TIEMPO ORDINARIO
CICLO C
DOMINGO XXIII
En los Evangelios Jesús propone a sus discípulos exigencias únicas. Ser
discípulo suyo es consecuencia de una llamada, de una vocación: sígueme.
Siempre implica una adhesión personal. El discípulo del Evangelio se une no
a una doctrina, sino a la persona de Cristo. Los discípulos del Maestro están
llamados a compartir su destino, su vida y su misión. En el Evangelio de
este domingo Jesús nos dice qué hay que hacer para ser discípulo suyo:
venirse conmigo, caminar tras Él, renunciar a sí mismo.
Será discípulo de Cristo quien le siga y mantenga con Él una relación de
fidelidad en todos los momentos y en todos los ámbitos de su vida. Vivir con
Él y como Él. En comunión con Él. No somos cristianos sólo por seguir unas
tradiciones o unas costumbres. Ser cristiano no es una “etiqueta”. Ni estar
como “afiliados” a la Iglesia. “Podemos caminar cuanto queramos, podemos
edificar muchas cosas, pero si no confesamos a Jesucristo, algo no funciona.
Acabaremos siendo una ONG asistencial, pero no la Iglesia, Esposa del
Señor” (Papa Francisco, 14-3-2013).
Esta fidelidad exige renunciar incluso a nosotros mismos. Ninguna
situación, ninguna persona, ninguna realidad puede impedirnos seguir los
pasos de Jesús. Nada ni nadie puede estar por encima de nuestro
compromiso personal de fidelidad a Cristo. Esto no significa que
despreciemos todo lo bueno que hay en la vida (como familia). Pero en
todo hemos de vivir según la voluntad de Dios, que quiere siempre lo mejor
para nosotros. Ser fiel a Cristo también en la forma de llevar nuestra cruz.
Como Él la llevó: sin desconfiar nunca de la bondad de Dios, que
especialmente nos quiere cuando lo pasamos mal.
Esta relación con Jesús, de persona a persona, de corazón a corazón, de
fidelidad total, tiene como base la fe en Cristo y en su mensaje, que es no
sólo informativo, sino también performativo: “el que cree, aceptando el don
de la fe, es transformado en una creatura nueva, recibe un nuevo ser, un
ser filial, se hace hijo en el Hijo” (Papa Francisco, Encíclica LF, 19).
Transforma incluso nuestra relación con los demás: Filemón ya no será un
esclavo, sino un “hermano querido” (segunda lectura).
Las oraciones de la misa de hoy nos ayudan a penetrar en esta realidad
profunda del verdadero discípulo de Jesús: somos hijos de Dios, que nos
mira siempre con amor de padre (colecta). Amor de madre, que diría Juan
Pablo I: “Somos objeto de un amor sin fin de parte de Dios. Sabemos que
tiene los ojos fijos en nosotros siempre, también cuando nos parece que es
de noche. Dios es Padre, más aún, es madre (10-9-1978). Un amor que nos
hace participar de su vida divina (comunión).
Por el Espíritu Santo, el maestro interior, que habita en nuestros corazones,
la relación del discípulo con Jesús ya no será solamente exterior, sino una
realidad trascendental, vital, existencial, actual. Desde la profundidad de
nuestro ser hasta nuestro comportamiento exterior: Es la sabiduría que
salva por medio del Santo Espíritu enviado desde el cielo (primera lectura)
por Cristo Jesús resucitado. “Esto significa que para llegar a Cristo en el
conocimiento y en el amor -como ocurre en la verdadera sabiduría cristiana-
tenemos necesidad de la inspiración y de la guía del Espíritu Santo, maestro
interior de verdad y de vida” (Juan Pablo II, 28-3-1990).
MARIANO ESTEBAN CARO