XXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
Domingo
Lecturas bíblicas
a.- Eclo. 3, 17-18. 20.28-29: Hazte pequeño, y alcanzarás el favor de Dios.
El libro del Eclesiástico, nos habla de los deberes de los hijos para con los padres, y
de la humildad, virtud a practicar en nuestra relación con el prójimo. La actitud a
cultivar, es aquella de no considerarse por encima de los demás, sino saber cuál es
el lugar que le corresponde a cada uno, lo que es más importante que la
generosidad. Un hombre, que conoce su realidad, sus límites, piensa, habla y obra
según su condición, esto atrae el aprecio de su prójimo. Ser grande o pequeño,
depende de la imagen que cada hombre posea en el interior de sí mismo, valores
personales, situación económica y rol que ocupe en la sociedad. A pesar de esto, el
hombre no debe olvidar nunca su condición de criatura, tomar conciencia de su
pequeñez, como Abraham (cfr. Gn. 18, 27). El hombre sólo atraerá la bendición
divina, cuando se abaje y se humille delante de Dios. Sólo el humilde, vislumbra la
distancia entre la realidad humana y la grandeza de Dios, es más, sólo el humilde
puede reconocer y glorificar la majestad de Dios. Sólo él posee el arma para
defenderse de la soberbia espiritual, la humildad de conocer sus límites y la gran
distancia que lo separa de Yahvé. No cae en la autosuficiencia o excesiva confianza
en sí mismo, quien no sobrepasa sus límites. El humilde glorifica a Dios, porque se
abre a la verdadera sabiduría.
b.- Hb. 12, 18-19. 22-24: Os habéis acercado al monte Sión, ciudad del Dios
vivo.
El apóstol clarifica la situación del cristiano, entre la antigua revelación que tuvo
lugar en el Sinaí, y la nueva, la revelación definitiva, que nos viene por Jesucristo.
En la primera, el pueblo de Dios, se encontraba al pie del monte, contempló todas
las manifestaciones de Dios, hasta oír su voz. Era tal el espectáculo que
contemplaba lo que infundía pavor a Moisés y los suyos; fue una experiencia
dominada por el miedo. Yahvé había promulgado la Ley; hay que obedecerla, para
no caer en el juicio de Dios. En cambio, el cristiano se encamina hacia el monte
Sión, la Jerusalén celestial, la ciudad de Dios, contemplado por miles de ángeles, la
asamblea de los primogénitos, los justos en definitiva, va al encuentro de Dios. El
monte donde suben los cristianos, es el lugar de la presencia amorosa de Dios,
lugar de salvación, ciudad construida y habitada por el mismo Dios, por los ángeles
y justos (cfr. Is.2; Heb. 11, 10; Gál. 4, 26). Son los inscritos en el libro de los
justos, y todos los cristianos pueden llegar, porque hasta ahí llegó Jesús, único
Mediador de la Nueva Alianza, ÉL es el camino para llegar a Dios, a esa comunión
viva, a la ciudad del Dios vivo. La Alianza sellada en el Sinaí ha sido superada;
Jesús murió y resucitó, su sangre es más valiosa que la de Abel, porque no pide
venganza, sino misericordia y perdón. La aspersión de la sangre purificaba a los
hombres para entrar en la presencia de Yahvé; la sangre de Cristo, lava la
conciencia de los pecados, por eso, habla mejor que la de Abel.
c.- Lc.14, 1. 7-14: Todo el que se humilla será enaltecido.
El evangelio, nos presenta a Jesús en un banquete, donde hace alusión al reino de
Dios. Él propone dos actitudes para acceder a este banquete del reino: la humildad
y el amor desinteresado al prójimo. Encontramos dos momentos en este evangelio:
la parábola de los puestos en la mesa (vv.7-11), y la elección de los convidados
(vv.12-14). La primera parte de este evangelio se dirige a todos los invitados: hay
que escoger los últimos puestos, y no buscar los primeros, como hacían los
fariseos. Porque se deja la oportunidad al anfitrión de ponerte en un lugar más
adelante; esta propuesta de Jesús, además de ser una norma de educación, es una
actitud humilde y religiosa en vista al banquete del reino de Dios. En la comunidad
eclesial, el que sirve es el primero, porque la humildad y la fraternidad, se viven en
relación con el otro. Un segundo momento, es la elección de los convidados, donde
se debe evitar el interés en convidar a ciertas personas escogidas, pensando en lo
que se pueda recibir luego como recompensa, porque el reino de Dios, es don
gratuito al hombre. Por lo tanto, hay que invitar a los pobres, quienes no podrán
corresponder, y ser pagado en la resurrección de los justos. Se exhorta a practicar
la humildad, principio básico de la vida comunitaria; humilde, es el que reconoce la
distancia que lo separa de Dios. El hombre debe aprender a situarse frente a Dios,
tarea de la humildad, que no lo disminuye, sino que lo coloca en su justo lugar,
como criatura e hijo de Dios Padre. Se trata, que en nuestras relaciones,
aprendamos a ser pobres de espíritu, realismo de aceptar la propia condición, es
decir, vacíos de sí mismos, para ser invadidos en lo interior por su gracia salvadora,
que perdona y une con ÉL. Siempre tendremos que poner los ojos en Cristo Jesús,
porque se humilló hasta la muerte de cruz; por lo que fue luego exaltado a la gloria
de la resurrección. La humildad, se debe cultivar al interior de la vida eclesial, y
también en la vida social, para testimoniar el modo de actuar de Jesús, el cristiano
vive de cara al reino de Dios y de su prójimo más cercano.
Teresa de Jesús, da una definición de humildad que hay que considerar siempre a
la hora de querer trabajar esta virtud en la vida cristiana: “Una vez estaba yo
considerando por qué razón era nuestro Señor tan amigo de esta virtud de la
humildad, y púsoseme delante, a mi parecer, sin considerarlo sino de presto, esto:
que es porque Dios es suma Verdad y la humildad es andar en verdad; que lo es
muy grande no tener cosa buena de nosotros, sino la miseria y ser nada; y quien
esto no entienda, anda en mentira. A quien más lo entienda agrada más a la suma
Verdad, porque, anda en ella. ¡Plega a Dios, hermanas, nos haga merced de no
salir jamás de este propio conocimiento, amén!” (6 M 10,7).