“Traten de entrar por la puerta estrecha”
Lc 13,22-30
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant
Lectio Divina
EL AMOR DE DIOS ES UN AMOR EXIGENTE: ¡ES UN AMOR DE DIOS!
Esta liturgia de la Palabra nos pone ante dos grandes verdades, ambas relacionadas
con Dios y su proyecto de salvación. Debemos detener nuestra atención sobre ellas,
a fin de hacer crecer en nosotros la conciencia del gran don y del gran compromiso
que van unidos a nuestra fe.
El amor de Dios es un amor exigente: ¡es un amor de Dios! Ahora bien, es evidente
que tal exigencia está dictada sólo por el amor. No puede ser signo de una voluntad
despótica ni, mucho menos, indicio de una autoridad que no deja espacio a la
libertad de los otros. También nosotros conocemos las exigencias del amor, unas
exigencias que no son menos fuertes que las exigencias de la autoridad. No por ello
nos producirá cansancio considerar las exigencias de Dios como signo manifestador
de su amor absoluto e incondicionado, preveniente e indulgente. El amor de Dios es
un amor universal: no puede ser constreñido dentro de categorías o límites
humanos, sino que quiere moverse libremente sobre todos los tiempos y en todos
los lugares, a fin de alcanzar a toda la humanidad. A diferencia del nuestro, el amor
de Dios no disminuye cuando es participado; es más, cuando se comunica se
realiza en plenitud.
Para el creyente, Dios está en el vértice de toda atención y de todo proyecto. Todo
lo que constituye la red y el trenzado de nuestras relaciones adquiere significado y
valor sólo si, de algún modo, deriva de nuestra relación con Dios y conduce a él.
Esta verdad constituye algo así como una fuerza vital que es capaz de regenerar y
de motivar todas nuestras decisiones. Para el creyente, Dios está en el centro de
todo su pensamiento y de todos sus proyectos; en caso contrario, ya no se podría
hablar de fe. Tener a Dios en el centro de nuestra propia vida significa, en concreto,
no olvidarle nunca y, sobre todo, no sustituirle nunca con cualquier tipo de ídolos.
ORACION
¡Es fuerte, oh Señor, tu amor por nosotros!
Haznos sentir, oh Señor, la fuerza de este amor tuyo, capaz no sólo de trasladar los
montes, sino hasta de enternecer nuestros corazones.
Haznos comprender, oh Señor, la grandeza de este amor tuyo, capaz de abrazar no
sólo a tus fieles, sino a todos los habitantes de la tierra.
Haznos intuir, oh Señor, la profundidad de este amor tuyo, que esconde misterios
abismales y también nos revela verdades consoladoras.
Haznos ver, oh Señor, los signos de este amor tuyo, con los que quieres iluminar
nuestras mentes, revigorizar nuestra voluntad y orientar nuestros pasos.
Haznos experimentar, oh Señor, la dulzura de este amor tuyo, un amor capaz de
disipar las excesivas amarguras de nuestra vida y de hacernos saborear esa alegría
que no acabará nunca.