XXI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
Aléjense de mí todos los que practican injusticia
Un trágico acontecimiento ha ocurrido en la cárcel de Palmasola en Santa Cruz
de la Sierra en el día de ayer. Al parecer y según nuestras fuentes, que no
coinciden con las oficiales, treinta nueve personas han perdido la vida , entre
ellas dos menores, y ochenta y dos han resultado han resultado heridas,
muchísimas de ellas de gravedad, como consecuencia de un incendio en el interior
del penal en la madrugada del viernes. Parece que todo fue originado por
una pelea entre los internos, suscitada por disputas de poder entre ellos mismos.
Un hecho así pone de manifiesto la precariedad de todo el sistema
penitenciario, donde imperan la violencia, la corrupción, la desatención
administrativa y la deficiencia del sistema judicial. Al hacinamiento acostumbrado
de las cárceles, se une la irregular gestión de la justicia, pues hasta el ochenta por
ciento de los internos son sólo preventivos y así pueden estar años y años sin juicio
ni sentencia.
Además de la gran tragedia, ésta ha puesto de relieve la deficiencia en el
sistema sanitario de la ciudad, pues los servicios de salud de los hospitales no
han sido capaces de atender adecuadamente todavía a todas las víctimas. Que esto
ocurra en la ciudad más poblada y rica de Bolivia, con casi dos millones de
habitantes, revela que la infraestructura sanitaria de la ciudad es más que
deficiente. Al menos en estos dos sectores de la administración pública, el
penitenciario y el de salud, parece que están sufriendo los estragos de una
injusticia que genera muerte y corrupción y deja a los últimos de la sociedad en el
abismo de la miseria y de muerte.
Esta última noticia ha eclipsado en parte la resonancia de la gran marcha de miles
de personas, que se ha realizado en muchas ciudades de Bolivia, y de la recogida
de más de cincuenta mil firmas a favor de la vida y en contra de la ley de
despenalización del aborto que está planteada actualmente en Bolivia y que
revela la decadencia moral, la falta de conciencia y el atropello a los
derechos humanos, sobre todo el derecho a la vida de los no nacidos. Cometer,
permitir o promover el aborto es una gran injusticia.
Tanto los no nacidos que son abortados como los presos de una cárcel,
particularmente los que han muerto, pertenecen a los últimos del mundo. Junto
con los que son sufren cualquier tipo de enfermedad, de opresión o explotación, los
pobres y marginados constituyen el gran colectivo de los últimos en esta historia.
En las bienaventuranzas se dice que los pobres son dichosos porque el Reino de
Dios les pertenece (Lc 6,20) y en el proverbio del final del Evangelio de hoy se dice
que “los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos”.
En el evangelio de Lucas de este domingo (Lc 13,22-30) este proverbio corona la
respuesta de Jesús a la pregunta por el número de los que alcanzarán la salvación.
Jesús no divaga haciendo conjeturas sobre el número de los salvados sino que
remite a sus oyentes y a cada uno de nosotros a la radicalidad en la respuesta
personal de la lucha diaria y del esfuerzo para poder entrar por la puerta del Reino
de Dios y de su justicia. Es verdad que el Reino de Dios es un don, pero hace
falta aceptarlo y acogerlo para entrar en él y eso implica practicar la
justicia. La puerta es estrecha porque no todo vale para el Reino, pero no porque
no puedan entrar muchos. De hecho dice Jesús que serán muchos los que vendrán
desde los cuatro puntos cardinales al banquete del Reino. El Reino es la mesa del
banquete, puesta y servida para todos, pero la exigencia ineludible para participar
en él es la práctica de la justicia, como condición sine qua non para entrar en el
Reino. Para entrar en la casa del Reino no sirve otra carta de presentación que no
sea la de una vida justa, honrada y coherente con las exigencias personales
desde la justicia de Dios. Por eso la enseñanza profética de hoy en Lucas
es: “Aléjense de mí todos lo que practican injusticia”. Jesús reprueba la
práctica de la injusticia y la utilización descarada y manipuladora de lo religioso
para encubrir una vida de corrupción, de mentira y de falsas apariencias
engañosas. Así esta exhortación se suma a la que ya hemos escuchado los
domingos anteriores, es decir, a desterrar de nosotros toda codicia y todo deseo de
acumulación de bienes como si la vida dependiera de ellos. Son condiciones básicas
para acoger el Reino y poder entrar en él. Sentarse a la mesa en el Reino de Dios
no es un derecho exclusivo del pueblo elegido, ni un favoritismo a favor de nadie
sino una propuesta universal de salvación, no restringida a ningún pueblo, cultura o
nación.
La carta a los Hebreos nos enseña hoy que sepamos aceptar las correcciones del
Padre para comprender, aunque a veces duela, dónde está el bien. Ojalá que la
enseñanza magistral de Jesús de que “los últimos serán los primeros” y la
exhortación a desterrar toda injusticia sea el mejor correctivo para los muchos
que en el mundo se consideran a sí mismos los primeros.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote, misionero y profesor de Sagrada Escritura