XXI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
Lecturas bíblicas
a.- Is. 66, 18-21: Traerán a todos vuestros hermanos de entre las naciones.
En la primera lectura, encontramos el final del libro de Isaías. Tema central es la
manifestación de la gloria de Dios, la atracción universal de Jerusalén y lo más
llamativo, la participación de los paganos, como sacerdotes y levitas, en esa era
mesiánica. Revelado por el Hijo de Dios, los gentiles también podrán formar parte
de su pueblo sacerdotal. Israel, ya no estará solo, puesto que todos los pueblos
paganos vendrán en paz, atraídos por la manifestación de la gloria de Dios a todos
los hombres, revelación hecha en Jesús de Nazaret. La mención que hace el profeta
de ciudades importantes en su tiempo, viene a significar, que de todos los confines
de la tierra subirán a Jerusalén. Yahvé tomará de entre los gentiles sacerdotes y
levitas, con la revelación posterior, judíos y gentiles, formarán parte del nuevo
pueblo de Dios, donde ya no hay diferencias de raza, color o lengua. Los hijos de
este nuevo Israel, no sólo se llamarán hijos de Dios, sino que son hijos en el Hijo, y
por lo mismo, herederos de la Promesa. En este nuevo pueblo del Espíritu, todos
los hijos de Dios forman el pueblo santo y sacerdotal, del cual Dios escoge sus
ministros; sacerdocio ya no hereditario, sino vocacional, carismático, profético.
Sacerdocio que es participación del sumo y eterno sacerdocio de Jesucristo.
b.- Hb. 12,5-7.11-13: El Señor reprende a los que ama.
El autor de la carta a los Hebreos, nos exhorta a dejarnos corregir por Dios, cada
vez que le ofendemos con nuestro pecado, pero quien la acoge recogerá frutos de
justicia y santidad en su vida. El autor, se dirige a cristianos que han tenido que
sufrir por su fe, pero quiere descubrirles la finalidad de tales pruebas. Dios corrige a
quien ama y aflige a sus escogidos, dando a entender cómo el sufrimiento tiene una
finalidad pedagógica en el plan de Dios (cfr. Pr. 3,1-12). El sufrimiento ingresa
como criterio, para saber que somos hijos amados del Padre, y por lo tanto, somos
corregidos. No hace lo mismo con los que nada tienen que ver con ÉL. Si los
padres corrigen a sus hijos, es para que sean buenos ciudadanos, con mayor razón
“nos someteremos mejor al Padre de los espíritus para vivir” (Heb. 12, 9). Con esta
expresión, nos viene a decir, que Dios es origen de una vida espiritual, superior a la
vida terrena, es decir, participación en la misma vida de Dios, de su santidad, de su
vida divina. Dios usa el dolor y el sufrimiento, para corregir al hombre, y
encaminarlo a hacer la voluntad divina, de lo que nace la justicia y la paz interior
del cristiano. Finalmente, exhorta a cuidar de los más débiles de la comunidad,
robustecer sus manos y rodillas vacilantes, enderezar los caminos, como expresión
de quien encamina sus pasos hacia el querer de Dios.
c.- Lc. 13, 22-30: Vendrán de Oriente y Occidente y se sentarán a la mesa
en el Reino de Dios.
El evangelio nos presenta Jesús, camino de Jerusalén. En este pasaje encontramos
dos estadios: el primero se refiere al tema de la puerta estrecha (vv.22-24) y el
rechazo a los judíos infieles y la vocación de los gentiles (vv.25-30). Jesús tiene
una misión, mientras camina, enseña que las promesas del AT., se están
cumpliendo por medio de ÉL; enseña el camino de Dios, la vida que el Padre espera
de los hombres, lo que es necesario para alcanzar la salvación (cfr. Lc. 4, 21;
4,15.31; 5,3.17; 13,10; 19,47; 20,1.21; 21,37; 23,5; Hch.16, 17; 13,23). Recorrer
ciudades y aldeas, viene significar que ofrece la salvación a todos, todos son
llamados a tomar una decisión a favor o en contra, en este tiempo de salvación que
Jesús inaugura. Esta actividad del Maestro, itinerante, es modelo para la futura
actividad apostólica (cfr. Lc. 13, 33; Hch.1,10; 8,25.40; 9,51;13,22; 16,17). Uno
que escuchaba a Jesús, le pregunta, por el número de ¿cuántos se salvarán? (v.
23). Le llama Señor, como alguien que sabe acerca de la salvación, una autoridad
en la materia (v. 23; cfr. Lc.17, 20; 18,18; 22,28; Hch.1,6). La pregunta era
frecuente en el ambiente fariseo, unos afirmaban que todos tenían participación en
la salvación, en cambio, otros más bien pesimistas, sólo a algunos traerán salvación
y fatiga para muchos. Cuando pregunta por el número, busca seguridad, si todos
tienen participación, en cambio, si son pocos los que se salvan, no hay que
molestarse en ello. Jesús no responde a la curiosidad, que por cierto, lo que
importa es el ofrecimiento de salvación de parte de Dios. Jesús propone una
exigencia básica del reino de Dios: “Luchad por entrar por la puerta estrecha,
porque, os digo, muchos pretenderán entrar y no podrán” (v. 24). Palabras que
significan, para el discípulo de Jesús: se salvan todos los bautizados responsables
de su fe, y en forma extraordinaria, los que siguen su conciencia, es decir, los
cristianos anónimos. Más importante que el número de los salvados, lo importante
es encontrar el camino de la salvación, y por lo mismo, es medular preocuparse de
la propia salvación. Esto no es motivo, de curiosidad sino de responsabilidad
personal, hacer suyas las palabras de Jesús: esforzarse en entrar por la puerta
estrecha (v. 24). En un segundo momento, toda la escena cambia. El dueño de
casa se ha levantado porque ha comenzado el banquete, la puerta ya está cerrada,
los que no hayan entrado quedarán afuera. Comienzan a llamar a la puerta, desde
dentro se oye la voz del dueño de casa diciendo: que no les conoce, que se retiren
por ser malhechores (vv. 25.27). Muchos, han escuchado su palabra y participado
en la Eucaristía, vienen con derecho a exigir que les abra la puerta del banquete,
creen ser de la familia de Jesús, pero son agentes de iniquidad, sus enemigos, no
los reconoce porque no han hecho su voluntad. ¿Quiénes son éstos? Primeramente
los judíos, que no se convirtieron ante la predicación del Mesías, más tarde, los
cristianos que le llaman Señor, oyen su palabra, comen a su mesa, pero no han
cumplido su palabra, por eso quedan fuera del banquete mesiánico. No vale
llamarle Señor o haberle escuchado o haber estado sentado a su mesa (cfr. Mt.7,
21). Todo lo necesario para ingresar al banquete debe ir unido a la obediencia de
las obras a las palabras de Jesús, con una decisión firme en su voluntad. Si no nos
decidimos por Jesús, es decir, no le obedecemos, la vida sacramental y de oración
no nos sirve de nada, si no hacemos la voluntad de Dios, que ÉL nos anuncia. Sólo
ahora se comprenden las palabras que vendrán de los cuatros lados del mundo a
sentarse a la mesa del reino de Dios. “Y hay últimos que serán primeros, y hay
primeros que serán últimos.” (vv. 29-30). Para los que están en la Iglesia, es una
invitación a la responsabilidad de la propia salvación, para los que están fuera, una
esperanza para todos los pueblos de la tierra, todos los hombres pueden ver y
acoger la salvación de Dios.
Teresa de Jesús, comprendió muy bien que este banquete de la Eucaristía, es
anticipo del banquete celestial del que participamos ya desde este mundo. “Que no
pide más de hoy, ahora nuevamente, que el habernos dado este pan sacratísimo
para siempre. Su Majestad nos le dio como he dicho este mantenimiento y maná
de la humanidad; que le hallamos como queremos, y que si no es por nuestra
culpa, no moriremos de hambre; que de todas cuantas maneras quisiere comer el
alma, hallará en el Santísimo Sacramento sabor y consolación. No hay necesidad ni
trabajo ni persecución que no sea fácil de pasar si comenzamos a gustar de los
suyos” (CV 34, 2).