cansancio, la sed y el hambre.
Quizás en ciertas ocasiones, al olvidar que algún día pasado fuimos ovejas
perdidas, nos mostramos intolerantes con todos los que, independientemente de
que profesen nuestra fe, no se adaptan totalmente, a nuestra manera de pensar, y
actuar, y, dado que a veces nos sucede que nos torturamos psicológicamente
cuando erramos, es necesario que los discípulos de Jesús acojamos a todo el
mundo, sin hacer distinciones marginales entre buenos y malos, justos y
pecadores, porque solo Dios, tiene poder para juzgarnos, y su corazón, es
misericordioso. El hecho de desear que cierto colectivo de personas corrija su
actitud, no nos autoriza a marginarlo, para que, al sentirse rechazado, se vea
obligado a hacer lo que nos agrade, alegando que ello obedece al cumplimiento de
la voluntad de Dios.
3-2-3. Alegrémonos en cada ocasión que una oveja perdida se una a los
creyentes en Jesús.
"y llegando a casa, convoca a los amigos y vecinos, y les dice: “Alegraos
conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido”" (LC. 15, 6).
Todos nos beneficiaríamos si cada día que llega un visitante a nuestras
comunidades de fe, lo acogiéramos alegremente. Igualmente, de la misma manera
que se difunden las noticias trágicas, deberían difundirse los sucesos buenos. Si nos
apenamos cuando acontece una tragedia, ¿por qué no nos vamos alegrar de que un
estudiante consiga terminar su carrera, o de que un cristiano, después de haber
renegado de su fe y haber intentado buscar la felicidad sin conseguirlo, se reintegre
a la comunidad creyente que jamás debió abandonar?
3-2-4. Alegrémonos cuando los considerados pecadores abracen la fe que
profesamos.
"Os digo que, de igual modo, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador
que se convierta que por 99 justos que no tengan necesidad de conversión" (LC.
15, 7).
Jesús les dijo unas palabras a sus opositores escribas y fariseos que debieron
llenarlos de ira. Hay más alegría en el cielo cuando un pecador se amolda al
cumplimiento de la voluntad divina arrepentido de haber desobedecido a su Padre
celestial, que cuando noventa y nueve creyentes cabalmente cumplidores de sus
prescripciones religiosas hacen lo que deben mecánicamente, sin amor, actuando
como esclavos, no por humildad, sino creyendo que, su actitud sumisa, los hace
merecedores, de la salvación. Recordemos nuevamente que el cumplimiento de las
prescripciones religiosas es adecuado cuando nos ayuda a actuar como hijos de
Dios, y no como esclavos que deben ganar algo a lo que creen que tienen derecho,
y por ello olvidan que quizás algún día fueron ovejas perdidas, y, si ello no sucedió,
les falta la experiencia del fracaso, la incomprensión, la soledad y la humillación,
para aprender a acoger, a los considerados pecadores.
Si consideramos el hecho de que probablemente todos hemos sido ovejas
perdidas, y nos encontramos entre los justos que no necesitan convertirse al Señor,
ello significa, que no nos dejamos evangelizar, porque todos tenemos necesidad de
ser discípulos de Jesús, si queremos alcanzar, la dicha que el Señor nos promete.
3-3. Parábola de la moneda perdida.
"«O, ¿qué mujer que tiene diez dracmas, si pierde una, no enciende una
lámpara y barre la casa y busca cuidadosamente hasta que la encuentra? Y cuando
la encuentra, convoca a las amigas y vecinas, y dice: “Alegraos conmigo, porque he
hallado la dracma que había perdido.” Del mismo modo, os digo, se produce alegría
ante los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta»" (LC. 15, 8-10).
Si el pastor que perdió la centésima parte de una propiedad se decidió a buscar
la oveja perdida, la mujer que perdió la décima parte de sus monedas, también
hizo lo propio, más que en atención al valor de dicha moneda, por tener las diez
que recibió, cuando se casó. Si consideramos que Dios nos valora, no por lo que
somos, sino porque nos ama, comprendemos que nadie debe considerar que su
valor es ínfimo, porque todos somos dignos de vivir en la presencia, de Nuestro
Padre común. Recordemos que Dios no nos ama en atención a nuestros méritos
personales. No somos estimados por nuestra dedicación a cumplir normas
religiosas, sino porque, Nuestro Padre celestial, es misericordioso.
La mujer de la que Jesús habla en su parábola, era humilde, y vivía en una casa
sin ventanas. Dado que se le perdió una de sus diez monedas, encendió una
lámpara, y barrió cuidadosamente el suelo, hasta que la encontró. Este hecho me
recuerda la manera en que los discípulos de Jesús debemos estar atentos a lo que
sucede en el ambiente en que vivimos, con el fin de evangelizar, a los que
necesiten conocer, al Dios Uno y Trino.
Tal como le sucedió al pastor que encontró la oveja perdida y la reincorporó al
rebaño que pastoreaba, la mujer que encontró su moneda perdida, convocó a sus
amigas y vecinas, y las hizo partícipes de su alegría.
Así como los ángeles se alegran cuando los pecadores se convierten al Evangelio
porque aunque son superiores a los hombres son colaboradores de Nuestro Padre
celestial, debemos alegrarnos cuando los transgresores de la Ley divina se
incorporan a alguna comunidad de creyentes en el Señor, porque son nuestros
hermanos, y porque quizás no siempre hemos sido santos, y también fuimos
incorporados a una comunidad de discípulos de Jesús, hace tiempo.
3-4. Parábola del hijo pródigo.
3-4-1. Los dos grupos de hijos de Dios.
"Dijo: «Un hombre tenía dos hijos" (LC. 15, 11).
Si atendemos a lo expuesto en los apartados 3-1 y 3-2 de este trabajo, cuando
Jesús expuso la parábola que vamos a considerar, el hijo menor del hacendado de
la misma, estaba representado por los considerados pecadores, y, el hijo mayor,
por los tenidos por creyentes intachables. Ello sucedió porque los israelitas
consideraban que el rango familiar de los hijos mayores era superior al de los
menores, quienes debían someterse a los primogénitos de sus familias, y los
creyentes intachables, se consideraban superiores, a los transgresores, de sus
prescripciones religiosas.
Cuando San Lucas escribió su Evangelio, los fariseos fueron la única rama del
Judaísmo, que sobrevivió a la devastación de Jerusalén, acaecida el año setenta.
Los fariseos se hicieron enemigos de los cristianos, y aprovechaban su influencia,
para herir a los seguidores de Jesús, en su dignidad. Al considerar este hecho, y el
deseo de muchos judíos cristianos de sentirse superiores a los seguidores paganos
del Mesías, San Lucas debió pensar que el hijo menor estaba representado por los
paganos conversos, y, el hijo mayor, por los judíos, independientemente de que
fueran cristianos. Ello sucedió porque en las familias tenían más prestigio los hijos
mayores que los menores, y los judíos se consideraban superiores a los gentiles.
En nuestro tiempo, el hijo menor está representado por quienes los cristianos
que se consideran fieles cumplidores de la voluntad de Dios, y están representados
por el hijo mayor del padre misericordioso, no dejan de rechazar.
El hacendado del que se nos habla en la parábola que erróneamente se
denomina "del hijo pródigo", porque debería ser conocida como la "parábola del
Padre misericordioso", es Dios.
3-4-2. ¿Por qué el hijo menor abandonó la casa paterna?
"Y el menor de ellos dijo al padre: “Padre, dame la parte de la hacienda que me
corresponde.” Y él les repartió la hacienda" (LC. 15, 12).
Cuando Jesús habitó en Israel, los primogénitos tenían derecho a percibir la
doble cantidad de bienes en herencia, que recibían cada uno de sus hermanos.
Como los judíos vivían en familias y tenían el deber de permanecer unidos, cuando
el padre de la parábola vio cómo su hijo menor le pidió su parte de la herencia,
debió sospechar que quería separarse de él y su hermano, y quizás sintió que su
hijo le dijo: "¡Muérete!".
Para comprender lo difícil que debió serle al padre de la parábola que estamos
considerando repartir sus bienes entre sus descendientes, sabiendo que su hijo
menor abandonaría el seno familiar, será útil recordar que, cuando Jesús predicó el
Evangelio, los padres judíos, no se parecían a los padres occidentales, que, en la
actualidad, les dan a sus hijos, todo lo que les piden. Los judíos amaban mucho a
sus hijos, pero este hecho no los eximía de tratarlos severamente. Los padres eran
jefes que tenían que ser obedecidos sin cuestionar sus órdenes, y, a pesar de ello,
el padre del hijo pródigo, repartió su herencia entre sus descendientes, sin impedir
que, su hijo menor, perdiera la libertad que lo caracterizaba, por haber alcanzado la
juventud.
En el caso de que los pecadores estuvieran representados por el hijo menor de
la parábola, y de que los fariseos estuvieran representados por el hijo mayor,
debemos pensar que los segundos recibieron una herencia mayor que la que
percibieron los primeros, porque constantemente eran instruidos en el conocimiento
de la Palabra de Dios, y, cuanto mayor es la formación religiosa que se posee, más
grande es la responsabilidad que se tiene, de aplicarla a la vida de fe. Los
pecadores llevaron a cabo muchas de sus malas acciones por ignorancia, pero los
fariseos, al ser conocedores de la Palabra de Dios, no debían aborrecer a los tales,
e incluso tenían que reincorporarlos, al pueblo de Yahveh.
En el caso de que los cristianos procedentes del paganismo estuvieran
representados por el hijo menor, y los judíos estuvieran representados por el hijo
mayor, los últimos debían haberse relacionado con los gentiles, y haber compartido
con los tales, su conocimiento de la Palabra de Yahveh, y su fe en el retorno del
Mesías.
En la actualidad, los intransigentes que no quieren que los pecadores se
incorporen -o reincorporen- a las denominaciones cristianas, tienen la posibilidad de
vincularse a los tales, para que toda la humanidad pueda formar parte, de la familia
divina.
¿Por qué el hijo menor, a pesar de que tenía un padre que lo adoraba, y no tenía
carencias, quiso separarse de su familia? Para poder responder esta pregunta
adecuadamente, necesitamos estudiar la conducta del hermano de este. En
nuestros días es normal el hecho de que muchos hijos, que no saben agradecer lo
que sus padres hacen por ellos, -o tienen diversos problemas-, ansiosos de ser
libres, quieran separarse de sus familiares, pero, para los oyentes de Jesús, el hijo
que se atrevió a despreciar a sus familiares, y eligió no someterse a quienes en su
tribu eran mayores que él, tendría que haber sido apedreado, por todos los
hombres de su ciudad (DT. 21, 18-21).
¿Por qué muchos hijos abandonan a sus padres quienes les dan hogares que al
menos aparentemente son confortables? No juzguemos a nadie sin sopesar las
ideas que se nos puedan pasar por la mente, porque nadie se separa de los
familiares por quienes se siente amado, ni deja su hogar confortable por simple
placer, exceptuando al hijo pródigo, -claro está-, porque Jesús necesitó servirse de
un supuesto personaje totalmente irresponsable, para demostrarles a los legistas y
fariseos, que, la misericordia divina, es ilimitada.
¿Por qué muchos cristianos dejan sus denominaciones religiosas, si,
supuestamente, las mismas, solventan sus carencias espirituales? En este caso,
ocurre lo mismo que en el de los jóvenes que se separan de unos padres y
hermanos, de quienes en su entorno social se cree que los adoran, y no sabemos
hasta qué punto, ello pueda ser cierto.
3-4-3. El Hijo pródigo rompió con sus familiares.
"Pocos días después el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano
donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino" (LC. 15, 13).
El hijo menor, deseando no ser controlado por sus familiares, y sentirse libre, al
tener una gran cantidad de dinero, se marchó a un país lejano, donde, mientras le
duró su riqueza, se sintió feliz, y, a la medida que se arruinó, se sintió totalmente
desdichado. A este irresponsable lo vemos reflejado en la actualidad, en muchos
hijos jóvenes -y no tan jóvenes-, que viven a costa de sus padres, y no se
esfuerzan en aprender a vivir, por sus propios medios. Tales personajes no se
compadecen de explotar a sus padres, pues piensan que los tales deben hacer lo
humanamente imposible, para pagar su elevado tren de vida.
El hijo menor no malgastó su hacienda intentando hacer varios trabajos los
cuales no le fueron productivos, sino haciéndose adicto, de todos los vicios
conocidos, y fue tan grande su anhelo de aparentar ante sus amigos que era un
gran personaje, que, ni siquiera cuando se percató de que se arruinaba, se esforzó
en ahorrar algún dinero, para evitar pasar hambre.
Tal como quienes son inmensamente pobres no pueden enriquecerse sin trabajar
salvo que se dé el caso de que les den dinero y bienes, el hijo pródigo, quien no
trabajó para aumentar sus bienes y despilfarró el dinero que heredó de su padre,
quedó sumido en la pobreza.
¿Dónde buscan la felicidad quienes rompen con sus familiares?
¿Qué hacen para ser felices quienes abandonan las denominaciones cristianas en
que les enseñaron a creer en Dios?
3-4-4. La consecuencia lógica del hecho de llevar una vida disoluta.
"«Cuando hubo gastado todo, sobrevino un hambre extrema en aquel país, y
comenzó a pasar necesidad" (LC. 15, 14).
Cuando el hijo pródigo malgastó el dinero que heredó, debió haber vuelto a la
casa paterna, pero, ¿cómo hubiera soportado los reproches de su hermano? Dado
que tenía una grave necesidad, hubiera soportado la posibilidad de humillarse ante
su padre, pero, ¿cómo soportaría la maldad con que su hermano, cada vez que le
fuera posible, le echaría en cara la manera en que despreció a su padre, y malgastó
su parte de la herencia familiar? Recordemos que los religiosos podemos ser
especialistas en ocultar nuestros pecados, aunque, para conseguir lo que
queramos, tengamos que hacer resplandecer los errores de los demás, sin
escrúpulos.
3-4-5. Con tal de no aguantar la intransigencia de su hermano, el hijo pródigo,
cometió un nuevo error.
"Entonces, fue y se ajustó con uno de los ciudadanos de aquel país, que le envió
a sus fincas a apacentar puercos" (LC. 15, 15).
Cuando el hijo menor vio que tenía una gran necesidad, le pidió ayuda a un
hacendado de la ciudad o pueblo en que vivía, el cual, con tal de que no lo
molestara, lo envió a cuidar puercos, algo que resultaba muy humillante para los
judíos, quienes consideraban que los cerdos eran, animales inmundos. Él pensó que
le era preferible cuidar cerdos antes que humillarse ante el padre y soportar los
reproches del hermano, pero, ¿siguió pensando lo mismo cuando se vio rodeado de
tales animales, los cuales eran más privilegiados que él, porque no les faltaba
comida?
3-4-6. ¿Cómo se sintió el hijo menor entre los cerdos que intentó cuidar para
poder sobrevivir?
"Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, pero
nadie se las daba" (LC. 15, 16).
Además de tener que aguantar los empujones y olores de los cerdos, -cosa que
era extremadamente desagradable para un judío-, el hijo menor tenía que darles
las algarrobas, con parte de las cuales, hubiera querido alimentarse, y, si decidía
robar algunas, debía cuidarse, de que otros trabajadores, no se percataran de ello.
Oremos y cuidémonos de que, nuestras decisiones vitales, no nos hagan caer en
un fracaso, semejante al que caracterizó, al hijo menor, del padre de la parábola,
que estamos considerando.
3-4-7. el hijo pródigo tomó la decisión que menos le gustó.
"Y entrando en sí mismo, dijo: “¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en
abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre!" (LC. 15, 17).
Dado que siempre tuvo una excelente posición social, el personaje cuya
conducta estamos considerando, quizás no pensó jamás que nadie podría
experimentar una experiencia tan lamentable y humillante, como la que estaba
caracterizando su vida. Él sabía que su padre tenía jornaleros, y a ninguno de ellos,
-independientemente de que fuera esclavo o asalariado-, le faltaba toda la comida
que quería. Es por eso que, después de explotar todos sus recursos, el hijo menor,
tomó la decisión que más repudió siempre que la consideró, la cual fue, la de volver
a la casa de su padre, no por amor al mismo, sino porque el hambre lo obligó.
Oremos para que los cristianos que decidan cumplir la voluntad de Dios después
de haber renegado de su fe, no lo hagan por miedo ni por necesidad, sino por amor
a Nuestro Padre celestial, y a sus hijos los hombres.
Oremos para que los padres que reciben a sus hijos pródigos, los acepten con
amor, y no les dificulten la vida, echándoles en cara que son inútiles, porque no
fueron capaces de sobrevivir, por sus propios medios.
3-4-8. El hijo menor trazó un plan para que su padre lo tuviera entre sus
jornaleros.
"Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya
no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros"" (LC. 15,
18-19).
Recuerdo que el año 2002, conocí a una de mis lectoras por medio de un
servicio de chat, la cual sufría por causa de ciertos problemas psicológicos. La que
llegó a ser una amiga muy estimada por mí, quería saber qué papel interpretaba
Dios con respecto a sus sufrimientos, y, dado que se sentía marginada por sus
familiares y vecinos, y se despreciaba creyéndose fea, tonta e inútil, le dije que no
podía ver a Dios con buenos ojos, si sentía que el mundo la tenía por enemiga y
carente de valor personal, y era incapaz de amarse a sí misma.
El hijo pródigo sabía que pecó ante Dios y su Padre cuando despreció a sus
familiares, y desperdició la parte de la herencia que le fue concedida. Fue por ello
que no creyó que su padre le devolviera la dignidad a la que renunció, y, como
sabía que era bueno, quiso sugerirle que lo tuviera como uno de sus jornaleros,
porque no sabía lo que hacer, para poder sobrevivir.
Los padres judíos amaban mucho a sus hijos, pero solían tratarlos con rigor. Tal
severidad de las normas con vivenciales de la tribu y la familia, lograron que, el
personaje cuyas acciones estamos considerando, jamás llegara a pensar, que su
padre lo amaba, más que a sus posesiones, y que a las prescripciones que
caracterizaban su existencia. Este hecho me recuerda cómo muchos padres se
esfuerzan en demostrarles a sus hijos que los aman haciendo que no les falten
bienes materiales, y sus descendientes a veces no valoran tales esfuerzos porque
jamás les faltó prácticamente nada, y porque, más que bienes materiales, les
reclaman amor, comprensión, y compañía.
Las denominaciones religiosas no podrían coexistir como tales, sin normas
morales, que caractericen a sus miembros, pero a pesar de ello, es preciso que
tales prescripciones no asfixien a quienes quieran ser, discípulos de Jesús.
Cuestiones tales como la posición correcta que debe ser adoptada para orar, o el
tiempo que se ha de dedicar diariamente a leer la biblia, no deberían servir para
separarnos a los cristianos, sino para unirnos, comprendiendo que todos tenemos
formas diferentes de profesar una fe que, en el fondo, nos es común, aunque la
vivamos, de distintas maneras.
3-4-9. el hijo menor fue al encuentro de su padre.
"Y, levantándose, partió hacia su padre" (LC. 15, 20A).
¿Qué sienten quienes vuelven a convivir con sus cónyuges, después de haberles
sido infieles?
¿Qué sienten los hijos que, después de haberse distanciado de sus padres,
vuelven a convivir con ellos?
¿Qué sienten quienes, después de haber renunciado a profesar la fe de Jesús,
toman la decisión de reincorporarse a sus denominaciones religiosas, o de
vincularse a otras comunidades de fe cristianas?
¿Cuántas experiencias tendría en la mente el hijo menor de su convivencia
familiar, de la manera en que derrochó su dinero, y del hambre que pasó, mientras
iba a encontrarse con su anciano padre?
3-4-10. La inesperada conducta del padre, con respecto al hijo menor.
"Todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó
efusivamente" (LC. 15, 20B).
Aquel que repartió su herencia entre sus hijos sabiendo que iba a perder al
menor, pasaba muchas horas todos los días mirando al horizonte, porque
necesitaba recuperarlo. Él sabía que su último hijo era terco y soberbio, y que, si
volvía a su casa, no lo hacía porque lo amaba, sino porque el hambre lo obligaba a
hacer lo que más detestaba, pero, a pesar de ello, pensaba que, si le demostraba
que lo amaba sinceramente con palabras, gestos y obras, podría ganarse su amor.
Todos sabemos que el amor es ciego y testarudo, y se esfuerza en conseguir lo que
quiere, aunque solo reciba un desprecio que siempre suavizará, porque lo suyo no
es sentirse ofendido, sino, seguir amando.
Mientras que los oyentes de Jesús estarían esperando escuchar el castigo
ejemplar con que el insensato que repartió sus posesiones entre sus descendientes
haciéndose dependiente de ellos debió corregir la conducta de aquel hijo al que
tendría que haber mandado lapidar públicamente por su conducta atrevida y
licenciosa, el Señor les dijo que, aquel buen y noble anciano, al ver al hijo al que
había estado esperando durante años, se conmovió, porque se alegró de verlo
infinitamente, y porque lo vio semidesnudo y sucio, y con heridas en los pies,
porque, en ciertas circunstancias, los caminos que nos hacen retornar a quienes no
debimos dejar, suelen tener baches y piedras que no vemos, porque estamos
centrados, en nuestros pensamientos.
El buen padre misericordioso, al mismo tiempo que sintió que el corazón le dio
un vuelco por la alegría de ver a su hijo harapiento, pero vivo y sano, corrió hacia
aquel que le causó tanto dolor, lo rodeó con sus brazos, y lo apretó contra sí sin
importarle mancharse con la suciedad de su descendiente, a quien besó
efusivamente.
3-4-11. El padre no escuchó la petición de perdón ni la súplica de su hijo menor,
porque tomó la decisión de amarlo, hasta que aprendiera a manifestarle amor
verdadero.
"El hijo le dijo: “Padre, pequé contra el cielo y ante ti; ya no merezco ser
llamado hijo tuyo"" (LC. 15, 21).
Dado que el padre sabía que su hijo se había arrepentido de haber malgastado
su herencia, estaba contento, porque lo recuperó sano, salvo, y con ganas de
superarse a sí mismo, porque aprendió una gran lección de un modo que el padre
jamás se la hubiera inculcado, pero que le sería útil, durante todos los días de su
vida. ¿Qué le importaba al buen padre el dinero que desperdició su hijo viviendo
como un libertino, los pecados que cometió, y el sufrimiento que le costó esperarlo
mirando todos los días durante largas horas al horizonte, si consiguió lo que más
deseaba? Desde aquel día en adelante, el hijo menor no necesitaría ser animado
para trabajar ni para ahorrar dinero por si sus condiciones vitales empeoraban en el
futuro, porque retornó a la casa que jamás debió abandonar, con la lección bien
aprendida.
¿Qué le importan a dios nuestro derroche de bienes espirituales y materiales,
tiempo y energía, si, después de renegar de Él, volvemos a profesar la fe que nos
caracteriza, aunque solo sea por necesidad? Ya se encargará Él de que aprendamos
a amarlo, sirviéndose de todos los medios con que pueda hacernos conocer, tan
estimable realidad, que jamás dejará de sorprendernos, a menos que queramos
volver a renegar de nuestra fe, o de que, aunque no dejemos de profesarla, nos
neguemos a cultivarla.
3-4-12. Démonos prisa para servir al Señor en nuestros prójimos los hombres.
"Pero el padre dijo a sus siervos: "Daos prisa" (LC. 15, 22A).
El hecho de que nos demos prisa para cumplir nuestros deberes familiares,
sociales y religiosos, no significa que llevemos a cabo el cumplimiento de nuestras
obligaciones lo más rápidamente que nos sea posible, sino, que no las
descuidemos. Podemos descansar el tiempo que consideremos razonable, pero no
dejemos de hacer lo que se espera de nosotros. En el campo religioso, se espera de
los seguidores de Jesús, que hagamos del mundo un hogar cálido y acogedor, en
que toda la humanidad se sienta querida, comprendida y respetada. Muchos
carentes de fe cristiana nos ayudarán a llevar a cabo tan apasionante reto, porque
el amor trasciende las ideologías, y se expresa en un idioma común, que todos
sabemos.
3-4-13. El nuevo vestido de los hijos de Dios.
"Traed el mejor vestido y vestidle" (LC. 15, 22B).
Merece la pena visualizar al hijo pródigo ante su padre, después de haber
pasado mucho tiempo cuidando cerdos, sin alimentarse convenientemente, con la
ropa rota, y, sobre todo, muy sucio. Así es como se sienten quienes, a la hora de
reconocerse pecadores, le dan más importancia a la elaboración de su lista de
acusaciones personales, que a la alegría que siente Nuestro Padre común, porque
vuelven a desear cumplir su voluntad, aunque, porque nada escapa a su
conocimiento, sabe que, cuando pase algún tiempo, lo volverán a dejar
nuevamente, para acabar cuidando cerdos después de entregarse a ciertos
placeres, pensando en desandar nuevamente el camino de sus errores, para iniciar,
otra vez, su nuevo tiempo de conversión.
¿Cómo nos relacionamos con quienes consideramos pecadores?
¿Nos separamos de los pecadores porque los consideramos inferiores a nosotros,
o los abrazamos tal como hizo el padre del hijo pródigo con su descendiente, sin
importarle que, el contacto con el citado desdichado, ensuciara su ropa y su
cuerpo? Jesús vino al mundo, y, sin ser pecador, fue tratado como el más injusto
de los hombres, para que aprendamos a amarnos a pesar del mal que hagamos,
porque, a lo largo de nuestra vida, quizás todos somos ovejas perdidas, e hijos
menores y mayores, de Nuestro Padre común.
Así como el padre de la parábola no podía permitir que su hijo entrara en la casa
en el estado en que lo encontró cuando lo esperaba mirando al horizonte, y lo vistió
con un traje diseñado para ser lucido en ocasiones especiales, si cumplimos la
voluntad de Nuestro Padre celestial, Él no puede dejarnos revestidos de la conducta
pecadora, y por ello nos reviste con los dones y virtudes, de Nuestro Salvador (EF.
4, 23-24).
3-4-14. La dignidad de los hijos de Dios.
"Ponedle un anillo en la mano" (LC. 15, 22C).
El anillo era un objeto de gran valor representativo de la dignidad familiar, que
el hijo pródigo recuperó, por voluntad de su padre. Por causa de la experiencia de
vivir sin dignidad, el hijo menor, debió valorar, todo lo que su padre le devolvió, sin
él merecerlo.
3-4-15. El nuevo calzado de los hijos de Dios.
"Y unas sandalias en los pies" (LC. 15, 22D).
Después de ser calzado, el hijo pródigo no caminaría jamás por el mundo sin
saber adónde ir. Al fin terminó el tiempo en que iba a ninguna parte, y en que
todos sus planes fracasaban, unas veces porque no fue previsor, y, en otras
ocasiones, porque su orgullo y terquedad, no le permitieron acercarse, a aquel de
quien jamás debió distanciarse.
Nosotros también hemos recibido el traje de la gracia divina y los dones y
virtudes de Cristo, hemos recibido la dignidad de hijos de dios, y hemos sido
debidamente calzados. ¿Qué haremos con los dones celestiales que hemos
recibido?
3-4-16. La matanza del novillo cebado.
"Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta" (LC. 15,
23).
El novillo cebado fue criado sin escatimar gastos, para celebrar una fiesta muy
especial. La matanza del novillo cebado, indicaba el júbilo del Padre de familia que,
por haber recuperado al hijo que perdió en el pasado, hizo una gran fiesta, en la
que no solo participaron quienes pertenecían a su clase social, pues también
participaron sus siervos. El padre no se reconcilió con su hijo a escondidas,
aparentando que el mismo nunca se había separado de él, disimulando la
vergüenza, de que su hijo menor, no se dejó educar por él, con tal de no llegar a
cometer, los pecados que caracterizaron, los años de su extravío. El hizo una gran
fiesta, para que todos sus conocidos fueran partícipes, de la buena nueva, que
alegraba su corazón.
3-4-17. ¿Por qué quiso el padre celebrar una gran fiesta?
"Porque este hijo mío había muerto y ha vuelto a la vida; se había perdido y ha
sido hallado." Y comenzaron la fiesta" (LC. 15, 24).
Cuando el hijo pródigo le pidió al padre la parte de la hacienda que le
correspondía legalmente, de alguna manera, le dijo que no le importaba que
estuviera vivo, porque no quería ser influenciado por él, ya que deseaba ser
plenamente independiente. El padre vio cómo se marchaba su hijo de casa, quizás
sin despedirse de él, pensando que le había sucedido lo peor que puede ocurrirle a
un padre, lo cual es, que se le muera un hijo. Esta es la causa por la que, cuando el
padre vio regresar al hijo pródigo a la distancia, corrió a su encuentro, porque, el
hijo que se le murió, había recuperado la vida, y también estaba llenando de vida,
los años de su ancianidad. El hijo perdido había sido hallado por el padre que lo
esperó durante muchos años, y por ello dicho padre decidió celebrar una gran
fiesta.
Dado que muchos padres e hijos no mantienen buenas relaciones entre sí, la
parábola del hijo pródigo, puede despertarles diversas emociones, a muchos de
ellos. Es necesario que padres e hijos se esfuercen por comprender las posiciones
que los mantienen divididos, y que no se dejen cegar por el orgullo, con tal de
recuperar sus buenas relaciones, o de alentarlas, si nunca han existido.
3-4-18. La conducta inesperada del hijo mayor.
""Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó
la música y las danzas; y, llamando a uno de los criados, le preguntó qué era
aquello. Él le dijo: "Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo cebado,
porque le ha recobrado sano." Él se irritó y no quería entrar" (LC. 15, 25-28a).
El hijo mayor regresó del campo y se extrañó al ver que su padre no le había
avisado de que iba a celebrar una fiesta. Cuando este personaje supo que su
antecesor había mandado matar el novillo cebado en honor de su hermano menor,
-el que, a diferencia de él, en vez de luchar denodadamente para enriquecerlo, se
había ido a malgastar su parte de la herencia paterna, y regresó cuando se vio
arruinado quizá para terminar de dilapidar el patrimonio familiar-, sintió la
impotencia de saber que no le había servido de nada su pérdida de tiempo en
desprestigiar a su hermano menor ante su padre, pues temió que su antecesor
prefiriera a su otro hijo antes que a él.
Imaginemos a los escribas y fariseos, que cumplían escrupulosamente sus 613
preceptos religiosos, con tal de que ello les mereciera la amistad divina, y a los
cristianos que cumplen muchas más ordenanzas, esperando alcanzar la salvación
por ello. ¿Cómo podrían aceptar los fariseos, -y cómo podrán creer los citados
seguidores del Profeta de Nazaret-, que muchos pecadores alcanzarán la salvación,
sin necesidad de tener una existencia tan reglada? ¿De qué les sirvió a los fariseos
-y les es útil a dichos cristianos- someterse al cumplimiento de normas
conductuales muy rígidas, si Dios no los ama por ello, sino porque los considera
como hijos amados, y los favorecerá en virtud de su amor, y no porque hayan
cumplido cientos de normas religiosas?
El padre de esta parábola descubrió con una tristeza inmensa, cómo su hijo
mayor, -de quien creía que lo amaba más que a sí mismo-, no lo había servido por
amor, sino pensando en apropiarse de la mayor parte posible de los bienes
gananciales de la familia.
Oremos para que Dios, no descubra con gran tristeza, que los cristianos no lo
servimos por amor a Él y a nuestros prójimos los hombres, sino por asegurarnos
una buena posición en su Reino celestial. Oremos para no ser descubiertos por
Dios, impidiéndoles el acceso a la fe, a quienes tienen una posición social inferior a
la nuestra, porque pensamos que la religión es un privilegio exclusivo, que solo nos
corresponde a nosotros.
Un criado le dijo al hijo mayor: "Tu hermano ha vuelto". Oremos para que,
quienes predicamos el Evangelio, no nos cansemos de recordarles a todos los
creyentes, que, los considerados pecadores irremisibles, también deben ser
amados, y tener oportunidades, para cambiar de conducta, y sentirse hijos de dios,
y que sus cambios de conducta, no deben ser forzados por nosotros, pues
acaecerán, cuando les abran sus corazones, a Nuestro Padre celestial.
Al no querer participar de la alegría de su padre, el hijo mayor, deshonró a su
progenitor, tanto como lo hizo su hermano menor, cuando le pidió su parte de la
herencia, y rompió con su familia. ¡Qué paradójico es el hecho de que se nos
descubra a los creyentes sirviendo a Dios por interés, y no por amor!
3-4-19. Las súplicas del padre.
"Salió su padre y le rogaba" (LC. 15, 28b).
En vez de permanecer bajo la afección de la terquedad del orgullo,
apliquémonos las palabras de San Pablo:
"Hermanos, si alguno incurre en falta, vosotros, que sois hombres de espíritu,
debéis corregirle con amabilidad. Y manteneos todos sobre aviso, porque nadie está
libre de ser puesto a prueba" (GÁL. 6, 1).
Es muy fácil pensar lo que haríamos si estuviéramos en la piel de quienes pasan
por determinadas situaciones, pero, si verdaderamente ocupáramos en la vida el
lugar de quienes juzgamos apresuradamente, y sin tener en cuenta las razones por
las que actúan inadecuadamente bajo nuestro punto de vista, quizá haríamos las
mismas cosas que los tales hacen, o quizá actuaríamos peor que ellos.
Precisamente, -dado que todos somos humanos imperfectos-, debemos tratarnos
con amor y comprensión, porque estamos expuestos a cometer errores, e incluso a
pecar deliberadamente.
Por increíble que parezca esto, si tenemos en cuenta que Jesús nos pide en los
Evangelios que amemos y amparemos a los menesterosos, existen denominaciones
cristianas exclusivas de ricos, los cuales tienen prohibido socorrer a los necesitados
porque los consideran pecadores, e incluso, si alguno de ellos se empobrece, le
expulsan de sus iglesias o congregaciones, haciéndoles creer a sus adeptos que
pecó gravemente, con tal de que no le presten ninguna ayuda.
3-4-20. La cerrazón mental del hijo mayor.
"Pero él replicó a su padre: "Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de
cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta
con mis amigos; y ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda
con prostitutas, has matado para él el novillo cebado!" (LC. 15, 29-30).
Se ha dicho anteriormente que muchos de nuestros hermanos cristianos, -tanto
católicos como no católicos-, creen que son merecedores de la salvación, no porque
el amor de Dios les ha alcanzado ese premio por mediación de la muerte y
Resurrección del Mesías, sino porque cumplen escrupulosamente los mandamientos
de sus respectivas denominaciones, al modo que muchos judíos cumplían la Ley de
Moisés en el tiempo de Jesús.
De la misma manera que el hijo mayor de la parábola que estamos considerando
se enfadó con su padre al constatar que su hermano no se había preocupado por
obtener méritos que lo hicieran digno de la salvación de su alma, los citados
hermanos cristianos, pueden tener dificultades para comprender por qué Dios
salvará, -cuando lo estime oportuno-, no sólo a quienes no viven bajo la óptica de
ellos, sino a todos los hombres y mujeres de buena voluntad que desconocen
totalmente nuestra fe universal, sin que hayan alcanzado méritos que los hagan
dignos, de tal don celestial.
El hermano mayor se quejó de que su padre no le había dado ni siquiera un
cabrito para hacer una fiesta con sus amigos, recordándole a su antecesor que lo
había obligado a trabajar afanosamente, recalcando así la exclusividad de su
merecimiento de ser tratado como único hijo del hacendado.
De la misma manera que el citado personaje no tuvo permiso para hacer una
fiesta con sus amigos, nuestro Padre común es muy exigente con quienes
libremente hacemos su voluntad, así pues, nos pide que no faltemos a la
celebración de la Eucaristía dominical, que leamos su Palabra contenida en la Biblia,
que meditemos los documentos de la Iglesia, que contribuyamos a la extinción del
sufrimiento del mundo... Hay tantas cosas que deben hacerse urgentemente en la
viña del Señor, que nuestro Padre celestial, no nos da tregua para que
descansemos. Sin embargo, si nos volvemos demasiado ociosos, perderemos la fe,
y se debilitarán nuestros valores humanos.
¿Entendemos por qué Dios es tan exigente con sus hijos?
¿Entendemos que las exigencias divinas, más que beneficiar a nuestro Padre
común, nos benefician a nosotros, para que crezcamos espiritualmente?
El hijo mayor, llamó a su hermano, en presencia del padre, "ese hijo tuyo",
demostrándole a su antecesor, que lo odiaba. Oremos y esforcémonos para no
despreciar a nadie, ni por su posición social, ni por la conducta que observe.
3-4-21. Todo lo mío es tuyo.
"Pero él le dijo: "Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero
convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo había muerto y
ha vuelto a la vida, se había perdido y ha sido hallado" (LC. 15, 31-32).
Independientemente de que en alguna ocasión nos hayamos sentido como hijos
pródigos de Dios, no ocupemos la posición del hermano mayor de la parábola. Si
somos creyentes, abrámonos a los creyentes no practicantes, a los practicantes que
no sirven a Dios por amor, sino por egoísmo, y a quienes pertenecen a otras
denominaciones cristianas, o no son creyentes. Dios quiere ser Padre de toda la
humanidad, y nosotros vamos a ayudarle, a tener una gran familia. Que así sea.
3-5. Si hacemos este ejercicio de lectio divina en grupos, nos dividimos en
pequeños subgrupos para sacar conclusiones tanto del texto bíblico que hemos
meditado como de la reflexión que hemos hecho del mismo, y, finalmente, los
portavoces de los subgrupos, hacen una puesta en común, de las conclusiones a
que han llegado todos los grupos, tras la cual se hace silencio durante unos
minutos, para que los participantes mediten sobre lo leído y hablado en los grupos,
individualmente.
3-6. Si hacemos este ejercicio individualmente, consideramos el texto evangélico
y la meditación del mismo expuesta en este trabajo en silencio, con el fin de
asimilarlos.
4. Apliquemos la Palabra de Dios expuesta en LC. 15, 1-32 a nuestra vida.
Responde las siguientes preguntas, ayudándote del Evangelio que hemos
meditado, y de la meditación que aparece en el apartado 3 de este trabajo.
3-1.
¿Para qué se acercaban a Jesús los pecadores?
¿Con qué intención se acercaban al Mesías los escribas y fariseos?
¿Qué le harían los escribas y fariseos a Jesús si no se amoldaba plenamente a su
manera de pensar y actuar?
¿Hemos visto tal conducta reflejada en algunos miembros de las denominaciones
cristianas a que pertenecemos?
¿Por qué se consideraban los escribas y fariseos superiores a los pecadores?
¿Nos sentimos los cristianos superiores a quienes carecen de nuestra fe, y a
quienes tenemos por pecadores, porque no piensan ni actúan como nosotros?
¿Cómo podría Jesús haber conseguido que los escribas y fariseos se hubieran
incorporado a sus creyentes, si los segundos despreciaban a los primeros, y los
denominados injustos desconfiaban de los supuestos justos, porque no tenían
necesidad de ser despreciados por ellos?
¿Cómo podría el Hijo de dios y María despreciar a quienes hacían trabajos mal
considerados para poder mal vivir?
¿Cómo podría Jesús despreciar a quienes incumplían la Ley por causa de su
pobreza, o eran mal vistos, porque estaban enfermos?
¿Cómo podría conseguir el Señor que ricos y pobres, sanos y enfermos, buenos
y malvados, justos y carentes de fe, lograran vivir como integrantes de la familia de
Dios?
¿Por qué no quiso Jesús enfrentarse a los escribas y fariseos?
¿Por qué desea Dios que sus hijos seamos humildes?
¿Por qué expuso Jesús las tres parábolas que constituyen el corazón del
Evangelio de San Lucas?
3-2.
3-2-1.
¿Por qué no podía ser llevado a cabo el oficio de pastor por apocados?
¿Qué les sucedía a los esclavos y asalariados que perdían las ovejas de los
terratenientes para quienes trabajaban?
¿Por qué tenía que ser encontrada la oveja perdida, si solo representaba la
centésima parte de una propiedad?
¿Qué aprendemos de la necesidad del pastor de hallar la oveja perdida?
¿Cómo se atrevió el pastor a dejar las noventa y nueve ovejas restantes del
rebaño que pastoreaba en el desierto?
¿Qué hacía cualquier pastor antes de buscar las ovejas que se le perdían? ¿Por
qué?
¿Qué nos indica la simbología del desierto?
¿Por qué no erró el citado pastor al dejar noventa y nueve ovejas en el desierto,
y consagrarse a buscar la oveja perdida?
¿Tenemos la experiencia de haber perdido la fe, y de habernos sentido como
ovejas perdidas y desorientadas, en un mundo en que hemos querido encontrar la
felicidad, y no lo hemos conseguido?
¿Qué mensaje les transmitió Jesús a los escribas y fariseos al narrarles la
parábola de la oveja perdida?
¿Cómo actuamos al considerar que muchos de nuestros hermanos en la fe dejan
de asistir a los lugares en que le tributamos culto a Dios?
¿Nos interesamos por dichos hermanos, o consideramos que no merecen nuestro
afecto, porque han tomado la decisión de alejarse de dios?
3-2-2.
¿Qué hacían los escribas y fariseos al mismo tiempo que cumplían sus normas
legales escrupulosamente?
¿Cómo castigaban los escribas y fariseos a quienes no pensaban ni actuaban
como ellos?
¿Qué les sucedía a quienes eran expulsados de las sinagogas?
¿Conocemos experiencias de exclusión surgidas en nuestras denominaciones
cristianas?
¿Hasta qué punto deben castigarse las actitudes de los considerados pecadores,
y en qué momento conviene que no seamos intransigentes con los tales, porque
solo Dios tiene poder para juzgarnos, y nuestro deber, - que es una necesidad-,
radica en amarnos?
¿Cómo les explicó Jesús a sus opositores que le hubiera gustado que trataran a
quienes despreciaban al considerar que eran pecadores?
¿Por qué quería Jesús que quienes eran mal considerados por los supuestos
justos excepcionales fueran reincorporados al pueblo de dios, independientemente
de que hubieran pecado a sabiendas de que actuaban incumpliendo la voluntad
divina?
Si pensamos que ciertos pecadores deberían ser excluidos de las
denominaciones cristianas, ¿por qué formamos parte de las mismas, en el caso de
que no siempre hayamos sido justos?
¿Por qué cuanto mayores sean nuestros errores, más difícil puede sernos volver
al camino del que jamás debimos desviarnos?
¿Qué debemos reconocer con respecto a nosotros antes de pensar en rechazar a
quienes consideramos pecadores irremisibles?
¿En qué sentido nos benefician las prácticas religiosas?
¿Cuándo hacen de nosotros las prácticas religiosas seres sumamente
despiadados?
¿Cómo hubieran deseado los escribas y fariseos que el pastor hubiera tratado la
oveja perdida?
¿Qué trato creemos que merecen los pecadores? ¿Por qué?
¿Qué podemos hacer si somos intransigentes con quienes no piensan ni actúan
como nosotros, si olvidamos que, quizás algún día, fuimos ovejas perdidas?
¿Por qué es necesario que los discípulos de Jesús acojamos a todo el mundo, sin
hacer distinciones marginales?
3-2-3.
¿En qué sentido nos beneficiaríamos al acoger alegremente a los visitantes de
nuestras comunidades de fe, y a quienes se vinculan a nosotros nuevamente,
después de haberse distanciado de los hijos de Nuestro Padre celestial?
3-2-4.
¿Por qué hay más alegría en el cielo cuando un pecador arrepentido del mal que
ha hecho cambia de conducta, que cuando noventa y nueve creyentes que se
creen dignos de alcanzar la amistad de Dios por causa de las acciones que llevan a
cabo, no se reconocen necesitados de la conversión?
Si consideramos que nunca fuimos ovejas perdidas, ¿qué experiencias vitales
nos ayudarían a comprender y aceptar a los pecadores? ¿Por qué?
¿Qué significa el hecho de estar entre quienes no necesitan convertirse al Señor,
porque se consideran justos?
¿En qué sentido necesitamos ser discípulos de Jesús?
3-3.
¿Por qué encendió una lámpara y barrió cuidadosamente su casa la mujer
israelita a la que se le perdió una de las diez monedas que recibió cuando se casó,
si la misma, prácticamente, carecía de valor?
¿Por qué nadie debe considerar que su valor es ínfimo?
Si no alcanzaremos la salvación por nuestros méritos, ¿de qué nos sirve cumplir
las prescripciones religiosas características de la Biblia y las denominaciones
religiosas a que pertenecemos?
¿Por qué nos ama Dios?
¿Qué nos enseña respecto de la conducta de los buenos evangelizadores la
parábola de la dracma perdida?
¿Por qué la dueña de la moneda perdida hizo copartícipes de su alegría a sus
amigas y vecinas?
¿Por qué se alegran los ángeles cuando los pecadores se convierten al Señor?
¿Por qué causas sería bueno que nos alegremos cuando los pecadores cambien
de conducta, y se vuelvan al Señor?
3-4.
3-4-1.
¿Quiénes estaban representados por el hijo menor del padre misericordioso
cuando Jesús les expuso a sus oyentes la parábola del hijo pródigo? ¿Por qué?
¿Quiénes eran representados por el hijo mayor del hacendado? ¿Por qué?
¿Quiénes representaban a ambos hijos del hacendado cuando San Lucas escribió
su Evangelio? ¿Por qué?
¿Quiénes están representados en la actualidad por los hijos del citado padre?
¿Por qué?
¿Quién está representado por el hacendado de la tercera parábola de la
misericordia? ¿Por qué?
3-4-2.
¿Por qué fue doloroso para el padre el hecho de repartir sus bienes entre sus
hijos, a sabiendas de que el más joven se separaría de él?
¿Por qué solían tratar los judíos a sus hijos con cierto rigor, a pesar de que los
amaban?
¿Es posible amar a los hijos y disciplinarlos al mismo tiempo?
¿Cómo pudo repartir el citado padre sus bienes entre sus hijos, si los padres
eran considerados como jefes cuya autoridad era indiscutible?
¿Por qué no castigó con dureza el padre a su hijo menor, para evitar perderlo?
En el caso de que los pecadores que seguían a Jesús para escucharlo predicar el
Evangelio (LC. 15, 1) estuvieran representados por el hijo menor de la parábola, y
los fariseos por el hijo mayor, ¿por qué recibieron los segundos una herencia muy
superior a la que percibieron los primeros?
¿Por qué cuanto mayor es la formación religiosa que se posee, es más grande la
responsabilidad que se tiene, de aplicarla a la vida de fe?
¿Es lo mismo pecar por ignorancia que transgredir la Ley divina teniendo plena
conciencia de que ello es actuar contra la voluntad de dios? ¿Por qué?
En el caso de que los cristianos procedentes del paganismo estuvieran
representados por el hijo menor, y los judíos por el hijo mayor, ¿por qué tendrían
los segundos que haberse abierto a los gentiles, y haber compartido con ellos
gustosamente su fe, el conocimiento de la Palabra de Dios, y la esperanza
escatológica?
¿Por qué nos pide Jesús que no marginemos a quienes consideramos pecadores,
y nos urge a que los aceptemos como hermanos en la fe, si desean unirse a las
comunidades cristianas de que somos miembros?
¿Por qué el hijo menor, a pesar de que tenía un padre que lo adoraba, y no tenía
carencias, quiso separarse de su familia?
¿De qué manera debieron esperar los oyentes de Jesús que fuera castigado el
hijo pródigo por desobedecer a su padre, y separarse de sus familiares?
¿Por qué muchos hijos abandonan a sus padres quienes les dan hogares que al
menos aparentemente son confortables?
¿Por qué necesitó Jesús servirse de la conducta de un gran irresponsable para
demostrarles a los legistas y fariseos que la misericordia de dios no tiene límites?
¿Por qué muchos cristianos dejan sus denominaciones religiosas, si,
supuestamente, las mismas, solventan sus carencias espirituales?
3-4-3.
¿Por qué abandonó el hijo menor la casa paterna?
¿Por qué se distanció el citado personaje de sus familiares?
¿Cuándo se sintió feliz el hijo pródigo?
¿Cuándo empezó a sentirse desdichado el hijo menor del hacendado?
¿Cómo malgastó el hijo menor del padre misericordioso el dinero que tenía?
¿Por qué no evitó el citado personaje su vivencia de la pobreza antes de
dilapidar todo el dinero que recibió de su padre?
¿Dónde buscan la felicidad quienes rompen con sus familiares?
¿Qué hacen para ser felices quienes abandonan las denominaciones cristianas en
que les enseñaron a creer en Dios?
3-4-4.
¿Qué debió hacer el hijo pródigo cuando malgastó su dinero?
¿Por qué no volvió a la casa de su padre?
En el caso de que volviera a la casa de su padre, ¿cómo podría soportar el citado
personaje los reproches de su hermano, referentes a su mala conducta, y a la
humillación que le supondría, regresar junto a quienes no debió abandonar?
Antes de ser intransigentes con quienes consideramos pecadores irremisibles,
recordemos que quizás algún día alguien fue misericordioso con nosotros, y, si nos
faltó apoyo humano cuando nos vinculamos a las denominaciones cristianas a que
pertenecemos, Dios nos amó, para que hagamos lo mismo, con quienes pasan por
situaciones como las que vivimos, o aún más dolorosas que las nuestras.
3-4-5.
¿Cuál fue el último error que cometió el hijo pródigo?
¿Por qué prefirió dicho personaje cuidar cerdos a pesar de que los consideraba
inmundos, en vez de volver a la casa de su padre?
¿Por qué mandó cierto hacendado al hijo pródigo a cuidar cerdos?
¿Por qué se arrepintió el hijo pródigo de dedicarse a cuidar cerdos?
3-4-6.
¿Cómo se sintió el hijo pródigo, al saber que los cerdos comían mejor que él, y
al verse sucio y cubierto de harapos?
3-4-7.
¿Por qué quizás el hijo pródigo no pensó jamás que nadie podría experimentar
una condición de miseria como la que lo caracterizaba cuando cuidaba cerdos?
¿Por qué quiso el citado personaje volver a la casa de su antecesor, para ser
tratado como un jornalero?
3-4-8.
¿Por qué creyó el hijo menor del hacendado que su padre jamás le devolvería la
dignidad a la que renunció haciendo uso de una libertad que no supo utilizar
adecuadamente?
¿Por qué dicho desafortunado quiso sugerirle a su padre que lo tratara como a
uno de sus jornaleros?
Las rígidas normas con vivenciales del Judaísmo causaron el efecto de que el
hijo pródigo no se sintiera amado por su padre. ¿Nos asfixian las normas religiosas
que cumplimos, o descubrimos, al vivir las mismas, que si las observamos, es
porque Nuestro Padre común nos ama?
¿Por qué nos beneficiaría el hecho de unirnos a los cristianos de las diferentes
denominaciones existentes, si no profesamos la fe que tenemos de la misma
manera?
3-4-9.
¿Qué sienten quienes vuelven a vivir con sus cónyuges, después de haberles
sido infieles?
¿Qué sienten los hijos que, después de haberse distanciado de sus padres,
vuelven a convivir con ellos?
¿Qué sienten quienes, después de haber renunciado a profesar la fe de Jesús,
toman la decisión de reincorporarse a sus denominaciones religiosas, o de
vincularse a otras comunidades de fe cristianas?
¿Cuántas experiencias tendría en la mente el hijo menor de su convivencia
familiar, la manera en que derrochó el dinero que heredó, y el hambre que pasó,
mientras iba a encontrarse con su anciano padre?
3-4-10.
¿Por qué miraba el padre constantemente al horizonte?
¿Por qué acogió el padre a su hijo menor, si sabía que el mismo no volvió a su
casa porque lo amaba, sino porque vivía en estado de miseria?
¿Por qué razones se conmovió el padre cuando vio a su hijo menor?
¿Por qué abrazó y besó el padre a su hijo, sin importarle ensuciarse?
¿Nos mezclamos con los pecadores tal como, según los escribas y fariseos, el
Señor comía con los indignos de formar parte del pueblo de dios (LC. 15, 2)?
3-4-11.
¿Por qué sabía el padre que el hijo menor se arrepintió de malgastar su parte de
la herencia familiar?
¿Por qué razones estaba contento el padre del hijo pródigo?
¿Qué le importaba al buen padre el dinero que desperdició su hijo viviendo como
un libertino, los pecados que cometió, y el sufrimiento que le costó esperarlo
mirando todos los días durante largas horas al horizonte, si consiguió lo que más
deseaba?
¿Qué le importan a Dios nuestro derroche de bienes espirituales y materiales,
tiempo y energía, si, después de renegar de Él, volvemos a profesar la fe que nos
caracteriza, aunque solo sea por necesidad?
¿Qué nos sucederá si nos acostumbramos a ser amados por dios, y ello deja de
sorprendernos?
3-4-12.
¿En qué sentido nos conviene darnos prisa a la hora de cumplir nuestros deberes
familiares, cívicos y religiosos?
¿Nos es lícito a los cristianos descansar?
¿Qué se espera de nosotros en el campo religioso?
¿Nos ayudarán los no creyentes a extinguir la exclusión social del mundo? ¿Por
qué?
3-4-13.
¿En qué estado se encontró el hijo pródigo con su padre?
¿Por qué nos acoge Dios siempre que nos arrepentimos de incumplir su
voluntad, si sabe que volveremos a traicionarlo muchas veces?
¿Cómo nos relacionamos con quienes consideramos pecadores?
¿Nos separamos de los pecadores porque los consideramos inferiores a nosotros,
o los abrazamos tal como hizo el padre del hijo pródigo con su descendiente, sin
importarle que, el contacto con el citado desdichado, ensuciara su ropa y su
cuerpo?
¿Por qué fue tratado Jesús como si hubiera sido el más injusto de los hombres
de todos los tiempos?
¿Por qué nos conviene amarnos sin considerar los pecados que podemos
cometer?
¿Por qué no podía consentir el padre que su hijo menor entrara en su casa en el
estado deplorable en que lo encontró?
¿Por qué si nos arrepentimos de pecar y queremos cumplir la voluntad divina,
perdemos la vestidura de los transgresores de la Ley, y somos revestidos con los
dones y virtudes de Nuestro Salvador?
3-4-14.
¿Por qué le fue puesto un anillo al hijo pródigo?
¿Cuál era el significado de dicho anillo?
¿Por qué debió valorar el hijo pródigo todo lo que su padre le dio sin que lo
mereciera?
¿Nos consideramos dignos de ser hijos de dios? ¿Por qué?
3-4-15.
¿Por qué fue calzado el hijo pródigo?
¿Qué haremos con los dones celestiales que hemos recibido?
3-4-16.
¿Por qué fue criado el novillo cebado sin escatimar gastos?
¿Qué indicaba la matanza del novillo cebado?
¿Por qué participaron de la fiesta los amigos y siervos del hacendado?
3-4-17.
¿Qué mensaje le transmitió el hijo pródigo a su padre cuando le pidió la parte de
la hacienda que le correspondía?
¿Por qué despreció dicho personaje a su padre?
¿Qué deseaba el hijo pródigo cuando rompió con sus familiares?
¿Qué pensó el padre cuando vio cómo su hijo se marchaba de casa, quizás sin
despedirse de él?
¿Por qué corrió el padre a abrazar y besar a su hijo cuando lo vio a la distancia?
¿Por qué decidió el padre celebrar una gran fiesta?
¿Qué les sucederá a los padres e hijos cuyas relaciones se han interrumpido, si
se esfuerzan en comprender las posiciones que los mantienen divididos, y no se
dejan cegar por el orgullo?
3-4-18.
¿Por qué acudieron a la mente del hijo mayor muchas razones por las que
pensaba que debía odiar a su hermano, a pesar de que hacía mucho tiempo que no
lo veía?
¿De qué nos sirve cumplir normas religiosas, si Dios no nos ama por ello, sino
porque nos considera como hijos?
¿Qué triste descubrimiento hizo el padre con respecto a su hijo mayor?
¿Servimos los cristianos a Nuestro Padre común por amor a Él y a nuestros
prójimos los hombres, o para conseguir una buena posición en el Reino celestial?
¿Por qué es un deber ineludible para los predicadores esforzarnos para que los
considerados pecadores no sean víctimas del rechazo?
¿Por qué no podemos forzar la conversión de los transgresores de la Ley de
dios?
¿Cómo deshonró el hijo mayor a su padre?
3-4-19.
¿Qué enseñanzas se desprenden de GÁL. 6, 1?
¿Por qué no debemos juzgar a quienes tienen experiencias que no hemos vivido?
3-4-20.
¿Nos creemos dignos de ser salvados? ¿Por qué?
¿Alcanzaremos la salvación porque hemos sido redimidos por Jesús, o porque
cumplimos normas religiosas?
¿Por qué será alcanzada por la salvación la gente de buena voluntad que
desconozca a Dios?
¿Estaba justificada la queja del hijo mayor? ¿Por qué?
El padre crio y educó a sus hijos sometiéndolos a una estricta disciplina. El hijo
menor no se sintió amado, y, el mayor, obedeció puntualmente las órdenes que
recibió, pero no lo hizo por amor, sino para intentar adueñarse, de la fortuna
familiar. ¿Qué aprendemos de ello?
¿Entendemos por qué Dios es tan exigente con sus hijos?
¿Entendemos que las exigencias divinas, más que beneficiar a nuestro Padre
común, nos benefician a nosotros, para que crezcamos espiritualmente?
3-4-21.
¿En qué sentido vivimos en presencia de dios, y todo lo que tiene Nuestro Padre
celestial, es nuestro?
¿Qué ganaremos al abrirnos a los creyentes practicantes y nominales, y a
quienes carecen de la fe del Señor?
5. Lectura relacionada.
Aunque en el capítulo 34 de la profecía de Ezequiel se denuncia el
comportamiento de los pastores de Israel que apacentaban a sus ovejas en
beneficio propio, al leer el citado texto bíblico, descubriremos la manera en que
Yahveh quiere que tratemos, a quienes consideramos pecadores.
6. Contemplación.
Contemplemos a Jesús rodeado por una gran muchedumbre de pobres,
enfermos, desamparados y pecadores marginados, unos porque no pertenecían a
ninguna clase social apta para celebrar el culto divino, y otros, porque incumplían la
Ley mosaica.
Contemplemos a los legistas y fariseos criticando a Jesús, quien, al comer con
quienes consideraban que eran pecadores, era tenido por los justos excepcionales,
como incumplidor de la Ley de Israel, y, por tanto, pensaban que era réprobo, a los
ojos de Dios.
¿Qué hay en nosotros de pecadores marginados por quienes se consideran
perfectos, y de legistas y fariseos orgullosos, que discriminan a los carentes de
bienes espirituales y materiales?
Contemplemos a Nuestro Buen Pastor Jesucristo, siempre dispuesto a encontrar
las ovejas perdidas que nunca lo han conocido, o abandonan las denominaciones
religiosas en que profesan su fe, porque carecen de una buena formación espiritual,
o porque no se les ha dado la acogida que merecen, en sus entornos cristianos.
El Buen Pastor dejó noventa y nueve ovejas en el desierto, y se dedicó a buscar
la que se le perdió. ¿Estamos los cristianos seguros en nuestras iglesias -o
congregaciones-? ¿Pensamos que puede haber gente necesitada de la dicha que
significa para nosotros el hecho de sabernos hijos de Dios?
Contemplemos a Nuestro Buen Pastor, quien, cuando encuentra sus ovejas
perdidas, quiere compartir su alegría con nosotros, y espera que las acojamos, con
el amor y respeto, que merecen, todos los necesitados, de nuevas oportunidades,
de encontrar la plenitud de la felicidad.
En el cielo habrá más alegría por un solo pecador que se amolde al cumplimiento
de la voluntad divina, que por noventa y nueve justos que se crean dignos de
alcanzar la salvación, por sus méritos personales, y el orgullo de considerarse
superiores, a quienes marginan.
Así como cierta mujer hebrea perdió una de las diez monedas que le regalaron
cuando se casó, encendió una lámpara porque su vivienda no tenía ventanas, y
barrió su casa cuidadosamente, hasta que encontró lo que quería, Jesús nos pide
que estemos atentos a la gente que nos rodea, para averiguar quiénes quieren
conocerlo, para que podamos instruirlos, en el conocimiento de la fe, el amor y la
esperanza, que nos caracterizan.
Así como se alegró la mujer que encontró la moneda que perdió e hizo partícipes
del gozo que experimentó a sus amigas y vecinas, y los ángeles se llenan de gozo
en cada ocasión que un pecador se arrepiente de hacer el mal, y se adapta al
cumplimiento de la voluntad de Dios, Nuestro Santo Padre espera que nos llenemos
de alegría, cuando los pecadores quieran cambiar de conducta, y cuando, quienes
dejaron de profesar la fe del Señor, se reincorporen, a las denominaciones
cristianas, en que aprendieron a creer, en Nuestro Padre celestial.
Contemplémonos imitando la conducta de aquel hijo ingrato que se separó de su
padre, después de pedirle la parte de herencia que le correspondía, para malgastar
el dinero que recibió. Es muy posible que todos hayamos sido ovejas perdidas, hijos
pródigos duros de cervid y orgullosos, y legistas y fariseos que creen que merecen
la salvación, porque Dios tiene un compromiso ineludible con ellos.
Así como el hijo pródigo se marchó de la casa de su padre para hacer lo que
quisiera sin que nadie le dijera lo que le convenía o debía evitar, ya que añoraba
sentirse totalmente libre, quizás nosotros hemos hecho lo propio, cuando, al haber
tenido la posibilidad de actuar como buenos cristianos, nos hemos movido
impulsados por nuestros criterios humanos, y hemos ignorado el cumplimiento de
la voluntad, de Nuestro Padre común.
Quizás los cristianos que no han sido religiosos siempre, antes de creer en Dios
hasta hacer suya la voluntad divina para poder cumplirla a cabalidad, han recorrido
muchos caminos. Ello fue lo que le sucedió al hijo pródigo, cuando, después de
arruinarse, en vez de volver a la casa de su padre, se empleó como cuidador de
puercos, pero eso no lo hizo feliz, porque necesitaba volver, con quien jamás debió
haber abandonado.
Contemplemos al hijo pródigo retornando a la casa de su padre, no porque lo
amaba, sino porque tenía necesidad de ser socorrido, y sirvamos a Nuestro Santo
Padre del cielo en sus hijos los hombres por amor, para que no nos llenemos de
orgullo al cumplir su voluntad, ni nos creamos superiores a quienes consideremos
pecadores, ni a los que carecen de la fe que profesamos.
Contemplemos al Padre misericordioso abrazando y besando a su hijo
efusivamente, y pensemos que tal es la conducta con que Dios nos acoge, cuando
nos arrepentimos de no cumplir su voluntad, y deseamos enmendar nuestra vida.
Pensemos cómo somos revestidos de la gracia divina y los dones y virtudes de
Jesús, según le permitimos al Espíritu Santo, que nos purifique, y santifique.
Llenémonos de gozo, porque hemos sido hallados dignos, de ser hijos de Dios.
Cuando incumplimos la voluntad de Nuestro Padre común, morimos a la vida de
la gracia, y Nuestro Criador nos pierde. Es por ello que Él se llena de gozo cuando
decidimos reanudar nuestro proceso de conversión, aunque volvamos a cometer los
mismos pecados muchas veces, y otras tantas volvamos a comprometernos, a
hacer lo que dios espera de nosotros.
Cuando pecamos, Dios nos pierde, pero, cuando nos arrepentimos de hacer el
mal, Nuestro Padre común, con gran satisfacción, nos halla, y nos reincorpora a su
familia.
No nos ofendamos si descubrimos que la gente de bien carente de nuestra fe y
los pecadores que se arrepientan de hacer el mal serán salvados, porque, la
misericordia divina, supera con creces nuestra bondad humana.
El hijo mayor no quería compartir el gozo de su padre, para no estar en
presencia de su hermano. ¿Nos resistimos a relacionarnos con quienes
consideramos pecadores, porque pensamos que los tales son inferiores a nosotros?
No permitamos que Dios descubra que, aunque lo servimos fielmente, no
cumplimos sus Mandamientos porque lo amamos, sino, porque queremos tener una
buena posición, en su Reino celestial.
Dado que todo lo que tiene Dios es nuestro, nos conviene alegrarnos por causa
de los pecadores que se reintegran a nuestras comunidades de fe cuales muertos
que resucitan, y como ovejas perdidas, que son halladas, por el más bondadoso, de
todos los pastores.
¿Quiso el hijo mayor compartir el gozo de su padre? Jesús dejó su parábola
inconclusa, quizás buscando que sus oponentes legistas y fariseos debatieran el
significado de la misma. En lo que respecta a nosotros, para saber si el hijo mayor
recibió a su hermano por amor a su padre bueno, debemos pensar, si vamos a
considerar como iguales a nosotros, a quienes tenemos por pecadores irremisibles.
7. Hagamos un compromiso que nos impulse a vivir las enseñanzas que hemos
extraído de la Palabra de Dios, expuesta en LC. 15, 1-32.
Comprometámonos a no juzgar a nadie temerariamente.
Escribamos nuestro compromiso para recordarlo constantemente, y, según lo
cumplamos, aumentará nuestro amor a Dios, y a sus hijos los hombres.
8. Oración personal.
Después de hacer unos minutos de silencio, expresamos verbalmente lo que
pensamos, con respecto al texto bíblico que hemos considerado, y a la reflexión del
mismo que hemos hecho.
Ejemplo de oración personal:
Señor Jesús: al fin he comprendido que debo aceptar a ricos, pobres, sanos,
enfermos, creyentes, carentes de fe, buenos y malos, sin discriminar a nadie, y sin
emitir juicios de valor, porque, solo Tú, eres Nuestro Juez celestial.
9. Oración final.
El Salmo 51 que leeremos y meditaremos seguidamente, es uno de los textos
más considerados en el tiempo de Cuaresma, por medio del cual, al recordar que
quizás todos hemos pecado en más de una ocasión, aprenderemos a
compadecernos de los transgresores de la Ley divina que quieren volver a formar
parte de nuestras denominaciones cristianas.
Nota: He utilizado en esta meditación el leccionario de la Misa y la Biblia de
Jerusalén.
José Portillo Pérez espera peticiones, sugerencias y críticas constructivas, en
joseportilloperez@gmail.co m