XXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
El que se rebaja será ensalzado
En el evangelio de este domingo encontramos otras dos nuevas exhortaciones
típicas de Lucas (Lc 14, 7-14). En ambas se trata de banquetes, de una boda y una
cena. En la primera se exalta la virtud de la humildad como actitud fundamental de
los invitados a la boda y del comportamiento cristiano, en la segunda se exhorta a
los anfitriones a invitar a los pobres, lisiados, cojos y ciegos, porque ninguno de
ellos puede recompensar nada, de modo que el gran valor destacado por Jesús al
hablar del Reino de Dios es la gratuidad.
La humildad es la virtud de caminar en la verdad, reconociendo las propias
limitaciones con toda sencillez y considerando siempre superiores a los demás. Una
vez más Jesús sigue instruyendo en el largo viaje a Jerusalén. A las enseñanzas de
los anteriores domingos, es decir, la de apartarse de la codicia, la de dar en limosna
los bienes a los pobres, la de alejarse de toda injusticia, la de concentrar toda la
atención en el Reinado de Dios, hoy se suma la de la humildad. Concebido el Reino
de Dios como un banquete la lección de Jesús sobre la humildad se formula con una
sentencia sapiencial y magistral, colofón de la parábola de los invitados a la boda,
que querían ocupar el puesto preferente y pasaron a un segundo lugar: “Todo el
que se ensalza será rebajado y el que se rebaja será ensalzado”. Este es un
paralelismo antitético que ha sido transmitido como enseñanza de Jesús también a
través del evangelista Mateo (Mt 23,12). Se trata de otra lección evangélica que
critica los comportamientos habituales de los seres humanos, marcados
frecuentemente por la búsqueda a toda costa del poder, del dinero o del
reconocimiento social, que permiten a las personas ponerse y reconocerse a sí
mismas por encima de los demás. Tanto la parábola como la sentencia proverbial
ilustran el aforismo presentado ya el domingo anterior, que decía que “los últimos
serán los primeros y los primeros los últimos”. Ahora se muestra en parábolas
quiénes son los últimos de verdad para Jesús, a saber, los humildes y los
indigentes. Los unos, por virtud, y los otros, por su estado, son los últimos desde la
perspectiva social de nuestro mundo. Sin embargo, todos ellos para Dios son los
primeros en el banquete del Reino.
La preeminencia de los últimos es el vínculo de unión entre las dos parábolas. En la
segunda, se indica quiénes son los invitados de honor en el Reino de Dios: Los
pobres. Por ello la instrucción de Jesús continúa también exhortando a poner a los
pobres como invitados preferentes en la mesa del Reino. Y concluye esa enseñanza
con otra felicitación, compuesta en forma literaria de macarismo o
bienaventuranza: “Dichoso tú, porque no tienen para compensarte”. La razón de la
alegría y de la dicha más profunda es que los otros, por ser pobres, no pueden
recompensar al anfitrión del banquete. Así se rompe la lógica mercantilista de las
relaciones humanas, frecuentemente basadas en el principio de “do ut des” (te doy
para que me des). El evangelio destruye esta lógica del interés en la donación para
poner en el candelero de la enseñanza de Jesús una nueva lógica, la de la
gratuidad. Ésta consiste en dar y darse a los otros sin esperar nada a cambio, lo
cual reviste el dinamismo de la entrega gratuita de la vida y de los bienes con el
halo de alegría, que corona la vida de los justos, transformados definitivamente por
Dios en partícipes de la Nueva Alianza. Una vez más el Evangelio pone en evidencia
que la entrega gratuita a los pobres hace de ellos, en virtud de su pobreza y porque
no tienen para recompensar, un lugar de dicha y de salvación, pues será sólo Dios
el que recompense en la resurrección de los justos. Dios está presente en los
pobres de tal modo que los que atienden a los pobres son considerados justos (Cf.
Mt 25,31-46) y dichosos. Además el evangelio de Lucas, a partir de la figura del
banquete, va desarrollando y ampliando el tipo de atención que se le ha de dar a
los pobres. No se trata sólo de atenderlos en sus necesidades, sino de invitarlos a
un banquete, que es un grado mucho más alto de consideración y de
reconocimiento de su dignidad.
Poner a los pobres como objetivo prioritario de la mesa compartida de nuestra
tierra sigue siendo el gran desafío de la economía de nuestro mundo globalizado. El
carácter festivo y universal de la mesa común es un rasgo que define la presencia
salvadora de Dios en el mundo. Sin embargo, los pobres, lisiados, cojos y ciegos,
sólo por el hecho de ser tales, son, en la perspectiva del evangelio, los primeros en
el Reino de Dios. El Dios de Jesús no quiere los protocolos de nuestros banquetes,
porque para él los últimos serán los primeros, es decir, los que no cuentan en la
sociedad, los marginados y excluidos, son sus predilectos. Por eso Jesús proclama
dichosos a los que asuman esa nueva visión del panorama social y actúen de esa
forma, y no deja de criticar abiertamente a los que pretenden copar los primeros
puestos en los banquetes y sostienen ese sistema excluyente de relaciones
humanas.
Una simple mirada a nuestro mundo nos sigue revelando las enormes
desigualdades entre los enriquecidos y los empobrecidos, ya sean éstos, países,
pueblos o personas. Dos mundos separados por un gran abismo, que no es ni la
línea del ecuador, ni la de los trópicos, ni la franja del Mediterráneo o la del Caribe,
sino la del corazón de los seres humanos que tantas veces, insensatos y
arrogantes, sigue anteponiendo la soberbia, la codicia y la obstinación ciega (Eclo
3,17-33) del sistema económico reinante y mortal en toda la tierra, a la inversión
de valores propuesta por Jesús, para el cual la humildad, la solidaridad y la
gratuidad son las características fundamentales de la mesa compartida.
El mensaje de la prioridad de los últimos y de los pobres como propuesta
alternativa al mundo injusto también ha sido y sigue siendo acogido con alegría por
una muchedumbre innumerable de espíritus justos que han sido transformados
(Heb 12,23) por la palabra y el Espíritu de Jesús. Éste es mediador de una Alianza
Nueva porque el espíritu que le llevó a derramar su sangre en la cruz consumando
el amor nupcial de Dios con la humanidad ha sido comunicado al corazón de los
hombres haciéndonos capaces de vivir la gran alegría de ese amor en la gratuidad,
en la humildad y en el perdón, como valores humanos que impregnan un
dinamismo nuevo y una nueva visión de la realidad. Desde esta Nueva Alianza,
celebrada en cada Eucaristía, banquete de bodas por antonomasia de la vida
cristiana, es posible renovar, en comunión con el Señor y con la Iglesia, la
esperanza inquebrantable en que, desde la montaña de Sión, desde la ciudad de
Jerusalén, es decir, desde el encuentro con Jesús en su pasión colmada de amor,
caminamos a la ciudad del Dios viviente, a la reunión de los que han sido
transformados por el espíritu de la justicia consagrando su vida a los últimos.
Quiero destacar particularmente hoy la humildad, la solidaridad y la gratuidad de la
que dan testimonio a favor de los últimos, los voluntarios y voluntarias que se
entregan a la causa de los pobres, y poniendo en práctica el Evangelio, en Bolivia y
en cualquier lugar del planeta.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura