El Dios humilde
El confort, la abundancia, el bienestar van juntos en la misma dirección: encerrarnos en
una burbuja de cristal, separados de toda contaminación ambiental, humana, social que
pueda afectar nuestros propios intereses, nuestra ideología, incluso, nuestra propia fe.
Son las pequeñas islas, cercadas hoy, con muros infranqueables que nos alejan del resto
de los mortales y nos convierten en robots de nuestro propio egoísmo.
No es ésta la voluntad de Dios. El Dios de la biblia, el Dios de Jesucristo rompe todas
las fronteras, humaniza lo escabroso, sensibiliza nuestras aristas. Es un Dios que tiende
manteles e invita sin distingos de raza, religión o cultura. Nos ama sin acepción de
personas. La rebatiña de puestos no entra en su carta de invitación. Sólo tiene una
preferencia: Los humildes, los sencillos.
La experiencia del Sinaí de la cual nos habla la carta a los Hebreos nos presenta a un
Dios lejano, que habla desde el trueno con voces de trompeta y en llamaradas de fuego.
El pueblo experimenta el poder de Dios. En Jesucristo se cambia esta percepción: Un
Dios que se manifiesta en el día a día, en la simpleza de lo ordinario, de lo experiencial
cotidiano. Allí donde la mirada se hace ternura y ésta se transforma en sonrisa.
El sabio es aquel que construye su personalidad desde el “humus” fecundante, esto es, la
humildad. No es tanto palabra cuanto escucha. No es tanto enseñanza doctrinal cuanto
testimonio de vida. En serenidad reposada, en rectitud acumulada y en gozo
desbordante, el discípulo y discípula de Jesús van contagiando al mundo de la verdad
revelada por Él, la de un Dios humilde que se complace en los pequeños como
protagonistas de la nueva humanidad.
Cochabamba 01.09.13
jesús e. osorno g. mxy
jesus.osornog@gmail.com